Soy consciente de que
en verano hay poco material de noticias del interior, es decir, de España, si
exceptuamos “el caso
Montoro“, donde se forzaban reformas
legales en tiempos del PP mediante pagos a unos sinvergüenzas, las fiestas en
los pueblos, la masacre de gazatíes a manos de los judíos israelíes, el asunto
de Ucrania, las calores, los incendios forestales, el aumento de la xenofobia y poca cosa más. Como consecuencia de ello, la
prensa de papel señala sucesos de menor calado por alimentar el morbo de sus
lectores. Así, por ejemplo leo en El
Correo de Zamora la siguiente noticia: “Una
mujer de 74 años se rompe una pierna en Otero de Bodas”, que le sobrevino cuando tomó la decisión de hacer
senderismo en la ruta de El Muelo de la Vieja. Un helicóptero de emergencias la
trasladó a un hospital de Zamora donde
un enfermero le inutilizó la pierna con una férula. El Muelo de la Vieja es un
otero de forma cónica que abriga Otero de Bodas. En esa localidad, los abuelos
suelen preguntar a sus nietos si son capaces de saber cuántos cestos de tierra fueron
necesarios para hacer El Muelo de la Vieja. Esa absurda pregunta fue contestada
por un zagal con cierta sabiduría: “Depende cómo sea el cesto”. Ello me
recuerda cuando en cierta ocasión un baturro vio por primera vez el mar
Mediterráneo en Salou, que es donde veranea la mayoría de los aragoneses. Alguien
le preguntó qué le parecía la inmensa cantidad de agua. Y el baturro de
Pedrola, creo que era de Pedrola, tras quitarse la boina y rascarse el
colodrillo, le respondió muy serio: “No sabría decirle. Es más ancho que el
Ebro, pero más largo…” Pues bien, por Otero de Bodas y a la falda de El Moruelo
de la Vieja transcurre lo que queda de la XVII Vía Augusta, que unía Braga
con Astorga. Cerca de ese lugar, dentro de la sierra de La Culebra, se encuentra
un paraje inhóspito y temido por las gentes de los alrededores, Tozoloslobos,
que se convirtió, según afirman los más
ancianos del lugar, en el sitio ideal para abandonar los cuerpos de las esposas
difuntas, para que sirvieran de alimento de lobos y alimañas. Y en ese paraje,
según una leyenda, se suicidó ahorcándose en un cermeño Gil Otero de Biedma, caballero de la corte de Enrique IV, tras deshonrar a la dama equivocada. También se cuenta
por los tardebodenses que por esos parajes dejó una huella de herradura en una piedra el
caballo de Santiago Matamoros. Será así, claro.
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