viernes, 18 de enero de 2019

Eppur si muove



Ignacio Ruiz-Quintano recuerda hoy en el diario ABC algo que siempre afirmaba Gustavo Bueno: “A Galileo la Iglesia no lo degradó por el geocentrismo, sino por el atomismo, que ponía en solfa el dogma de la transustanciación, esencia del catolicismo”. Precisamente acabo de releer -creo que ya lo he hecho tres o cuatro veces- “En torno a Galileo”, de José Ortega, que conservo en Colección Austral,  fruto de aquel tema escogido por él para un curso de doce lecciones explicadas en 1933 en la Cátedra Valdecilla de la Universidad Central, como dejan claro los editores en su preámbulo a la primera edición (1965). Y uno, que intenta retener lo que puede, que no es mucho, se queda con la copla, es decir, con que Galileo, en junio de 1633, fue obligado a arrodillarse delante del Tribunal de la Inquisición, en Roma, y adjurar de la teoría copernicana. Tenía entonces setenta años de edad, una carrera vivida  que da derecho a aquel que la ha alcanzado a que pueda reírse hasta de su sombra sin temor alguno ni a nada ni a nadie. La mise en scène, por tanto, de Galileo ante el tribunal que lo juzgaba no era cosa distinta a una estrambótica reafirmación del “doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder”, como sentenciaba Gaspar Astete, de la Compañía de Jesús, en su opúsculo publicado en el siglo XVI en forma de catecismo con preguntas y respuestas. El fragmento concreto decía así: “Además del credo y los artículos, creéis otras cosas?”. “Sí, padre, todo lo que enseña la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana”. “¿Qué cosas son esas?”. “Eso no me lo preguntéis a mí… etc”. Doy por entendido que aquellos “doctores” no eran otros que los obispos, santos padres y presbíteros adornados de ciencia, obligados a trasladar a niños y adultos los artículos de fe emanados del Concilio de Trento, que marcó el paso del Medioevo a la Edad Moderna. El Concilio de Trento fue un arma de la Contrarreforma contra el  expansivo protestantismo, al tiempo que, entre otras cosas, sirvió para “vender” indulgencias (que es como vender humo) para financiar la basílica de San Pedro. También, obligó a predicar los domingos en las iglesias; a impartir catequesis a los niños; a la creación de registros parroquiales de nacimientos, bodas y defunciones; y  reafirmó la necesidad del celibato y la eliminación de las concubinas, hasta el punto que se obligó a los obispos a instaurar la llamada “renta de putas”, que era la multa que los clérigos debían pagar al obispo de su diócesis cada vez que infringían esa norma establecida. De la misma manera, se impuso el culto de dulía (a la Virgen y a los santos), lo que llevó a los protestantes a episodios de violencia iconoclasta. No se debe olvidad que en un concilio anterior, el Concilio de Constanza (1414-1418) acudieron 700 mujeres para atender sexualmente al clero participante y que, según los teólogos, distraían a los clérigos asistentes de las labores encomendadas. En aquel concilio participaron tres papas: Paulo III, que tuvo cuatro hijos ilegítimos; Julio III, ninguno por ser gay; y Pío IV, que tuvo 3. Para terminar, como recordaba Ortega: “La Teología es una ciencia práctica que no descubre verdades sobre Dios, sino que sólo enseña al hombre a manejar los dogmas de la fe”, que es cosa diferente. Parece ser que Salvatore Ricciardo, un estudiante de posgrado de la Universidad de Bérgamo, ha encontrado en septiembre pasado un archivo mal datado de la Royal Society. Se trata de una carta de Galileo a un amigo en la que trataba de matizar las ideas expuestas en otro documento por las que finalmente le condenarían. La carta hallada tiene siete páginas, está fechada el 21 de diciembre de 1613 y firmada G.G. y parece resolver este misterio. Está enviada a su amigo Benedetto Castelli y en ella asegura que como en la Biblia hay pocas referencias a la astronomía, estas no deben ser tomadas al pie de la letra porque, además, estaban simplificadas para que la gente las entendiera.

No hay comentarios: