lunes, 28 de enero de 2019

San Valero, ventolero


Mañana es san Valero, patrono de Zaragoza.  Quizás el libro más antiguo publicado sobre la vida de ese santo sea el de Martín Carrillo, canónigo de La Seo, publicado en 1615 por Juan de Lanaja y Quartanet, donde, de paso, se da cuenta de los martirios de san Vicente, santa Engracia, san Lamberto y de los Innumerables Mártires. En el libro, dirigido a Luis de Aliaga, confesor del rey Felipe III, se añade una relación de obispos, arzobispos y abades del Reino de Aragón. Aquel año, 1615, España decretó la paz con Francia mediante sendos matrimonios de Luis XIII (declarado mayor de edad el año anterior) con la infanta española Ana de Austria y del heredero de la corona española, el futuro Felipe IV, con la francesa Isabel de Borbón. Recuérdese que Luis XIII, tenía sólo 9 años en 1610, cuando su padre, Enrique IV de Francia fue asesinado cuando estaba preparando una campaña desde Italia contra España. Pero la situación se calmó cuando a la muerte de ese rey francés la entonces regente, María de Médici, solicitó ayuda a España en su lucha contra los hugonotes. Pues bien, el libro de Martín Carrillo sobre la vida y milagros de san Valero se publicó, como decía al principio, en ese dulce momento histórico.  Entre las consignas derivadas del Concilio de Trento (entre 1545 y 1563) estaban las de reivindicar el culto a las vírgenes, a los santos y las reliquias de éstos (culto de dulía) y se creó el Índice, es decir, un amplio catálogo de libros prohibidos por  heréticos. Desde entonces, los altares de las parroquias se llenaron de hornacinas con tallas, cada pueblo creó la figura de su patrón, al que se le encomendaba la protección de las cosechas, la salud, poder quedar libres de pertinaces sequías, plagas, etcétera; y en su honor se hacían fiestas religiosas y profanas en cada ciudad y en cada aldea. En Zaragoza se hizo patrón a san Valero, obispo  en el siglo IV. Y en la catedral de La Seo se veneran sus reliquias desde el siglo XII tras la entrada de las tropas de Alfonso I y del francés Gastón de Bearn en 1118.  López Novoa, en su Historia de Barbastro, narra cómo el brazo de san Valero fue entregado en 1121 en Roda a una comisión del Cabildo de Zaragoza de manos del mismo san Ramón. En el año 1397  Pedro de Luna, elegido Papa como Benedicto XIII, obsequió a La Seo un busto relicario, obra de un taller de Avignon, para albergar la cabeza del patrón de Zaragoza. También fueron regalos de Pedro de Luna los bustos de san Vicente y san Lorenzo. El vizconde de Bearn había sido el encargado de construir y dirigir las máquinas que lograron romper las defensas turcas en Jerusalén en 1099. Gastón de Bearn, que llegó a ostentar el título de Señor de Zaragoza, siguió luchando con Alfonso I hasta su muerte, que tuvo lugar en una expedición a Granada. Cuentan las crónicas que le cortaron la cabeza y que “fue paseada por las calles, en la punta de una lanza, escoltada por el redoble de tambores. Esto devolvió la sonrisa al emir de los musulmanes, Ali ben Yusuf, que estaba en Marrakesh“. El cuerpo decapitado fue devuelto tras el pago de un fuerte rescate y acabó en la basílica del Pilar. Por cierto, en el Museo Pilarista se conserva un olifante de caza de Gastón. De los doce personajes convertidos en gigantes y que se bailan en fiestas, aparecen las figuras de Gastón de Bearn y de una dama bearnesa. Ambos se pasean por las calles desde 1964. Él porta su al cinto su cuerno de marfil, el ya famoso olifante. Terminaré señalando que “por san Valero, rosconero y ventolero”  raro es el año en el que no sopla un cierzo endiablado procedente del Moncayo, y es costumbre degustar el típico roscón. Esa tradición viene posiblemente de la Edad Media, cuando los días festivos los señores ofrecían migajas a sus vasallos. Yo jamás los adquiero por temor a que me entreguen en la pastelería el roscón descongelado y sobrante de la pasada festividad de la Epifanía.

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