viernes, 31 de agosto de 2018

M. Martín Ferrand sigue vivo



Si les digo la verdad, hoy lo que me pedía el cuerpo era hacer un extenso elogio sobre la brillante figura periodística de Manuel Martín Ferrand, fallecido tal día como ayer, hace cinco años, en la madrileña clínica de la Concepción. Pero no lo voy a hacer. Sería una osadía por mi parte tratar de añadir algo a lo que ya se ha dicho sobre él. Tengo en mis manos, lo bueno siempre hay que conservarlo, el ABC del día siguiente, sábado 31 de agosto, donde aparece en portada  una foto ampliada del periodista en el despacho de su casa en 2010. Una foto en la que aparece pensativo, con la mano izquierda abierta apoyando un rostro sereno que mira fijamente a la cámara. También su hijo Daniel le dedica su columna en República de las ideas.com. Y a eso iba. Señala: “La mala memoria nacional le ha convertido en algo olvidado, más prescindido que prescindible. Algo que por otra parte resulta hasta lógico. Un país que arrincona en el olvido a Salvador de Madariaga o Corpus Barga, que no tiene unas obras auténticamente completas de Unamuno, que coloca a los intelectuales según bando antes que por ideas… es lógico que también haya obviado el magisterio de Manuel Martín Ferrand.  De momento, una rotonda y un premio escolar en Pozuelo de Alarcón, un curso de periodismo y unas cuantas calles prometidas –que no construidas– son la única memoria que España guarda del conspicuo periodista”. Lo dejo ahí. Pero deseo hacer una pequeña referencia a ese “revisionismo histórico” al que se le ha dado cuerda ahora como si se tratase de uno de aquellos motoristas de hojalata que formaron parte de los juguetes de mi infancia. Durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero esculpió Manuel Martín Ferrand con su pluma: “Los  grandes  promotores  de  la  mal  llamada  “memoria  histórica”,  desenterradores  de  cadáveres  y  odios,  utilizan  los  procedimientos  [de  aquel  pobre  diablo  pedigüeño],  para  vendernos  sus  inconsistentes  folletitos  de  glorificación  de  una  República  que  produjo  tanto  gozo  en  su  tramposa  instauración  como  dolor  en  su  sombrío  y  decadente  desarrollo”. Su hijo Daniel aclara en nota al pie que aquel  “pobre diablo pedigüeño” no era otro que  el poeta bohemio Armando Buscarini  (pseudónimo de Antonio Armando García Barrios). Buscarini fue el supuesto apellido de un padre al que nunca conoció. Vendía libros y otros adminículos en un puesto ambulante y cuando las ventas le iban mal acababa la jornada en la Botillería de Pombo, y a los hermanos Álvarez Quintero les “chantajeaba” con suicidarse  lanzándose al vacío desde el puente de Segovia si no le compraban algo. Murió loco en un manicomio de Logroño en 1940 y su cadáver terminó en la fosa común.  José Manuel de Prada lo rescató del olvido y utilizó a Buscarini como personaje secundario de su novela “Las máscaras del héroe”. Algo que me recuerda a Valle Inclán en  “Luces de Bohemia” con Alejandro Sawa.

No hay comentarios: