Luis Alloza me sorprende con un suelto en El Periódico de Aragón donde señala que en Santa Fe (en la comarca de la Vega de Granada) la Policía Municipal podrá multar a los santaferinos por el hecho de sacar las sillas a la calle para tomar la fresca. A mi entender, habría que conocer a ese respecto la opinión del alcalde popular Juan Cobo Ortiz, desde que en las últimas elecciones se hiciera con la vara de regidor con su remonta y la sonada derrota del Partido Socialista tras 44 años de gobierno ininterrumpido. Santa Fe linda con Fuente Vaqueros, patria chica de Federico. El actual pueblo está asentado sobre un viejo campamento en el que los Reyes Católicos planearon la toma de Granada, y donde tuvieron lugar la ‘Capitulaciones de Santa Fe’ entre los Reyes Católicos y Cristóbal Colón (17 de abril de 1492) y, anteriormente a ello, los acuerdos establecidos entre los reyes y Boabdil el Chico para la entrega y rendición de Granada el 2 de enero de 1492. Tras la capitulación, los reyes concedieron a Boabdil un extenso señorío en las Alpujarras. Cuando éste se cansó de vivir en España se trasladó a Marruecos y los reyes le indemnizaron por las tierras que abandonaba. Boabdil murió en Fez en 1533. Lo de la “leyenda del Puerto Suspiro del Moro” recuerdo que de niño la explicaban como cierta aunque de forma novelada los maestros en las escuelas. En la exposición de aquel relato lacrimógeno del pobre Boabdil cada docente añadía algo de su cosecha para hacerla más melodramática. Más o menos, el maestro venía a decir que el pobre sultán nazarí caminó sin volver la mirada a su reino hasta llegar a la última colina. Allí se detuvo para observar a lo lejos su palacio perdido. Y lloró desconsoladamente. Entonces su madre, Aixa-al-Horra, le tomo por el hombro y le dijo: “llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre”. Desde entonces el puerto de Villa de Otura, de 800 metros de altitud, se conoce con el nombre de “El suspiro del Moro”. No sé si las vecinas que en las atardecidas se reúnen sentadas en sillas de anea a la puerta de sus casas en Santa Fe ampliarán el relato de Boabdil el Chico con más añadidos legendarios, todos ellos respetables, hasta que densas lágrimas afloren a sus ojos y que sus cuerpos excreten demasiadas proteínas en la orina por una rara nefrosis de cenotafio literario. No entiendo que se le deba multar a ninguna santaferina por sentarse a tomar la fresca en las atardecidas a la sombra de una acacia, o a la puerta de casa y con la señal de tráfico castigada y mirando a la pared, junto a un búcaro de arcilla colorada que suda frío cuando asoma la luna como un espejo roto por donde mataron a Lorca.