jueves, 16 de mayo de 2019

Rozando lo absurdo



Por el hecho de tener el piso del portero alquilado, al querer realizar un trámite me pedían un certificado sobre si estaba dado de alta o no en actividades económicas. Eso era un lunes. Con las mismas, me acerqué hasta una delegación de la Agencia Tributaria en la zaragozana calle de Perdiguera. Después de pasar un control de seguridad de dudosa utilidad pública seguía pitando un artilugio. Tuve que pasar por el arco tres veces, hasta que la vigilante descubrió que lo que chiflaba como el pito de un guindilla dirigiendo el tráfico eran mis tirantes. Me acerqué hasta el mostrador de recepción y la funcionaria me señaló que debería pedir cita previa para poder ser atendido. Me señaló un teléfono negro que estaba en la otra punta del centro de operaciones, donde tenía que llamar a un número de muchas cifras y esperar a que al otro lado del teléfono me diesen la cita para poder evacuar consulta. Del otro lado del aparato salía una voz femenina con acento sudamericano a la que tuve que pedirle que hablase más despacio, que no la entendía.  Me dio cita para el jueves a las 10’30 horas; es decir, para hoy. La funcionaria que me había atendido en el mostrador de recepción me indicó que una vez que tuviese cita concertada me acercase al mostrador que había enfrente de ella, algo apartado, y allí me atenderían. “Mire, allí, -me indicó estirando el brazo a la romana- donde hay una especie de ababol encima de un monitor de ordenador”. Y llegó el jueves, es decir, hoy. El mismo problema con el arco de seguridad. La culpa volvía a ser de mis tirantes. Al fin, cuando me permitieron pasar, me acerqué al mostrador donde estaba la flor roja. Aquella funcionaria me indicó que tenía que recoger un número en una especie de pantalla parecida a esa que tienen los McDonald’s para pedir cómo deseas el “big mac”, si con patatas en gajo o patatas en tiras, con sal o sin sal, con qué salsa, si “de luxe” o kétchup y mostaza, y acompañadas de qué refresco, con o sin azúcar, o sea. Yo no entendía qué había que hacer y así se lo indiqué a la funcionaria, que tampoco estaba haciendo nada aparente, y ésta me acompañó para saber cómo tomar número; y, después, me tocó tener que esperar mirando una pantalla hasta que me avisasen. Cinco minutos, diez minutos, quince minutos… Aquello e me antojó eterno. Al final apareció mi número en la pantalla.. Señalaba la “mesa 3”. Pero en aquella agencia no veía la “mesa 3”. Miré a mi alrededor y descubrí que la “mesa 3” era el mostrador de información donde había acudido despistado el primer día. Y la funcionaria que atendía el servicio, y que hasta aquel momento había estado de brazos cruzados mirando la sala de operaciones como el que ve llover, se dignó expenderme el certificado solicitado. Fue como un bucle absurdo lleno de trampas. Como un juego de la oca donde irremediablemente siempre caes al pozo. Me acordé de Mariano José de Larra y de su “Vuelva usted mañana”;  del lóbrego franquismo, donde siempre faltaba una póliza; y hasta de “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre”, de  Ramón J.Sender. Tremendo. En aquella agencia de la Agencia Tributaria, y no es una redundancia sino el disloque,  parece que se estuviera representando una obra del teatro del absurdo de Camus o de Sartre, donde la incoherencia, el disparate y lo ilógico son rasgos representativos de muchas de sus representaciones escénicas. Y el ciudadano de a pie, mientras, moviéndose como un figurante, como un pelele goyesco por ese absurdo tablero funcionarial y recaudatorio sin saber qué hacer, alucinando.

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