miércoles, 22 de agosto de 2018

El delito de odio es otra cosa



Mucho se está comentando estos días que un restaurante de Balaguer, Nova Font Blanca, ofrezca a su clientela, entre otros platos, “guardia civil andaluz a la brasa” con acompañamiento de pan tostado y ensalada de lechuga, y “manitas de jueces y fiscales del Constitucional”, o sea, manos de cerdo, a baja temperatura y acabados a la brasa de carbón, en el menú del día. Ese restaurante ya ganó en el programa “Joc de cartes” de TV3 un concurso sobre cocina de los caracoles. Lo que no sé es en qué consiste el plato “guardia civil andaluz a la brasa”. De cualquier manera, este es un país donde tiempo inmemorial se ha llamado “carabineros” a unos crustáceos decadópodos algo más grandes que los langostinos, muy rojos y de gran sabor y “soldaditos de Pavía” al bacalao rebozado acompañado de un pimiento escarlata. Y no recuerdo que se molestasen los miembros de ese Cuerpo armado español (ya desaparecido) encargado de vigilar costas y fronteras y la represión del contrabando, por cierto, bastante desprestigiado e inoperante. Fue el Cuerpo donde menos apoyos tuvo la sublevación militar el 18 de julio de 1936 y se integró dentro del Ejército Popular. Desapareció por una Ley de 15 de marzo de 1940. A partir de entonces se encargó de sus funciones la Guardia Civil. Un cuerpo que también estuvo a punto de desaparecer por deseo de Franco y que al final no se llevó a cabo por la influencia persuasiva que ejerció sobre el dictador su amigo Camilo Alonso Vega. A mi entender, esos platos, bien sean del menú o estén fuera de la carta, no constituyen delito de odio sino que más parece la idea chusca de un cateto, como podría haber puesto otros platos con el nombre de “curas al marrasquino”, “toreros con picatostes”, “ediles al ajo arriero”, o “boticarios a la vallisoletana”. El delito de odio es otra cosa. En los delitos de odio tipificados en el Código Penal se tiene en cuenta el motivo o ánimo subjetivo que lleva la autor a cometer el delito es su animadversión u hostilidad abierta hacia las personas o hacia los colectivos en los que se integran por el color de su piel, su origen, su etnia, su religión, su discapacidad, su ideología, su orientación u identidad sexual, entre otros motivos discriminatorios. A mí me caen mal muchos ciudadanos (“del rey abajo”, como diría Francisco Rojas Zorrilla) y no por ello les deseo mal alguno. Simplemente les trato con desdén y nunca tomaría con ellos café. Así de simple.

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