Ya he recibido la estatuilla de san Gennaro llegada directamente desde Nápoles. Está pintada como en
dorado sucio, donde se aprecia el pectoral. Porta mitra y manteo de color
amaranto y la he colocado en una balda junto a los cuatro tomos de la Enciclopedia del Erotismo, de Camilo José
Cela, del Diccionario Ideológico de
la Lengua Española, de Julio Casares
y de Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá. Genaro se puede
escribir con “ge” y con “j” indistintamente y significa “consagrado al dios Jano”. Algo parecido sucede con Gerónimo (como el indio) y Jerónimo (alias del asceta croata Eusebio Hierónimo, padre de la Iglesia).
Reconozco que la Gramática española indica que se escriben con “ge” las
palabras que incluyen el grupo “gen” en cualquier posición de la palabra, menos
Jenaro, Jenofonte, jenable, (también
llamada jenabe tanto la planta como
su semilla) jengibre, ajenjo, ajeno,
avejentar, berenjena, enajenar, así como las formas verbales de los verbos
terminados en jar, jer, y jir. En resumidas cuentas, yo lo escribo con “ge” por dos razones:
porque así se escribe en italiano (con dos "enes") y porque me viene en gana. Y aclarado el concepto,
sólo me queda señalar que la sangre de san Gennaro contenida en una ampolla se
licúa tres veces al año. Si no se licúa, malo. Y por asociación de ideas, me
vienen al recuerdo unas seguidillas anónimas
de “Toda me has mojado” (Floresta de poesías eróticas del Siglo de
Oro, 137, estrofa 8), que dice: “No
me meta los dedos / para incitarme. / Tate, tate, moreno / que estoy con sangre”.
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