martes, 13 de marzo de 2018

A culo pajarero




Me parece sensato que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya considerado que quemar una foto del jefe del Estado forma parte de la libertad de expresión y no puede tipificarse como injurias a la Corona. El jefe del Estado es un servidor público y, como tal, está sujeto al devenir de la historia y a los gajes que conlleva el oficio. Todo ello entra en su sueldo. Viene a cuento con la multa impuesta a los ciudadanos Enric Stern y a Jaume Roura por haber quemado en Gerona, en 2007, una foto del rey y de su consorte. En España no hay que ser un lince para conocer que se están recortando libertades ciudadanas. Basta con ir a una manifestación y que un agente te tome nota del documento de identidad para que al poco tiempo te llegue una multa de la Delegación del Gobierno. El hecho de cambiar determinadas decisiones (que corresponden a los Tribunales que administran Justicia, en el caso de supuestos desmanes) por “faltas administrativas” que se saldan con abultadas multas  (que hay que abonar en su integridad antes de poder recurrirlas) me retrotrae a los oscuros tiempos del Directorio de Primo de Rivera. Es lo que se ha dado en llamar “Ley Mordaza” (Ley Orgánica 4/2015 de 30 de marzo), donde se “amordazan” asuntos relacionados con la expresión, la información y la manifestación, pasándose por el forro el artículo 20 de la Constitución Española. La “ley mordaza” ya fue  denunciada en su día en The New York Times y en The Guardian, entre otros prestigiosos medios. Por otro lado, si alguien duda de que en España existe un raro tufillo comparable al de tiempos pasados, que me lo diga a la cara. Así podré lanzarle a la cabeza la “Crónica de la Dictadura de Primo de Rivera” (Manuel Rubio Cabeza, Sarpe, 1986) por cretino.  Porque hay que leer despacio y con atención para saber qué sucedía entonces. A comienzos de 1924, por ejemplo, en las cárceles no cabía un preso más. Por  disposición de aquel Directorio militar que contó con las bendiciones de Alfonso XIII,  se estableció hasta la censura telefónica y telegráfica para España y el extranjero. Menos mal que en los tiempos actuales, ni  Stern ni Roura  sufrieron penas de destierro a la isla de Fuerteventura como aconteció con Miguel de Unamuno, quedando vacante su cátedra, o con José Gómez Acebo,  marqués de Cortina, director de la Actualidad Financiera, también desterrado por haber publicado un artículo comentando el Decreto de derramas en la marina mercante, pese a haber sido ministro de Hacienda (1918), de Fomento (con Romanones) y de Marina (con Maura) en 1921. Lo dije el otro día y lo repito hoy: hay que tener mucho cuidado con determinados “patriotas” que dicen darlo todo por España. Porque dar, lo que se dice dar, no dan ni un celemín. Digo más, si pueden, te dejan a culo pajarero. Claro, los tiempos cambian. Durante el Directorio, entre los vecinos de Guadix circulaban rumores de que por aquellos alrededores merodeaban varios individuos dedicados a secuestrar niños a los que mataban para sacarles las mantecas, para posteriormente vender los untos en un desesperado intento de poder sanar a tuberculosos; en Barbastro asesinaban a un cura con una aguja alpargatera, y el rey no dejaba en paz su escopeta. Ahora, en cambio, morimos en la folla, o sea, ancianos, en soledad, envueltos en cartas de la ministra Báñez (donde se nos informa de que nos sube un 0’25% mensual  dada la coyuntura económica favorable), sin recursos para poder subsistir con dignidad y comidos por la piojera.

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