domingo, 30 de abril de 2023

Sobre los encajes de bolillos

 


Ayer contaba al lector mi personal elogio de la cocina económica. Decía que la cocina era como el cuarto de estar de los pobres, el único sitio de la casa donde había algo de calor. La llegada de la vitrocerámica -añadía- nos obligó a adquirir cazuelas y sartenes adaptadas a los nuevos artilugios y desechar las antiguas y, también, las cazuelas de barro en las que la comida mejoraba y se mantenía más tiempo caliente. Pues bien, como tocaba que me renovase y en vista de que los cuchillos de mesa casi no cortaban, decidí ir a Ikea y proveerme de nueva vajilla, unos vasos y nuevos cubiertos de acero inoxidable. El resultado de ese cambio fue mediocre, es decir, que las cucharas cumplían su misión, los cuchillos cortaban, pero los tenedores eran algo romos y no pinchaban los trozos de filete de carne si no se ponía mucha fuerza en el empeño. Los actuales tenedores de mesa, que son una versión reducida de aquellas horcas bifurcadas llamadas horquillas patibulares utilizadas en las granjas paras limpieza de establos. Los hay para carne, pescado y postre. Catalina de Médici, consorte de Enrique II de Francia los utilizaba para rascarse la espalda. Los primeros cubiertos fueron de plata, resistente a los ácidos por su efecto antibacteriano. Pero tenían el inconveniente de que se oscurecían en contacto con los alimentos ricos en azufre, como el pescado o los huevos, formándose sulfuro. Por ello, en 1824 entró en el mercado de Prusia la llamada “plata alemana”, una aleación de cobre, zinc y níquel. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la cubertería de acero inoxidable se usaba casi exclusivamente en restaurantes y cantinas, no en casas particulares. Posteriormente se popularizó. Pues bien, ya en casa, descubrí que los platos y los vasos estaban fabricados en Turquía y eran como los que aparecen en la mesa en las series de televisión acarameladas que nos inundan tarde y noche. La cubertería, fuerte como la espada del Cid, estaba fabricada en China. No entendí cómo los suecos encargaban tenedores a un país que come el arroz y todo lo que le pongan en el plato con dos palillos que manejan a la perfección, casi como esas encajeras de Camariñas (Galicia) con el manejo del mundillo, los alfileres en la almohadilla y los hilos de algodón o lino  enroscados en los bolillos de madera de boj. Se cuenta que tal afición gallega procede de la técnica del bolillo aprendido de una superviviente del naufragio de un barco italiano. En el caso de Almagro, esa afición del encaje de bolillos se debe al vínculo lanero de Castilla con los Países Bajos durante el siglo XVI, que hasta se menciona dos veces en “El Quijote”, o por la influencia de los Fúcares, ese clan de banqueros y financieros  de Augsburgo (descendientes de Hans Fugger, (apodado “el rico Fúcar”), que explotaron las minas de Almadén. Se cuenta que en 1766 Manuel Fernández  y su mujer crearon un taller de blonda en Almagro en el que fabricaban delicadas mantillas y que daba ocupación a más de 140 mujeres. En la actualidad existe en esa localidad manchega el Museo de Encaje y la Blonda, una estatua en una glorieta y se mantiene un encuentro anual de encajeras. Se sabe que los Fúcares tuvieron casa en Almagro y en Madrid, esta última localizada en el antiguo Barrio de las Musas. Aquella casa desapareció a mediados del siglo XIX y en ese solar se levantaron viviendas (Atocha número 101, esquina a Fúcar). Existe una placa en el indicado número de la calle Atocha colocada por el Ayuntamiento en 1992 recordando su historia:

 AQUÍ TUVIERON
 SU CASA Y BANCA
 LA FAMILIA FUGGER
“LOS FÚCARES”
BANQUEROS DE LOS REYES
EN LOS SIGLOS XVI-XVII

En Cataluña, más concretamente en Arenys de Munt, a ese trabajo de blonda se le conoce como “puntas al coixi” o “puntaires”. Entre magistrados, jueces, fiscales y letrados de la Administración de Justicia están muy solicitadas las puñetas filigranadas catalanas que portan en las bocamangas de sus togas.  Mire el lector por dónde, los tenedores chinos que vende Ikea con púas demasiado romas me han llevado por otros derroteros y he terminado escribiendo sobre el encaje de bolillos, como podría haberlo hecho sobre las virtudes de las aguas del río Cidacos, que pasa por Arnedillo y que, según afirmaba Pascual Madoz, tienen la virtud de sacar del cuerpo esquirlas de bala; o cuando a un convoy le mueven el espadín de las agujas y cambia de itinerario, o termina estrellándose contra la topera. Una cosa conduce a otra con tal de marear la perdiz, que siempre es una táctica dilatoria.

sábado, 29 de abril de 2023

Elogio de la cocina económica

 


No sé si a ustedes les pasará, pero yo estoy convencido de que antes las comidas sabían diferente. La cocina era como el cuarto de estar de los pobres. Sentado en una silla escuchaba la radio mientras esperaba la hora de la cena. Hace unos días, mi hijo me devolvió una cafetera de esas que llaman italianas, que yo le había comprado tiempo atrás, por su falta de uso. Se compró una de esas máquinas de cápsulas y arrinconó para siempre la que le había regalado. Me la trajo a mi casa desde Madrid, en uno de sus viajes semanales, por si algún día le daba una nueva vida. Pero mi sorpresa llegó cuando mi mujer me dijo que no podía utilizarla, que producía no sé qué brillos a la vitrocerámica que difícilmente desaparecían con el milagroso “vitroclén”. Con las mismas, decidí dejarla en una estantería con la esperanza de que algún día volviéramos a las cocinas económicas, o adquiriese un infiernillo de resistencias. Antes las comidas sabían diferente porque la lumbre producía un aroma distinto a los guisos. Con la vitrocerámica también me han prohibido hacer arroz en tartera de barro. Y la paella no sabe igual que antes, ni las gambas al ajillo, ni los riñones al jerez, ni el puchero con sopas de ajo, ni… Mejor no sigo. No cabe duda de que aquellas tarteras de barro conservaban mejor el calor del guiso y el sabor de las comidas. La modernidad está reñida con lo la comida y eso ha hecho que perdamos calidad de vida. Aquella cocina económica también daba calor a un termo mediante unos tubos de agua. Tanto es así que el día que en casa cambiaron a la cocina de butano me vi obligado a comprar un termo eléctrico. No, nada fue igual. Por otro lado, aquello del gas, que parecía limpio, dejaba una grasilla desesperante. Más tarde, con la reforma, pasamos a la vitrocerámica, tuvimos que comprar cazuelas y sartenes nuevas adaptadas para ese uso y desechar  todas las antiguas. Tampoco me apeteció seguir en la cocina, apoyado en la mesa, escuchando en la SER “La hora veinticinco” desde que murió Carlos Llamas. Una pena. Volverán las oscuras golondrinas, como dice la Rima LIII de Bécquer, pero la cocina económica, esa… ¡no volverá!

Sembrar adefesios

 


Uno es libre de colocar en los jardines de su casa, si es que su casa tiene jardines, el monolito que le dé la gana. Allá cada uno con su sentido del gusto y con su dinero. Pero lo que no termino de entender es que se haya instalado en Zamora un adefesio, consistente en una estatua de seis metros de altura y quince toneladas de peso que sugiere representar al primer rey de Portugal Afonso Henríques, obra del el escultor Dinis Ribeiro. La pieza (que de no conocer autor y procedencia hubiese pensado que era obra del extravagante Ángel Orensanz) ha sido donada por la Gran Orden Afonsina, de Guimarães y sustituirá de alguna manera a otra pieza en bronce del mismo noble y de veinte kilos de peso, existente en la cercanía del convento de san Francisco hasta el día en que fue robada, hace ahora un lustro, tras haberla cortado con una radial. Eso sí, dejaron en su sitio el escudo que recuerda los 850 años transcurridos desde el Tratado de Zamora. La obra había sido donada por la Academia  de las Lenguas y Artes de Cascais. El Tratado de Zamora (5 de octubre de 1143) fue el resultado de una conferencia de paz entre Alfonso VII de León y Afonso Henríques, que usaba el título de Afonso I desde 1139, y confirmado en Zamora en presencia del cardenal Guido de Vico, que obligó al nuevo rey a ser vasallo de El Vaticano, con la obligación del pago anual de cuatro onzas de oro tanto a él como a sus descendientes. Aquella independencia de Portugal del Reino de León, reconocida por Alfonso VII en Zamora, sería ratificada por el papa Alejandro II en 1179 mediante la bula “Manifestis Probatum”. Pero lo cierto es que en 1580, la Monarquía Hispánica de los Reyes Católicos  de 1479 (compuesta por Castilla, Aragón y Portugal)  quedó bajo la soberanía de Felipe II. Pese a todo, la verdadera secesión de Portugal tuvo lugar el 13 de febrero de 1668 por el Tratado de Lisboa, mediante la firma de Gaspar de Haro y Guzmán, hijo de un sobrino del conde-duque de Olivares. Ya antes, en 1640, los portugueses decidieron tomar por rey al duque de Braganza, al que coronaron con el nombre de Joao IV. Se conformó una frontera de 1.200 kilómetros de separación entre ambos reinos, tal como hoy existe. El episodio del robo hace unos años de la estatua de Afonso Henríques y la colocación de otra escultura, ahora en granito y “sin vocación de realismo” en unos jardines de Zamora, es pura anécdota.  

viernes, 28 de abril de 2023

La muerte del quijotismo

 

Está en lo cierto Isaac Rosa cuando afirma queel interminable goteo de revelaciones sobre Juan Carlos I parece una voladura controlada para dejarlo caer sin que arrastre en su derrumbe todo el edificio monárquico”. Y mantiene lo que todos sabemos: que “el rey honorario se ha convertido en un pimpampum que nadie sostiene y del que se puede contar todo, o casi todo”. Lo que sucede es que a los españoles ya nos empieza a aburrir ese serial por entregas que lleva camino de convertirse en  algo tan aburrido como “Amar es para siempre”. Si se contase a los ciudadanos todo lo que se sabe sobre ese mediocre personaje de una vez terminaríamos con un culebrón que siempre deja fuera a Felipe VI, “que puede pasar a la historia como el nuevo ‘rey pasmado’: no se enteraba de nada de lo que hacía su padre”. En la obra de Torrente Ballester, cargada de escenas ingeniosas, se toma como pretexto la figura de Felipe IV, donde el entonces monarca se queda estupefacto contemplando el cuerpo desnudo de Marfisa, la prostituta más bella de Madrid, lo que le lleva a desear ver desnuda a su consorte. A pesar de la oposición y el escándalo de la Iglesia, el soberano no parará hasta ver cumplidos sus deseos. Aprovecho para contar algo interesante: por los altos impuestos establecidos en Aragón por el conde-duque de Olivares, la nobleza intentó proclamar rey de Aragón al duque de Híjar (consorte), en un vano deseo de desvincularse de Castilla. Rodrigo de Silva Mendoza y Sarmiento, aprovechó las aguas revueltas del intento secesionista de Cataluña, de la independencia de Portugal y de que Aragón estaba muy despoblado y empobrecido tras la expulsión de los moriscos. Tanto fue así que en 1640, el duque encabezó una comisión que marchó hasta Madrid para pedir al monarca la quita para Aragón de una deuda contraída cuyo montante ascendía a 150.000 ducados. La España de Felipe IV estuvo  sembrada de calaña. Como bien dejó escrito Gregorio Marañón, en su ensayo “El conde-duque de Olivares”, “entre soldados, frailes, nobles, servidores de los nobles, pordioseros y ociosos de profesión, se ocupaba más de la mitad del censo en España. Los campos no tenían brazos, y los oficios estaban, en buena parte, entregados a la actividad de extranjeros”. ¿Hoy qué sucede?  Entre políticos, asesores, funcionarios, militares, clérigos, camareros, intermediarios y abrazafarolas anda el juego. El goteo de revelaciones pasmosas sobre la trayectoria del anterior jefe del Estado, puesto a dedo por un tirano que decía tenerlo todo “atado y bien atado”, ya no produce consternación ni sorpresa al ciudadano de a pie. Aquí apenas quedan “juancarlistas” y la plebeyez solo aflora en las tribunas de público asistente durante las paradas militares, en las que se aprovecha para insultar a Sánchez  y aplaudir al paso de la Legión y de la cabra. Todo un clásico, como los “western” de John Ford. La muerte del quijotismo está servida.

jueves, 27 de abril de 2023

Don Erre que Erre

José Manuel Aranda, alcalde de Calatayud por el partido Popular, es el único médico que conozco que cree que hay vida después de la muerte, que los cadáveres de ciertos adalides resucitan y brotan de sus propias cenizas como el ave Fénix y, por si las moscas, no se atreve a quitarle a Franco la medalla concedida por el Consistorio en 1951. Una medida que apoya VOX y a la que no se oponen Ciudadanos y El Partido Aragonés, el trío de la bencina dispuesto a echar  ese líquido inflamable a un crispado Consistorio de cara al sol y con camisa nueva. Sólo el PSOE se mantiene en sus trece y exige esa retirada. Aranda señala al respecto que, “como la medalla era vitalicia dejó de tener efecto con su muerte”. Entonces, ¿por qué ese temor a dejar constancia de que ya no es efectiva tal concesión?  Lasa teme que, de llevarse a cabo esa medida, ello le pudiese restar votos en las próximas elecciones municipales del próximo mayo y se resiste como gato panza arriba a aplicar la Ley de Memoria Democrática. Prueba evidente de esa resistencia es que todavía no han exhumados los cadáveres del barranco de la Bartolina para ser trasladados con la dignidad necesaria al lugar que merecen. Ese empecinamiento -el de no dejar constancia de la retirada de la medalla al dictador- le puede acarrear al municipio la pérdida del derecho a obtener subvenciones, bonificaciones o ayudas públicas por atentar, alentar o tolerar prácticas en contra de la memoria democrática de Aragón. Pero eso a Lasa no le importa demasiado, según se desprende de su empecinada postura.  No debe olvidar Lasa que el acuerdo por el que el Ayuntamiento bilbilitano le concedió la medalla a Franco se encuentra en vigor aunque éste haya muerto. Pero Lasa teme, supongo, que el dictador vuelva a resucitar en Mingorrubio y le fulmine con una mirada, como hacía san Trifón con los basiliscos. Hasta el presidente Lambán mantiene la obligación de anular esa medalla y dejar constancia escrita de la pérdida de ese reconocimiento al sátrapa gallego. Las consecuencias pueden acarrear la pérdida de poder recibir ese municipio alrededor de un millón y medio de euros al cabo del año de las arcas autonómicas: 370 por la participación directa en los tributos, 785.000 para financiar distintos servicios y 320.000 de los fondos Feder. Y eso los bilbilitanos deben saberlo.

Ni punto ni espacio

 

Observo que en muchos establecimientos comerciales de solera, debajo del rótulo que le da nombre aparece en letras más pequeñas “fundado en…”. Lo que no termino de entender es por qué al año le ponen punto entre la cifra que marca los millares y la que indica las centenas. Cosa distinta es cuando se expresa una cantidad de años, verbigracia: “hace 50 000 años”. En tal caso tampoco se debe utiliza el punto sino dejar un espacio entre los millares y las centenas. No entiendo cómo los responsables de esos establecimientos que llevan funcionando tantos años no hacen tan sencillas rectificaciones en algo que constituye una evidente falta ortográfica. No se le pide a los dueños de esos establecimientos (joyerías, tabernas, etcétera) que deban tener a mano el “Libro de Estilo” de El País o de ABC, de la misma manera que al ciudadano que entra en un templo no le pide el sacristán en la puerta un papel que acredita la “fe de bautismo”, con el nombre del bautizado, el sexo, la fecha, el lugar de nacimiento, el nombre de los padres, de los padrinos, de los abuelos paternos y maternos, y del ministro, pero no del ministro de Agricultura o de Defensa,  sino del clérigo que procedió a derramar el agua bendita sobre la cabeza del neonato a los pocos días de nacer. Simplemente se les pide a los establecimientos que presumen de mucha antigüedad  que no tengan faltas de ortografía en los rótulos de las fachadas que van quedando, cada vez menos, y que ya forman parte del “patrimonio gráfico”. No da buena imagen. Rectificar es de sabios.