Google nos recuerda en su
griboullage (los cursis dicen doodle)
al abrir la pantalla del ordenador que hoy se cumple el sesquicentenario del
nacimiento de
Henri Marie Raymond de
Toulouse-Lautrec-Montfa; que, como escribe hoy
Natividad Pulido en las páginas de
ABC, fue “un pintor de bebedores de absenta y de busconas de
Montmartre”. Al margen de sus estampas del París nocturno, de sus litografías y
de sus carteles publicitarios del
Moulin Rouge, Mirliton, Moulin de la Galette y Le
Chat Noir, a Toulouse-Lautrec se obsesionó todo aquello relacionado
con el espíritu japones (como muestra, nada mejor que el retrato de la payaso
Cha-U-Kao), algo sólo comparable con la
obsesión que el catalán
Francisco
Masriera sintió hacia el mundo árabe y las odaliscas. Tanto uno como otro
supieron captarlo y reflejarlo en sus respectivos trabajos. Toulouse-Lautrec se
obsesionó con la bailarina de can-can
Yvette Guilbert hasta el punto de
retratarla una y otra vez
–como recuerda
Pulido- “envejecida y deformada, hasta el punto que Yvette llegó a escribir al
pintor: ‘¡Por amor de Dios, no me haga tan atrozmente fea!”. No tuvo éxito en
el amor y posiblemente atormentado por su físico se refugió en los prostíbulos
y en el consumo de absenta. Completamente alcoholizado, ingresó en varios
sanatorios y murió en Malromé (Región de Aquitania) prematuramente, con sólo 36
años, en 1901. Su madre,
Adèle Tapié de
Celeyran, le dedicó un museo en la ciudad francesa de Albi, en el
departamento de Tarn, región de Mediodía-Pirineos.
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