Eugenio
d’Ors fue invitado a dar una conferencia en una ciudad de
medio pelo y el local donde debería impartirla estaba todavía con suelos y
paredes llenos de espumillones, matasuegras, confetis e inmundicias de una
verbena popular celebrada la noche anterior. El delegado cultural del municipio
se excusó ante el conferenciante por el lamentable estado del recinto. Pero D’Ors,
sin darle mucha importancia, le contestó: “No se preocupe, lo cursi abriga”. Leer
hoy el artículo de Antonio Burgos en
ABC de Sevilla, “¿Tantas bodas hay?”, me ha
servido para reflexionar. Coincido con Burgos en que la gente, en general,
viste mal, muy mal, todos los días del año. Se ha impuesto el sincorbatismo, lo
que me ha recordado aquel anuncio de una sombrerería de la madrileña calle de
la Montera de principios de los años cuarenta referido a cómo vestía la sociedad
de la época. Por lo que se desprende, sólo usaban sombrero las “personas decentes”.
Al terminar la Guerra Civil, la sombrerería Brave
abrió su negocio y colocó un eslogan que caló hondo: “Los rojos no usaban sombrero”. Ello hizo que aumentaran
considerablemente sus ventas. En un
Madrid hambriento, donde cualquier soplo vecinal equivalía a que un ciudadano
sufriera penas de cárcel e incluso juicio sumarísimo, la mejor manera de poder
pasar desapercibido por la calle era llevar sombrero y oír misa los domingos. De hecho, en Madrid llegó a
haber hasta cuarenta sombrererías. Hoy ya no queda ni una docena. Pero entonces,
los hoy ancianos lo saben, estaba vivo el recuerdo de cuando llevar sombrero o
corbata podía costar caro y enviarte pongamos por caso a la checa del Cinema Europa, en Bravo Murillo,
dirigida por Felipe Sandoval, alias doctor Muñiz, o a cualquier otra de las
345 checas existentes en Madrid (sin contar otras 120 que no estaban
inventariadas) por el simple hecho de
estar relacionadas ambas prendas con la burguesía a ojos de tipos sin escrúpulos, como Santiago Aliques Bermúdez, de profesión pintor, al que se le
atribuyen cientos de asesinatos de hombres y mujeres, y que participó en la
saca de la cárcel de Ventas y en los posteriores fusilamientos masivos en el
cementerio de Aravaca. Pues bien, intentaré no salirme del tiesto. No deja de
hacerme gracia lo que hoy cuenta Burgos al referirse a cómo visten los turistas
que llegan a Sevilla por estas fechas; o sea, “de trapillo, de
vaqueros, de chupa o sudadera, cuando no de chándal parcelero, que parece que
acaban de regar los geranios o de pegarle un manguerazo al coche”, en
contraposición a cómo visten los “sevillanos cabales” por Semana Santa, que
pareciese que fueran de boda: “Por eso sorprende a los forasteros que en
Sevilla y especialmente en estos días de Semana Santa la gente vaya por la
calle tan bien vestida: las señoras, perfectas; los señores, de traje y
corbata; los muchachos, de chaquetita azul y pantalones grises; y hasta los
niños de pantalón corto con sus calcetines oscuros altos hasta las rodillas y
sus zapatos azules”. Se debe referir Burgos a los niños del Colegio Portaceli. Si no, no se explica.
En fin, dejémoslo ahí. Ya se sabe que los pantalones grises casan bien con
todas las chaquetas. De nada sirve echar más pólvora en el tintero.
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