Antonio Pérez Henares, en su artículo de hoy en Diario de León (“El pinganillo y los gilipollas”), en referencia a la Conferencia de Presidentes en Pedralbes, donde se reunieron los barones regionales hace unos días con el presidente del Gobierno, señala lo siguiente: “Sencillamente, y más allá de cualquier otra consideración, al personal de a pie y sin antojeras, lo de tener que ponerse pinganillos para que les traduzcan entre gentes que saben hablar perfectamente la misma lengua, les parece un verdadera y patente gilipollez”. No sé si Pérez Henares con su término “antojeras” se refiere a anteojos, a viseras o a antojos (vehementes deseos por puro capricho). Antojera (de antojo), f., es su 3ª acepción académica equivalente a “anteojera”. Antojos, también (en su 4ª acepción), hacen referencia a “lunares, manchas o tumorcitos eréctiles que suelen presentar en la piel algunas personas, y que el vulgo atribuye a caprichos no satisfechos de sus madres durante el embarazo”. Y antojo, en su 5ª acepción, equivale a anteojos, o sea, “instrumento óptico compuesto de cristales y armadura o guarnición que permite tenerlos sujetos delante de los ojos”. Pero, como escribió Juan Ramón, “no le toques ya más, que así es la rosa”. A lo que iba, amigo lector. A Pérez Henares le choca que hayan tenido que utilizar pinganillo aquellos barones que desconocen el catalán y vasco (tanto batúa como suletino (incluido el roncalés) o navarro-labortano, ambas lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos. Por cierto, uno de los primeros estudios científicos de los dialectos del euskera, en relación las formas verbales auxiliares, fue hecho por Louis-Lucien Bonaparte, sobrino de Napoleón, y publicado en 1869. Solo faltaría que uno tuviese que aprender los siete dialectos del vasco siendo consciente de que el contertulio o el orador que está en el uso de la palabra sabe perfectamente hablar en castellano. Pérez Henares se pregunta: “¿En qué hablaron Puigdemont y Otegui en Waterloó? ¿Se puso Cerdán el aparatejo en la oreja? ¿En qué habló el lendakari vasco en la rueda de prensa posterior? ¿En qué se expresan en sus mitines y ante su propia parroquia?”. Parece ser que Pérez Henares tiene una sencilla solución frente a esa torre de Babel: “Que hablen en lo que les venga en gana. Vale, pero no hay por qué traducirles ni rotularles en la tele ni leches en vinagre. En cuatro días dejarían de hacer el idiota y pretender, encima, que lo haga el resto. La próxima vez, con no ponerse el pinganillo, listo. Se acababa la tontería o se les dejaba a solas con ella”. Para los vascos, por ejemplo, Bilbao es Bilbo; Valmaseda, Balmaseda; Mondragón, Arrasate; y San Sebastián, Donostia. Todo muy respetable cuando se habla en vascuence, claro. Y en catalán, ídem del lienzo. Gerona es Girona. Vale. Lo respeto. Pero me pareció de enorme burricie por parte de los gijoneses, que cuando se cambió en las antiguas matrículas “GE” por “GI” acudiesen en masa a esa provincia catalana los vecinos de Gijón para adquirir un utilitario o una moto.. Era una ficticia manera de desligarse de la “O” de Oviedo, por existir una cierta rivalidad entre Gijón y Oviedo. Me consta que una empresa catalana llegó a cobrar hasta 25.000 pesetas por realizar los trámites necesarios. Algo parecido ocurrió en otras localidades de España, como en Cartagena (no sé si en recuerdo de 'El Cantón de Cartagena', novelado por Sender) donde a los vehículos les correspondía la matrícula de la Región de Murcia (‘MU’) y algunos cartageneros decidieron matricular el coche en la provincia de Cádiz, para tener la matrícula ‘CA’. En fin, nos hemos pasado de rosca.