sábado, 6 de abril de 2019

La antigua calle de Barrabás



Nunca supe durante mis estancias en Sevilla que la calle Lope de Rueda, en el Barrio de Santa Cruz, se había llamado hasta 1840 calle de Barrabás. Sevilla, una de las ciudades donde las procesiones de Semana Santa son todo un ritual además de un espectáculo para los foráneos, y que deja riqueza en establecimientos de hostelería y en las tiendas de recuerdos, tuvo, como digo, una calle dedicada al personaje desconocido por los historiadores aunque citado en el Nuevo Testamento al que salvó Pilatos de su castigo no sé si merecido. Según los evangelistas Marcos y Lucas, Barrabás estaba preso por haber participado en un motín en el que se había cometido un crimen. Pero fue indultado,  al ser costumbre judía indultar a un reo con motivo de la Pascua. Fue la otra opción ante la disyuntiva entre dos condenados: Jesús Nazareno o Barrabás, que en arameo es Bar Abbâ y significa “hijo del padre”. Pero hoy en ABC de Sevilla, José Manuel García Bautista explica la historia del crápula Fernando Ortiz de Melgarejo, cuando en el siglo XVII fue a vivir a ese barrio. Cuenta el periodista: “En 1630 contrajo matrimonio con Luisa Maldonado pero, a la vez, mantenía relaciones con Dorotea de Sandoval, noble y casada. Era tal el atrevimiento y desvergüenza de Fernando que en la festividad del Corpus engalanó el balcón de su casa en la calle Cuna y se hizo acompañar de Dorotea exhibiendo así su indecorosa relación.  Luisa Maldonado, celosa y ofendida mandó envenenar  a la amante de Fernando, Dorotea, y éste, en represalia, mandó matar a su mujer. Así, sabidas las jugarretas que había realizado el caballero, a la calle de los Melgarejos se la comenzó a llamar la calle de Barrabás. En 1632 entraba Fernando en la calle Escarpín cuando le salió al encuentro Bernardo Sandoval, hermano de la difunta amante, que le desafió en duelo. En mitad del mismo, el criado mulato de Bernardo apuñaló por la espalda a Fernando, que murió en el acto”. Sugiero que se podría haber hecho con esa historia un romance para ser cantado al modo de una típica “canción de ciego”. Todo una performance vanguardista interpretada por un tipo vestido de juglar, o de “Tío Pepe”, ayudado de un caballete, un panel y un puntero, por las terrazas de los bares de Puente y Pellón y adyacentes. Sería una manera distinta de animar una Semana Santa en la que sólo se escuchan los “soníos negros” de cornetas y tambores con las que rompe el céfiro de la atardecida la banda de las Cigarreras que ya resultan cansinos.

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