jueves, 19 de junio de 2025

Quilombo





El resultado de este quilombo es que Sánchez está más solo que nunca. Los socialistas de base no saben por dónde les sopla el aire, los ministros andan desconcertados, y los socios de Gobierno aprietan las tuercas para pedir la luna o terminar con la Legislatura pasándose al enemigo. La soledad, la maldita soledad, la que anida en el alma de los perros abandonados en la carretera, es la misma soledad que ahora siente el protagonista de este sainete trágico-cómico que se alzó con la peana y con el santo el día que levantó a Rajoy de la Moncloa, no por un alzamiento, que eso es para la gente sin recursos, sino por una moción de censura. Fue cuando Sánchez le dijo a Rajoy: “Arza pa´rriba, polichinela”  mientras le estrechaba la mano. Rajoy abandonó su escaño en el Congreso (que fue ocupado por el bolso de Soraya) y se marchó a un bar para ahogar sus penas, parecidas a las de Boabdil el Chico al abandonar Granada. Hay que echar para atrás la moviola para recordar cuando, hace ya un  porrón de años, los españoles nos enterábamos de que Arias Navarro había dejado en la más absoluta soledad al Borbón, presentándole su dimisión en los momentos más difíciles, con Franco agonizando en La Paz y la “Marcha Verde” casi en la frontera del Sahara. También, cuando Nicolás de Cotoner, marqués de Mondéjar, tuvo que ir a buscar a Carnicerito de Málaga por todo Madrid por orden de Juan Carlos para que recapacitase. Hasta que, al fin, ya cansado de buscar hasta en las alcantarillas, pudo dar con sus huesos en el lugar más insólito, en la peluquería de caballeros del Hotel Palace. El culebrón de este verano no ha hecho más que empezar. Ya se sabe quiénes son los malos en la trama argumental, pero falta tirar del hilo para que afloren más personajillos secundarios, más actores de reparto de chicha y nabo que se lo han estado llevando crudo con mordidas de perro enrabiado y risas de hiena. El culebrón, por ahora, tiene buena pinta.

 

martes, 17 de junio de 2025

El "Sirocco" que yo conocí

 

 

Mi etapa sevillana duró poco. Don Ruperto Farina era un buen hombre. Me trataba con afecto y paternalismo. Me contó que su empresa ‘Sirocco’ ya tenía más de cincuenta años de vida. Desde su inicio, en abril de 1925, había cambiado tantas veces de nombre como de dueños, es decir, tres. Siempre en el mismo lugar, en la calle Trajano. Primero fue de un tal Gerardo Peñascal y entonces se llamaba ‘Concertino’. A Gerardo Peñascal le sacaron una noche, en septiembre de 1936, de su casa en pijama por orden directa de Queipo de Llano y le dieron el “paseo” cerca de Tocina, camino de Córdoba. ‘Concertino’ fue precintado hasta bien entrado 1942. Durante un par de meses el local sirvió como almacén de neumáticos de vehículos incautados por los fascistas. Luego se hizo cargo la Empresa Gómez, que entonces tenía varios cines en Sevilla. Se llamó ‘El pato azul’. Don Ruperto Farina, a quien todos llamaban Rupertón por su gran corpulencia, además de ser cliente distinguido en ‘Los Corales’ de la calle Sierpes, se cuidaba de tareas similares a las que después tendría yo por delegación suya. Durante la post-guerra hizo bastantes cuartos con el estraperlo de aceite, que le vinieron de perlas para comprar ‘El pato azul’ el día que un tal Juan Gutiérrez Valera, de Brenes, se lo traspasó en cincuenta mil duros contantes y sonantes. Decía que no era rentable tenerlo abierto. Pero aquel negocio era magnífico. Lo que sucedió fue que a la ‘Empresa Gómez’, donde Gutiérrez era apoderado, le llegó un rosario de multas gubernativas por cuestiones de censura y se quedó sin liquidez. ‘Concertino’ y ‘El pato azul’ fueron retratados en un libro por Álvaro Retana, que tan bien dominó el muy difícil arte de componer cuplés. A los cretinos de la censura no les hizo ni pizca de gracia que Aurorita Imperio apareciese cantando en el escenario, cubriéndose tan solo con una braguita de abalorios y una larga melena con la que tapaba y destapaba unos pechos pequeños y apretados que, dicho sea de paso, arrebataban como cuentan que arrebata el perfume del espliego, al tiempo que una respetable clientela, fumaba, bebía cerveza de barril o moriles y le lanzaba groserías y piropos de libro. Aurorita Imperio se casó con un terrateniente de Lebrija, rebobinado y cursi, que siempre iba a hacer trámites a las casas de banca de la calle Feria y a La Encarnación, montado en el sidecar de una “Lambretta” que conducía un chofer uniformado de añil y gorra de visera. A Aurorita Imperio, que en realidad se llamaba Adelia Palomeque García, la conquistó el terrateniente y bodeguero Lucio Picapeo Baldoquín, en uno de los descansos de las artistas y tras el escalofrío que le produjo a ella un beso de deseo en la base del cuello. También la retiró de los escenarios y se la llevó a su cortijo para que viviera como una maharaní en un alcázar de ensueño.

 

lunes, 16 de junio de 2025

Terencio, en casa de alquiler

 

 

Las habitaciones de su casa las alquilaba por horas a parejas. Cuando tenía alguna habitación ocupada, Terencio seguía a Faustiña con maliciosa sonrisa hasta una alcoba que ella denominaba como cuarto de costura. No hacían ruido. Allí, Terencio esperaba paciente a que Faustiña corriera con el pie una escupidera y moviera un cuadro, que era una lámina enmarcada sacada de un calendario de “Unión Española de Explosivos” y que dejaba al aire un cristal de espejo. Su compañero Teopompo, esperando su turno, mientras la pareja le daba gusto al cuerpo. Había de todo, casadas insatisfechas, viajantes de comercio al detall, separadas y lesbianas, dicho sea sin ánimo de ofender. Alguna de aquellas mujeres trabajaba por oficio y con gran profesionalidad al vaivén del fox-trot que marcaba quien pagaba con machacantes al contado y de una sola vez. Sabido era de forma tácita que una buena jaca sureña tenía obligación de saber cómo menearse para encoñar al portugués, o al de Cuenca, o a un abate tonsurado, que de todo había, que la vida andaba achuchada, el dinero republicano casi no tenía valor y el cliente era el que exponía sus deseos con los calzoncillos arriados a media asta y los adoquines del Banco de España ondeando al pairo. Terminada cada sesión de triqui-traque, unos antes y otros después, que las prisas sólo conducen al gatillazo, Faustiña cobraba el servicio y le prestaba al cliente el cuarto de baño por cinco minutos, que un exceso de higiene tampoco era bueno para la piel, según entendía Faustiña, y entendía bien. Otros días, cuando no había clientela a la vista, le servía a Terencio una copita de “Machaquito” y le hablaba largo rato de política, de la guerra civil y de los bombardeos vividos por ella en Madrid, en la calle Monteleón. También le contaba lo indigestas que eran aquellas lentejas, o “píldoras del doctor Negrín”, y el cocidito inglés, un cocido madrileño al que le faltaban todos los ingredientes menos los garbanzos mejicanos, más duros que las piedras del Guadalquivir. Cuando la tarde se sosegaba, Terencio bajaba las escaleras oscuras, salía a la calle y marchaba silente encendiendo un cigarrillo de “bisonte” hasta la boca del metro de la ‘Glorieta de Bilbao’, que le conducía hasta ‘Puente de Vallecas’ donde él malvivía a pupilaje.

 

 

Aquí no dimite ni dios

 

 

 

Dicen que la cara es el espejo del alma. García Trapiello, al que no se le escapa una; y que, curiosamente, siempre mea en el tiesto, señala hoy en su artículo “Dice san Andrés” en Diario de León, que ‘el que tiene cara de algo lo es’. No cabe duda de que la política española está llena de frescos, sansirolés, chulos de bolera y sinvergüenzas, cuyo objetivo final no ha sido la de servir al ciudadano que un día les votaron, en la confianza de que pudieran sentarse en escaños del Congreso para tratar de conseguir algo de utilidad pública. ¡Qué menos! Para eso cobran. Pues bien, escribe García Trapiello: “La cara de Santos Cerdán, por ejemplo, mucha cara, cara de hogaza o pandero, cara de Abad de la Cucaña con casulla porcinera visitando la pocilga para calcular la matancera, cara de in fraganti, cara de hormigón y de hacerse el bobo sin salir de idiota al dejar tanto rastro de la mierda que mercó, patí, pamí y pal ayayay... O la cara de Ábalos, tan del estilo, cara botijo con papada de tripalari en caldereta, cara zoqueta de zampón listillo y muy avieso, cara de queso de bola, cara de monitor tocaculos y tocapelotas, cara espejo de todo lo que tuvo al lado o debajito... O la cara del Koldo, diosmío qué cara, cara siniestra de cabo matón de puertas, cara emboscada bajo antifaz de gafota tintada, cara de obús, cara lanzada a morder con la boca cerrada, cara de machaca, cara furriela de guardián de puticlubs, cara de abracadabra...”. El PSOE que presumía de ‘100 años de honradez’ y que siempre callaba lo de ‘y 40 de vacaciones’ ya no sirve de ‘faro de mareantes’ por haberse transformado en  ‘faro de maleantes’. Y Sánchez, en aparente inopia, se refugia  entre pinos negros, pedrizas y noquedales en el Coto Nacional de Quintos de Mora, en Los Yébenes (adquirido en 1942 por Patrimonio del Estado), para reflexionar sobre no sabemos qué.  Allí fue donde en 2016 una ministra, la vallisoletana Isabel García Tejerina, convocó a altos cargos de su Ministerio (Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente) para realizar un ‘retiro espiritual e intelectual’. Sus paredes, desde entonces, siguen impregnadas de un misticismo monástico donde todavía puede escucharse en gregoriano, arrimando la oreja a los tabiques, el Salmo 50: “Retira tu faz de mis pecados, borra todas mis culpas…”. Pero aquí no dimite ni dios. Por cierto, aquella ministra del PP, que cuestionó la enseñanza en el Sur, fue la que afirmó aquello de que “en Andalucía, lo que sabe un niño de diez años es lo que sabe uno de ocho en Castilla y León". Sólo un imbécil es capaz de hacer tal afirmación. Que tengan un buen fin de semana.