La prensa puede decir lo que le venga en gala. El problema, de existir, es para los tontos que la compran, la leen y más tarde hacen suyas las tonterías leídas como si fuesen dogmas de fe. Hoy, en un diario digital ultraderechista leo que “la princesa Leonor realiza su primer vuelo en solitario a bordo de un Pilatus PC-21 tres meses y medio después de que empezara su formación militar en la Academia General del Aire de San Javier”. Puede que sea cierto, pero yo no me lo creo por una simple razón: no concibo que con tres meses de academia se pueda cometer la locura de dejar volar en solitario a la heredera de la Corona. Se decía de su padre, el actual jefe del Estado, que era ‘el mejor preparado’. ¿Comparado con quién? No cabe duda que, de ser cierto lo que ahora acabo de leer, su hija le ganaría por goleada y ya sería la “súper preparada” para llevar el timón de los destinos de España y de sus posesiones de ultramar, aunque de ultramar ya solo nos queda la isla de Perejil y la isla de Cabrera, que está abarrotada de esqueletos de franceses. Pero con la “suelta” (como se dice en el argot cuartelero a pilotar un avión), a la primogénita del Rey solo le falta montar en globo en solitario y dar en ese artilugio aerostático la vuelta al mundo en el plazo de una semana, teniendo en cuenta que los globos son de fácil manejo, que solo disponen de la cesta, el quemador y la vela (la parte del globo que se hincha de aire y consigue que se eleve) y que flota gracias al Principio de Arquímedes. De ese modo batiría el récord del inglés Phileas Fogg y de su ayudante Picaporte, según describió al detalle Julio Verne en 1872. Los ciudadanos corrientes, los que llegamos a casa al caer la tarde, cansados de bregar y con restos de la grasa del taller en las uñas, nos sentimos felices sabedores de que nuestros destinos están en buenas manos. De niño me contaba el maestro que el ave que volaba más alto era el monárquico ABC, porque llegaba a destino desde Madrid en avión. Pero a ese pedagogo, que vivía en un pueblo de escaso vecindario, se lo entregaba el cartero con un día de retraso. Eso sí, siempre rodeado de un fajín como el de la Macarena en Viernes Santo. En un pasaje de “Por el camino de Swann” cuenta Proust: “Lo que a mí me parece mal en los periódicos es que soliciten todos los días nuestra atención para cosas insignificantes, mientras que los libros que contienen cosas esenciales no los leemos más de tres o cuatro veces en toda nuestra vida”. Pero yo añadiría que lo peor de todo es que, de entre todo el ramillete las noticias triviales de las que nos inundan a diario, lo que más nos interesa son las esquelas necrológicas.