miércoles, 24 de abril de 2024

Traviesas emponzoñadas

 


Muchos tramos de vía férrea han sido desmantelados por su falta de uso, entre ellos la línea Calatayud-Cidad-Dosante, que formaba parte del inacabado ferrocarril Santander-Mediterráneo. Sus vías y traviesas de madera fueron subastadas por Renfe y adquiridas por el mejor postor. Y  muchas de esas traviesas ferroviarias las he visto más tarde colocadas en jardines públicos remodelados. Era, supongo, una manera de darles a esos maderos una segunda vida. Pues bien, resulta que leo en Heraldo-Diario de Soria, cito textual, que “la Guardia Civil de Soria investiga 5 empresas por comercializar traviesas con riesgo de cáncer”. Parece ser que esas maderas estuvieron tratadas con creosota para su conservación y es nociva para la salud si se expone en tiempos prolongados. La creosota  es una mezcla de diversos químicos. Hay varios tipos distintos de mezclas. La más común es la creosota de alquitrán de hulla, con la que también se impregnaban postes telegráficos. Se produce al calentar el carbón a altas temperaturas. Es un líquido aceitoso de color amarillento o negro que no se disuelve fácilmente con el agua y tarda mucho tiempo en degradarse. También están expuestos a ese peligro los deshollinadores de chimeneas. En consecuencia, no debe quemarse la madera impregnada con esa sustancia para evitar sus emanaciones, ni colocarla en granjas con animales estabulados. Según ese diario, las traviesas a las que se hace referencia iban a ser transportadas a una empresa de Ibiza sin cumplir lo exigido a ese respecto en la normativa ambiental vigente (Orden MAM/304/2002, de 8 de febrero) sobre valoración y eliminación de residuos, según consta en una “Lista Europea de Residuos Peligrosos” sobre protección del medio ambiente. (BOE núm. 61, de 12 de marzo de 2002). Aprovecho para señalar que Cidad-Dosante fue una estación de ferrocarril para viajeros y mercancías inaugurada en noviembre de 1930, hoy abandonada, situada en Dosante, una de las 14 pedanías de la Merindad de Valdeporres (Burgos), que fue una de las 7 realengas de Castilla la Vieja, cuyo núcleo principal es Pedrosa de Valdepores. Años después se llegó a construir una nueva estación de ferrocarril en dirección Santander denominada Valdeporres que nunca entró en funcionamiento. La historia fue la siguiente: Tras la nacionalización de la red ferroviaria española, en 1941, el Estado tomó la decisión de completar la construcción del ferrocarril Santander-Mediterráneo. Se optó por un nuevo trazado que seguiría ruta Santelices-Boo y dispondría de ocho estaciones entre las que se encontraba ésta, que llegó a ser construida. Pero en 1959 los trabajos fueron abandonados. Tengo entendido que esa estación es hoy un albergue. Antes, en 1938, se hizo una vía de empalme con el ferrocarril de La Robla. A partir de 1966 los servicios de viajeros del tramo Trespaderne-Cidad pasaron a tener en la estación de Villarcayo su última parada. La línea Santander-Mediterráneo fue clausurada el 1 de enero de 1985. Más tarde me he enterado de que el gran negocio del Santander-Mediterráneo nunca fue acabarlo sino construir determinados tramos, los menos dificultosos, a costa del Erario público, y hacerse con las subvenciones, las 654.000 pesetas de entonces que concedía el Estado por cada kilómetro construido, sin tener en cuenta el relieve del suelo. La compañía Anglo Spanish nunca estuvo interesada, como digo, en llevar a cabo el tramo más caro de la línea por su dificultad. ¡Qué rico sería nuestro país de no haber existido tanto pícaro suelto!

 

lunes, 22 de abril de 2024

Sablistas de libros

 


Se da la paradoja que cada día que pasa cierran más librerías y aumenta el número de escritores. Hoy cualquier pelagatos con ínfulas y afición de vate edita un libro con las técnicas actuales, eso sí, pagando de su bolsillo la primera edición porque nunca hay una segunda. Tengo amigos poetas que, cuando te los encuentras por la calle, le informan de que han escrito un nuevo libro recopilatorio de sus últimos trabajos. Como le digas que te gustaría tener uno, te toman la palabra y hasta te lo llevan a casa. El recién llegado te lo dedica, le das las gracias y cuando crees que se va a marchar te recuerda que le debes 15 euros, que no lo regala. Se lo pagas, no te da las vueltas del dinero que le entregas por no llevar cambios, se sube el cuello de la gabardina, toma el ascensor como el que pilla un taxi y se larga a otro barrio en busca de otro primo. El libro, normalmente de menos de cincuenta páginas, lo dejas por ahí en cualquier estantería y te olvidas. Hasta que un día lo tomas entre tus manos y lo hojeas. Te resulta insoportable el rosario de chorradas que pone y lo vuelves a dejar donde estaba para que siga durmiendo y se llene de polvo. Pero un día, haciendo limpieza, decides tirarlo al cubo de la basura. De entre esos sablistas de libros conocí a uno de ellos, Paco Colindres, que al estar jubilado cada día se acercaba a la biblioteca municipal no a leer cualquier cosa sino a darse paseos por los pasillos. En cierta ocasión hasta ganó el premio de un certamen literario promovido por una casa regional al que acudía casi todos los días para tomar un chato en su ambigú y, por aquello de ir por atún y ver al duque, hacerse notar entre los socios oriundos de aquella región que se creían representantes subsidiarios de su lugar de procedencia casi en calidad de ‘embajadores’, tratando de no perder la esencia del terruño del que un día salieron en busca de mejores oportunidades. Como digo, Paco Colindres logró el máximo galardón con un relato tedioso donde solo se habían presentado cuatro candidatos, o sea, dos escolares, un catequista y él. Su egolatría aumentó dos días más tarde, cuando la prensa local publicó la noticia del fallo de aquella casa regional y el nombre de su ganador. Más tarde llevó el manuscrito a una imprenta para que tirasen una cincuentena de ejemplares, que pensaba engrosar con el añadido de dibujos a plumilla de una conocida de la  tertulia literaria ‘Alberto Insúa’ , con sede en el ‘Café Antillano’, donde un ramillete de poetas se reunía todos los jueves a la atardecida para comentar sus últimas creaciones sobre mesas de velador y vasos de agua. Estoy convencido de que cualquier día sonará el timbre de mi casa, abriré la puerta y me toparé de frente con Paco Colindres para dedicarme el exitoso libro. Y bajará más tarde en el ascensor para no romperse la nuca por las escaleras después de habérmelo dedicado, de haberse metido al coleto, como es su costumbre, dos copas de anís de Chinchón, media docena de bizcochos de soletilla, unas rodajas de cecina de chivo de Astorga y…, ¡cómo no!, de habérmelo cobrado a precio de librería de los ferrocarriles.

 

domingo, 21 de abril de 2024

A vueltas con dos fastos

 


Da mucho de si el tema. La fiesta de Villalar es la fiesta de una derrota. Ahora resulta que la Junta quiere cargarse los fastos de ese día por considerarlos “cosa de rojos”. En ese sentido, hoy en El Correo de Zamora, Luis Miguel de Dios comenta que “no les importa que, durante unos cuantos años, el presidente de la Junta, algunos de sus consejeros y otros destacados miembros del PP hayan acudido a rendir homenaje a los muertos en 1521, especialmente a los capitanes Padilla, Bravo y Maldonado. Y no les gusta que miles de personas vayamos todos los años a proclamar nuestra fe en Castilla y León y en la necesidad de hacer todo lo posible para lograr un porvenir mejor”. Pactar con Vox para poder gobernar es lo que tiene. Por otro lado, Unión del Pueblo Leonés entiende que León no tiene nada que ver con aquellos acontecimientos de Villalar. Ignoran que León fue ciudad comunera, que de Salamanca salieron los textos que precedieron a la revuelta contra el advenedizo Calos I y que Maldonado era salmantino. En Aragón ese día, 23 de abril, se celebra la fiesta de san Jorge basada en una vieja leyenda enraizada según la cual el santo, soldado de Capadocia, más tarde decapitado, batió a la bestia y liberó al reino. De hecho la  cruz de san Jorge aparece en el tercer cuartel del escudo de Aragón, junto con cuatro cabezas de moros, representando la victoria de Pedro I en la batalla de Alcoraz. Con la llegada de la democracia se proclamó fiesta oficial de Aragón. Y los pasteleros crearon un pastelillo con la idea de que fuese tradicional para esa fiesta: el lanzón, un bizcocho con nata, turrón, yema tostada y licor 43 para emborrachar el bizcocho, creado en 1982 en el obrador de  Amadeo Babot. En la parte superior de ese dulce lleva la bandera de Aragón, la cruz de san Jorge y un cachirulo. Todo ello más cursi que un ataúd con pegatinas. Posteriormente, la Asociación Provincial de Pasteleros y Provincia creó el Premio “Lanzón”, un dibujo enmarcado que desde 1984 cada año se entrega a personas o grupos distinguidos a criterio del gremio de confiteros. Lanzón es el nombre de una lanza corta y gruesa con rejón de hierro ancho y grande a modo de chuzo que solían usar los guardas de las viñas y los serenos. Lanzón, cuentan que era el nombre del terrible dios de Chavín, un hombre-jaguar sonriente con los dientes descubiertos y las uñas largas pegadas a los costados; también se conoce por ese nombre a una estela de granito en el corazón de un templo situado en lo más alto de los Andes peruanos, como  un pivote central que conecta el cielo, la tierra y el inframundo. Ignoro si a los chicos de hoy se les enseñarán en los institutos quién fue el obispo Antonio Acuña, ejecutado en 1526; el  pesquisidor Ronquillo, alcalde de Zamora; Bernardino de Valbuena, gobernador de Villalpando; o  María Pacheco, mujer de Padilla, resistente en Toledo tras la batalla de Villalar frente a las tropas reales y, tras su muerte, enterrada en la catedral de Oporto. Ni la fiesta de Villalar es cosa de “rojos” ni la fiesta de san Jorge es para ser tomada en serio. Tanto es así que en la televisión del Estado ese día solo se comenta en los telediarios la fiesta catalana de sant Jordi, pese a ser día laborable, y se hace referencia a dos regalos tradicionales: libro y la rosa. Es una fiesta promovida, y que se mantiene, por el catalanismo conservador desde el siglo XIX, basada en una leyenda de la Edad Media, donde un caballero mata al dragón para salvar a la princesa, como aparece en la “Leyenda dorada”, una compilación de relatos hagiográficos titulada inicialmente “Legenda sanctorum”, reunida por el fraile dominico Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova, a mediados del siglo XIII.

 

sábado, 20 de abril de 2024

Como guste el señor marqués

 


En el número 9 de la sevillana calle Recaredo (entre la Puerta de Carmona y la Puerta Osario) se encuentra el Restaurante Becerrita, que elabora un plato que se hizo famoso en la década de los 70 en el Restaurante Becerra. Se trata del “solomillo al Señor Marqués”, en honor de un marqués que no tenía título nobiliario alguno, sino que se trataba de un zaragozano venido a menos que marchó a Andalucía con el deseo de emprender negocios e intentar poder salir de la mala situación en la que se encontraba en aquellos momentos. Aquel restaurante, que desde 1988  regenta Jesús Becerra Gómez, hijo de Enrique Becerra Reyes, se ha convertido en un clásico del tapeo. Al actual restaurante es la continuación de otro situado muy cerca del actual, entonces conocido como Restaurante Becerra. Es famoso por sus croquetas de rabo de toro y sus ensaladillas de gambas. Aquel zaragozano se hospedaba por los años 70, como decía, a su llegada a Sevilla en el Hotel Fleming (hoy Hotel Giralda) y comía siempre en el restaurante Becerra. Jesús Becerra  cuenta que “este señor, de una elegancia y unas formas insuperables, entablaba conversación a diario con mi padre, siempre respetando las distancias. Solo consumía dos cervezas y dos tapas. Nada más. Hasta que llegó el día en que tuvo que agasajar y vender su idea a unos inversores, guardar las apariencias y transmitir la sensación de seguridad, profesionalidad y dominio del terreno. Por supuesto, los invitados no podían pagar. Él llegó un rato antes y le comentó a Enrique, su padre, que le reservara la mesa y que no le parecía elegante pagar delante de ellos, que le dejara la cuenta y al día siguiente se la abonaría. Mi padre sabía de sobra que no sería así, pero tenía la certeza que esta persona era todo un caballero y no le fallaría. Sin contarle detalles entendió la situación perfectamente, y empezó el almuerzo. Mi padre le atendió personalmente y le ofreció las mejores viandas. Cuando iba a pedir el segundo plato, a la pregunta de «Y usted, don Francisco, ¿que elegirá de plato principal?», él le contestó: «Enrique, quiero un solomillo de la mejor ternera, en medallones no muy gruesos, fritos en aceite de oliva virgen, patatitas fritas y perejil, como sabes que me lo hace la cocinera en casa». Sus invitados ignoraban que vivía solo en una habitación de hotelucho barato. Enrique, con su rapidez de respuesta y para ayudarlo a fortalecer su liderazgo, le respondió: «Por supuesto que sí, señor Marqués». Aquel zaragozano siguió acudiendo a diario a consumir las dos cervezas y las dos tapas durante unos diez días, y al que hacía once le abonó la factura íntegramente sin entrar en ningún tipo de detalle y con un abrazo de agradecimiento. Continuó de cliente mientras vivió en Sevilla, a partir de ese momento comiendo a capricho tanto él como sus acompañantes. Consiguió montar una gran compañía en Sevilla que después vendió, y en los años 80 se trasladó a Marbella donde también demostró ser un empresario de éxito”. Nunca conseguí saber su nombre completo. Solo el de pila: don Francisco. Fin del cuento. Los ingredientes para confeccionar el “solomillo al Señor Marqués” son los siguientes para una ración: 200 gr. de solomillo de ternera; 2 dientes de ajo; zumo de medio limón; 2 cucharadas de jugo de carne; sal; 4 cucharadas de aceite de oliva; y perejil. Se coloca la sartén al fuego con el aceite de oliva a fuego fuerte. Se añade la carne hasta que se dore, con el ajo bien picado,  sal y pimienta. Una vez apartada la sartén del fuego se le añade el zumo de medio limón, el perejil y las dos cucharadas de jugo de carne. Queda bien si se acompaña con patatas fritas.  

 

viernes, 19 de abril de 2024

Celebrar las propias derrotas

 


El próximo día 23 de abril los castellanos (los de Castilla la Vieja, quiero decir) celebran la derrota, de los Comuneros frente a las tropas de Carlos I acaecida el 23 de abril de 1521. La fiesta, tal como hoy la conocemos, se declaró oficial por el Estatuto de Autonomía castellano-leonés en 1983. Pero para entender esa derrota hay que leer sus antecedentes, que José Antonio Maravall refleja con brillantez y rigor en su ensayo “Las comunidades de Castilla” (Alianza Editorial, Madrid, 1971). Esos antecedentes históricos se remontan a mucho antes, a 1821, cuando Juan Martín Díez, alias El Empecinado, y unos compañeros organizaron un viaje hasta Villalar (Valladolid) en busca de los restos de Padilla, Bravo y Maldonado, los tres decapitados. Lo que no se entiende es que en 2021, el alcalde de Villalar, Luis  Alonso Laguna pidiese al Congreso de los Diputados la ejecución de un acuerdo de 1822 donde se pedía que se llevase a cabo un homenaje a esos tres destacados comuneros. Existe un óleo muy expresivo en el Museo del Prado pintado por Antonio Gisbert en 1860 que refleja plásticamente el momento final de aquellos insurrectos. En aquel año, 1822, como decía, con motivo del décimo aniversario de la “Pepa” en las Cortes de Cádiz, se aprobó un dictamen para declararles “beneméritos de la patria en grado heroico, y se plasmarían sus nombres en un salón del Congreso”. Pi y Margall, uno de los cuatro presidentes que tuvo la Primera República, afirmó que "Castilla fue entre las naciones de España la primera que perdió sus libertades en Villalar bajo el primer rey de la Casa de Austria, Carlos de Gante". De ser así, ¿qué es lo que hay que celebrar ahora? No lo entiendo.  Es como cuando un tonto tira piedras a la cristalera de su casa, Maravall, en su libro, considera que aquel  conflicto comunero “formó parte de primer movimiento revolucionario de la Europa moderna”. Según Vilfredo Pareto, “las revoluciones se producen con frecuencia debido a atascos en la ‘circulación de las élites’, que cortan la corriente de la movilidad vertical y dan lugar a que se acumulen en los niveles altos del sistema vigente de dominación política individuos sin condiciones para permanecer en los mismos, a la vez que se concentran en capas inferiores de la pirámide social individuos que poseen capacidad para funciones más elevadas y que se ven impulsados por un afán ascendente a cambiar de puesto en la estratificación de la sociedad, sin que la rigidez del sistema les permita esperanzas fundadas de alcanzar tal logro”. (“Trattato di Sociología generale”, Florencia, 1923, t. III, pág. 259-263). Para Marañón, el movimiento comunero “no fue progresivo y liberal sino reaccionario y xenófobo con respecto al hijo de Juana I de Castilla y sus colaboradores flamencos”. El 23 de abril se ha convertido en una fiesta regionalista de los castellanos, donde muchos leoneses se posicionan en contra de esa celebración. El PSOE local ya ha pedido que León tenga su fiesta el 18 de abril en recuerdo de otra fecha de 1188, en la que las Cortes leonesas  abrían el claustro de San Isidoro bajo el cetro de Alfonso IX, necesitado de apoyo económico para salvar su quebrantado reino. De aquella reunión salió algo importante: el derecho de todos los vasallos a pedir justicia directamente al rey sin tener que pasar por la intermediación de los señores feudales, aquellos reyezuelos de horca y cuchillo aforados, exentos de pagar tributos y en nada dispuestos a que se mermaran sus privilegios. Así nació la “corpora” de gremios y cofradías de burgueses y aparecieron en el orden social los súbditos, que habían dejado de ser vasallos. León, a diferencia de Castilla, siempre se movió por otros derroteros, pese a que la Constitución del 78 unificara ambos territorios  en una sola Comunidad Autónoma sin tener en cuenta las diferentes identidades. Un error, a mi entender, que no tiene vuelta atrás. Es evidente que un leonés no se parece casi nada a un soriano, de la misma manera que un guipuzcoano tiene poco que ver con la forma de ser de un gaditano aunque ambos sean españoles de nación.