sábado, 25 de agosto de 2018

La patata caliente




Hoy sábado, 25 de agosto, leo el editorial de El Correo de Andalucía (“Cenizas a las cenizas”) algo relacionado con la exhumación de los huesos de Franco: “Actualiza un tema que estaba muerto y –literalmente– enterrado para la mayoría de los españoles con preocupaciones reales e inmediatas, pero también favorece el que se cierre uno de los últimos y más ignominiosos capítulos de nuestra historia, como es que en una democracia los huesos de un dictador yazcan en el corazón de un inmenso monumento en su memoria. Son ahora los españoles, la gente, con su inmensa e inequívoca capacidad de intuición, quienes tienen que saber qué es grano y qué es paja; qué es obligación y qué es distracción, y pedir al Gobierno que no se acostumbre a resolver los problemas 43 años después de que se produzcan”. Bueno, en algo no estoy de acuerdo con ese editorial: al fin se va a resolver un problema que llevaba 43 años enquistado en el limbo de la pereza. Una patata caliente que ninguno de los gobiernos anteriores (UCD, PSOE y PP) quisieron tener en sus manos porque abrasaba. Sólo la Ley de la Memoria Histórica, auspiciada por el Gobierno presidido por Rodríguez Zapatero, impulsó una catarata de acontecimientos que ahora comienza, pese al vergonzoso freno aplicado por Mariano Rajoy a esa Ley al no dotarla de presupuesto y jactarse de ello públicamente. Pero Mariano Rajoy, que siempre miró para otro lado y no supo enfrentarse a la bochornosa corrupción existente en el seno del partido político que él presidía, es hoy, por fortuna, algo del pasado y sólo corresponde a los tribunales de Justicia poder evaluar en su justa medida los desmanes cometidos, como debe de ser en un Estado de Derecho. Decía De Gaulle que las guerras civiles no terminan nunca. Cierto. Pero bueno es que se saque a un sátrapa, responsable de un golpe de Estado y de la inmensa tragedia que aconteció después y que perduró en el tiempo hasta su muerte en la cama, del monumento faraónico construido en su honor  con el sudor y las lágrimas de muchos republicanos decentes y, también, que sea su familia la que se encargue, si así lo desea, de conservar sus huesos. Y si su familia no lo desea, siempre existirá la fosa común. Cada día se sacan del madrileño Cementerio de La Almudena alrededor de 3.000 cadáveres por el peregrino hecho de no poder, o no querer, pagar los allegados al difunto las correspondientes tasas municipales.  Van directamente a la fosa común. Y no pasa nada. El editorial de ese diario sevillano termina diciendo que “si encima podemos dejar de hablar de Franco este mismo año, mejor que mejor”. Puede, pero va a ser difícil mientras existan restos de españoles olvidados en las cunetas.



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