sábado, 19 de enero de 2019

Elogio del mondadientes



Si algo es español, pero español, español, es el mondadientes, ese palillo que muchos ciudadanos se ponen entre los labios y se pasan de un lado al otro de la boca con pericia y con la sola ayuda de la lengua, que ejerce de conductora. Ya lo decía Julio Camba: “Yo creo que el español concibe mejor el palillo de dientes sin comida que la comida sin palillo de dientes. Poniéndose a hurgar y hurgar con un palillo de dientes en la dentadura, malo será que al fin y a la postre no se acabe por pescar algo. Por lo menos se mastica, se estimula la salivación, se entretiene el hambre y se cubren las apariencias”. A los españoles se les puede ver en los cafés de los casi abandonados pueblos, tanto da en los Monegros como en La Alcarria, en Los Ancares como en La Maragatería, echando una partida de cartas y cantando las veinte o las cuarenta sin que el palillo se mueva de su sitio del extremo de la comisura de los labios, generalmente de los llamados planos, y la colilla del cigarro de “caldo” en el otro lado. Hay dos cosas en España de las que se puede presumir: de llevar el mondadientes en la boca toda una tarde y de saber beber en porrón con sólo sacar hacia afuera el labio inferior al estilo de los niños cuando hacen “pucheritos”, o sea, ganas de llorar. En el arte de saber beber en porrón fue un maestro Paco Martínez Soria; que, tras echarle a la oficina de las tripas una buena tragantada de vino peleón, hacía un giro de muñeca majestuoso, (sólo comparable al giro de muñeca de las pajilleras de Chapina, con y sin cascabeles) dejando el pitorro ladeado, siempre vuelto a la derecha y sin dejar escapar una gota. Hay cosas que forman parte consustancial de nuestra esencia carpetovetónica. ¡Qué le vamos a hacer! “Por lo demás, –seguía contando Camba- hay mondadientes y mondadientes. No es que yo me crea a pies juntillas la historia del caballero que habiendo pedido un mondadientes en el restaurante tuvo que esperarse un buen rato porque de momento no quedaba ninguno libre”. Hombre, ya puede ser cuando se le toma vicio.  El palillo de dientes es un adminículo casi tan ventajoso como la navaja suiza que incluye un ramillete de artilugios útiles. ¡Qué digo!, casi tan útil como la larga uña del chino que regenta un bar en mi calle, dura como el carey y con la que transmite magnetismo a los parroquianos cuando le piden en la barra un chato de vino, no sé muy bien si por calmar el  jodido secaño o por aquello del consolatrix affictorum que siempre se busca como remedio de la soledad.

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