viernes, 6 de abril de 2018

Pavana para una consorte



Respecto a lo sucedido el pasado domingo en el atrio de la Catedral de Palma lo define perfectamente Karina Sainz Borgo en su artículo de Vozpópuli: “Es la primera vez en mucho tiempo que aparecen en un acto público todos juntos: los eméritos y los reinantes; los destronados y los herederos de una corona ya rota de tanto estamparla contra el escándalo, Botsuana y caso Nóos incluidos. Entonces ocurre lo peor: la princesa de Asturias aparta el brazo de doña Sofía con brusquedad”. (…) "Leonor, la princesa de Asturias, tiene hoy doce años. Acude al cole. Ve películas de Kurosawa. Come verduras televisadas ante la mirada de sargento de su madre y se deja imponer un Toisón de oro de la mano de su padre, el muy preparado sucesor de un reinado que comenzó en transición ejemplar y acabó en desastre. A esa misma edad, su abuela, la reina Sofía, había cambiado 22 veces de residencia. Con apenas tres años, en brazos de su madre Federica de Hannover, comenzó un largo exilio al que jamás puso fin. Mientras su tío Jorge II, el entonces rey de los helenos, era desalojado de palacio y Grecia era invadida por la Alemania Nazi, el padre de doña Sofía, el príncipe heredero Pablo I, viajaba rumbo al Reino Unido mientras ella cogía un barco desde Creta hacia Egipto y luego Sudáfrica”. (…) “Quien ve a doña Sofía, con el gesto de Piedad viviente y la sonrisa rota de un paso de semana santa al que se le ha desencajado la fe, no puede dejar de preguntarse cuándo el verbo reinar se arruinó en manos de Letizia, alguien que confunde los deberes de Estado con la acumulación de vestidos en su armario financiado con dinero público”. A mi entender, en calidad de ciudadano de a pie que actúa de mero espectador, un heredero al trono, en este caso al trono de España, tenía que haber medido meticulosamente con quién iba a unir sus destinos. Sofía de Grecia era hija de rey, sufrió el exilio siendo niña y, ya mayor, vio cómo se destronaba a su hermano por haberse colocado al lado de los coroneles. Al bisabuelo del actual monarca, Alfonso XIII, no se le perdonó que se hubiera puesto al lado del golpista Miguel Primo de Rivera en 1923 y se la juraron en el Pacto de San Sebastián. Y al abuelo, don Juan, de nada le sirvió pasar la frontera en agosto de 1936  para, con nombre falso, intentar ponerse al lado de los golpistas. Fue puesto en la frontera por orden de Mola. Pero la cosa no quedó ahí. El 7 de diciembre de 1937 mandó una carta a Franco con su deseo de poder participar como marinero en el crucero Baleares. Y el 9 de abril de 1939, Alfonso de Borbón, su padre, enviaba un telegrama al caudillo para ponerse a su disposición. Por si ello fuese poco, Juan Carlos I se vio obligado a abdicar por las circunstancias que todos conocemos. Con esos antecedentes, el actual rey, Felipe VI, tiene que medir con un calibre cada paso que da, en evitación de que los ciudadanos hartos, que son legión, repasen la historia reciente, que ni benefició a los Borbones reinantes ni a los españoles que los sufrieron. Y la actual consorte, nieta de un taxista, a mi entender, no ayuda a mejorar el pasado. Tiempo le pido al tiempo…

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