A
don Aquiles Hijazo de la Caballería le compró su mujer unos gayumbos para
que pudiera bañarse en el mar Mediterráneo durante los días en los que habían
alquilado un apartamento amueblado en Miami Playa. Los gayumbos de don Aquiles
eran tan escasos que con dificultad le
tapaban sus partes pudendas. Don Aquiles le había encargado a su mujer que le
comprase unos pantalones meyba color maleta, pero ella no se anduvo con melindres y se dejó convencer por el mancebo
que atendía a la distinguida clientela con un metro a modo de estola detrás de un
mostrador largo y reluciente de Confecciones Gómez.
--En el Mediterráneo, señora, se imponen
este año los gayumbos color ceniza con flores de lis estampadas al sesgo. Otra
cosa es que fuesen ustedes al Sardinero o a La Concha, no sé si me entiende.
--Si, allí son más hieráticos.
Don Aquiles Hijazo de la Caballería se
probó aquel taparrabos delante del espejo colonial. Se colocó, ya de paso, unas gafas ray-ban modelo aviador y un sombrero canotier con cinta negra que había
adquirido en Nápoles, también una imagen de san Genaro, un año antes durante el viaje de sus bodas de plata.
Aquella noche, cuando su mujer se había marchado a la cama, don Aquiles se
quedó viendo la película Muerte en Venecia, basada en la novela
corta que escribió Thomas Mann en
1912. Hacía calor en el cuarto de estar. Don Aquiles Hijazo de la Caballería se
mimetizó con Gustav von Aschenbach
hasta el punto de que hasta le dio un fuerte apretón y tuvo que ir al excusado
con urgencia. Era como su personal ataque de cólera morbo en forma de
pedorretas. Al terminar la película se fue a dormir y tuvo un sueño horrible, donde
se sentía morir como Dirk Bogarde, el
personaje cinematográfico de la novelilla, sentado sobre una silla en la arena
de la playa esperando la muerte. Cuando se despertó a la mañana siguiente,
tenía todo el cuerpo empapado en sudor y unos pigmentos de clairol se le escurrían por la frente. Mientras se tomaba el café
del desayuno escuchó el adagietto de
la Sinfonía número 5, de Gustav Mahler.
--Nos llevaremos la maceta con el alhelí
y el san Genaro. Ah, pruébate los zapatos, no me vengas luego diciendo que te
hacen daño.
--Sí, claro…
Don Aquiles Hijazo de la Caballería salió
a la calle en busca del ABC. Solía empezar a leerlo por las esquelas. El vendedor de ajos montaba su tenderete cerca
del garito del ciego en el estallido albo de la mañana. Y los gorriones
saltarines avizores sobre las ramas de las acacias, siempre alborotando.
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