sábado, 13 de abril de 2019

San Gennaro ya está en casa



Ya he recibido la estatuilla de san Gennaro llegada directamente desde Nápoles. Está pintada como en dorado sucio, donde se aprecia el pectoral. Porta mitra y manteo de color amaranto y la he colocado en una balda junto a los cuatro tomos de la Enciclopedia del Erotismo, de Camilo José Cela, del Diccionario Ideológico de la Lengua Española, de Julio Casares y de Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá. Genaro se puede escribir con “ge” y con “j” indistintamente y significa “consagrado al dios Jano”. Algo parecido sucede con Gerónimo (como el indio) y Jerónimo (alias del asceta croata Eusebio Hierónimo, padre de la Iglesia). Reconozco que la Gramática española indica que se escriben con “ge” las palabras que incluyen el grupo “gen” en cualquier posición de la palabra, menos Jenaro, Jenofonte, jenable, (también llamada jenabe tanto la planta como su semilla) jengibre, ajenjo, ajeno, avejentar, berenjena, enajenar, así como las formas verbales de los verbos terminados en jar, jer, y jir. En resumidas cuentas, yo lo escribo con “ge” por dos razones: porque así se escribe en italiano (con dos "enes") y porque me viene en gana. Y aclarado el concepto, sólo me queda señalar que la sangre de san Gennaro contenida en una ampolla se licúa tres veces al año. Si no se licúa, malo. Y por asociación de ideas, me vienen al recuerdo unas seguidillas anónimas  de “Toda me has mojado” (Floresta de poesías eróticas del Siglo de Oro, 137, estrofa 8), que dice: “No me meta los dedos / para incitarme. / Tate, tate, moreno / que estoy con sangre”.

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