lunes, 26 de mayo de 2025

Pescando gambas coloradas

 

 

Decía Fules Renard, el escritor francés y agudo observador, que “hay momentos en que todo va bien. Pero no debemos asustarnos, no durarán”. Ello viene a cuento con la exigua prórroga de aranceles (50%) a Europa que ha dado  Donald Trump a la presidenta de la Comisión Europea,  Úrsula von der Leyen, hasta el 9 de julio sobre las importaciones europeas después de una conversación telefónica. Trump, sin errar en el análisis, es un fanfarrón con ínfulas de sheriff de condado, en su caso, del mundo. Nadie entiende, por ejemplo, cómo se puede contribuir a bajar los indicadores de la inflación norteamericana, al mismo tiempo que saca del país la fuerza de trabajo que representan los migrantes. Trump pretende que Groenlandia, la isla más grande del mundo, que pertenece a Dinamarca desde 1814 tras la disolución de Noruega con Dinamarca (Tratado de Kiel) sea un nuevo Estado de la Unión, el Estado 51, a precio de ganga, como sucedió con Alaska. Cierto es que en 1941, Estados Unidos ocupó Groenlandia para defenderla de una posible invasión nazi y que esa]​ ocupación continuó hasta 1945. Finalmente, en 1953, Groenlandia llegó a formar parte del Reino de Dinamarca definitivamente y se le concedió su autonomía en 1979. Ya pretendió Estados Unidos comprar Groenlandia (también Islandia) en 1946, ofreciendo 100 millones de dólares. Entonces Dinamarca se negó, si bien en 1950 aceptó por la “guerra fría” que los norteamericanos dispusieran en esa isla de la base aérea de Thule, que ampliaron en los años siguientes. Pero en 1997, al desclasificarse unos documentos, los daneses pudieron tener conocimiento del accidente de un bombardero B-52 con bombas nucleares en aquella base. Algo similar a lo que aconteció en Palomares (Almería), pedanía de Cuevas del Almanzora, cuando el día de san Antón de 1966, tras un accidente aéreo de otro B-52, que chocó con un avión cisterna KC-135 durante una operación de repostaje en vuelo, cayendo al Mediterráneo 4 bombas de hidrógeno, cuyos terrenos próximos a la zona siguen sin ser descontaminados de radiaciones a día de hoy. El primero de ellos iba con rumbo a Carolina del Norte, el segundo procedía de la base de Morón. Los aviones quedaron destrozados y las bombas quedaron posadas a 900 metros de profundidad. El posterior gesto de Manuel Fraga (entonces ministro de Información y Turismo) y del embajador estadounidense Angier Biddle Duke para mostrar al mundo que las aguas no estaban contaminadas con radiactividad de rayos alfa fue todo un éxito propagandístico del franquismo. Una manera de no ahuyentar el turismo creciente. El baño de Palomares fue un gesto práctico que -según Fraga-  ideado de la mujer de Duke, que había sido relaciones públicas de ‘Pepsi-Cola’ en España. Estoy convencido de que de haber vivido hoy García Berlanga, y hubiese hecho una película relacionada con lo acontecido en Palomares, el verdadero protagonista de la historia no hubiesen sido Fraga ni Duke, sino el modesto pescador del “Manuela Orts”, Francisco Simó Orts, más conocido como Paco el de la bomba,  el tarraconense que pescaba gambas coloradas al que los norteamericanos premiaron con 15.000 pesetas y  algún homenaje. No estaría de más que ahora, casi 60 años después, se pudiese hace en Palomares un ‘centro de Interpretación’ sobre aquel desastre en tono humorístico. Bien está lo que bien acaba. El colmo fue que se partió la sirga al sacar la bomba del mar. Tras jubilarse, Paco el de la bomba se quedó a vivir en Águilas pero volvía con frecuencia a Serrallo, su pueblo natal. Y en Tarragona falleció el 4 de septiembre de 2003. Su familia trasladó el cuerpo a Águilas, donde está enterrado.

 

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