jueves, 31 de diciembre de 2020

Elogio de la copa "Pompadour"

 


Una leyenda cuenta que  Silvestre, siendo joven, dio sepultura a otro cristiano que había sido asesinado por paganos. Como consecuencia de ello, el prefecto de Roma le encarceló. Aquella misma noche el prefecto murió atragantado por una espina de pescado. Lo que ya no sabemos es si aquella espina era de besugo o de chicharro, que los historiadores nunca llegaron a matizar aquel escabroso detalle. Mi padre tuvo amistad con otro Silvestre, don Silvestre Fuentes, que cada año le regalaba un habano coincidiendo con cada séptimo día de la Octava de Navidad. En casa solíamos celebrar la Nochevieja en familia y en el menú nunca faltaba el besugo al horno y aquel “champan de pobres” que era la sidra El Gaitero que bebíamos en copas “Pompadour”, aquellas copas chatas, de boca ancha y algunas con filo dorado en el borde, dicen que puestas de moda a finales del siglo XVIII por encargo de María Antonieta y tomando como modelo su pecho izquierdo. Otros afirman que fue Luis XV el que impuso ese modelo de copas (entonces en porcelana) tomando como modelo los pechos de Renee Poisson. En lo que a mí respecta, siempre utilizo el modelo “Pompadour” o “jattes tétons” (que en francés  significa pezones) para brindar con cava. Nunca utilizo las copas “flauta” ni las copas “tulipa”. Esas copas estilizadas las dejo para aquellos que saben apreciar los rosarios de burbujas, la percepción sensorial, los retrogustos y todas esas lindezas que a mí me la traen floja. Hoy pareciese que todo el mundo estuviera en posesión de un máster en cata y hasta el vecino del tercero izquierda te cuenta cómo hay hacer un gin-tónic perfecto, utilizando un medidor, un strainer, una cucharada trenzada..., para que sepa mejor. Vamos, todo un arte. Pero a lo que iba, o sea, a la copa de champán. La realidad fue distinta. Parece ser que la creación de esa copa se sitúa en 1663 por encargo del duque de Buckingham a un artesano veneciano. A aquella copa se la denominó “la tazza”, digna de poder figurar en el Diccionario del Erotismo, de Cela.  Nada más por hoy. Feliz año.

martes, 29 de diciembre de 2020

En torno a la mesa camilla

 


Eran casi todos de hojalata, recuerdo, aquellos juguetes de mi infancia. El día de Reyes lo pasábamos los hermanos jugando dentro de casa. En la calle hacía mucho frío, pero no era un frío como el de ahora. Recuerdo que era un frío que congelaba el barro y que dejaba las sábanas de la última colada tiesas como pergaminos. De todos aquellos juguetes había uno que todavía conservo: los “juegos reunidos” de Jeyper. Me considero un ser privilegiado por el hecho conservar casi en perfecto estado fichas de diversos tamaños, pequeños conos, dados, cubiletes y cartulinas. Era un juego de mesa camilla. Quién no recuerda aquellas mesas redondas, vestidas con un largo mantelón (enaguas) y que debajo tenían el agujero correspondiente para colocar un brasero de picón. Lo mismo servían para comer que para leer el periódico, que para coser, escuchar “el parte” de la radio, o jugar al guiñote. Era, en fin, una mesa multiusos casera muy confortable en dónde a su alrededor se trataban de arreglar las crisis políticas del hogar. Era la mesa predilecta en la que el padre hacía el crucigrama del ABC, o el “damero maldito” de Conchita Montes de La Codorniz, o liaba cigarrillos de tabaco picado, donde la madre escuchaba cada tarde a Elena Francis mientras limpiaba lentejas, y donde los hijos hacíamos los deberes de la escuela. Al brasero nunca le dimos uso, teníamos calefacción central y radiadores de La Pajarita pintados de color marrón. Pero allí estaba el brasero, en el centro de los bajos de la mesa camilla, aquella especie de yelmo de latón con dos asas y su cubre brasero de alambre. Los cochecillos de hojalata los guardábamos en una caja de membrillo de Miguel Chacón serigrafiada con una estampa cervantina. Y en la calle, recuerdo, transitaban carros cargados de remolacha camino de la azucarera y un ciego cantaba en una esquina “iguales para hoy” sin demasiado entusiasmo.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Mascaradas

 



Leo en El Correo de Zamora que el zangarrón ha vuelto a ser, como ya es costumbre secular cada 26 de diciembre, el protagonista de las calles de Sanzoles, en la comarca de Tierra del Vino, al sureste de la provincia de Zamora y en el Partido Judicial de Toro. Sanzoles debe su nombre a san Zoilo, mártir cordobés que contó con gran devoción entre que los mozárabes que habían huido de Al-Ándalus a tierras leonesas siguiendo la Ruta de la Plata.  El zangarrón, que su misión consiste en perseguir a chicos y ancianos, va provisto de una máscara de cuero negro, ropa de colores, tres cencerros, para espantar a los espíritus malignos, dos esquilones a la espalda y un palitroque del que cuelgan tres vejigas hinchadas, que representan la fertilidad. El zangarrón, según costumbre de Sanzoles, acompañaba a los quintos cada año, que marchaban en dos filas cubiertos con capotes negros y, también, protegía a los mozos para que pudiesen bailar. Pero esa no es la única mascarada en tierras zamoranas. Existe otro personaje, Barandales, presente en las procesiones de Zamora, cuya misión consiste en avisar a los ciudadanos de la marcha de las procesiones de Semana Santa. Es una derivación moderna de los campanilleros que desde el siglo XVI cumplían tal misión. Barandales, provisto de amplios ropajes (del color de la cofradía para la que actúa: Vera Cruz, el Santo Entierro y Nuestra Madre de las Angustias) abre las procesiones agitando dos pesados esquilones. Los zamoranos más ancianos todavía recuerdan a dos “barandales” distinguidos: Bernardo de la Puente, alias “El España”; y, posteriormente, a  Alberto Villacorta, fallecido en 2011.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Burgueses sobrevenidos

 



Si les digo la verdad, nunca entendí que un obrero pudiese ser de derechas. Son aquellos sujetos  a los que apenas les llega el sueldo para poder terminar el mes, a los que les gusta más que a un tonto un transistor llevar a sus hijos a un colegio religioso subvencionado por el Estado para poder compararlo, en las reuniones familiares y en la cola para comprar el pan, con los niños que acuden a la enseñanza pública; que son todos ellos unos raqueros que no adquieren buenas composturas ni valores espirituales. Para terminar siempre con la coletilla “mi esfuerzo me cuesta”, cuando todos sabemos que los colegios subvencionados son gratuitos y que, de pagar algo, es el gasto del autobús de transporte escolar y algún  recibo que se inventan los frailes en concepto de “desgaste de materiales”. Son los burgueses sobrevenidos, los que son comprensivos con las inmatriculaciones de ese opaco emporio inmobiliario la Iglesia Católica (más de 18.500 templos y 15.000 fincas); con la presunta conducta irregular del rey Juan Carlos… Son, digo, esos tipos con ínfulas de mandos intermedios, o de encargadillos de taller, que critican las últimas subidas en el salario mínimo interprofesional y que prefieren que las subvenciones se concedan al pequeño empresario, que es el que crea I+D+i y puestos de trabajo. ¡Qué risa! Y lo dicen con mucha gravedad y voz engolada, sin despeinarse. Como los domingos leen la prensa de derechas, sólo los domingos, se quedan con la copla de que Felipe González ha sido el mejor gobernante de la democracia (porque lo dice Anson); que las supuestas trapacerías del rey emérito son el chocolate del loro; y que gracias al anterior monarca se pudo construir el tren de alta velocidad Medina-La Meca, fruto de un consorcio, como si en ello nos fuese la vida. Hasta que el pasado 3 de marzo nos enteramos con estupor por una revelación del diario Tribune de Genève que el anterior monarca había recibido entre los años 2008-2012 en Panamá (y a través de la Banca Mirabaud) 100 millones de dólares en concepto de comisiones, y que la transferencia era del rey de Arabia Saudita Abdalá ben Abdulaziz. Los burgueses sobrevenidos jamás devuelven los favores prestados, ponen erecto el dedo meñique al sostener la copa bebiendo anís, acarrean desaforados bastonazos dialécticos a aquellos que no piensan como ellos, gustan de participar en las procesiones y de aplaudir a la Legión en las paradas militares, son serviles con los poderosos hasta la grosería, y están convencidos de que quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Expectación

 

Dos cosas generan gran expectación en esta semana que mañana comienza: el gordo de Navidad, que tocará sabe Dios dónde y el tradicional discurso televisivo de Felipe VI, audible y no sabemos si entendible. El gordo es algo aleatorio, fruto del azar; el discurso real se espera que sea algo más que un rosario de frases-papilla supervisado por el Gobierno, como los que ya nos tienen acostumbrados. Con Franco, los mensajes de cada fin de año (entonces se emitían el día de san Silvestre) ya sabíamos de qué iban, o sea, de la obsesión que el general tuvo por el contubernio judeo-masónico, que, si les digo la verdad, nunca supe en qué consistía. Digo yo que sería como una mutación de los rojos supervivientes que todavía se escondían bajo los pliegues de los edredones de El Pardo y contra los que no podía ni el zotal. Todo un misterio. Enric Juliana mantiene que a partir del próximo lunes habrá una interesante conjunción astral. Recuerda que “la estrella de Belén ha fascinado a los niños durante siglos. Recortar la estrella en papel de plata evitando que la cola se rompiese era una tarea heroica. Construir la estrella de Navidad pegando arena en un pedazo de cartón, para después pintarla con purpurina, era curso de ingreso en la artesanía”. Pero en este año que ya termina parece que iluminasen con menor fuerza las luces de neón de los escaparates. Muchos españoles esperamos el final de la pandemia y hemos puesto todas nuestras ilusiones en una vacuna equivalente al bálsamo de Fierabrás, aquella panacea cervantina relacionada con el rey de Alejandría y su batalla contra Oliveros, difundida en versión dieciochesca y en romances de Juan José López en pliegos de cordel. A partir del lunes, como bien señala Juliana, podrá verse en el firmamento la conjunción entre Júpiter y Saturno, algo que sólo se produce cada ochocientos años. Y ahora toca.

viernes, 18 de diciembre de 2020

La licuefacción

 

En la ciudad de Nápoles tiemblan estos días porque no se ha licuado la sangre de san Jenaro y eso suele ser el avance de un mal presagio. Si les digo la verdad, no sé qué más males nos pueden sobrevenir en este 2020 que está a punto de marcharse como un sicario tras dejar una estela de miedo. Leo en La Vanguardia que “en 1988, el arzobispo de Nápoles pidió a un científico de Turín que examinase la sangre y éste dictaminó la presencia de hemoglobina, que excluía que fuese una sustancia de naturaleza diferente de la sangre. Sin embargo, en 1991 un grupo de científicos aseguró en la revista Nature que había obtenido una sustancia similar del color de la sangre a partir del polvo de molisita, presente en los volcanes y con estas mismas propiedades tixotrópicas, es decir, que se licua al agitarse”. Uno ya no sabe dónde se encuentra la verdad y dónde se halla la mentira. Y como el Pisuerga pasa por Valladolid y el Arga pasa por Mendigorría, el tercer hijo de Felipe V y primero de su segunda mujer, Isabel de Farnesio, Carlos III, (Carlos VII de Nápoles y Sicilia desde 1735), que se había convertido en rey de España a la muerte de su hermanastro de Fernando VI sin descendencia, fundó la Insigne y Real Orden de San Jenaro en 1738 para celebrar su boda por poderes con María Amalia Walburga, hija del rey de Polonia, una mujer con ojos de gato que se casó con 13 años y llegó a tener 13 hijos, entre ellos al futuro Carlos IV. Carlos III, dicen que “el mejor alcalde de Madrid”, llevó a cabo dos importantes logros: echar a los jesuitas de España y repoblar Sierra Morena en un intento de erradicar el bandolerismo. Pero los jesuitas siempre regresan y los bandoleros permanecen aunque ya no asalten diligencias. Sucede como con los Borbones. El día que destronaron a Isabel II,  Prim dijo aquello de “los Borbones nunca más”. Pero a los siete años, ya estaban los Borbones restaurados en la persona de Alfonso XII. Menos mal que en España nos queda la sangre de san Pantaleón, que se encuentra en Madrid, en el Real Monasterio de la Encarnación, y que se licúa cada 27 de julio en un proceso que nadie es capaz de explicar, ni siquiera Iker Jiménez. En ese monasterio también se conserva una tibia del santo. También, los bandoleros siguen presentes, aunque Luis Candelas fuese ajusticiado una gélida mañana de noviembre, en 1837, en la madrileña plaza de la Cebada. Lo que sucede es que los bandoleros actuales, léase corruptos, están en todos los niveles de nuestra sociedad. Ya no utilizan trabuco y prendas de vestir a la rondeña, sino traje caro y tarjetas black. Antes los ahorcaban; ahora se van de rositas sin despeinarse. Y lo que es peor: sin devolver la pasta.