sábado, 29 de febrero de 2020

Vapuleado el solar patrio




A mi entender, no es literato aquel que escribe grandes novelones que llenan los estantes de las grandes superficies comerciales cuando se acerca la fecha del Día del Padre, sino quien maneja la herramienta del idioma con maestría. Lo importante del Quijote no son las andanzas que Cervantes describe de un personaje tronado y lleno de quimeras, y de un escudero paleto que sólo mira por su particular interés; sino cómo lo cuenta Cervantes y cómo lo traslada al papel. Lo mismo puede decirse del que ha leído una novela que más tarde se ha trasladado al cine. El autor de la novela, crea. El director de la película, al tener el hándicap del metraje, corta y pega por donde le parece. El resultado final, al tener que enfrentarse a un guión previo, siempre es otra cosa. Yo siempre pongo el ejemplo de la olla podrida, que aparece mencionada en obras de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Leopoldo Alas o Balzac. En el “Almanach des gastronomes, 1860” se distingue entre la olla podrida simple y la olla podrida para un grande de España. Es fácil de entender que no era lo mismo la olla podrida consistente en algo de carne, un trocito de tocino, un puñado de garbanzos, hojas de col y pimienta, todo ello cocido en agua, que era la olla podrida que se cocinaba en casa de los poco pudientes, que la otra olla podrida que se confeccionaba en la quinta de Carabanchel del marqués de Salamanca, donde se llegó a contratar al cocinero de Napoleón III ofreciéndole mejor salario que el que podía pagar el emperador. Cosa distinta es que el marqués de Salamanca muriera lleno de deudas en 1883,  sin amigos y sólo acompañado de su fiel mayordomo. España es un país de asombro. Al menos, así lo entendía Camilo José Cela en su artículo “Manual del practicón en diez lecciones” (Cambio 16, núm. 221, 01/03/76)  cuya lectura recomiendo. Escribía Cela: “España es un país asombroso y a mí, al menos, que presumo de conocerlo bien, no consigue sacarme de mi asombro. Una de las cosas que más me pasman del país es su capacidad de superación en el difícil arte de la supervivencia a través de una picaresca que, al menos en teoría, debiera haberse arrumbado para siempre con la tecnocracia. La cosa no fue así, sin embargo, y la propia picaresca de los tecnócratas -tan atildaditos ellos, tan bien peinados y tan juncales- supuso no poco alivio para quienes, en nuestra honesta pobreza, nos conmovemos ante la sencillez y la elegancia de un culo femenino, y la científica complejidad de las estadísticas que analizan la tendencia alcista del índice del coste de la vida. En el fondo, todo pierde su misterio cuando se saca brillo al aire”.

jueves, 27 de febrero de 2020

Marqués de las Cabriolas



Algunos  monárquicos rayanos en el plebeyismo más acendrado entienden que el coronavirus podría haberse llamado tricolorvirus, que a la Corona no hay que nombrarla en vano, como decía el catecismo de Astete con respecto a Dios. Yo no sé, pero el miedo siempre guarda la viña, y la amenaza de la Organización Mundial de la Salud, referida a la posible expansión del virus hasta convertirse en una posible pandemia, parece ser más preocupante para algunos en lo referente a la cuestión económica que a la sanidad pública. Esto es de locos. Si los números no salen, el país está perdido con el turismo en expansión. Hoy, Antonio Burgos, en su “recuadro” de ABC de Sevilla, señala que  la capital de Andalucía  “suma 4.600 locales para comer y beber frente a las 3.750 camas de hospital” y que eso es señal de buen a salud. Recuerda una frase atribuida al Marqués de las Cabriolas que decía “bebe a gusto y olvida los disgustos”. He tenido que leer el blog de Isaac Albéniz para saber quién fue ese personaje. Hay que remontarse al año 1926, cuando un grupo de amigos que formaban la peña “Curdis Estomacales” solicitaron al Ayuntamiento la concesión de una caseta para la Feria de Abril. Les fue concedida un año después con el número 77, lo que dio pie para que creasen la “Peña El 77”. El título Marqués de las Cabriolas (no nobiliario sino simple apodo) le fue concedido por el grupo de amigos a Luis Martínez Vice, presidente de la Peña, nacido en la céntrica calle de San Eloy el 29 de agosto de 1891. Trabajó en el Bazar El Sevillano y fue banderillero del malagueño Matías Lara,”Larita” y más tarde se colocó el La Previsión Española como cobrador de recibos. Pero el “título” de Marqués de Cabriolas se lo pusieron cuando sus reuniones en el Manicomio de “Er 77” se trasladaron al barrio de Nervión (Cardenal Lluch, 16). Con motivo de una fiesta de san José, invitaron a Luis Martínez Vice a una cabalgata, a la que apareció disfrazado “a la Federica” y los vecinos, muy guasones, le crearon ese título. Llegó a tener hasta secretario particular, José Martínez López, jefe del obrador de la Confitería la Campana, al que los amigos llamaban graciosamente  “Conde de las Natillas”;  un pintor de cámara, Braulio Ruiz Sánchez “Caballete” y hasta un  gran poeta particular, Hilario Gutiérrez Gil. En aquel “Manicomio” de Nervión se rindió homenaje en 1954 al caballo Babieca, el de la estatua del Cid Campeador,  por haber sido excluido en la Semana del Caballo de Jerez de la Frontera. El homenaje consistió en un desfile de burros por delante de la estatua ecuestre. Más tarde esos pollinos participantes recibieron medio kilo de cebada de los almacenes de cereales de Manuel Espinosa (calle Adriano, 16). A sus dueños les fueron ofrecidas unas copas de vino español de las casas del Real Tesoro de Jerez; manzanilla “clásica” de Florido Hermano, de Sanlúcar de Barrameda; y  coñac “Centenario”, de Terry. El Marqués de las Cabriolas murió el 10 de enero de 1959.

martes, 25 de febrero de 2020

En la diáspora


Un Miércoles de Ceniza, más cerca de las 4 que de las 3 de la tarde, moría en Colliure, en el sur de Francia, Antonio Machado. Era el 22 de febrero de 1939. Tres días después moría en la misma habitación su madre, doña Ana Ruiz. Quiso que le enterrasen con tierra que había llevado de España en una cajita de madera. Su pobre madre, según caminaba como podía hacia la frontera francesa no hacía otra cosa que preguntar a sus acompañantes: “¿Llegaremos pronto a Sevilla?”. A Colliure habían llegado acompañados de su hermano José y de la mujer de éste, Matea Monedero. Ya en la estación, un  ferroviario, Jacques Baills, les recomendó el Bougnol-Quintana, un pequeño hotel a sólo diez minutos de la estación. Y allí marcharon todos renqueantes y maleta en mano dispuestos a cobijarse. Sería el triste final del trayecto. Machado sólo lo pudo disfrutar una semana. Su madre, diez días. En el bolsillo del gabán de Antonio, su hermano José descubrió un papelito que contenía el comienzo de unos versos que nunca pudieron ser terminados: “Estos días azules / este sol de la infancia…”. Atrás quedaba el recuerdo de Leonor y de Pilar Valderrama (Guiomar). Atrás quedaba, también, la remembranza de la España de Frascuelo y de María ardiendo por los cuatro costados.Todo se fue a la mierda.