Parece normal que cada ciudad o pueblo presuma de lo que tiene, que esté presente en su afán, con el permiso de Agustín de Foxá: Reinosa con sus pantortillas, Toro con su vino, Astorga con sus mantecadas, Calatayud con sus adoquines, Calanda con sus melocotones, Burgos con su morcilla, etcétera. Y parece sensato que en cada feria de muestras, cada ciudad o pueblo exponga en sus puestos de representación aquello que los hacen diferentes del resto, es decir, sus trajes típicos, sus canciones, sus paisajes o su riqueza pecuaria. En cierta ocasión le pregunté a un toresano, Próculo, creo que me dijo llamarse Próculo, sobre en qué se diferenciaba la uva ‘tempranillo’ de la uva ‘tinta de Toro’. Aquel buen hombre, ante la inseguridad que le produjo mi pregunta, se limitó a rascarse el colodrillo y a contestarme que los racimos de la uva autóctona, de la que tanto presumían, si los mirabas con atención podías comprobar que las ‘tintas’ tenían el rabillo más corto, sus hollejos eran más duros y su caída de la cepa era en forma de “T”. Y aquel toresano puso el punto y final a su particular exposición señalando que esos vinos del Duero fueron los que se embarcaron en el primer viaje de Colón a ni se sabía dónde para el consumo de la tripulación de las tres carabelas. Ahí ya me dejó boquiabierto. No lo sabía. Lo de los ‘adoquines’ de Calatayud, según me contó un camarero de “El Pavón”, tenía sus orígenes en 1928, cuando fueron ideados por el confitero Manuel Caro. El tamaño de aquellos enormes caramelos (con letras de jotas en su papel envolvente) y su gran dureza a la hora de hincarles el diente eran solo comparables a los adoquines del empedrado de las calles cercanas a la basílica del Pilar. Hubiese ampliado conocimientos sobre los adoquines bilbilitanos de habérselo consultado al actual alcalde, José Manuel Aranda, al que no tengo el gusto de conocer personalmente, pero caí en la cuenta de que por el hecho de ser urólogo de profesión sería experto, si acaso, solo en piedras del riñón. Las mantecadas de Astorga, por otro lado, se comenzaron a fabricar por las monjas del convento Sancti Spiritu a partir de 1805. Pero su fama trascendió con la llegada del ferrocarril en el siglo XIX, cuando sus ventas se popularizaron al ser ofrecidas a los viajeros a pie de andén. Las pantortillas de Reinosa, y aquí termino, de forma plana y de hojaldre con azúcar, se elaboran desde el primer tercio del siglo XX, cuando las fabricaba y comercializaba "Galletas Hierro - La Concha", empresa propiedad del entonces industrial Ángel Hierro Fernández. Su origen fue accidental, cuando en el obrador se cayó un gran trozo de mantequilla sobre una masa en la que ya estaba trabajando el pastelero y éste, en vez de desecharla, empezó a trabajar con dicha mezcla hasta conseguir su espectacular resultado. Comienza junio, la Iglesia católica celebra la festividad de la Ascensión y yo, como secretario perpetuo de la Academia de No Sabemos Qué, donde soy el único académico, debo levantar acta en mi mesa de mármol del 'Gran Café Suspiros' antes de que el sufrido lector se ponga reflexivo sobre mis originales conceptos. Levanto la sesión y me voy a ‘Casa Paricio’ a tomar un vermú de Reus con sifón y unas sabrosas gildas. Queden ustedes con Dios.
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