sábado, 31 de diciembre de 2022

El estilo, algo a considerar

 




H
oy, 31 de diciembre, es el tricentésimo sexagésimo quinto día del año 2022 y así debería escribirse según el “Libro de estilo” del prestigioso diario ABC, en su primera edición de 1993 (Ariel, Barcelona) con prólogo de Fernando Lázaro Carreter, donde se trató de regular  el estilo en sus diversas acepciones siempre desde un punto de vista ético, semiótico y lingüistico. Como bien afirmaba en ese prólogo el brillante académico de la Española, cada libro de estilo (existen muchos y variopintos) difiere en lo que podemos llamar la personalidad del medio. Todos los libros de estilo son “hijos” del “Manual de Español Urgente” de la Agencia Efe, que fue el primero llevado a cabo en España. Era un conjunto de recomendaciones dirigida a periodistas donde se recomendaba el buen uso de la Gramática y evitar caer en lo vulgar (esa jerga de germanía más propia de los galopines del Siglos de Oro) en lo incivil, en lo pedante y en lo umbroso. El buen uso de la Ortografía se daba por supuesto, como el valor se daba por supuesto en los soldados que no fuimos a la guerra. El concepto germanía proviene del latín germanus (hermano) y, a principios del XVI se utilizó en Aragón para designar “a ciertas asociaciones municipales y, después, a las juntas formadas por los que al principio del reinado de Carlos I se sublevaron en el reino de Valencia y en la isla de Mallorca”. Aclaro que el entrecomillado es por hacer referencia a lo escrito por Rafael Salillas Panzano en su libro “La germanía” (1894), muy  posterior a otro de Juan Hidalgo, “El lenguaje de germanía”, de 1609. Salillas, angüesino de nación, fue un gran conocedor del argot carcelario como lo demostró con su trabajo “La vida penal en España”, y fue quien introdujo en este país el positivismo criminológico del veronés Cesare Lombroso. Nada más por hoy. Les deseo un venturoso año nuevo.

viernes, 30 de diciembre de 2022

Tinta de calamar

 

A moro muerto, gran lanzada. Ese es un adagio  con la que, según el diccionario de María Moliner, se satiriza a los que se muestran valientes contra algo o alguien cuando ya no hay riesgo en ello. Está bien que el Ministerio del Interior  haya retirado las condecoraciones a policías franquistas, incluido Billy el Niño, muerto de coronavirus. Pero esa decisión debería haberse tomado mucho antes. Ha sido un afán pueril y tardío, como fue la exhumación de Franco en Cuelgamuros. Ya dijo Ortega que “atarse a los muertos es la más infeliz de las aventuras”. Ese adagio, en realidad, tiene un origen medieval de los tiempos de luchas entre moros y cristianos. Había guerreros que estaban al margen de las escabechinas y alejados del peligro, que escurrían el bulto, pero cuando la batalla terminaba le daban un espadazo o una lanzada al enemigo caído para manchar el arma con la sangre del muerto y poder presumir  ente los compañeros  de armas de haberse batido el cobre. La anomalía fue concederle a esos franquistas redomados títulos y honores. que no merecían. Aqui se dieron muchas lanzadas a moro muerto, si es que quedaba alguno, es decir, si el español era “merecedor” de castigo por el hecho de haber sido republicano y respetuoso con la Constitución de 1931 y, en consecuencia, estar considerado como “botín de guerra” si no se encontraba en el exilio o haciendo trabajos forzosos a mayor gloria del sátrapa gallego. Es la condición humana. Quitar placas colgadas en paredes de calles o despojar de títulos nobiliarios a personas que se enriquecieron con el franquismo con la aplicación de la reciente Ley de Memoria Democrática ya sirve de poco. Habría que haberlo hecho antes de la Transición. Los títulos nobiliarios ya solo sirven para ponerlos en las tarjetas de visita. Alejandro Bermúdez Alonso, en La tribuna de Talavera, el pasado 2 de diciembre escribió la anécdotaen la que, para presumir, un soldado dijo que se había encontrado con un enemigo  y le había cortado un brazo; y no contento con ello, para remachar su hazaña, al poco rato dijo que también le había cortado una pierna, de tal forma que el interlocutor le preguntó por qué razón no le había cortado la cabeza directamente, respondiendo el valiente mocetón que la razón fue que la cabeza ya se la había cortado alguien antes de verlo él…”. Aquí, con la Ley de Amnistía de 1977, que formó parte de la reforma política, faltaron agallas por parte de Adolfo Suárez para juzgar a criminales del franquismo todavía vivos antes de proceder al restablecimiento de un régimen democrático, de la misma manera que faltaron redaños para preguntar a los españoles que forma de Estado queríamos. No olvidemos que el delfín, Juan Carlos, el 22 de diciembre de 1975 juró en las Cortes Españolas los “Principios del Movimiento” y unas “Leyes de Sucesión a la Jefatura del Estado” de 1947, que no fue cosa distinta a las siete leyes fundamentales del franquismo, donde no existía en el Estado rey a la vista ni heredero de los derechos históricos, al haber abandonado Alfonso XIII España en 1931 en un acto manifiesto de cobardía, y que esa “astracanada” constituyó el inicio a un baile de pretendientes de diversas raleas, una vez excluido Juan de Borbón del organigrama de aspirantes, al que odiaba el caudillo más que al contubernio judeo-masónico, que ya es decir. La tinta de cefalópodo no es más que una estrategia de evasión que deja atrás un rastro oscuro que permite despistar al atacante.

jueves, 29 de diciembre de 2022

Agua pasada que remueve Molino


Estos días pasados me han regalado dos libros; “Un tal González”, de Sergio del Molino y “El director”, de David Jiménez. Ando enfrascado con el primero de ellos, todo un  cronicón donde Felipe González vertebra el relato de una época convulsa donde se mezclan muchas cosas en un combinado subjetivo. He leído algo más de cien páginas y parece interesante. Para mí que Sergio del Molino ha  cocinado un “guiso” en la olla exprés de su mollera a base de reiteradas consultas en “Cambio 16” (y lo digo por tener en casa encuadernados casi todos los números del periodo comprendido entre los años 74-82, es decir, desde los primeros 100 días del Gobierno presidido por Arias Navarro hasta la negociación de los salarios para 1883 entre sindicatos y CEOE; o desde la degustación del ‘arrós a la terra’ probado por Xavier Domingo en Mahón, que no llevaba arroz sino trigo fermentado, tropiezos de cerdo y legumbres, hasta los entonces nuevos sellos sobre la Flora de Botswana, el antiguo protectorado de Bechuanalandia en los tiempos del colonialismo británico, donde figuran hongos) y la angostura de conversaciones imaginarias, para darle cuerpo a un cronicón, como digo, cuyo eje central (ese tal González) es un joven abogado laboralista sevillano, que quemando gasolina en un utilitario por infames carreteras estaba dispuesto a comerse con patatas al viejo Rodolfo Llopis en el Congreso de Suresnes y formar un  PSOE, sector renovado, tras haber abandonado el marxismo y haberse centrado en la conquista del poder con el apoyo del sueco Olof Palme, el alemán Willy Brandt y el francés François Mitterrand, un socialista que ocultó al máximo sus vínculos con el régimen colaboracionista de Vichy y sus veleidades ultraderechistas de su etapa juvenil.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

El mataniños Herodes

 


No cabe duda de que Herodes I el Grande fue un paranoico de mucho cuidado. Mandó asesinar a su suegro Hircano II y a su cuñado Costobar. También a sus hijos Alejandro, Aristóbulo y Antipatro. Y por si todo ello fuera poco, Y por si todo ello era poco, mandó matar a su mujer, Marianne, pese a amarla. Tanto la quería que para mantener vivo su recuerdo la mandó embalsamar en una piscina de miel, y durante largo tiempo vagó por los pasillos de su palacio conversando con su fantasma. En sus últimos momentos, seguro de que nadie lamentaría su pérdida, mandó ejecutar a los nobles más destacados, para que así sus vecinos lloraran su muerte. Pero, pese a su crueldad manifiesta, se cuenta que fue el mejor rey de la historia de Judá. Lo de la matanza de inocentes es obra salida del magín de Mateo. El relato de ordenar matar a los niños de Belén menores de dos años, dando por hecho que entre ellos se encontraría el futuro Mesías, fue una forma de forzar mediante el relato el cumplimiento de una profecía de Jeremías. En el protoevangelio de Santiago (donde se describen las doce tribus de Israel) se cuenta otra versión: que Herodes buscaba al hijo de Zacarías, al que suponía el potencial rey. Pero el niño había sido escondido por su madre Isabel en una cueva. Según este libro apócrifo, el futuro Juan Bautista habría sido la causa real de la masacre de Herodes. Solo la Iglesia Católica  denomina “inocentes “  a aquellos supuestos niños asesinados (se desconoce su número) en un relato sobre el que no hay constancia de los hechos descritos por Mateo (cap. 2.13.17), más tarde reflejado en el famoso cuadro de Rubens. Claro, pretender contar ese relato a los niños de hoy, que no estudian en su mayoría la asignatura de Religión en la enseñanza púbica de un Estado no confesional, como es el nuestro, resulta harto complicado. Tal vez por esa razón, las “inocentadas” han dejado de tener sentido. El monigote de papel pinchado en la trasera de la chaqueta es algo que aparecía en las viñetas de los tebeos que leían sus padres, o sus abuelos, como la pastilla de jabón donde el protagonista de la historieta resbalaba en la bañera, la persecución en la calle por el sastre, o el pollo de Carpanta. Tampoco la prensa se anda con bromas. Parece cierto que la ignorancia inconsciente es preferible a la estupidez informada, como sostiene Brandon Sanderson, autor de novelas de fantasía.

domingo, 25 de diciembre de 2022

El mal de la piedra

 


El discurso del jefe del Estado transmitido por todas las cadenas centra hoy los cometarios de la prensa.  Y todos ellos hacen hincapié en un párrafo de ese discurso donde se alude a la “erosión de las instituciones”. A las instituciones les ocurre lo mismo que la catedral de Burgos: que tienen “el mal de la piedra”. La Constitución Española  debería ser revisada y modificarse en aquello que fuese menester. Han pasado 44 años desde su aprobación por la ciudadanía y todavía existen flecos de difícil manejo, por ejemplo la inviolabilidad del monarca en todos sus actos, incluido aquellos actos privados que nada tienen que ver con el ejercicio de su función. Una monarquía en España solo será útil mientras el papel del monarca no se desvíe de su misión encomendada, es decir, sancionar y promulgar las leyes, convocar y disolver las Cortes Generales, y convocar a referéndum en los casos previstos en la Constitución, todo ello contemplado en el Título II, artículo 56.1. Pero en ese mismo artículo, punto 3, se señala que la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad por estar sus actos refrendados, como establece el artículo 64. Pero, a mi entender, los actos privados del monarca sí deberían estar sujetos a responsabilidad. De ese modo se evitarían ciertos supuestos desmanes cometidos hasta 2014, año de su abdicación, por el anterior jefe del Estado, colocado a dedo por el dictador y metido de rondón dentro en el texto constitucional. A la muerte de Franco lo normal hubiese sido que a los españoles nos preguntasen qué forma de Estado queríamos: si monarquía o república. No se hizo por miedo al posible resultado, como reconoció Adolfo Suárez. Se prefirió que quedase plasmado en una Constitución que también fue del miedo y que, ahora, pasado casi medio siglo desde aquel referéndum, debería revisarse. Nada es inamovible. Aquí ha habido siete constituciones desde 1812 y un extenso rabo de pronunciamientos militares y golpes de Estado: el de Rafael de Riego (1820); el de la Granja de San Ildefonso (1836);   el de O’Donnell  en Vicálvaro, en 1854;  el de Serrano, Prim y Topete, en 1868; el de Pavía, en 1874; el de Martínez Campos en Sagunto, ese mismo año; el de Miguel Primo de Rivera, en 1923; el de Sanjurjo, en 1932; y el golpe de Estado de 1936 de un grupo de generales y  la ayuda de una trama civil contra la II República, que desembocó en la espantosa guerra civil que aupó a un sátrapa en 1939 a la Jefatura del Estado y que termino con todas las libertades hasta entonces conquistadas, con cárceles, pérdida de nacionalidad para exiliados, ejecuciones sin cuento, censura de libros y medios de comunicación y un poder casi omnímodo a la jerarquía de Iglesia Católica. Y con los pies en ese inmundo lodazal fuimos a las urnas aquel frío 6 diciembre de 1978 para votar algo que nos parecía un “mal menor”. Pero 44 años más tarde las instituciones se erosionaron, la corrupción se hizo patente y aquel que había sido señalado por el sátrapa como heredero del “18 de julio” y que en su día había jurado las “Leyes Fundamentales” y los “Principios del Movimiento” se vio forzado a abdicar por las razones que conocemos, aunque solo en parte. Mosquea que existan ciertos “asuntos de Estado” que no trascenderán a los españoles hasta que se desclasifiquen dentro de 75 años, cuando al pollino se le pueda poner la cebada al rabo. Sostengo que si “la soberanía reside en el pueblo”, como reza la Constitución, aquellos que están en poder de la cuerda de trenzado deben dejar a un lado la “omertá siciliana” e informarnos sin fisuras. Es lo menos que se debe conceder a quienes mantenemos la paja y el pesebre de la Corona, de la First Class y de esa Vieja Dama que no lleva  trazas de devolver los más de 60.000 millones de euros de dinero público prestado.  

sábado, 24 de diciembre de 2022

Elogio de "El gaitero"

 


Yo, que soy hombre de escasas pretensiones, sigo tomando en la cena de Nochebuena sidra “El gaitero”, la de Villaviciosa, en copa “Pompadour”, chata, de poco cuerpo y boca ancha, que permite construir castillos y rellenar a modo de cascada, algo que en mi caso no sucede. El resto de mi familia prefiere beber ese vino espumoso que denominan “cava”, por llamarlo de alguna manera, en copa “flauta” que, según dicen, influye en el desprendimiento del gas dióxido de carbono y en los aromas. Los enólogos entienden que a mayor superficie de contacto, mayor es la cantidad de carbónico que pasa al aire y se disipa del vino, y que por esa razón priman las copas altas y estrechas sobre las anchas y cortas. Pero con la sidra no tengo ese problema. A mí la que me gusta es la más barata, la que tiene el gollete plateado, como aquellas que siempre veía entrar en casa de mis padres cuando aparecía la hoja roja del calendario, como en los librillos de papel de fumar. Mi padre las dejaba tumbadas para que el corcho permaneciese mojado en su base interior. En su descorche, mi padre apuntaba al techo y el tapón salía disparado haciendo mucho ruido. Solía posarse encima de un armario. Era como la salva de ordenanza para que comenzase a hacer un guiño de cómplice la noche helada. Las compraba en el economato de la fábrica y venían en pequeños cajoncitos de madera que, en ocasiones, pedía al encargado del economato para hacer astillas y poder iniciar la lumbre en aquellas cocinas de carbón que tanto añoro, poniendo al descubierto un mantel blanco con platos muy del Norte:  la coliflor, el besugo... y las finas copas de cristal labrado presidiendo la mesa familiar. Aquella sidra "El gaitero", como digo, comenzó a champanizarse en 1890 para su mejor conservación durante los largos trayectos marítimos para el consumo de los asturianos en América. Por La Habana anduvo mi abuelo paterno, Aquilino Miranda Vallín, asturiano de nación y empleado en el "El Encanto". Con el tiempo desapareció de su etiqueta lo de “sidra-champagne”, y desde hace poco también la figura del gaitero asturiano con su traje regional soplando la gaita, sin saber a ciencia cierta si el gaitero la soplaba en Infiesto o junto al malecón habanero que miraba sin poder ver a la lejana España con melancolía. Puede que algún día, ay, desaparezca también el nombre de sus impulsores: “Valle, Ballina y Fernández”  y que la famosa sidra caiga en manos de una empresa multinacional. Ese día, quiera Dios que no llegue, dejaré de comprarla y romperé la copa "Pompadour" en un charco donde se refleja la luna silente en la que otrora estuvo el economato de un ingenio azucarero que tampoco existe. Todo se marchó al garete sin darnos cuenta, como nuestra infancia. La gaita asturiana, que parece que llora interpretando "La mi mozuca", tiene pequeñas diferencias con la gallega, es decir, un solo roncón (tubo más largo) en vez de varios; digitación cerrada (la mayoría de los agujeros tapados en la escala mayor) frente a la digitación abierta de la gallega (donde la escala mayor se produce levantando los dedos uno por uno, igual que en la flauta dulce); distinta tesitura (extensión del sonido) y diferencia en las cañas del puntero. Las cañas de las gaitas gallegas (palletas) son estrechas y alargadas. Las de las gaitas asturianas (payuelas) son más anchas y cortas. Si se comete el error de colocar una caña del puntero de una gaita gallega en una asturiana, o viceversa, esa gaita no sonará aunque hagamos un novenario a san Barbaciano, o al normando san Ebrulfo, cuya versión abreviada de su biografía la llevó a cabo en 1675 el monje benedictino Jean Mabillon  (“Vetera analecta”, vol. I, pp. 354-361). Pero esa es otra historia.

viernes, 23 de diciembre de 2022

La batalla del frío

 


Leo en el Diario de Teruel que a lo largo del año que ahora termina, las Fuerzas de Seguridad del Estado han neutralizado 19 artefactos explosivos de la Guerra Civil en el término municipal de Teruel y sus alrededores que han ido apareciendo al mover tierras de labranza u obras de construcción. Todos esos explosivos, que siguen durmientes pese a sus carcasas oxidadas por el tiempo, son consecuencia en su mayoría de las operaciones militares que tuvieron lugar en el periodo comprendido entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938, día en el que las fuerzas rebeldes entraron en Teruel sin apenas encontrar resistencia. Para entonces reinaba la paz de los cementerios. Sobre aquella “batalla del frío”, Herbert L. Matthews hizo una crónica en el The New York Times, donde señalaba: “De aquella campaña nada me impresionó tanto como el increíble mal tiempo, y estoy seguro que para los historiadores de la guerra será el rasgo más digno de estudio. El viento cortante resultaba especialmente duro. Nada servía de protección contra las ráfagas heladas que llegaban aullando desde el norte y que atravesaban todas las capas de la ropa, por muchas que fueran. Los ojos se nos llenaban constantemente de lágrimas por lo intenso del dolor; los dedos de las manos se nos hinchaban y se nos dormían y de los pies desaparecía toda sensación que no fuera una frialdad  glacial insoportable”. Para que luego digan algunos indoctos que Teruel no existe… Que se lo pregunten a Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea y faldealgorfano de nación. Recibirán cumplida respuesta. Que se lo pregunten