domingo, 30 de septiembre de 2018

Olor a libro viejo



Nunca dejó de sorprenderme ese olor característico que desprenden los libros antiguos. Todavía me  ocurre con un ejemplar de Gente Menuda correspondiente al primer semestre de 1936. El segundo semestre nunca se publicó por causa de la Guerra Civil. Pues bien, se trata de un libro de coleccionables (Gente menuda era el suplemento dominical de Blanco y Negro) heredado de mi madre, que era adolescente en el momento de ocurrir el golpe de Estado. Da igual abrirlo por una página que por otra. Siempre el mismo olor y sus hojas cada vez más amarillas. Y dentro, los breves cuentos de Graciella; de Aurelia Ramos; de Josefina Bolinaga; de Celia Machón; de Gloria de la Prada; de Elena Fortún…, y los dibujos de Serny, de Areuger, de Estebita, de Fervá, de Teodoro Delgado y de Orbegozo. También se incluía en cada ejemplar una “Página de los lectores”, la última, donde los niños publicaban dibujos. En el número correspondiente al 31 de mayo hay dibujada una carabela a plumilla y debajo pone: Ramón Sáinz de Varanda, once años”. Faltaban muy pocas fechas para que a su padre, médico de Iriépal (Guadalajara) lo fusilasen los republicanos. Pero, ¿por qué razón los libros viejos huelen bien?  La respuesta la tiene Pedro Gargantilla, médico internista del Hospital de El Escorial. Según él, se debe la degradación de la celulosa. Hay ciertos compuestos volátiles que se liberan al aire, entre ellos la lignina, un polímero orgánico que se forma a partir de la degradación de la celulosa que desprende un olor a vainilla y que es responsable de que amarillee y se amustie el papel.

Sobre un calendario de bomberos



En un artículo de opinión en El Periódico de Aragón, Antonio Piazuelo, bajo el epígrafe “Ideas de bombero”, critica que el concejal de Servicios Públicos del Ayuntamiento de Zaragoza, Alberto Cubero, de ZeC, haya “bloqueado” las ayudas a un calendario de bomberos por “fomentar un canon de belleza socialmente impuesto”; es decir, que aparezcan “hombres desnudos de torso para arriba, muy musculados”. Y en eso lleva, a mi entender, razón Cubero. Se puede hacer un calendario de bomberos con fotografías referentes a su trabajo cotidiano en beneficio de la sociedad, ora apagando incendios, ora rescatando a accidentados de tráfico atrapados en el interior de sus vehículos, etcétera. No se debe confundir  -y en eso estoy de acuerdo con el edil- el Cuerpo de Bomberos con los cuerpos de los bomberos. Cubero, todo sea dicho, desató la polémica el pasado mes de junio con un tuit de dudosa gracia donde relacionaba a Luis Carrero Blanco con el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque. En  @cubero_alberto dejó escrito el pasado 6 de junio a las 18.05 horas: “Pedro Duque, el segundo ministro astronauta en España después de Carrero Blanco, que también voló muy alto”, e incluía un montaje fotográfico en el que se podía ver la cabeza de Carrero dentro de una escafandra. Es cierto que la recaudación de los calendarios de bomberos se destina a la ONG Dona Médula Aragón, que realiza campañas para concienciar a la ciudadanía sobre la necesidad de aumentar el número de donaciones, pero ese calendario, tal como está planteado, no coincide con las políticas de género del Consistorio. Dicho de otro modo: el fin no justifica los medios.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Mejor aún, llevarlo a Burgos




Leo hoy en el diario El País que los nietos de Franco pretenden enterrar los restos de su abuelo en la catedral de la Almudena, si se exhuman del Valle de los Caídos. Todo un despropósito.  Los nietos del dictador desconocen un acuerdo del Concilio Vaticano II donde se especificó que no hubiese tumbas en los templos, y así se fijó en el canon 1242 del Código de Derecho Canónico de 1983,  que señala: "No deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice, de sus propios cardenales u obispos diocesanos, incluso eméritos". Por esa razón, Adolfo Suárez y Amparo Illana, o Claudio Sánchez Albornoz (que está enterrado muy cerca de ellos) ocupan un espacio en el claustro, no dentro del templo.  En otro canon, en el  1239,  se establece que “ningún cadáver, ni siquiera el del Papa o el de un obispo, puede estar enterrado bajo el altar; en caso contrario, no es lícito celebrar la misa en él”. Me viene a la memoria la cripta de El Cristo, en la catedral de Santander, donde bajo el altar están enterrados, además de las cabezas de san Emeterio y san Celedonio,  aparecidas a la deriva a bordo de una chalupa, los cuerpos de muchos santanderino asesinados durante la Guerra Civil. Por cierto, mal llamada “cripta” desde el momento en el que para su acceso hay que subir unos tramos de escalera. Es, realidad, la iglesia baja de una colegiata convertida en catedral reinando Fernando VI  por deseo de Benedicto XIV en 1754, desde entonces convertida en parroquia. En esa catedral casó a mis padres el entonces obispo José Eguino Trecu. Pero, ya puestos a rizar el rizo de los despropósitos, propongo que a Franco lo trasladen a la catedral de Burgos y le habiliten una sepultura cerca de la del Cid Campeador, pero al estilo del Doncel en la catedral de Sigüenza, donde el dictador aparezca recostado sobre su sarcófago y bajo un arco de medio punto leyendo “Raza”, escrita por un tal Jaime de Andrade.  Enmarcado en la lápida funeraria, el texto: “En el día de hoy cautivo y desarmado el ejército rojo…etcétera”; y en la parte inferior de la hornacina,  la siguiente inscripción: “Todo atado y bien atado”. En la entrada de la catedral, junto al Papamoscas, en el ventanal del triforio,  cuando suenen las horas y mueva el brazo derecho y abre la boca, podría aparecer un cartel donde pusiese: “Es el mejor. La Historia lo dijo y yo no miento”, inspirado en la etiqueta modernista del Anís del Mono, dibujada por Ramón Casas en  1898,  uno de los símbolos (junto con el toro de Osborne, el calimocho, el "sol y sombra" y el carajillo) que mejor han reflejado las costumbres de este país durante muchas décadas.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Sobre un autógrafo de la Dolores



Desde 2016 se celebra en Calatayud el performance “La Dolores, un viaje en el tiempo” que consiste en una recreación de esa entrañable Ciudad en el siglo XIX, donde en un ambiente de época se rememora la ya legendaria figura de Dolores Peinador, sobre la que hay referencia de la existencia de siete óperas o zarzuelas, veinte obras dramáticas, más de cincuenta composiciones musicales y cinco películas. Pero descubro un chat  (10/06/2016)  en un blog de Miriam Tarazona (“Dentro del misterio”) donde, bajo el epígrafe “La leyenda de la Dolores, la de Calatayud”  puedo leer algo que desconocía. Miriam Tarazona, a partir de un autógrafo de Dolores Peinador intenta “descubrir” cómo era su temperamento. Y la grafología arroja el siguiente resultado:
“Se trata de una persona individualista y desconfiada respecto al entorno social, con mente de deducción rápida y temperamento nervioso. Es muy reservada respecto a sus emociones y sentimientos. De personalidad muy acusada, gusta de guardar las distancias. No rehúye la polémica, es más, le agrada, pero su actuación social es conciliadora. De ideales elevados, con apreciada finura intelectual y espiritual. Posee mucha iniciativa y combatividad, con grandes deseos de emerger”.
A mi entender, no es difícil revelar el temperamento de Dolores Peinador una vez conocida la biografía del personaje. Algo parecido, mejorando lo presente, podría haberse deducido de la grafología de Doloretes, personaje ficticio de Carlos Arniches, plasmado en una zarzuela en un acto y tres cuadros con música de Amadeo Vives y estrenada en el Teatro Apolo de Madrid el 28 de julio de 1901. Se trata de un mito muy parecido al de la Dolores en la zona de Alicante con un argumento sencillo: “el tío Pere y la tía Tona viven preocupados por su nieto Visentico, que lucha en la guerra de Filipinas. Al regreso de la guerra, Visentico descubre que su novia Doloretes le ha sido infiel con Nelo, el hijo del alcalde y del que Doloretes se ha enamorado. Visentico jura venganza, que se cumple cuando Nelo descubre que Doloretes había ya conocido a otros muchos hombres antes que él. Por cierto, existe una famosa pintura de Doloretes, obra de Cecilio Pla, plasmada en la portada de “Blanco y Negro” del 08/11/1902; ejemplar que por fortuna debe de estar por casa.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Como el perro del hortelano



El  editorial de El País hoy es demoledor. Bajo el epígrafe “Un estilo insoportable” señala, y señala bien, que “los Gobiernos tienen el encargo de plasmar sus políticas en los Presupuestos Generales del Estado de cada año. Para llevarlo a cabo deben cumplir un único requisito: alcanzar la mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados. Merced a una enmienda del PP, aprobada en 2012, eso no es así en España sino que se da prevalencia al Senado, lo que no es habitual en ningún Estado de la UE. Para reaccionar ante esta situación anómala, el Gobierno de Pedro Sánchez buscó un atajo tan legal como discutible: la introducción de la senda del déficit en una ley que no tiene nada que ver con ese asunto. La Comisión de Justicia del Congreso avaló esta vía, pero en última instancia la Mesa del Parlamento, con el voto del PP y de Ciudadanos, contradijo a la comisión. Como consecuencia, no habrá reforma de la ley de estabilidad presupuestaria (para evitar el veto del Senado), y lo que es peor, el Gobierno no podrá, previsiblemente, presentar sus Presupuestos que, como todos ellos, tienen como objetivo mejorar la situación económica y social del país. Hasta aquí el procedimiento. Pero todas estas argucias tienen su corolario político: impiden gobernar a quien está legítimamente en el ejercicio del poder”. El editorial de El País no entiende, como no entendemos la inmensa mayoría de ciudadanos demócratas, “la innecesaria identificación de una formación joven como Ciudadanos con el más viejo y resabiado estilo político practicado por el PP”. Un partido político que “demuestra que prefiere un país desgobernado antes de que sea otro quien gobierne. Tampoco es la primera vez en que los populares prefieren la parálisis de las instituciones de todos, antes de que el funcionamiento de la democracia conduzca a un relevo en los órganos de gobierno de las instituciones: el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y los medios de comunicación públicos son buenos testigos de este estilo de desgobierno”. Hay poco que se pueda añadir. Al Partido Popular no le interesa que se produzca ese relevo por tener rabo de paja. Quedan muchos asuntos por resolver en sede judicial que les afectan por una corrupción sin parangón en el resto de Europa. Y ante tal penosa situación sólo quedan dos soluciones: o esperar a que muchos delitos prescriban, o a que parte del Poder Judicial que ellos nombraron en su día a dedo se pongan de perfil. El caso del teniente fiscal  del Tribunal Supremo,  Luis Navajas, que ha pedido a la Sala de lo Penal de esa alta Institución que no investigue al presidente del PP, Pablo Casado, por las presuntas irregularidades en su máster cursado en la Universidad Rey Juan Carlos, “al no existir indicios incontestables de la existencia de responsabilidad penal”  por los delitos de prevaricación administrativa y cohecho impropio, además de estar prescrito por haber pasado cinco años, pone de manifiesto cómo anda el aceite del candil. Como bien escribía Antonio Aramayona, profesor de Filosofía, en su artículo “La Derechona” (El Periódico de Aragón, 02/02/2005), “la derechona cuenta con el dinero más casposo de España, con el conservadurismo más reaccionario, con Botella, Acebes, Michavila y los Legionarios de Cristo, con el Opus Dei de Trillo, con los adictos al "Gibraltar, español" de los años cuarenta y cincuenta, con toda la nostalgia más ultramontana y extremista. La derechona cuenta también con el silencio y la pasividad de esos grupos y partidos que tienen a gala llamarse de izquierdas, que parecen sentirse como pez en el agua arremetiendo contra el árbol más cercano y perdiendo de vista a la vez el bosque, el horizonte, el rumbo y los objetivos que realmente merecen la pena”. Aramayona se suicidó el 5 de julio de 2016 después de haber escrito: “Es el momento justo de morir. Ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Es el momento justo de quedar abrazado a mi muerte libre, a esa muerte (como dice Nietzsche) que viene a mí porque yo quiero”. Tenía 68 años.