A propósito de un artículo del director de Diario de Teruel, Chema López Juderías, del pasado día 2 de septiembre (“La vacía y la vaciada”), existe otro
artículo anterior al suyo de Juan Manuel Marqués Perales (El Día
de Córdoba , 05/04/19) que, bajo el título de “Vacía, no vaciada”, viene señalar que “en la agrupación humana
está la economía, por eso se congrega la gente en torno a las ciudades: por el
empleo, la riqueza, el beneficio”. Y, como no hay mal que por bien no venga,
Marqués hace alusión a la Ley d’Hont “por la que un escaño cuesta 20.000 votos en
Ávila o en Segovia, 60.000 en Cádiz y 100.000 en Madrid”, y recuerda el dicho
de Alfonso Guerra de que “en España
votan las hectáreas”. ¡Qué bien le venía a Pablo
Casado presentarse por Ávila cuando él era de Palencia! ¡Qué bien le venía
a los candidatos del PAR presentarse por Teruel! Aunque estos últimos, ni por
esas. De donde no hay, no se puede sacar. Es evidente que existe despoblación
pero a nadie se le pone una pistola en el pecho para que abandone su aldea. Ya
dijo Ortega que el hombre es él y sus circunstancias. En
consecuencia, la gente se marcha de los pueblos por muchas razones, y ello no
viene de ahora sino de los tiempos del Desarrollismo de López Rodó y aquellos “planes
de desarrollo” que sembraron las grandes urbes de polígonos industriales. La
crisis última, derivada de la liberalización del suelo promovida por el insensato Aznar y del ladrillo, que otro estólido, Rodríguez Zapatero, no supo frenar en seco, fueron como la puntilla
de descabello a un toro herido que se repuchaba en tablas a fuer de estocadas
desviadas. Aquí parece que ya nadie se acuerda de Alemania y de aquellos viajes
interminables en tercera clase con la maleta de madera, de la canción de “El emigrante” interpretada por Juanito Valderrama, que no ayudaba a
disipar la nostalgia, ni del día a día
intentando sobrevivir en unos barracones insufribles y opacos. “Vaciada” (del
participio vaciar) en vez de “vacía”, que parece lo correcto, fue el lema de
las pancartas del pasado 31 de marzo en Madrid. “Vaciada” equivale a haber sido
desalojada una aldea para construir un pantano, o por otras razones. No es el
caso. “Vacía”, en cambio, ayuda más a comprender tal éxodo social. Es, a mi
entender, un término más preciso. Pero sobre el tema hay muchas publicaciones (Sergio del Molino, Vicente Bielza, Alejandro
Córdoba, Ignacio Prieto, Elías Rubio…) que se me antojan todas ellas como
canciones de cuna para dormir un a negrito, con permiso de Xavier
Montsalvage. De nada sirve convertir
a los muertos vivientes en héroes nacionales por mucho que sea costumbre en este
país. Por suerte, formamos parte de Europa, podemos desplazarnos en avión y con
maletas de ruedas, y hemos pasado de las “carreras
de pollos” en las fiestas patronales de aldeas perdidas en los mapas, no
por mor de la afición sino por poder llevar algo a la boca en caso de llegar a
la meta el primero, al extenso territorio
Schengen, una vía libre de barreras que
permite el desplazamiento del mundo al otro confín en busca de nuevos y mejores
horizontes. Ya lo dice Goethe (“Fausto”, cap. II): “Sólo el que lucha/ firme en su confianza/ vida inmortal/ y libertad
alcanza”.
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