sábado, 17 de marzo de 2018

Los colores de la mañana



Recuerdo a Trifón Peñalosa,  un amigo de juventud que cada vez que nos acercábamos a un pueblo decía aquello de “ya estamos en Haro, que se ven las luces”, lo mismo que decían los viajeros de ferrocarril que llegaban a Haro desde Logroño. Y es que Haro fue la primera ciudad española,  además de Jerez de la Frontera, que contó con alumbrado público en sus 62 calles con 260 puntos de luz. Corría septiembre de 1890 y ya habían pasado las fiestas de la Virgen de la Vega. Aquel año, el 17 de septiembre, la fuente situada en la calle Joaquina (hoy dedicada a Víctor Pradera) manó vino.  Hay quien afirma que no fue así, que el primer pueblo en tener luz eléctrica fue Munilla, en la comarca de Arnedo, cuando se pusieron unas turbinas en el río Manzanares. Mañana es Domingo de Pasión y el próximo martes comienza el equinoccio de primavera a las 17 horas y 15 minutos  por la hora del Gobierno. Y los espabilados de siempre, aquellos que imponen sus normas, ya han lanzado los colores en las tendencias de moda para esta primavera-verano: del lima al rosa pastel pasando por el marrón chocolate o el naranja melocotón. Eso del marrón chocolate me recuerda cuando mi abuelo materno, de misa diaria, coincidía con un mendigo que siempre estaba pidiendo limosna en la entrada a la iglesia de los jesuitas, en la bilbaína Alameda de Urquijo. Un día decidió entregarle unos zapatos de tafilete casi nuevos, pero que le hacían algo de daño. Eran de color marrón. Los metió en una caja que cerró con una gomilla elástica y marchó hasta la puerta de la iglesia dispuesto a entregárselos al inope.  Aquel indigente, antes de aceptarlos, le preguntó a mi abuelo de qué color eran. “Marrones, son marrones”, le contestó mi abuelo. Y el mendigo, entonces,  le miró de arriba abajo y le respondió: “Se lo agradezco a usted, caballero, pero yo sólo cubro mis pies con zapatos negros”. Y mi  abuelo, después de haber oído misa entera, regresó con los zapatos a su casa de Licenciado Poza, los volvió a dejar en la repisa de donde los había tomado, se sentó en una butaca y comenzó a leer “La gaceta del norte”, como era su costumbre. No le dio demasiada importancia a lo sucedido con el mendigo y los zapatos. Supuso que, tal vez, aquel fatuo mendicante bien pudiera ser miembro destacado de algún comité municipal de Beneficencia.

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