Dice Juan
José Millás que las cosas importantes tienen tapadera y pone como ejemplo
la olla exprés y el ataúd. Se deja la tapadera del retrete, la tapadera de las
alcantarillas, la boina, que es la tapadera del colodrillo, y la tapa del piano
que enclaustra a 88 teclas. Recuerdo cuando de niño comencé a escribir con
pluma y plumilla, de esas que había que untarla en el tintero cada veinte
palabras. El maestro siempre me decía que al terminar de escribir, debía
ponerle la tapa enroscada al tintero de pelikan
en evitación de que se evaporase la tinta. Yo nunca supe si la tinta
evaporada, la que subía a la nube, serviría para que en otro lugar se
escribieran cuentos, se confeccionasen facturas, o se hicieran relaciones
nominales de las personas que iban al cielo sin pasar por el purgatorio. Lo de
la máquina de escribir era cosa diferente. Era un artilugio muy complicado que
no escribía sola sino que había que picar en el rodillo mediante las teclas.
También resultaba complicado poner acentos a las mayúsculas e imposible ajustar
el texto escrito en los márgenes derechos. Sólo se ajuntaba en el lado
izquierdo, en el principio de línea. Pero, lo que son las cosas, ahora que
escribo en ordenador sigo dejando sin justificar los márgenes de la derecha. Me
gusta más así. Uno tiene sus manías, que deben ser respetadas. Como decía, hay
artilugios que tienen tapadera y empresas sin apenas actividad que se utilizan
de tapadera de otros negocios para evadir impuestos y blanquear capitales. Son
las sociedades interpuestas, sobre todo hosteleras e inmobiliarias, negocios
bastante opacos en los que se maneja mucho dinero en efectivo. Es tan simple
como ir depositando cantidades pequeñas en múltiples cuentas bancarias para
marear la perdiz. Recuerden, por ejemplo, cuando Díaz Ferrán blanqueaba 100.000 euros al mes en Marsans. Aquí hay
muchas tapaderas y también muchos taparrabos, que son las tapaderas de las
partes pudendas, pero sobre eso escribiré otro día.
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