Aunque ya casi nadie
lo recuerde de él, Joaquín Gutiérrez
Cano fue nombrado en 1974 ministro de Planificación del Desarrollo con el
gobierno de Arias Navarro tras el
asesinato de Carrero Blanco y dejó
su puesto al poco de la muerte del dictador ferrolano. También fue, entre otras
muchas cosas, socio fundador de la ‘Fundación
Nacional Francisco Franco’, procurador en Cortes, secretario del grupo
español de la Unión Interparlamentaria,
consejero permanente y presidente de la Sección
del Consejo de Economía Nacional, consejero del Instituto de Estudios Fiscales, consejero del Banco de España y del Banco
de Crédito Industrial. Estuvo casado con María Isabel Vallejo Zaldo, fue padre de cuatro hijas y abuelo de
tres nietos. ¿Y por qué cuento ahora todo eso?, se preguntará el lector. Pues
verá, le respondo. Acabo de descubrir la web ‘francosanto.es’ en la que hay una página
redactada por un grupo nostálgico y ultra católico a cuyo frente se halla Pilar Gutiérrez Vallejo (una de las hijas
de aquel ministro franquista) que impulsa una causa dirigida a la canonización
de Franco. Entre las pruebas en las
que apoyan el expediente de canonización atribuyen dos “milagros” del Caudillo de España por la gracia de Dios: la curación de un gato al
que se le rompió el rabo; y el hecho de
que le tocase 100 euros en la lotería nacional a una mujer desempleada. Hombre,
lo de la lotería no pasó de una simple ‘pedrea’ que siempre se agradece, y lo
de la curación del gato tiene su miga, siendo conscientes de que dispone de siete
vidas y, en consecuencia, tampoco parece del todo insólito. Normalmente se
parte de la ‘fama del martirio’ para que el Dicasterio
de la Causa de los Santos se ponga manos a la obra e inicie el
procedimiento de canonización con los informes pertinentes. Para bien, convendría
hacer unas estampitas con la figura del militar cristiano ataviado con capote y
chapiri legionario que camina brazo en alto por la senda de la santidad; y en
un espacio taladrado de la cartulina, en la parte inferior izquierda, dejar ver
un trocito de alguna reliquia; verbigracia, como se hacía con las estampas del beato Valentín de Berrio-Ochoa, O.P. y mártir
en Vietnam, que predicó descalzo, en barrizales y, muchas veces en la
oscuridad de la noche, negra como la boca de un lobo. Han pasado cincuenta años desde su muerte y desde que se disipó su negra y afilada sombra. Unos españoles lloraron su ausencia; y otros, brindaron con cava. Yo no hice una cosa ni la otra. Solo me sentí más aliviado. Le deseé entonces que tanta paz se llevase a la tumba como descanso dejase a los que tanto sufrieron.Todavía quedan en España 6.000 fosas llenas de esqueletos. La Historia, cuando pasen los años, pondrá cada cosa en su sitio.