jueves, 29 de abril de 2021

Cartillas

 

 

Mañana entra en vigor la Ley 20/2011, de 21 de julio, por la que desaparece el Libro de Familia en formato físico, donde se producían asientos del matrimonio contraído, de  hijos habidos y, en su caso, las defunciones de sus miembros. Al final va a ser cierto aquello que mantenía Mariano Ossorio Arévalo sobre la familia, afirmando que era una Importante institución de muy difícil manejo. Lo cierto es que los españoles, cuando por fin arrinconamos la “cartilla de racionamiento” en 1953 por la merced de Manuel Arburúa siendo ministro de Comercio, seguimos conservando otras dos cartillas como oro en paño: el Libro de Familia, antes de color maleta y más tarde de color azul, y la Cartilla Militar de Tropa, de color verde. El primero, por si había que llevarlo al Registro Civil para anotar los movimientos que se iban produciendo a lo largo de la existencia; la segunda, para seguir presentándola para estamparle un sello entintado durante los 24 años siguientes al ingreso en Caja en los CMR de las Regiones Militares, o en los Ayuntamientos de los pueblos, si no querías sufrir una multa. De hecho, no se podían ejercer funciones públicas sin tener esa cartilla en orden ni las empresas podían contratar servicios los servicios del trabajador que no cumpliese ese requisito. El Libro de Familia, como digo, desaparece mañana viernes. La Conferencia Episcopal, para no ser menos, también adoptó la costumbre hace años de entregar a los contrayentes por el rito católico el llamado Libro de Familia Católica, de color amarillo claro, que debía presentarse en las parroquias a efectos de bautismo, primera comunión, confirmación, ordenación sacerdotal y demás sacramentos. Se trata de un documento de nulo valor legal en un Estado aconfesional que no merece que le dedique más comentarios. Ya sólo quedan vigentes las libretas de ahorro, en progresiva decadencia por tener un rendimiento nulo, y las cartillas de enseñar a leer por el “método Paláu”, que no son para anotar asientos sino para disipar el espectro de la burricie. ¡Quién no las recuerda…!

martes, 27 de abril de 2021

Una renuncia inexplicable

 


En un reportaje del diario ABC, Fernando Chacón se hace cruces de que haya desaparecido el único tren que unía la estación lisboeta de Santa Apolonia con la madrileña de Chamartín, por Salamanca. Se trata del  tren nocturno “Lusitania Expréss” cuyo coste corría a medias entre RENFE y Comboios de Portugal, y que tardaba diez horas y medias en cubrir los 624 kilómetros de trayecto entre ambas capitales peninsulares en unas vías de ancho ibérico similares; es decir, 1688 mm (equivalente a 6 pies castellanos) los trenes españoles frente a 1665 mm los portugueses. En ese sentido, comenta Chacón que el convoy es deficitario: “Primero fue la pandemia del coronavirus la que provocó la suspensión del ‘comboio’ que unía los dos lados de la frontera desde 1995. Su locomotora rugió por última vez el 17 de marzo de 2020. Después, el pasado mes de junio, se supo que el Lusitania Express no reanudaría la conexión cuando finalizaran las restricciones del estado de alarma, y ahora el Gobierno de España se ha mostrado partidario de la eliminación definitiva de ese tren nocturno. Hace cuatro años, utilizaron este medio de transporte 79.000 viajeros, y esta cifra disminuyó a 67.000 en 2019, síntoma inequívoco de su declive”. Esa línea férrea fue inaugurada dos veces: la primera, por Isabel II en 1866; la segunda, por Alfonso XII, en compañía de Carlos I de Portugal, el 8 de octubre de 1881, en un acto que se escenificó en Cáceres. En 2012 Portugal renunció definitivamente a mantener una línea de Alta Velocidad con España, que conectaría Lisboa con Madrid (por Extremadura) en tres horas. La prioridad de los mandatarios portugueses está centrada desde entonces en mantener enlaces de transporte de mercancías para mejorar la competitividad de las exportaciones. En definitiva: existe una complicada relación de vecinos. Seguro que si le preguntas a un  español por las regiones portuguesas no sabrá ninguna, si acaso  El Algarve y las islas Azores, lo mismo que si le preguntas si es conocedor del nombre del presidente de la República o del jefe del Gobierno, de la gastronomía sólo aciertan con el bacalao guisado a las mil maneras, y el idioma portugués sólo lo entienden aquí cuatro y el de la guitarra, que es de Fermoselle. ¿Existe algo más triste? Tal vez solo la saudade de las letras de los fados, el alma de Lisboa. En la foto de hoy, no me he resistido a ponerla, aparece un AVE a toda velocidad a su paso por Terrer junto a unas vías férreas que ya son historia.

lunes, 26 de abril de 2021

El cocherito, leré

 


Se dice que una imagen vale más que mil palabras. Cierto. La falta de turistas a nuestro país por culpa de la pandemia es la principal amenaza para nuestro PIB. El Gobierno entiende que la vacunación masiva de españoles, con una previsión del 70% de la población antes del verano, puede hacer cambiar las tornas. Pero la esperanza (no la de Triana sino ese estado de ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables) que es lo último que se pierde, va más lejos todavía y ya he escuchado a una ministra decir por la televisión que en octubre próximo volverán a ponerse en marcha los viajes del IMSERSO, en el supuesto de que para entonces queden viejos para disfrutarlos y deseos de salir por ahí para matar la polilla. Demasiado optimismo. Sólo hay que mirar a India para saber cómo están las cosas en la aldea global. En la imagen que plasmo hoy en mi chat queda reflejada toda la desesperanza de un sector, el turístico, que ya no sabe cómo echar para adelante sin morir en el intento. Sevilla no se entiende, para los que la conocemos, sin coches de caballos trotando por el asfalto del Paseo de la Palmera, sin camareros que escriben los mandados de los clientes con tiza sobre la barra, sin vencejos cruzando el Puente de Triana vestidos de rigurosa etiqueta, sin gotas de cera indeleble en agosto sobre el embaldosado de Sierpes de la última procesión, sin fiesta flamenca en el altozano trianero durante la velá de Santiago y santa Ana, y sin ver la salida y regreso de toreros en la puerta del Hotel Colón. El cocherito, leré, fue una canción infantil que se le ocurrió a Carmelo Bernaola y que formó parte de una obra teatral del mismo nombre estrenada en el madrileño Teatro María Guerrero en 1966. Es necesario que pase este mal sueño de la pandemia. No queda otra que volver a abrir de par en par  chiringuitos y aeropuertos para que los turistas puedan regresar, para seguir comiendo paella infame y bebiendo sangría a las seis de la tarde en la plaza de Santa Cruz o en la calle Betis, que el lugar es lo de menos, y callejear sobre los coches de caballos. Hay que conseguir, también, que al cocherito, leré, le devuelvan los turistas la sonrisa perdida.

jueves, 22 de abril de 2021

Magnificar las epopeyas

 


Según José Luis Corral, las leyendas populares son las que surgen del pueblo anónimo y muchas de ellas no se plasman por escrito sino que son imaginadas y creadas por las gentes de un lugar para explicar acontecimientos, hechos, monumentos o accidentes geográficos; así como para recordar la memoria colectiva de ciertas figuras. Suelen ser fruto de la imaginación popular y su carácter es anónimo. Este tipo de leyendas se transmiten de forma oral. También es cierto que leyendas atribuidas a tipos anónimos se trasladan con demasiada facilidad a personajes históricos para magnificar las “epopeyas”. Tal es el caso de Pedro III de Aragón, hijo de Jaime I y de Violante de Hungría (su segunda esposa) y padre de Isabel de Portugal, que es mostrado como un valiente por haber desafiado a un dragón solitario en el monte Canigó, en 1262, tal como queda señalado en el trabajo “Leyendas para una historia paralela del Aragón medieval” de Agustín Ubieto Arteta (Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2010). Se cuenta que llegado ese rey a la cima, descubrió un ibón de aguas oscuras que servía de corona al elevado monte pirenaico. Lanzó el rey varias piedras al agua y comenzaron a moverse, apareciendo violentamente en la superficie y nadando desde el fondo un enorme dragón que, tras lanzar una bocanadas de fuego, arrancó el vuelo en dirección a Francia. Hace poco han colocado un dragón de hierro en recuerdo de aquel espanto. A una hermana de Pedro III la casaron cuando tenía 10 años con Alfonso X el Sabio, que entonces contaba 25. Coincidiendo con la Feria del Libro, que este año se ubica en el Parque Grande de Zaragoza, recomiendo la lectura de “Canción de sangre y oro”, de Jorge Molist (Planeta, 2018). Les aseguro que no deja al lector indiferente.

El dragón

 


De la misma manera que el Ratón Pérez habitaba dentro de una caja de zapatos en un piso de la madrileña calle del Arenal, parece ser que el dragón de san Jorge en encuentra en la barcelonesa Casa Batlló, situada en el número 43 del Paseo de Gracia, cuyas escamas cubren la azotea, la espada del santo sobresale del tejado y los balcones parecen, para unos, calaveras de víctimas del dragón; para otros, antifaces de carnaval. Dicen que Antonio Gaudí combinó su transformación de la casa (1906) con la vieja leyenda del dragón de Montblanch. Se contaba de abuelos a padres y de padres a hijos que en esa ciudad tarraconense existió un dragón que tenía aterrorizados a todos los montblanquenses. Para calmar su furia, los habitantes de aquel lugar de la Cuenca del Barberá decidieron darle cada día a un individuo de forma aleatoria que se lo comiese. Un día le tocó el turno a la princesa pero san Jorge salió en su defensa y decidió matar al dragón y así poder liberar al pueblo de las fauces de aquel monstruo. Tras darle muerte, san Jorge arrancó una rosa de un jardín y se la entregó a la princesa. Lo que ya no sé es de qué princesa se trataba. Quiero pensar que de Eudoxia Láscaris, que adoptó el seudónimo de Irene Láscaris, cuarta hija del emperador de Nicea, Teodoro II y de Helena de Bulgaria, residente en Játiva y acogida en la corte de Jaime I, que le otorgó rentas en el Reino de Valencia y poderes sobre el barrio judío de Barcelona. Se dice de ella que acudió en misiones diplomáticas a Zaragoza y Castellón al servicio de Jaime II. En 1296 fundó un convento de monjas clarisas y el Santuario de la Serra, en Monblanch, donde permaneció hasta 1306. Murió en 1311 en Zaragoza y fue enterrada en el Convento de santo Domingo, próximo a la puerta de Sancho, que daba salida por el muro de rejola que abrazaba Zaragoza al final de la calle Predicadores. Fue derribada en 1868 y levantada de nuevo hasta su derribo final en 1904.