viernes, 20 de junio de 2025

Tener huevos



A mí me da que Alfonso Ussía está cabreado como un mono porque el actual jefe del Estado no le ha concedido un  título nobiliario. Yo creo que se hubiese conformado con una baronía, que los tiempos no andan para muchas exigencias. Pero su rabieta ha tirado por otros derroteros, o sea, tomándola contra Revilla. Y aunque Ussía declara no leer nunca las entrevistas que le hace la presa de papel al que fuese presidente de Cantabria, ha hecho una excepción leyendo una contraportada de El Mundo firmada por Javier Cid. Y ese contador de chorradas que mea en arco a las macetas se ha quedado con una frase de Revilla (“yo nací en un lugar donde los niños estábamos esperando a que una vaca se despeñase para coger una tripa de carne, y esa austeridad es la que he mamado”)  para tomar el rábano por las hojas y recordar a los lectores de El Debate que  [Revilla] "fue jefe de Falange, tuvo que vender la barca con la que pescaba con camisa azul, etcétera”. Y Ussía, que de la mayoría de las cosas que pasan sabe poco, o nada, se cambia de vía para recordar al lector que el PP fue el que ganó las últimas elecciones ¿Y qué? Debería ser conocedor de que en nuestro régimen parlamentario no gobierna aquel que tiene más votos en las urnas, salvo que tenga mayoría absoluta, sino el que consigue más acuerdos con otras formaciones a la hora de componer un gobierno. Como al PP no le salían las cuentas con la ayuda de Vox, se quedó en la Oposición, y colorín, colorado. Añade Ussía que “Sánchez necesitó a terroristas y golpistas para instalarse en la Moncloa”. Eso no es cierto. Todas las formaciones y partidos políticos que tienen escaños en el Congreso y en el Senado son legales. Para golpista, el tío de Ussía, Jaime Milans de Bosch sacando los tanques a la calle en Valencia. Como siempre, Ussía aprovecha para señalar  que “Revilluca vuelve a la carga con calumnias e injurias contra el rey Juan Carlos, pero no dice una mentira nueva”. A ambos, a Revilla y a mí nos une algo que ‘imprime carácter’: su padre y mi abuelo materno estuvieron cautivos en el barco-prisión “Alfonso Pérez”. ¿Dónde estaban en aquellos días su  abuelo y su padre? A mi entender, Revilla, cuando hace referencia al anterior monarca, jamás le injuria ni calumnia. Dice sin cortarse lo que casi todos los españoles piensan, entre los que yo me incluyo. La demandas de Juan Carlos contra Revilla son puro teatro bufo, del malo. Ussía, en fin, debería jubilarse y dedicarse a leer a Ramón Bustamante Quijano, a pescar panchitos y momas o a cuidar gallinas. Así, al menos, tendría huevos.

 

jueves, 19 de junio de 2025

Quilombo





El resultado de este quilombo es que Sánchez está más solo que nunca. Los socialistas de base no saben por dónde les sopla el aire, los ministros andan desconcertados, y los socios de Gobierno aprietan las tuercas para pedir la luna o terminar con la Legislatura pasándose al enemigo. La soledad, la maldita soledad, la que anida en el alma de los perros abandonados en la carretera, es la misma soledad que ahora siente el protagonista de este sainete trágico-cómico que se alzó con la peana y con el santo el día que levantó a Rajoy de la Moncloa, no por un alzamiento, que eso es para la gente sin recursos, sino por una moción de censura. Fue cuando Sánchez le dijo a Rajoy: “Arza pa´rriba, polichinela”  mientras le estrechaba la mano. Rajoy abandonó su escaño en el Congreso (que fue ocupado por el bolso de Soraya) y se marchó a un bar para ahogar sus penas, parecidas a las de Boabdil el Chico al abandonar Granada. Hay que echar para atrás la moviola para recordar cuando, hace ya un  porrón de años, los españoles nos enterábamos de que Arias Navarro había dejado en la más absoluta soledad al Borbón, presentándole su dimisión en los momentos más difíciles, con Franco agonizando en La Paz y la “Marcha Verde” casi en la frontera del Sahara. También, cuando Nicolás de Cotoner, marqués de Mondéjar, tuvo que ir a buscar a Carnicerito de Málaga por todo Madrid por orden de Juan Carlos para que recapacitase. Hasta que, al fin, ya cansado de buscar hasta en las alcantarillas, pudo dar con sus huesos en el lugar más insólito, en la peluquería de caballeros del Hotel Palace. El culebrón de este verano no ha hecho más que empezar. Ya se sabe quiénes son los malos en la trama argumental, pero falta tirar del hilo para que afloren más personajillos secundarios, más actores de reparto de chicha y nabo que se lo han estado llevando crudo con mordidas de perro enrabiado y risas de hiena. El culebrón, por ahora, tiene buena pinta.

 

martes, 17 de junio de 2025

El "Sirocco" que yo conocí

 

 

Mi etapa sevillana duró poco. Don Ruperto Farina era un buen hombre. Me trataba con afecto y paternalismo. Me contó que su empresa ‘Sirocco’ ya tenía más de cincuenta años de vida. Desde su inicio, en abril de 1925, había cambiado tantas veces de nombre como de dueños, es decir, tres. Siempre en el mismo lugar, en la calle Trajano. Primero fue de un tal Gerardo Peñascal y entonces se llamaba ‘Concertino’. A Gerardo Peñascal le sacaron una noche, en septiembre de 1936, de su casa en pijama por orden directa de Queipo de Llano y le dieron el “paseo” cerca de Tocina, camino de Córdoba. ‘Concertino’ fue precintado hasta bien entrado 1942. Durante un par de meses el local sirvió como almacén de neumáticos de vehículos incautados por los fascistas. Luego se hizo cargo la Empresa Gómez, que entonces tenía varios cines en Sevilla. Se llamó ‘El pato azul’. Don Ruperto Farina, a quien todos llamaban Rupertón por su gran corpulencia, además de ser cliente distinguido en ‘Los Corales’ de la calle Sierpes, se cuidaba de tareas similares a las que después tendría yo por delegación suya. Durante la post-guerra hizo bastantes cuartos con el estraperlo de aceite, que le vinieron de perlas para comprar ‘El pato azul’ el día que un tal Juan Gutiérrez Valera, de Brenes, se lo traspasó en cincuenta mil duros contantes y sonantes. Decía que no era rentable tenerlo abierto. Pero aquel negocio era magnífico. Lo que sucedió fue que a la ‘Empresa Gómez’, donde Gutiérrez era apoderado, le llegó un rosario de multas gubernativas por cuestiones de censura y se quedó sin liquidez. ‘Concertino’ y ‘El pato azul’ fueron retratados en un libro por Álvaro Retana, que tan bien dominó el muy difícil arte de componer cuplés. A los cretinos de la censura no les hizo ni pizca de gracia que Aurorita Imperio apareciese cantando en el escenario, cubriéndose tan solo con una braguita de abalorios y una larga melena con la que tapaba y destapaba unos pechos pequeños y apretados que, dicho sea de paso, arrebataban como cuentan que arrebata el perfume del espliego, al tiempo que una respetable clientela, fumaba, bebía cerveza de barril o moriles y le lanzaba groserías y piropos de libro. Aurorita Imperio se casó con un terrateniente de Lebrija, rebobinado y cursi, que siempre iba a hacer trámites a las casas de banca de la calle Feria y a La Encarnación, montado en el sidecar de una “Lambretta” que conducía un chofer uniformado de añil y gorra de visera. A Aurorita Imperio, que en realidad se llamaba Adelia Palomeque García, la conquistó el terrateniente y bodeguero Lucio Picapeo Baldoquín, en uno de los descansos de las artistas y tras el escalofrío que le produjo a ella un beso de deseo en la base del cuello. También la retiró de los escenarios y se la llevó a su cortijo para que viviera como una maharaní en un alcázar de ensueño.

 

lunes, 16 de junio de 2025

Terencio, en casa de alquiler

 

 

Las habitaciones de su casa las alquilaba por horas a parejas. Cuando tenía alguna habitación ocupada, Terencio seguía a Faustiña con maliciosa sonrisa hasta una alcoba que ella denominaba como cuarto de costura. No hacían ruido. Allí, Terencio esperaba paciente a que Faustiña corriera con el pie una escupidera y moviera un cuadro, que era una lámina enmarcada sacada de un calendario de “Unión Española de Explosivos” y que dejaba al aire un cristal de espejo. Su compañero Teopompo, esperando su turno, mientras la pareja le daba gusto al cuerpo. Había de todo, casadas insatisfechas, viajantes de comercio al detall, separadas y lesbianas, dicho sea sin ánimo de ofender. Alguna de aquellas mujeres trabajaba por oficio y con gran profesionalidad al vaivén del fox-trot que marcaba quien pagaba con machacantes al contado y de una sola vez. Sabido era de forma tácita que una buena jaca sureña tenía obligación de saber cómo menearse para encoñar al portugués, o al de Cuenca, o a un abate tonsurado, que de todo había, que la vida andaba achuchada, el dinero republicano casi no tenía valor y el cliente era el que exponía sus deseos con los calzoncillos arriados a media asta y los adoquines del Banco de España ondeando al pairo. Terminada cada sesión de triqui-traque, unos antes y otros después, que las prisas sólo conducen al gatillazo, Faustiña cobraba el servicio y le prestaba al cliente el cuarto de baño por cinco minutos, que un exceso de higiene tampoco era bueno para la piel, según entendía Faustiña, y entendía bien. Otros días, cuando no había clientela a la vista, le servía a Terencio una copita de “Machaquito” y le hablaba largo rato de política, de la guerra civil y de los bombardeos vividos por ella en Madrid, en la calle Monteleón. También le contaba lo indigestas que eran aquellas lentejas, o “píldoras del doctor Negrín”, y el cocidito inglés, un cocido madrileño al que le faltaban todos los ingredientes menos los garbanzos mejicanos, más duros que las piedras del Guadalquivir. Cuando la tarde se sosegaba, Terencio bajaba las escaleras oscuras, salía a la calle y marchaba silente encendiendo un cigarrillo de “bisonte” hasta la boca del metro de la ‘Glorieta de Bilbao’, que le conducía hasta ‘Puente de Vallecas’ donde él malvivía a pupilaje.