jueves, 28 de febrero de 2019

Méritos, eméritos y demás lindezas



Existen muchos libros de estilo para ayudar a manejar el castellano. Yo conozco varios: el de El País, el de ABC, el de Paloma González Sánchez… Ahora aparece “Las dudas más frecuentes del español” (Espasa) editado por el Instituto Cervantes que dirige Luis García Montero. En él hay cosas curiosas. Siempre se aprende. Por ejemplo, la elección del topónimo, que “vendrá determinada por la lengua que se esté utilizando”, verbigracia: me marcho a Orense, voy a Lérida, llueve en Gerona. Si algo me subleva es ver al “hombre del tiempo” en los telediarios decir Lleida, Ourense y Girona. Algo parecido me sucede cuando escucho a determinados políticos a la violeta decir “nosotros y nosotras”. El masculino incluye a los individuos de ambos sexos por una cuestión de economía y por evitar la redundancia. Para mayor estupidez, observo que últimamente suele verse escrito con demasiada frecuencia el símbolo de arroba (@) para referirse a ambos géneros. Si bien es un componente fundamental en las direcciones de correo electrónico, no debe utilizarse para identificar a colectivos humanos de ambos sexos. Es un esnobismo inadecuado. La arroba fue una popular medida de peso y volumen que tuvo su origen en la Andalucía previa al siglo XVI, cuando esta región española estaba influenciada por las culturas latina y musulmana. De hecho, la palabra viene del árabe "ar-roub" o "ar-ruba", que significa cuatro (o cuarta parte) porque cuatro arrobas formaban otra unidad mayor (el "quintal"). La arroba aparece con frecuencia en los viejos libros de Aritmética de Dalmau Carles o de Bruño a la hora de resolver problemas de regla de conjunta, donde para su resolución  había que distinguir  claramente entre la cantidad buscada, la cantidad propuesta y sus relaciones. Curiosamente muchas viejas máquinas de escribir todavía conservan el símbolo @ en su teclado para indicar el precio unitario de las cosas. Por ejemplo, para indicar que se vendían 5 bueyes a 60 dólares cada uno, los comerciantes norteamericanos escribían "5 bueyes @ 60,00$". Por otro lado, en los primeros teclados para ordenador que llegaron a España no existía la letra eñe (sólo aparecía presionando ALT+0241 ó 164 teniendo el BloqNum activado),  si bien es sabido que no formó parte del Diccionario de la RAE hasta 1803.  Por estos pagos todo lo que llega de los anglosajones parece que adquiriese fuerza de ley. Tenemos un gran complejo con el idioma inglés. Los colegios de Primaria y los institutos de Secundaria se tornaron bilingües y a día de hoy se premia a los doctorandos cuyas tesis que se escriben y se presentan en esa lengua. Digo más: como también recordaba Fernando Lázaro Carreter en “El dardo en la palabra”, "en España, en las Universidades, sólo existía la categoría única de profesores jubilados cuando la Ley de Reforma Universitaria introdujo la variedad de los eméritos, imitando la peculiaridad norteamericana.  Para alcanzar el rango, la ley dictó una serie de condiciones. Emérito y mérito, sin embargo, son palabras etimológicamente hermanas, pero con significado diferente. Emérito, en inglés y en español ahora, es profesor jubilado con prórroga de su servicio. Y en nuestra lengua, no equivale a profesor de mérito. Puede suceder, en consecuencia, que en el emérito concurran muy pocos méritos”. El adjetivo emérito, estúpidamente, se ha añadido a obispos liberados de sus funciones pastorales por la edad, incluso al anterior jefe del Estado tras su abdicación a la Corona, al que se ha dado en denominar como rey emérito por razones que escapan a mi entendimiento. En este caso, los servicios prestados durante su reinado no se tienen en consideración. Da igual. Es una forma de distinguir entre el rey en pleno ejercicio de sus funciones de jefe del Estado y el que ya no lo es. Súum cuique.

lunes, 25 de febrero de 2019

Caracol en el recuerdo



Ayer, 24 de febrero, se cumplieron cuarenta y seis años de la muerte de Manuel Ortega Juárez, conocido artísticamente como Manolo Caracol, en un accidente de coche cuando se dirigía a su tablao flamenco Los Canasteros en la madrileña calle de Barbieri. Era tataranieto de Antonio Monge Rivero, El Planeta (Cádiz, 1789-Málaga, 1856),  de oficio herrero y uno de los primeros cantaores de flamenco de los que se tiene constancia, cuya vida fue documentada por  Serafín Estébanez Calderón, autor de “Escenas andaluzas”,  publicadas en 1847. Por él se sabe que El Planeta se acompañaba él mismo a la guitarra.  De ese personaje, que se sepa, sólo existe un grabado realizado por Francisco Lameyer, contemporáneo suyo. Todo apunta a que Dolores Monge, una de las hijas de El Planeta, se casó en Málaga con José Juárez García, el 31 de octubre de 1852. El Planeta vivía entonces en la calle San Juan, nº 1, con su esposa y dos de sus hijos. Su hija Dolores tuvo una hija, Antonia Juárez Monge el día 6 de agosto de 1853.  En 1854 tuvo a Gregorio, quien se casó en Málaga con  Francisca Soto Ramírez, nacida en esta misma ciudad en 1855. Una hija de éstos, la también malagueña Dolores Juárez Soto, se casó primero con un tipo que resultó muerto por herida de arma blanca en Málaga, al mediar en una reyerta. La joven viuda puso un negocio de lavandería y planchado de ropa y en él conocería a Manuel Ortega Fernández, apodado Caracol el del Bulto, con el que en julio de 1909 tuvo a Manolo Caracol en la calle Lumbreras de Sevilla, próxima a la Alameda de Hércules.  Como bien señala Manuel Bohórquez hoy en El Correo de Andalucía,  Manolo Caracol fue considerado a criterio de los expertos como uno de los tipos más grandes que dio el flamenco del siglo XX. Su padre, Manuel Ortega Fernández, que llegó a ser mozo de espadas de su primo carnal José Gómez Ortega, de nombre artístico Joselito El Gallo, muerto por el quinto toro, “Bailaor”, pequeño y burriciego, en la plaza de toros de Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920, donde compartía cartel con Ignacio Sánchez Mejías y Matías Lara Merino,  conocido en los carteles como Larita. Según Bohórquez, aunque eso ya lo había oído contar por Sevilla, Gabriela Ortega Feria le puso ese apodo de gasterópodo a su sobrino el día que éste tiró al suelo una olla de caracoles y le espetó "¡Anda, caracol!” no sé si acompañado de una colleja.  Recuerda Bohórquez: “Casi no se habían repuesto los sevillanos de la pérdida de Pastora Pavón y Pepe Pinto, que murieron en 1969,  ni de la del Niño Ricardo, que lo hizo en 1972”.  Hubo otro personaje importante en la historia de Los Canasteros, el pianista Arturo Pavón, casado con la hija de Manolo Caracol, Luisa Ortega, fallecido en 2005 en Madrid.

Oficio de difuntos



A propósito de la foto del trío de la bencina de días pasados junto a la estatua de Colón, señala Manuel Vicent hoy en El País que “con su aire de fotomatón ratonero podría convertirse en un icono español del siglo XXI, pero congelada por el tiempo será siempre una jaula de la que ni Pablo Casado ni el propio Albert Rivera, pese a sus grandes dotes de fuguista, nunca podrán escapar. A un político dentro de una jaula solo le queda el papel de canario flauta”. La prensa de derechas no se hace mucho eco hoy de la visita de Pedro Sánchez, a las sepulturas de Manuel Azaña y de Antonio Machado, así como al que fuese campo de refugiados españoles en Argelés-sur-Mer, en un intento de pedir perdón a los ciudadanos, un perdón que “debería haberse hecho por el Estado mucho antes”. Prácticamente, todos aquellos ciudadanos que sufrieron lo indecible, primero en España y más tarde en Francia, por culpa de una guerra civil fratricida, no han podido ver ese baladro sólo comparable a “El grito”, de Edvard Munch, pidiendo “paz, piedad, perdón” expresado por Azaña el 18 de julio de 1938 en su brillante discurso en el Ayuntamiento de Barcelona. La visita de Pedro Sánchez , ayer domingo, a esos lugares de triste recuerdo, al igual que la visita de Juan Carlos I y de su consorte en 1978 a Dolores Rivas Cherif en Méjico, son detalles que siempre agradeceremos los demócratas. El pasado histórico no puede ahorcar los hábitos, pero nunca es tarde para solidarizarse con aquellos defensores de la libertad que se vieron envueltos por culpa de unos golpistas malnacidos en una frazada de amargura innecesaria.

sábado, 23 de febrero de 2019

Garbear



Cuando alguien dice “voy a darme un garbeo”, suele señalar que desea darse un paseo por ver si todo sigue en orden, despejar la mente con el oreo o, simplemente, deambular un rato por evitar el sedentarismo, que es nocivo para el aparato circulatorio. Pero el verbo  garbear  no pertenecen a la jerga delincuente, sino a otra particularísima, considerando que ese verbo no se ha empleado más que refiriéndose al modo de vivir de los soldados que se procuraban por medio del pillaje aquello de que carecían para mantenerse fisiológicamente, en la época en que las pagas eran menos corrientes que el hambre. Por tanto es un vocablo de germanías, según aparece en el Vocabulario de germanía, de Juan Hidalgo, publicado en distintas épocas desde 1609; y en la consideración que sobre ello hace Antonio de Sancha en 1779. No cabe duda, por tanto, que “darse un garbeo” pertenece a un lenguaje jergal. Lo malo viene hoy cuando un político decide darse un garbeo, que entonces sí pertenece a la jerga delincuente. Cuando un servidor de lo público decide darse un garbeo quiere apuntar que desea “ir por atún y ver al duque”, como sucedía con aquellos personajes, más bien juguetes rotos,  de la novela de Arturo Pérez Reverte, “Las aventuras del capitán Alatriste”,  donde se da cuenta de las miserias de un soldado veterano de los tercios de Flandes que malvive como espadachín a sueldo en el Madrid  del siglo XVII. En aquella novela, digo, sí estaría medianamente razonado procurarse del pillaje por sobrevivir. El hambre, y eso lo sabe bien en España todo el que sufrió  una cartilla de racionamiento que duró hasta 1953, todo lo devora. Pero el político que, disconforme con el abultado sueldo que recibe del Estado, busca afanosamente el modo de enriquecerse de forma corrupta produce sonrojo ajeno. Utilizar otros “garbeos”, en este caso delincuenciales, para intentar lograr oscuros deseos depredadores parece cosa natural en esta oligarquía de partidos  hábilmente rebozada de monarquía parlamentaria, como los calamares de los bocadillos de El Brillante. Y a veces hasta lo consigue el malhechor. Y en no pocas ocasiones, el mangante de cuello blanco se alza con el santo y con la peana,  fruto de su ruindad devastadora y sin que jamás se le juzgue e ingrese en prisión. ¿Qué se puede esperar del engranaje de Estado cuando la actual vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo Poyato, dijese, siendo ministra de Cultura durante la presidencia de Rodríguez Zapatero, que el dinero público no es de nadie? Una de dos: o se equivocó pasándose de frenada; o quiso apuntar que el dinero público es de aquellos que se dan un garbeo silbando “Orquídeas a la luz de la luna” sin luz ni taquígrafos.

viernes, 22 de febrero de 2019

¡Ya está bien de qué!



El columnista de ABC, Hermann Tertsch se acaba de lucir hoy con su artículo “¡Ya está bien!” en las páginas de opinión de ese diario conservador. A propósito de la inminente exhumación de Franco en la Sierra de Guadarrama para ser enterrado donde dispongan sus familiares o, en su defecto, donde decida el Gobierno, señala: “Abogados advertían en burofaxes a funerarias y obreros que de obedecer ciertas órdenes del actual jefe de Gobierno, incurrirían en un grave delito que podría llevarlos a la cárcel para años. Nadie ha confirmado la inminencia de la acción pero sí los preparativos para incumplir la ley, ignorar al Supremo, asaltar una basílica con su extraterritorialidad, atropellar a los monjes titulares del recinto sagrado, profanar la tumba, sacar al cadáver momificado y llevárselo en contra de la voluntad de la familia del muerto y nadie sabe  adónde”. ¿Quién le ha dicho a Tertsch que el Gobierno que preside Pedro Sánchez  pretende saltar por encima de las decisiones de tan alta Magistratura? Doy por sentado, y me juego doble contra sencillo, a que esos “abogados”,  a los que hace referencia Tertsch, son los patrocinadores  de la Asociación Francisco Franco o de la familia del dictador, a la que España le interesa una mierda. Unos y otros sólo pretenden que la momia del sátrapa siga en el Valle de los Caídos, cuyos enormes gastos de mantenimiento corren a cargo de Patrimonio Nacional, es decir, de todos los ciudadanos, sean trasladados a la cripta de Catedral de la Almudena, para que el centro de Madrid se convierta en foco de peregrinación constante de fascistas rencorosos y de nostálgicos de un pasado gris marengo e inquietante que no volverá por más que se empeñe un ramillete de ultraderechistas de la más baja estofa.  Pero Tertsch no deja ahí la cosa. Él, a lo suyo: “Se pretende tratar a Franco como si fuera un vulgar genocida cuando es el origen incontestable de la legalidad que nos ha dado 40 años de democracia. Y que se funda en un orden tras una guerra civil trágica cuya principal culpa es de todos, pero si de alguien más, de los perdedores”. Mejor no sigo. Ahora resulta que la culpa del golpe de Estado de 1936 es de los defensores de la legalidad de la II República, entonces vigente. Hoy, 22 de febrero (aquel día Miércoles de Ceniza), hace justo 80 años de la muerte en el exilio de Antonio Machado, que debía de ser un basilisco rojo hasta la grosería, con hachones por patillas y un rabo de siete colas con el que lanzaba trallazos a todo lo que se movía. ¡Lo que hay que leer!