miércoles, 30 de noviembre de 2022

El padre Agapito

 


El fijo discontinuo es todo aquel individuo que trabaja en una empresa de forma intermitente, lo que antes se llamaba trabajo temporal. Era algo muy común en las azucareras, donde se contrataba un gran número de trabajadores no cualificados solo durante el periodo de campaña;  en los grandes almacenes durante el periodo navideño; en la contratación de camareros por un día en los restaurantes cuando se celebran banquetes de bodas; o en las piscinas públicas, obligadas a contratar socorrista durante los meses de verano. Es difícil que desaparezca  la figura del trabajador fijo discontinuo en un  país de servicios. Recuerdo que hace ya muchos años tuve un fraile de profesor de la asignatura obligatoria de Religión, el padre Agapito, que pretendía que cada día uno de los educandos hiciesen de monaguillos en la misa que diariamente oficiaba a las siete de la mañana en un altar lateral de la iglesia de su convento. Yo siempre me negué a sus pretensiones. Ser monaguillo discontinuo no era uno de mis apegos. Menos aún cuando la misa se oficiaba en latín, o sea, tridentina o de los apóstoles, y que incluía palabras griegas, como “kyrie eléison”, o arameas, como “hosanna”, desde que Pío V ordenase que el latín fuera el idioma oficial de la Iglesia Católica. Lutero, que pertenecía a la misma orden que el padre Agapito, fue consciente de que eliminando la misa podría matar tres pájaros de un tiro: suprimir el culto de dulía, derrocar al Papado y terminar con esa lengua muerta espinosa de declinar. Pero no calibró aquel religioso que suprimir el Papado era arduo dificultoso y que terminar con el culto de dulía equivalía a extirpar las fiestas de los pueblos; que, todavía hoy, en sus programas oficiales diferencian entre los actos religiosos de los actos profanos. No olvidemos que las fiestas patronales, al mismo tiempo que comparten las características propias de cualquier otra fiesta, tienen una doble particularidad: un origen religioso y un marcaje por su delimitación geográfica a una comunidad concreta donde se fusionan actos lúdicos con dogmas emanados del Concilio de Trento. Son difícilmente separables. Siempre fue necesario conservar los mitos atávicos y los dogmas, resguardarse del poder del Maligno y encomendarse a un santo o a una virgen, sin importar cuál de ellos, en evitación de posibles peligros con acechanza tanto a la salud como a la agricultura: bailes de san Vito, sudor inglés, ruido de tripas, tercianas, garabatillos, flatulencias, granizadas, riadas y plagas, tanto para aliviar el cuerpo como para proteger el agro, su principal fuente de riqueza. En consecuencia, la necesidad de elevar plegarias a mediadores, las vigilias, los ayunos de carne, las procesiones a ermitas, las bendiciones de roscones y las ofrendas de exvotos siempre tuvieron su importancia. España siempre fue un país exótico a ojos de extranjeros y un país “para tocar madera” al entender de los paisanos. Tal vez por esa razón Lord Byron vino a estos pagos para escribir “Loverly girl of Cadix”; Víctor Hugo para publicar sus “Orientales”; Washington Irwing, los “Cuentos de la Alhambra”;  y Marimée, su famosa “Carmen”. La leyenda de Boabdil, el último sultán del reino nazarí, y el suspiro del moro ante la tumba de Moraima antes de abandonar las Alpujarras camino de Fez, sostiene que las lágrimas del rey dieron lugar al nacimiento de nuevos olivos. Más tarde encontraría la muerte sobre su corcel, que arrastró su cuerpo por todo el lecho del río hasta llegar al mar. Los mitos, como digo, no dejan de sorprender a hebreos, sarracenos y cristianos, todo ellos de acendrada fe discontinua y volandera. ¿Qué fue del padre Agapito? Nunca lo supe.

martes, 29 de noviembre de 2022

Aprovio y oprobio

 



Jorge Bonsor fue un buscador de tesoros nacido en Lille (Francia) en 1855 y muerto en  Mairena del Alcor en 1930. Llevó a cabo excavaciones en la Necrópolis de Carmona en 1883 y fue muy conocido en la Andalucía del siglo XIX. Años más tarde, Jorge Maier Allende, pionero de la arqueología tartésica, hizo una recopilación de las cartas de Bonsor en el libro “Epistolario de Jorge Bonsor  (1886-1939)”. Tartessos, al sudoeste de la Península Ibérica, fue un lugar lleno de misterios y mitos griegos, ya descrito en “La Ilíada” como un lugar plagado de peligros. Allí se encontraba  el Tártaro, el peor de los infiernos, cerca de la isla de Eritia, donde habitaban las Hespérides y donde Hércules levantó las dos columnas que hoy constituyen el Peñón de Gibraltar, en la Península, y el monte Hecho, en Ceuta. En la recopilación de cartas referida, Bonsor aparece la palabra “aprovio”, que es el arma  usada por el diablo en contra de los hijos de Dios. No debe confundirse con “oprobio”, entendido como ignominia, afreta, deshonra. En la carta número 5, que escribe Salomón Reinach desde Berlín a Jorge Bonsor y fecha el 25 de marzo de1898, éste comienza: “Muy Sr. mío y de mi mayor aprovio…”. Y en el poema “Décimas nuevas para cantar por el punto de La Habana” se dice: “Está tan adelantada / la humana generación /el amor tan en acción / la pasión tan desalada; /que sin aventurar nada, / es un argumento obrio (sic), / que de sí misma es aprovio (sic) / y espera tristezas miles, / la que llegue a veinte abriles / y no le saliese novio”. (Sevilla. Imprenta de de D.J.M. Moreno).

Enigmática moneda

 


El 23 de noviembre de 2012 se practicó una autopsia a la momia de Juan Prim, que no estaba autopsiado con anterioridad pese a lo que atestiguan algunos documentos de la época; es decir, que solo se contempló el 31 de diciembre de 1870  su hábito externo (sin recurrir al hábito interno, que requería apertura de cavidades). Más de un siglo después, en el Tanatorio de Reus y en el Hospital Universitario Sant Joan, se practicó un estudio macroscópico, radiológico y una endoscopia del entonces presidente del Consejo de Ministros fallecido como consecuencia de las heridas producidas en un atentado cuatro días antes. También se disiparon los infundios sobre su posible estrangulamiento basado en un informe del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela y las conjeturas del periodista Francisco Pérez Abellán. Años antes, la noche del 19 de octubre de 1946, se llevó a cabo la exhumación del cadáver de Enrique IV de Castilla en el Monasterio de Guadalupe (Cáceres). Se abrieron los sepulcros de ese rey y de su esposa, María de Aragón en el interior de una galería con bóveda existente debajo de un cuadro de la Asunción. Sobre esa exhumación existe un riguroso ensayo de Gregorio Marañón (“Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo”) donde se le hace un retrato morfológico de aquel monarca de gran estatura aunque menor que la de su padre (Juan II), eunucoide y con un gran prognatismo mandibular. Ahora se acaba de practicar un estudio antropológico y forense al cuerpo momificado de san Isidro, patrono de Madrid, con motivo del IV centenario de su canonización. De paso, se ha hecho una reproducción facial de su rostro. Su cuerpo se conserva en la madrileña Colegiata de san Isidro el Real (calle de Toledo, 37). Las doctoras  María Benito, Ana Patricia Moya, Mónica Rascón e Isabel Angulo han podido conocer que ese santo fue un varón con una estatura de entre 167 y 186 centímetros que murió a una edad de entre 35 y 45 años y no a los 90, como decía la tradición. No se ha podido saber la causa de su muerte ni se han encontrado signos de violencia ni traumatismos, aunque sí infecciones en los huesos maxilares y una moneda de vellón en la garganta con la silueta de un castillo y un león rampante enmarcado por un rombo. Parece ser que se trata de una ‘blanca del rombo’ o “dinero” de Enrique IV, que comenzó a emitirse en 1471 y que fue muy devaluada y falsificada en la época. Esas monedas llevaba en el anverso la leyenda “Enricvus Dei Gracia” y en el reverso “XPS VINCIT XPS REG”.  Estas marcas enigmáticas solo aparecen en dos series de monedas acuñadas durante este reinado: en los cuartos posteriores al Ordenamiento de 1461 y en las ‘blancas’ que se emiten a partir del Ordenamiento de 1471. La función de estas marcas quizás fuera la de distinguir las monedas auténticas de las falsas. Hubo cecas en Cuenca, Toledo y Sevilla. En cualquier caso, hipótesis aparte,  durante el reinado de los Reyes Católicos siguieron circulando las monedas acuñadas en tiempos de Enrique IV. Su hermanastra Isabel I de Castilla ordenó una disposición al respecto en febrero de 1475 estableciendo que estas ‘blancas’ acuñadas tras el Ordenamiento de 1471 en las cecas oficiales conservaran su valor de 1/3 de maravedí y que las otras ‘blancas de rombo’ no oficiales y las anteriores a 1471, que no llevan el castillo y el león en el losange, tuvieran un valor de 1/6 de maravedí. Pero, ¿quién puso la moneda en la garganta del santo? Nadie lo sabe.

lunes, 28 de noviembre de 2022

Hipocresía


Es cierto que se ha conseguido instaurar la idea de que para celebrar la Navidad es ineludible ir de compras. De ahí la cantidad de iluminación que inunda los espacios públicos del centro de las poblaciones. Se da por hecho que si hay muchas luces colgadas los ciudadanos saldrán a la calle, verán escaparates y entrarán en los bares para consumir, que es de lo que se trata. La inflación galopa, los precios en el mercado se disparan al aumentar la demanda, las superficies comerciales se llenan de gente y en las pescaderías todos quieren comprar rodolfos langostinos y pescadillas gordas que pesen poco; y, sin embargo, todos nos quejamos de lo cara que se ha puesto la vida. Por si ello fuera poco, cada año se anticipan más esas campañas comerciales. Mucha misa de gallo, muchas bendiciones apostólicas por la tele, muchas frases-papilla saliendo de boca del jefe del Estado como si fuesen serpentinas, muchos villancicos, belenes a tutiplén, cantidad de peces bebiendo en el río por ver al Niño-Dios nacido y mucho aguinaldo con turrón y mazapán, pero nadie cae en la cuenta de que mil millones de personas en el mundo viven una pobreza extrema, que tenemos una guerra en Europa que produce calamidades sin cuento a los ucranianos, que hay demasiados ancianos en pasillos de Urgencias de hospitales en absoluta soledad, y que, en ocasiones, las cenas de Nochebuena reúnen a familiares con los que no se tiene relación alguna el resto del año, que en el fondo se odian, y donde siempre hay un cuñado sabihondo insufrible o una nuera pasiva hasta la grosería que, pese a estar a mesa puesta, intentan joder un encuentro familiar que siempre terminan pagando los abuelos, tanto aportando las viandas que hay sobre la mesa como limpiando la vajilla y la cocina cuando todos se marchan sin haber recogido un plato. ¿Merece la pena tanto esfuerzo? Sinceramente, no. La esencia de la Navidad, que debería estar en lo que no se puede comprar, no es cosa distinta a  pura hipocresía bajo el celofán de la usanza de un consumo desmesurado e insostenible. La felicidad no se compra con el consumismo compulsivo ni descorchando botellas de un cava infame que produce flato ni intentando trocear el turrón de Alicante a golpes de machete ni elevando el tono de voz como si fuésemos sordos para que la fiesta no decaiga. Guardar las debidas composturas en la mesa es como nacer de nalgas medio desguangüilado, sin un mal gesto, sin dar voces estentóreas o escupiendo aguarrás, algo difícil de creer.

 

domingo, 27 de noviembre de 2022

Vivir para ver

 


El pasado jueves volvía a aparecer en las pantallas de la Sexta el programa “Pesadilla en la cocina” de la mano de Alberto Chicote. En esta ocasión se trataba de intentar levantar un negocio ruinoso en manos de una familia de etnia gitana, “El fogón de la Toscana”. Hoy me entero de que esa familia buscó la teatralización ante las cámaras del padre, de la madre y del hijo, que cuenta que se desmayó el día que notó un soplido divino, hasta conseguir lo que todos ellos pretendían, o sea, la reforma del restaurante a cargo del programa para, seguidamente, poderlo vender a un buen  precio.  Aquí el más tonto hace relojes y la picaresca permanece tan viva como en los tiempos de Francisco de Quevedo. Pero a  Atresmedia, que opera en varios sectores de actividad, le da igual. Con cuatro anuncios amortiza cada programa y le sobra dinero para mantener el pupilaje del único que en su día supo arrinconar a los “intocables” Luca de Tena, Me refiero a Mauricio Casals, apodado como el Príncipe de las Tinieblas, que ocupaba (no sé ahora) una suite del hotel Palace de Madrid de martes a jueves, como hizo Julio Camba en la habitación 383 de ese mismo hotel en 1949 y que no lo abandonó hasta el día de su muerte, en 1962. Había sido “negro” de Juan March y éste le agradeció sus servicios pagándole la cuenta del hotel. Manuel Vicent (El País,  21.04.2012) decía sobre Camba algo que había dicho Ortega, que consideraba a Camba el mejor escritor del momento. Escribió Vicent: “Juan March le prometió hacer valer su influencia para impulsar su candidatura a la Real Academia Española. Al hacérselo saber a Camba, éste dijo: ‘¿Académico de la Lengua? Prefiero que me compre usted un piso’. El plutócrata mallorquín no le compró un piso, pero le pagó hasta el fin de sus días una habitación en el hotel Palace; no una suite, ciertamente, sino un cuchitril en el último piso junto al cuarto de la plancha”. En otro momento de ese artículo señala Vicent: “Era difícil sacarlo de la habitación 383 del hotel Palace para llevarlo de invitado a casa de algún anfitrión. Para esa clase de citas tomaba muchas cautelas. No le faltaba razón. De hecho, en un restaurante puedes criticar al cocinero, devolver el solomillo poco hecho, exigir cualquier capricho, sentenciar que el vino está picado, no así en el domicilio particular de un amigo, donde por obligación debes exaltar la receta infame de la señora de la casa aun sabiendo que te va a destrozar el estómago. Julio Camba ponía toda clase de trabas y no dejaba de refunfuñar hasta que, sentado a la mesa, la calidad del vino bien elegido, por fin, lo aplacaba y lo volvía pastueño”. Tenía razón.

sábado, 26 de noviembre de 2022

"Picadillo" en el recuerdo

 


Ahora que se acerca el fin de año y las fiestas de Navidad me viene a la memoria la figura del “todoterreno”  Manuel María Puga y Parga, más conocido como Picadillo, que explicó detalladamente cómo  asar el pavo, tradicional en esas fechas. Decía que el primer paso consistía en emborracharlo con aguardiente de caña, es decir, con ron. El segundo paso, en decapitarlo cuando esté borracho, después desplumarlo y dejarlo colgado toda la noche, para luego abrirlo y limpiarlo. Más tarde, untarlo con ajo, sal y manteca de cerdo antes de meterlo al horno. Este curioso personaje había nacido en Santiago de Compostela el 23 de abril de 1874 y fue jurista, escritor, político y gastrónomo. Hijo de Luciano Puga y Blanco, que fuera catedrático en la Facultad de Derecho, alcalde de Santiago, decano del Colegio de Abogados de La Coruña, responsable máximo del Banco de España en Cuba, diputado, senador y fiscal del Tribunal Supremo; y nieto de Manuel María Puga Feijoo, coronel del ejército isabelino y heredero de la condesa de Jimonte. Picadillo estudió Derecho  e hizo el doctorado con su tesis “Fueros Nobiliarios” en 1895. La amistad de su padre con Cánovas le llevó a obtener plaza de funcionario en el Ministerio de Gracia y Justicia, que conservó hasta quedar cesante tras el asesinato del político dos años más tarde por el anarquista Angiolillo en el ‘balneario de santa Águeda’, en Mondragón. Poco más tarde fue nombrado juez de Arteijo (La Coruña) y por aquellas fechas contrajo matrimonio con Carmen Ramón. Acompañó a su padre en 1892 en su viaje a Cuba a bordo del primer vapor ‘Alfonso XIII’, de la Compañía Transatlántica Española. Hubo otro vapor con el mismo nombre, botado en septiembre de 1920 e inaugurado en 1923 que durante la República se llamó "Habana", dado de baja en 1975 y posteriormente desguazado. El primero de ellos naufragó el 5 de febrero de 1915 en la bahía de Santander por una "surada". Curiosamente, en su segundo viaje a su regreso de  América, en 1893, coincidió estando atracado en el muelle de Santander con el barco "Cabo Machichaco", de triste recuerdo. Durante el trayecto a Cuba tuvo un incidente Picadillo que terminó en duelo, por fortuna suspendido por su obesidad. Su seudónimo lo comenzó a utilizar en los periódicos ‘El Orzán’ y ‘El Noroeste’ con sabias recetas de cocina. En 1901 publicó “36 maneras de guisar el bacalao”. Una de ellas está dedicada a su amigo Wenceslao Fernández-Flórez con cierta guasa. Así la describe: “Se coge una hoja de bacalao muy delgada, tan delgada como Wenceslao Fernández Flórez, y se toman unos tomates muy gordos, tan gordos como yo. Se sala a Flórez y se me parte en pedazos a mí, y en una tartera, capa de pedazos de Flórez desalados y capa de yo. Fuego lento; refrito por encima de aceite; mucha cebolla y ajos cuando Flórez está cocido. Diez minutos más de fuego y un perejil final reducido a 'Picadillo' con alguna sal si la necesitase. Y así es la vida. Yo estaré dividido por el eje, pero usted, amigo mío, se queda sin sal que es bastante peor”. En 1905 publicó “La cocina práctica” con prólogo de Emilia Pardo Bazán. Otras obras del mismo autor fueron “A coclña popular gallega y recetas para la cuaresma”, una ampliación, hasta 56, de las diferentes maneras de hacer el bacalao (1906);”El rancho de la tropa” (1909); “Pote aldeano” (1911); “Vigilia reservada: minutas y recetas” (1913); y la póstuma  “Mi historia política” (1917). Murió en La Coruña el 30 de septiembre de 1918 como consecuencia de la mal llamada “gripe española” que diezmó Europa. Tenía 44 años.

viernes, 25 de noviembre de 2022

El color de la liturgia

 



R
ecuerdo, de niño, llegar a la escuela el lunes y en un momento determinado preguntar el maestro a algunos educandos si habían asistido el día anterior a misa. Para asegurarse, el maestro les preguntaba: “¿de qué color era la casulla del párroco?”. Ahí comenzaban las dudas del preguntado. Unos decían verde, otros roja… Existía diversidad de respuestas. Hoy sería inimaginable que un docente hiciera tales preguntas a sus alumnos en un Estado no confesional. Pero entonces, durante el nacional-catolicismo reinante durante la dictadura de Franco, un cura mandaba más que un alcalde y no oír misa entera los domingos y fiestas de guardar estaba mal visto. Es más, la blasfemia estuvo castigada con multas de cincuenta duros; a la iglesia no se podía ir en manga corta; y las mujeres debían llevar velo en la cabeza, falda larga y medias. En este país, donde estaba prohibido hasta el control de la natalidad, se hizo asignatura obligatoria el estudio de la Historia Sagrada y el catecismo en las escuelas. Existía, tanto un decreto  como una ley, ambos en vigor desde 1938 en la zona controlada por los rebeldes, que daban idea de la presión de la Iglesia en los territorios “conquistados” por los sublevados. Por un decreto de 2 de marzo de 1938 se suspendieron los pleitos por separación y por divorcio; y la ley de 12 de marzo de 1938 derogó otra ley de 28 de junio de 1932 sobre el matrimonio civil. Posteriormente se abolió el divorcio (Ley de 23 de septiembre de 1939) y se restableció el presupuesto del clero con la Ley de 9 de noviembre del mismo año y que derogaba la republicana del 6 de abril de 1934. En el preámbulo de esa nueva ley se justificaba el sueldo a los clérigos, ya convertidos en dueños del cotarro. En suma, un patrón similar al del régimen autoritario portugués de Antonio de Oliveira entre 1933 y 1974, y del dictador de Croacia Ante Pavelic entre 1941 y 1945. Pero volvamos al color de las casullas de los curas en el ejercicio de ese sacrificio incruento que es la misa, que puede ser verde, rojo, morado, blanco, azul, rosa y negro, que es ausencia de color. El verde se utiliza en Tiempo Ordinario, es decir, excepto en Cuaresma, Adviento, Pascua Florida y Pascua de Navidad. Tampoco se usará durante las fiestas de Jesucristo, de la Virgen o de los mártires. El rojo se usa con motivo de la celebración de Espíritu Santo, de los mártires y en Viernes Santo (aunque ese día permanezcan los templos cerrados). El morado, en días Cuaresma y Adviento. El blanco, en Pascua Florida y el día de Navidad. El azul, por concesión papal para los pueblos hispanos, el 8 de diciembre, o como dicen los de mi pueblo: "p'a la Purisma". El rosa, el tercer domingo de Adviento (Gaudete o Laetare) y el cuarto domingo de Cuaresma. La casulla negra es propia de las celebraciones exequiales. La casulla, que se coloca sobre la estola y el alba, deriva de la pénula (capote) greco-romana, utilizada por la clase senatorial romana a principios del siglo IV. A partir del siglo IX se impusieron la dalmática y la tunicela. La dalmática lleva para tapar los brazos una especie de mangas anchas y abiertas. La tunicela es parecida a la dalmática aunque con menos adornos y con una barra horizontal (la dalmática dispone de dos). En las misas pontificales o solemnes el preste (oficiante) viste casulla; el diácono, dalmática;el subdiácono, tunicela; y el sacerdote asistente, capa pluvial. ¿Supo esos detalles litúrgicos aquel maestro de mi infancia?  Permítame el lector que lo ponga en duda. Tampoco importaba. Los colores no existen. Ni el cielo es azul ni el atardecer es naranja ni las estrellas de mar el día del Juicio Final subirán al Cielo, como dejó escrito creyendo que sí subirían como el globo escapado de la mano de un niño, el inolvidable Ramón Gómez de la Serna. El color no está en las cosas sino en la luz que las ilumina.

jueves, 24 de noviembre de 2022

El hábito no hace al monje


 

Lo primero que hay que tener en cuenta cuando acudes a un restaurante elegante es conocer de qué carta disponen. Si ese establecimiento cuenta con dos menús cerrados ya empezamos mal, por muchas estrellas Michelín que tenga concedidas. Y si en esos dos menús cerrados hay  platos que no te gustan, mejor no entrar. Días pasados se han concedido nuevas estrellas Michelín a establecimientos que desconocía. En Zaragoza, a uno establecido en un antiguo garaje, llamado Gente Rara. Por curiosidad he leído las dos opciones que ofrece en menús cerrados: “Menú chalado” y “Menú lunático”. La bebida no está incluida en el precio. Ya empezamos mal. El primero de ellos, a un  precio de 55 euros por comensal, ofrece (y leo textualmente): pan y aceite; gota de sangre; cebolla; bacalao; anguila; pimiento de cristal; conejo y carrillera de cordero. De postre: amaretto sour; y  magdalena ‘tía Ana’. El segundo, a un  precio de 90 euros por comensal, ofrece: brioche, gota de sangre, pan y aceite, pimiento de cristal, cebolla, azafrán, bacalao, anguila, tendones, cera, sal, conejo, morro dongpo y carrillera de cordero. De postre: degustación de quesos, amaretto sour, magdalena de limón ‘tía Ana’, melocotón y suzette.  Como no podía ser de otra manara, el IVA está incluido en ambos menús. Para aquel que lo desconozca,  el “amaretto sour” es un  cóctel clásico con sabor a almendras dulces y zumo de limón; el “suzzette” (que así se escribe) es un  crep; el brioche es un bollo de leche. La “gota de sangre” excede al límite de mis conocimientos culinarios, salvo que se trate del carmín de una cochinilla recién extraída de una pala de nopal del huerto de un señor de Bubierca. En resumidas cuentas, como a mí no me gusta el conejo, ni los tendones de no sabemos qué animal, ni la cera, ni los sesos de cordero, ni la carne blanca, gelatinosa y dura de la anguila por no ser japonés de nación, lo mejor es que no acuda a ese garaje zaragozano reconvertido, que acaba de recibir una estrella Michelín y que cuenta con una gran lista de espera para degustar lo que sale de su cocina. Dicen que la vajilla es original y en las fotos he podido comprobar que carece de mantelería y que los escasos comensales se sientan en mesas desnudas cerca del “quirófano” de la cocina.  A raíz de la concesión de esa estrella Michelín leí un suelto de José Miguel Martínez Urtasun en El Periódico de Aragón donde ponderaba ese restaurante. Él sabrá por qué. Deseo a Sofía Sanz y a  Cristian Palacio los mayores éxitos en una cocina sui géneris en donde, al menos por las referencias de que dispongo, prima la casquería. Para mí, comer es otra cosa. A mi entender, las estrellas Michelín no son garantía de nada, sino un “gancho” para atraer a horteras adinerados y justificar sus altos precios. Una mesa sin mantel blanco y servida por camareros vestidos de limpiabotas de cafetín con animadora es propia de ventas en encrucijadas de caminos de paisajes manchegos, algo que aborrezco. Por eso prefiero no entrar. No todo vale. El hábito no hace al monje.