
--¡Ya casi sabes, Manolo!
Tú mira hacia delante, pon el cuello derecho y la cabeza mirando a la rueda
delantera, como hago yo en la máquina de coser…
Los niños dejaban de jugar a la pelota y miraban llenos de
asombro cómo, pese al interés que mostraba el guardia, no terminaba de pillarle
el chiste a aquel artilugio que a todas luces le hacía sentirse ridículo. Los
agricultores pasaban con sus carros y mulas por la carretera empedrada que
quedaba próxima a la plazoleta sin atreverse a soltar sonoras carcajadas por
miedo a posibles represalias. En aquella ocasión, como el que estaba
aprendiendo a montar era el cabo, en vez del fusil había colocado el subfusil naranjero, modelo Coruña MP 28, que era más corto y pesaba
menos por llevar camisa agujereada. Pero decía al otro guardia, al que le
sujetaba por el sillín, que le molestaba el cargador ladeado en la izquierda
porque le rozaba en la rodilla. Pero el cabo tenía miedo a caerse de la bici.
Sabía que Durruti había muerto por
culpa de un naranjero de la forma más tonta. Su naranjero, el de Durruti,
llevaba un seguro de transporte en la parte inferior, ya que en esa metralleta
el cierre discurre libremente por el tubo del conjunto del cierre y que sólo
lo mantiene en posición atrasada el pestillo que se suelta tras accionar el
disparador. Como consecuencia de ello, un golpe no muy fuerte hizo retroceder
la gran masa del cierre, que no llegó al final y quedó trabado por el pestillo,
siguió su camino hacia delante, arrastró un cartucho a la recámara y por su
disposición lo disparó. Era la una de la tarde del 19 de noviembre de 1936 en
la calle Isaac Peral, durante la feroz ofensiva en la madrileña Ciudad
Universitaria. Herido en el pecho, Durruti fue llevado al Hotel Ritz, muriendo a las cuatro de la madrugada del día 20. La
autopsia demostró que había muerto como consecuencia de una bala del calibre 9
largo, las mismas que utilizaban los naranjeros como el que él llevaba, que se
le cayó dando con la culata de madera en el suelo, se disparó el arma y una
bala le entró por el tórax. Poco menos
de tres horas más tarde de su fallecimiento era fusilado el fundador de Falange Española en la prisión de Alicante. Ignoro si
aquel cabo de la Guardia Civil
consiguió aprender a montar en bicicleta. Le perdí la pista. Pero en cualquier
cabeza cabe que no es lo mismo mantener el equilibrio sobre dos ruedas con aseo
y aire marcial que darle al pedalier de una máquina Singer para remendar un calzoncillo, por mucho que en la fachada de
la casa-cuartel pudiera leerse: “Todo por
la Patria”.
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