jueves, 12 de septiembre de 2019

El bar de Fresneda



Fresneda de la Sierra, en la provincia de Cuenca (no confundir con Fresneda de la Sierra Tirón, en la provincia de Burgos, que cuenta con dos bares: Bar Ramón y Casa Jorge), está viviendo en sus propias carnes eso de la “España vaciada” por el cierre del único bar donde poder reunirse los vecinos para tomar café, charlar, o echar la partida de cartas. Jesús González se jubila y, en consecuencia, ha pinchado con una chincheta un aviso dentro de su local: "Se ofrece bar en funcionamiento. Ochenta metros cuadrados, con almacén, cocina y salida de humos. Se traspasa por jubilación". Las condiciones no parecen malas. Para aquel que desee hacerse con el traspaso se le exigirá su empadronamiento en el pueblo y el pago de un  alquiler de 100 euros mensuales. A cambio, tendrá derecho a disfrutas de vivienda aneja al bar y a disponer de leña procedente de monte público. Recuerdo haber contado en muchas ocasiones que un bar de barrio en España es, además de un establecimiento donde se sirven bebidas, el cuarto de estar de muchos vecinos. No digamos nada si ese bar está en un municipio, como es el caso de Fresneda de la Sierra, de sólo 48 habitantes,  a 44 kilómetros de Cuenca,  29 de Tarancón, y a casi 1000 metros de altura. En tiempos de Franco la cosa era distinta. En todos los pueblos españoles se crearon los “tele-clubes” para que los vecinos pudieran ver en blanco y negro la televisión estatal; es decir, poder “informarse” con los telediarios leídos por un señor de aspecto circunspecto, escuchar las canciones de Rita Pavone o de Los Sabandeños, ver alguna corrida de toros o algún partido de futbol, la sabatina fiesta nocturna de “Gran Parada” con Torrebruno o con Los Vieneses,  películas de “Ironside”, “La mansión de los Plaf”…,  para y terminar la jornada al filo de la medianoche con la aparición de un cura en “El alma se serena” y la posterior  interpretación de la marcha real entre banderas al viento y fotos del dictador para arriba y para abajo. Y en el bar del pueblo, como digo, se podía tomar café o una copa de “Terry” mientras se hojeaba sin demasiada devoción el “7 fechas”, “El caso”, o un diario de la llamada “prensa del Movimiento”, cuyas páginas eran tan grandes que ocupaban toda la mesa de velador. Es normal, por tanto, que los vecinos de Fresneda de la Sierra se encuentren alarmados ante el aviso del cierre del bar. El único cartel que se ponía hasta entonces en los bares era el que decía: “Prohibido cantar, escupir en el suelo y hablar de política”; salvo en una ocasión, cuando un párroco, que acabó largándose con la mujer de un sobrestante de la Renfe, ordenó al monaguillo que pusiera un cartel en el café-bar del pueblo, que decía: “Todo vecino que esta tarde decida ir al Cine Ideal pecará mortalmente. La película  que se proyecta está clasificada por la censura como de 3R. No es recomendable que la vea un cristiano”. Aquella película era “Las noches de Cabiria”, de Federico Fellini, ganadora de un Oscar a la mejor película extranjera en 1957.  Ahora  esperemos que Jesús González no termine con sus huesos en el abrevadero por el hecho de pretender retirarse del oficio. Un pueblo puede quedarse sin boticario, sin casa-cuartel de la Guardia Civil, sin practicante, sin biblioteca pública, sin cartero y hasta sin sala de cine. Pero nunca debe faltar el cura que cante el “Libera Me” en el lecho de muerte ni el bar, por mucho que a los achaques de la edad no los perdone ni el “gerovital”.

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