martes, 26 de junio de 2018

Hoy, san Pelayo



Durante mi juventud acudía a Zarauz, no por ser exquisito a la hora de buscar un buen lugar para veranear, que lo era, sino por la profesión de mi padre. Y recuerdo aquellos días coincidentes con la fiesta más grande: san Pelayo. La víspera solía haber una tamborrada infantil por la tarde y otra de adultos por la noche. Salían los gigantones y las tabernas se llenaban de zarauztarras que bebían chacolí al son de música de acordeón. Al día siguiente, día del patrón, seguía la fiesta en la pradera de Iñurritza, cerca de la calle de Zumalacárregui, donde tenían la residencia mis padres. El 27 era costumbre que los mozos recorrieran los caseríos acompañados de chistularis, tamborileros y acordeonistas a fin de recaudar dinero para el día siguiente. Una tradición secular conocida como Oilasko Bilketa (recogida del pollo). Tampoco solían faltar los concursos de traineras donde casi siempre ganaban las afamadas trainas de Orio. Cuenta la tradición que los orígenes de esas fiestas se remontan siglos atrás, cuando una fuerte tormenta sorprendió a unos marineros  zarauztarras faenando lejos de la costa. Comenzaron a rezar a san Pelayo y, portentosamente, la imagen de aquel santo martirizado en Córdoba siendo casi un niño apareció sobre el barco y les señaló el rumbo de regreso. Recuerdo que por aquella época escribí un relato, “El Monte Ratón”, relacionado con la angustia de unos marineros que faenaban en alta mar cuando tuvieron que soportar una galerna, el rescate hasta cubierta de un crucifijo de madera existente en una bodega que había sido roído por unos ratones y una tremenda explosión posterior que dio lugar a que emergiera del fondo del mar el “Ratón” de Guetaria, con el morro batiente al oleaje del Cantábrico y el rabo (que sirve de istmo) hacia la parroquia de san Antón, y cuya silueta es perfectamente visible desde cualquier punto de la larga  playa de un Zarauz que hoy se me antoja devaluado en beldad por culpa de la piqueta.

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