A mi entender, no es literato aquel que escribe
grandes novelones que llenan los estantes de las grandes superficies
comerciales cuando se acerca la fecha del Día del Padre, sino quien maneja
la herramienta del idioma con maestría. Lo importante del Quijote no son las andanzas que Cervantes describe de un personaje tronado y lleno de quimeras, y
de un escudero paleto que sólo mira por su particular interés; sino cómo lo
cuenta Cervantes y cómo lo traslada al papel. Lo mismo puede decirse del que ha
leído una novela que más tarde se ha trasladado al cine. El autor de la novela,
crea. El director de la película, al tener el hándicap del metraje, corta y
pega por donde le parece. El resultado final, al tener que enfrentarse a un
guión previo, siempre es otra cosa. Yo siempre pongo el ejemplo de la olla
podrida, que aparece mencionada en obras de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Leopoldo Alas o Balzac. En el “Almanach des
gastronomes, 1860” se distingue entre la olla podrida simple y la olla
podrida para un grande de España. Es fácil de entender que no era lo mismo
la olla podrida consistente en algo de carne, un trocito de tocino, un puñado
de garbanzos, hojas de col y pimienta, todo ello cocido en agua, que era
la olla podrida que se cocinaba en casa de los poco pudientes, que la otra olla
podrida que se confeccionaba en la quinta de Carabanchel del marqués de Salamanca, donde se llegó a
contratar al cocinero de Napoleón III
ofreciéndole mejor salario que el que podía pagar el emperador. Cosa distinta
es que el marqués de Salamanca muriera lleno de deudas en 1883, sin amigos y sólo acompañado de su fiel
mayordomo. España es un país de asombro. Al menos, así lo entendía Camilo José Cela en su artículo “Manual del practicón en diez lecciones”
(Cambio 16, núm. 221, 01/03/76) cuya lectura recomiendo. Escribía Cela: “España
es un país asombroso y a mí, al menos, que presumo de conocerlo bien, no
consigue sacarme de mi asombro. Una de las cosas que más me pasman del país es
su capacidad de superación en el difícil arte de la supervivencia a través de
una picaresca que, al menos en teoría, debiera haberse arrumbado para siempre
con la tecnocracia. La cosa no fue así, sin embargo, y la propia picaresca de
los tecnócratas -tan atildaditos ellos, tan bien peinados y tan juncales-
supuso no poco alivio para quienes, en nuestra honesta pobreza, nos conmovemos
ante la sencillez y la elegancia de un culo femenino, y la científica
complejidad de las estadísticas que analizan la tendencia alcista del índice
del coste de la vida. En el fondo, todo pierde su misterio cuando se saca
brillo al aire”.
sábado, 29 de febrero de 2020
jueves, 27 de febrero de 2020
Marqués de las Cabriolas
Algunos
monárquicos rayanos en el plebeyismo más acendrado entienden que el
coronavirus podría haberse llamado tricolorvirus, que a la Corona no hay que nombrarla
en vano, como decía el catecismo de Astete
con respecto a Dios. Yo no sé, pero el miedo siempre guarda la viña, y la
amenaza de la Organización Mundial de la Salud, referida a la posible expansión
del virus hasta convertirse en una posible pandemia, parece ser más preocupante
para algunos en lo referente a la cuestión económica que a la sanidad pública.
Esto es de locos. Si los números no salen, el país está perdido con el turismo
en expansión. Hoy, Antonio Burgos,
en su “recuadro” de ABC de Sevilla,
señala que la capital de Andalucía “suma 4.600 locales para comer y beber frente
a las 3.750 camas de hospital” y que eso es señal de buen a salud. Recuerda una
frase atribuida al Marqués de las
Cabriolas que decía “bebe a gusto y olvida los disgustos”. He tenido que leer
el blog de Isaac Albéniz para saber quién fue ese personaje. Hay que
remontarse al año 1926, cuando un grupo de amigos que formaban la peña “Curdis Estomacales” solicitaron al
Ayuntamiento la concesión de una caseta para la Feria de Abril. Les fue
concedida un año después con el número 77, lo que dio pie para que creasen la “Peña El 77”. El título Marqués de las
Cabriolas (no nobiliario sino simple apodo) le fue concedido por el grupo de
amigos a Luis Martínez Vice,
presidente de la Peña, nacido en la céntrica calle de San Eloy el 29 de agosto
de 1891. Trabajó en el Bazar El Sevillano
y fue banderillero del malagueño Matías
Lara,”Larita” y más tarde se colocó el La
Previsión Española como cobrador de recibos. Pero el “título” de Marqués de
Cabriolas se lo pusieron cuando sus reuniones en el Manicomio de “Er 77” se trasladaron al barrio de Nervión (Cardenal
Lluch, 16). Con motivo de una fiesta de san José, invitaron a Luis Martínez
Vice a una cabalgata, a la que apareció disfrazado “a la Federica” y los vecinos, muy guasones, le crearon ese título.
Llegó a tener hasta secretario particular, José
Martínez López, jefe del obrador de la Confitería
la Campana, al que los amigos llamaban graciosamente “Conde
de las Natillas”; un pintor de
cámara, Braulio Ruiz Sánchez “Caballete”
y hasta un gran poeta particular, Hilario Gutiérrez Gil. En aquel “Manicomio” de Nervión se rindió
homenaje en 1954 al caballo Babieca,
el de la estatua del Cid Campeador, por haber sido excluido en la Semana del Caballo de Jerez de la
Frontera. El homenaje consistió en un desfile de burros por delante de la
estatua ecuestre. Más tarde esos pollinos participantes recibieron medio kilo
de cebada de los almacenes de cereales de Manuel
Espinosa (calle Adriano, 16). A sus dueños les fueron ofrecidas unas copas
de vino español de las casas del Real
Tesoro de Jerez; manzanilla “clásica”
de Florido Hermano, de Sanlúcar
de Barrameda; y coñac “Centenario”, de Terry. El Marqués de las Cabriolas murió el 10 de enero de 1959.
martes, 25 de febrero de 2020
En la diáspora
Un Miércoles de Ceniza, más cerca de las 4 que de las
3 de la tarde, moría en Colliure, en el sur de Francia, Antonio Machado. Era el 22 de febrero de 1939. Tres días después
moría en la misma habitación su madre, doña
Ana Ruiz. Quiso que le enterrasen con tierra que había llevado de España en
una cajita de madera. Su pobre madre, según caminaba como podía hacia la
frontera francesa no hacía otra cosa que preguntar a sus acompañantes: “¿Llegaremos
pronto a Sevilla?”. A Colliure habían llegado acompañados de su hermano José y de la mujer de éste, Matea Monedero. Ya en la estación,
un ferroviario, Jacques Baills, les recomendó el Bougnol-Quintana, un pequeño hotel a sólo diez minutos de la
estación. Y allí marcharon todos renqueantes y maleta en mano dispuestos a
cobijarse. Sería el triste final del trayecto. Machado sólo lo pudo disfrutar
una semana. Su madre, diez días. En el bolsillo del gabán de Antonio, su
hermano José descubrió un papelito que contenía el comienzo de unos versos que
nunca pudieron ser terminados: “Estos
días azules / este sol de la infancia…”. Atrás quedaba el recuerdo de Leonor y
de Pilar Valderrama (Guiomar). Atrás quedaba, también, la remembranza de
la España de Frascuelo y de María ardiendo por los cuatro
costados.Todo se fue a la mierda.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)