jueves, 26 de febrero de 2015

Ángel Franco Martínez




Me entero por Libertad Digital del motivo por el que a los árbitros de fútbol se les denomina por los dos apellidos. Sucedió en 1970, cuando ascendió a Primera División el colegiado  Ángel Franco Martínez. Según señala la citada prensa digital, “sus controvertidas decisiones le valieron continuas críticas, y con ellas titulares en la prensa del tipo Franco es muy malo, Franco masacró al Valencia o Todos culpan a Franco, etc”. Cuando tales noticias llegaron a la mesa de despacho de Francisco Franco, el dictador decidió que a los árbitros de fútbol se les llamase en adelante por los dos apellidos. Pese a la buena trayectoria profesional de Franco Martínez, nunca  pudo pitar una final de la Copa del Generalísimo, que terminó con la victoria de los leones y con una monumental bronca que degeneró en golpes entre Clemente y Maradona, dos gallos de pelea. Sin embargo, ese perito mercantil y apoderado de una entidad bancaria de Murcia, fue elegido para arbitrar la final de la Copa del Rey en mayo de 1984, que disputaron el Athlétic y el Barcelona en Madrid, por designación directa del entonces presidente nacional de los árbitros, José Plaza. Y el exárbitro, en la actualidad vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, señalaba un episodio en la revista Hoy Digital (Vocento) el pasado día 6 de abril de 2014, cuando fue entrevistado por Daniel Vidal: “una tarde, a principios de los años 70, le convocaron con urgencia y la máxima discreción en el piso del canónigo de la catedral de Murcia. Debía asistir a una reunión sobre el partido Real Sociedad-Athletic de Bilbao que tenía que pitar ese fin de semana. Un cónclave a más de 800 kilómetros del estadio de Atocha, donde se jugaba el derbi vasco. Aquello olía a podrido. Yo pensaba que me iban a intentar comprar o algo parecido, así que me hice acompañar del presidente del colegio murciano, entonces Manolo Cerezuela. Nada que ver. Cuando llegamos allí, me estaban esperando el sacerdote y el secretario del ministro de la Gobernación, Tomás Garicano Goñi. Me sugirieron que me pusiera enfermo. En aquella época se estaba celebrando un consejo de guerra en Burgos contra varios miembros de ETA y, al parecer, estaba corriendo por San Sebastián una coletilla que decía algo así como ‘primero vamos a acabar con este Franco y luego con el de Madrid’. ¿Adivinan lo que hizo Franco Martínez? ¿Qué iba a hacer? ¡Pues fingir una lesión!”.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Pasión por la radio





De madrugada. Vasos vacíos sobre la mesa, cigarrillos machacados en el cenicero y silencio de vehículos en la calle. Sólo la radio se digna acompañarme con música ratonera. La voz de un locutor insufla confianza en los enfermos y amiga con camioneros y con los que no pueden conciliar el sueño. De pronto, una voz femenina recita unos versos de Machado: “Y todo un coro infantil/ va cantando la lección: / cien veces ciento, cien mil/ mil veces mil, un millón”. Luego música de Albinoni. La calefacción se ha quedado fría, con ese frío que sólo tienen los pies de los cadáveres. Una entrevista a un personaje del que no he oído nunca hablar. En sus respuestas hay ese tono distendido de las horas que preceden al alba, cuando los escépticos están convencidos de que ya no volverá a hacerse de día. Adoro la noche, con sus gatos pardos y sus sombras chinescas. En el vaho del cristal de la ventana puedo escribir el nombre de todos mis amigos muertos. Febrerillo el loco se marchará en unos días  al sitio donde duerme la primera noche del mundo. Flores de papel sobre mi escritorio y pajaritas incapaces de volar. Ahora suena Perlita de Huelva y un frío de mal fario me recorre el cuerpo como una culebrilla mientras el viejo reloj de pared señala las cinco, esa hora a caballo entre la esperanza y el desaire. Noticias. Todo son calamidades, terremotos, descarrilamientos, falsas alarmas y la corrupción política que no cesa. Me quedo dormido sin molestarme en desconectarla.

domingo, 22 de febrero de 2015

Salir de dudas




En un blog en el diario digital República de las Ideas el doctor Santiago Denia  explica de forma científica por qué la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, como afirman las Leyes de Murphy. Y nos remite a 1995, cuando el científico Robert Matthews consiguió probar su teoría tras 10.000 ensayos. Matthews demostró que “la tostada siempre caía por el lado de la mantequilla no por el peso de la tostada sino por la altura de la mesa. La tostada tiene tiempo suficiente para dar media vuelta, pero no una vuelta entera. Si las mesas tuvieran tres metros -aseguraba ese científico- este problema desaparecería”. Dice el refrán que a la cama no te irás sin saber una cosa más. Ahora tengo que ponerme en contacto con algún académico de la Española para que éste me saque la espina de una duda. Si considero que la diferenciación entre la (b) y la (v) se perdió pronto en el norte de Castilla, aunque tal distinción fonológica se mantuvo en la pronunciación culta en la “época alfonsí”, su confusión se generalizó en la Edad Media. De modo que la (b) y la (v) representan hoy el fonema (b) y no existe diferenciación en la pronunciación de ambas, de acuerdo con la Ortografía de la RAE. Tengo una anécdota al respecto que no quiero pasar de largo. Pese que entonces era niño, todavía la recuerdo. A propósito de la (b) y de la (v), el sabio maestro que me tocó en suerte, don José Fernández, explicaba a los educandos que la (b) representaba un fonema oclusivo sonoro bilabial, y la (v) labiodental. Y puso como ejemplo práctico el sustantivo vaca. “Veréis –nos dijo a los alumnos-, en su pronunciación labiodental sale el aire como cuando se pronuncia la (f) pero de una forma tan suave que casi no se nota. Dicho eso, don José se dirigió a uno de los muchachos –creo que se trataba de un chaval de apellido Peiro- y le dijo: “A ver, tú que pareces espabilado, pronuncia la palabra vaca”. Y Peiro, subiendo el tono de voz no dudó en responder fuerte y claro: “Faca”. Como por aquellos años, principios de los 50,  nadie discutía sobre la bondad que conllevaba que el maestro le diese una colleja al alumno desaplicado, don José miró muy serio a Peiro y le administró una suave colleja  mientras le decía: “¡Bah, monstruo!”.

La espía Segura




Las academias en Zaragoza no deben pasar por su mejor momento. Prueba de ello es que, según comenta un periódico local, “acusan de competencia desleal, intrusismo y evasión de impuestos a quienes imparten clases particulares a domicilio” y, según los cálculos de no sabemos qué lumbrera, se mueven por tales conceptos en la Comunidad alrededor de 1.400.000 euros mensuales, cifra a todas luces  exagerada. Vamos a ver, si yo sé tocar la gaita gallega y el vecino de arriba está interesado en aprender a interpretar muñeiras, con mucho gusto le enseño. La muñeira, o molinera, era costumbre bailarla en los molinos para hacer más llevadera la molienda. Y a veces se acompañaba de pandereta. Pues bien,  parece un sinsentido que el dueño de una academia pegue la oreja en la puerta de mi casa por ver si la muñeira es de Chantada, de Rábade o de Betanzos, o si cobro honorarios por dar clases. En este sentido, Felicidad Segura Villalta, vicepresidenta de  de CECAP y responsable del área de intrusismo ha declarado que “cuando encontramos algún anuncio que puede incurrir en un caso de competencia desleal que no paga a Hacienda se lo notificamos tanto al Ayuntamiento, para que proceda a retirarlo, como al servicio de inspección para que tome las medidas oportunas”. A la señora Segura habría que decirle que el intrusismo está presente en todos los gremios y actividades; que las academias, por regla general, explotan a su antojo y pagan muy mal a los docentes contratados; y, además, que muchos estudiantes pueden hacer frente a la abultada matrícula, a estudiar su carrera y a poder malvivir en una modesta habitación con derecho a cocina gracias al esfuerzo de poder dar alguna clase particular para ayudarse. ¿Por qué esa señora no se dedica, por ejemplo, a hacer estimaciones sobre lo que perciben determinados jueces, fiscales y secretarios judiciales por aleccionar a opositores a judicaturas en sus domicilios? ¿Y qué me dice de las clases extraescolares de los profesores de jota aragonesa?  Ya se sabe que internet está lleno de espacios donde alguien se ofrece como profesor a domicilio. También, los anuncios por palabras en la prensa de papel. A Felicidad Segura, que más que asegurar la felicidad se dedica a jeringar al prójimo, habría que agradecerle el gran servicio que presta al ministro Montoro. Le sugeriría que pusiera el mismo empeño en controlar las casas de citas, que hiciese un seguimiento exhaustivo sobre adónde va a parar el montante de los cepillos de las parroquias, etcétera. Ser responsable del área de intrusismo de las academias de enseñanza, como un golpe de ataúd en tierra, es algo perfectamente serio.  Por todos es sabido que la crisis reduce la demanda de autoescuelas y academias privadas en nuestro país. El 3 de septiembre de 2012, Felicidad Segura se permitió ironizar en El Periódico de Aragón: “Con todos mis respetos, por muy nativo que sea, un camarero nunca enseñará Gramática como un profesor titulado”. Hombre, no sé si el camarero será consciente de que una oración tiene autonomía sintáctica, semántica y entonativa, pero cuando el cliente de terraza le pide un gin-tónic, esa bebida que hace quince años sólo consumían señores mayores, periodistas y alcohólicos, el camarero entiende a la perfección lo que el cliente desea tomar. Y cuando el camarero se acerca a la barra bandeja en mano y grita: “una de culibrí”, con una entonación que marca sus límites, el barman sabe qué combinación debe preparar.

sábado, 21 de febrero de 2015

Sordidez





No es necesario que me recordéis a todas horas que el camino vale más que la posada. Imaginad una capa circense donde un liliputiense domador controla con su látigo a unos tigres que parecen gatos y que, al final, los gatos terminan por comerse al domador; o a una dama distinguida repartiendo ropa de abrigo entre los pobres y que a todas esas prendas les faltasen un trozo de tela en la espalda, y que ésta lo justificase diciendo a los necesitados que con esos retales hace trajes para los niños de la Inclusa; o a un señor que celebra todos sus aniversarios sacando en una copa de cristal agua del charco donde se refleja la luna; o a un indeseable patrono pidiendo comisión  a los obreros a cambio de un sueldo de mierda; o a Estrellita Castro (que en paz descanse) penetrando en una destartalada pensión frente al Hotel Colón, de Sevilla, e intentando  corresponder al portero de noche con la sonrisa de una estrella que usa “Lux”; o a un escritor intentando meter el folio en blanco por la parte trasera de un tricornio acharolado de guardiacivil; o la basílica de El Pilar pintada de fucsia; o a la policía local montando a lomos de caballos de cartón-piedra durante la procesión de Viernes Santo; o a  Rodrigo Rato con un farol de barquillos gritando “¡rico parisién!” en la playa de Zarauz; o a un cura transformando su confesionario en un mueble-bar; o a Mariano Rajoy haciendo de figurante en el culebrón vespertino “Amar es para siempre”… Es necesario ver una ráfaga de claridad en un atardecer morado, mi niña, antes de que la sordidez nos coma por los pies, que es el sitio por donde se pillan los catarros.

viernes, 20 de febrero de 2015

La prédica y el trigo





Ha hecho lo correcto el papa Francisco en indicar, como así lo ha hecho, que “pagar salarios sin soporte de nómina es un pecado gravísimo”. “No hagan –ha dicho, refiriéndose a los patronos desaprensivos- donativos a la Iglesia para soportar las injusticias que comete con sus empleados. Es utilizar a Dios para encubrir la injusticia”. Supongo que el ministro Montoro habrá aplaudido con las orejas, al considerar que los españoles son en su mayoría católicos. Pero, claro, aquí habría que hacer ciertas matizaciones. Los salarios fuera de nómina constituyen un delito y deben de ser perseguidos. Es evidente que si el Estado no recauda, mal se pueden hacer hospitales y carreteras. También es indudable que si un trabajador cobra fuera de nómina, mal lo va a tener a la hora de su jubilación. Dicho eso, habría que matizar que por los Acuerdos firmados en 1979 entre  España y la Santa Sede, en su apartado IV, artículo IV (Asuntos Económicos), se señalan diversas exenciones: A) Exención total de la Contribución Territorial Urbana en los siguientes inmuebles: Templos, capillas, residencias de los obispos, oficinas de la Curia, seminarios destinados a la formación del clero, edificios destinados a conventos, etcétera. B) Exención total de los impuestos sobre Sucesiones y Donaciones, y Transmisiones Patrimoniales, etc. No sigo, por no extenderme demasiado. Podría haber aclarado el papa Francisco que todo aquello que se defrauda al Fisco va en menoscabo de los servicios sociales, tan  necesarios en los tiempos que corren. Todos le hubiésemos entendido. Los pecados afectan a la conciencia de los creyentes. Los delitos afectan a todos los ciudadanos. Esa es la diferencia.

jueves, 19 de febrero de 2015

Travesuras de entremés





El encabezamiento de hoy viene a cuento con el viejo chascarrillo de La Codorniz, que decía: “Pepín es a Pepón como cojín es a equis, y nos importa tres equis que nos cierren la edición”.También, con aquel trabalenguas: Los cojines de la reina, los cajones del sultán. ¡Qué cojines!, ¡qué cajones!, ¿en qué cajonera van? Con lo de Rodrigo Rato, escucha mi niña, es que me mondo, lirondo. Resulta que Rato es aquel tipo que tocaba la campanilla en la Bolsa, como el factor de circulación que avisa de la próxima salida del correo de Valladolid, el día que anunció  la entrada de Bankia en el parqué a un  precio de cagonlaleche. Sí, hombre, aquel tipo que todavía no se había aficionado a las tarjetas Black de Cajamadrid y que más tarde se dejó perilla al estilo de don Paco, el señor del busto en bronce de Lanestosa. Pues bien, Rodrigo Rato echa chispas por culpa de unos cojines que mandó arreglar. En agosto pasado llevó unos cojines descosidos a una tienda de Gijón para que les  cosiesen un lateral. Pero el tiempo pasó y Rato no aparecía por la tienda. Y así hasta cinco meses. "La costurera pensó –según cuenta el diario El Comercio- que no regresaría para recuperar unos cojines que por su volumen, de aproximadamente un metro de largo por cincuenta centímetros de alto, le molestaban mucho en el pequeño espacio de la tienda". Y sin pensarlo dos veces, decidió ponerlos junto a un contenedor de Cáritas. A los pocos días, Rato apareció por la tienda y, al saber que la costurera los había mandado a tomarporsaco, éste se enfadó como un mandril cuando intentas quitarle un plátano. Amenazó con denunciarla y ahora le reclama 380 euros por sus cojines. Tras tres tragos y otros tres, y otros tres tras los tres tragos, travesuras de entremés, trapola tramo y tragon, treinta y tres tragos de ron, tras trozos de trucha extremo, en un tris los truene el trueno. A Rato habría que invitarle a que contase “semejante atropello”, el de sus cojines, a aquellos ciudadanos que están a la puerta de la entidad que él presidió reclamando que les devuelvan el dinero de las “preferentes”; cuyo montante, sin duda, vale mucho menos que sus cojones, digo, que sus cojines. Y a la costurera que la enchironen por sus malas prácticas.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Incomprensible




Se llama Roberto García de la Calera. ¿Que quién ese hombre? No sé mucho sobre él, salvo que es director IES Valle de Leiva de Alhama de Murcia y que escribió una “carta al director” de EL País el pasado 10 de febrero, bajo el epígrafe “Paralelismos”, del siguiente tenor:
“Como cada vez que uso el servicio público urbano suele tocarme de compañera gente de pocos recursos y bajo nivel social, a veces extranjeros, que hace que mi trayecto no me resulte lo cómodo que podría esperarme, voy a proponerle a mi alcalde que suprima alguna línea actual y en su lugar cree otra que, para el mismo trayecto, cueste algo más cara, lo suficiente como para que esa gente siga usando la línea antigua y en la nueva sólo vayamos los que disponemos de más medios. Total, a ellos les dará igual tenerme o no de compañero y yo, desde luego, iré más cómo do así. ¿Qué soy un egoísta? ¿Qué mis argumentos son despreciables? ¿Qué ninguna administración pública será tan irresponsable como para hacerme el juego? ¡Qué va¡ Cambiemos “transporte” por “educación” y…¡ahí está!: ¿o qué es, si no, la enseñanza concertada?”.
A mí de ninguna de las maneras me gustaría tener a este tipo de compañero de viaje. Me considero una persona normal, que no hace guardia en los luceros, ni lleva nada rojo bordado en la camisa, que tampoco es nueva, ni canto tralará la muerte si me llega y no te vuelvo a ver. ¿Quién le impide a usted, señor García de la Calera, poder llevar a sus hijos, si es que así lo desea, a un colegio privado? Mire, de entrada hay diferencias entre la enseñanza concertada y la pública. En la segunda, la pública, los profesores han sufrido el concurso oposición correspondiente y, además de ello, a los alumnos jamás se les adoctrina si no lo desean sus padres. En la primera, en la concertada, los profesores no son funcionarios públicos y, por tanto, no han tenido que someterse a disciplinas concursales. De igual modo, esas instituciones se benefician de las subvenciones del Estado y, por regla general en España, se les adoctrina en la Religión Católica. Le invito al señor García de la Calera que lleve a sus hijos, si es que los tiene, a instituciones privadas laicas donde la enseñanza prima sobre cualquier otra consideración, verbigracia el Liceo Francés. Pero, claro, tendrá que “rascarse el bolsillo”, aunque tal cuestión no creo que le importe a usted demasiado, si se considera que estaría usted en condiciones de pagar una línea de transporte más cara con tal de no “mezclarse con gente de pocos recursos y bajo nivel social”. Sobre todo con personas de color, por si destiñen.

lunes, 16 de febrero de 2015

La España que nos dejará Rajoy





Juan Laborda, en su tribuna de Voxpópuli, ha vuelto una vez más a poner las cosas en su sitio. Ha soltado la tralla de arreo contra los lomos de Rajoy y de García-Margallo. Ambos –según él- hicieron sendas declaraciones desafortunadas días pasados. Vamos con el presidente del Gobierno: “El presidente del gobierno, frente a todos y cada uno de esos informes que vienen advirtiendo de la descomposición del tejido social de nuestro país, con un incremento de la pobreza sin parangón en nuestra historia reciente, afirmó sin despeinarse que eso no existe en España”. Ahora vamos con lo dicho por el titular de Exteriores: “Aseguró que si España no hubiese prestado 32.744 millones de euros a Grecia se podrían haber subido las prestaciones por desempleo un 50% o aumentado las pensiones un 38%”. Y para cerrar el círculo, debemos leer lo escrito por el economista: ¡Mentira! España ha prestado a Grecia menos de 7.000 millones de euros. El resto del préstamo fue realizado por inversores privados, a los que avaló el gobierno español. O sea que si estos inversores cobran de Grecia, reciben pingues intereses, pero si Grecia no pagara o tuviera una quita, los inversores no perderían, quien perderían serían los españoles, tendríamos que pagar ese dinero prestado por inversores privados”. Este es el país que nos está tocando vivir. O dicho de otro modo: el país que nos dejará este Gobierno de mentirosos compulsivos. El FROB salió en avalista de los bancos y cajas y  lo tendremos que pagar todos los ciudadanos. Blesa y Rato se irán de rositas, ya lo verán. ¿Qué el juez Andreu ha fijado una fuerte fianza solidaria ( 800 millones) en el juzgado por responsabilidad civil y falsa información en su salida a Bolsa a Bankia, Banco Financiero de Ahorros, a Rodrigo Rato, a Francisco Verdú, a Fernández-Norniella y a Olivas? Tranquilos. No pasa nada. Los acabará pagando Mapfre, ya que esos presuntos sinvergüenzas estaban cubiertos con un seguro de responsabilidad civil.

Asomarse al vacío




Lunes de carnaval. No sé si todavía existe la estatua de sal. A nadie importa. La mujer de Lot miró hacia atrás, y así lo señala el Génesis, por la curiosidad de ver cómo desaparecían Sodoma y Gomorra entre el azufre y el fuego. Los restos de ambas ciudades ahora se encuetran en el fondo del Mar Muerto. Algo parecido le sucedió a Eurídice el día que una serpiente venenosa le mordió y le causó la muerte. Orfeo pidió permiso a Zeus para bajar  al Hades a rescatarla. Zeus le puso la condición de no mirar para atrás cuando saliese del inframundo. Orfeo bajo al mundo de los muertos para rescatar a Eurídice y, cuando ya casi lo había conseguido, miró hacia atrás por ver si le seguía su esposa. En aquel justo momento, Eurídice desapareció para siempre entre la bruma. Aquella noche, nada más salir del garito donde había tomado una copa y me había topado con la camarera ojerosa, ya dejé escrito que marché a casa y me tapé con la manta en la confianza de que sonase el despertador horas más tarde. Aquella noche, también, comprendí que casi estaba ausente  incluso estando presente. Acurrucado en la cama se me ocurrió que yo era lo más parecido al paciente desahuciado de un hospitalito de provincias donde las enfermeras pasan de largo por el pasillo, en la confianza  de que estire la pata sin hacer mucho ruido, ignorantes de que luchar contra la adversidad no es resignarse. Llega un momento en la vida de todo ser que no es necesario recibir limosnas ni pedir préstamos. La limosna hace al mendigo y el préstamo convierte al ciudadano en rehén del que lo presta. Explicaba ayer que lo malo llega cuando el despertador no suena y uno sigue durmiendo para siempre. Pero no importa, mañana es martes de carnaval y por la noche  deberé acudir al entierro de la sardina. Decía un conocido de bar que un buen currito debe morirse en domingo, para no perder horas de trabajo. No sé, tal vez estuviese en lo cierto.

domingo, 15 de febrero de 2015

La sinfonola





Las ojeras de aquella chica que estaba detrás de la barra me infundieron ternura. Pedí una copa y apoyé los codos en el mármol de la barra mientras en la sinfonola sonaba la voz de Pepe Pinto. Sólo funcionaba cuando el cliente echaba monedas. Entonces  arrancaba aquel cacharro con un chasquido seco antes de que la aguja arañase el microsurco. Había poca luz, como de un color morado. De los otros clientes de barra solo podía reconocer sus siluetas y las virutas de humo que subían al techo como alma en pena. Se abrió la puerta y apareció un tipo con zapatos blancos y negros y un traje cruzado. Llevaba una flor en la solapa. Ahora sonaba en la sinfonola “Flor sin retoño”,  de Pedro Infante. Aquella mujer me miraba de reojo mientras secaba unos vasos. Quise decirle algo pero recordé aquel proverbio árabe que señalaba que, si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas. Supuse que sería mejor estar callado. No sabía si aquella mujer me miraba por aburrimiento o por tratar de romper el hielo que existía entre ambos. Pero yo era perro viejo, consciente de que es más fácil recuperarse de un fracaso que salir indemne de un éxito. Más tarde entendí conveniente intentar quedar con aquella mujer para otro día, aunque sólo debe encargarse con un día de por medio la paella de Levante y el cocido madrileño. Pagué la copa y salí a la calle. El relente de la madrugada se metía en los huesos. Pisé un charco. Seguí pensando en la chica de la barra y decidí volver otra noche dispuesto a invitarle a tomar un trago. Era consciente de que el huésped de una noche nunca deshace las maletas. Mi sensación de soledad ya era casi como la de los perros abandonados en la carretera. Lo más fácil sería que me llevase un chasco. Me tapé con la bufanda y recordé a Sánchez Ferlosio:
--No me quiere; tal vez no es Melibea
--¡Claro que es Melibea! Lo que pasa es que yo no soy Calixto.
Ya en casa, me metí en la cama y me tapé mucho con la manta en la confianza de que pocas horas más tarde sonara el despertador. Lo malo llega –pensé- cuando el despertador no suena y uno sigue durmiendo para siempre.

El sacamantecas




Domingo de carnaval. La gente tiene ganas de marcha y sale por las calles vestida de bruja, espadachín o pirata. Pero estos días invernales son los mejores para releer libros casi olvidados, hacer mímica frente al espejo o sentarnos en el sillón de orejas con la mirada puesta en el techo y contar sus fisuras. He vuelto a releer “Las ánimas del purgatorio” donde el autor, Umbral, consiguió situarme la primera vez que leí el libro, también ahora, en el laberinto esperpéntico de los difíciles años cuarenta. La tía Algadefina y los amigos difuminados son entes fantasmales. El enfermo era una víctima del hambre, el piojo verde, los “hipofosfitos”, el priapismo, la orfandad y el bacilo de Koch. Pero como no hay mal que por bien no venga, las madres de aquellos enfermos solían decir que la tisis galopante desarrollaba mucho el oído. Mientras tanto, aquellos mozalbetes diplomados en espantos se consumían como una sobada cartilla de racionamiento al alimón entre la fiebre y la hemoptisis. Todos los que sufren largas temporadas postrados en cama saben mucho de soledades, maceramientos de osamenta y encanijamiento del alma. Los niños débiles dábamos siempre un estirón tras la escarlatina, las tifoideas o una pulmonía. Era como si en la soledad de la alcoba hubiésemos cambiado de camisa culebrera. Más tarde, con piel nueva de jóvenes pálidos y ganglionosos, intentábamos cargar pilas con el tenue rayo de sol de patio de vecindad. Lo peor venía cuando nos entraba la enfermedad de la enfermedad, o sea, el pánico a la muerte. Escribe Umbral que en aquellos años a los niños los llevaban al médico en taxi, ya que los coches de alquiler sólo se tomaban para estas circunstancias tristes. Yo todavía recuerdo aquellos coches grandes, negros, ruidosos y con el estrambote del gasógeno El conductor siempre nos miraba como el que despide a un amigo en el penal de Santoña. Nos dejaba a la puerta de la consulta del médico, que semejaba a un dentista de las viñetas del TBO; y ahí, precisamente ahí, comenzaba el suplicio. Pinchazos en el brazo para luego hacer recuento de glóbulos y entrada en un cuarto oscuro para que el médico pudiese contar todos los huesos por medio de los rayos X. Por aquellos años corrió la leyenda del sacamantecas, que estuvo durante muchos años presente en mis sueños infantiles. A alguien le escuche decir que murió cuando le inyectó penicilina un practicante de Lugo de apellido Pontide sin saber que éste era alérgico. La muerte siempre produce estupor, aunque en aquel caso se tratara de la muerte del sacamantecas.

sábado, 14 de febrero de 2015

La Trini





Después de comer me quedé sentado en el sillón de orejas. Me despertó el timbre del teléfono. Era el anglosajón. Sobre la vieja máquina de escribir había un folio en el que trataba de explicar la venida Luisa Fernanda Rudi en carne mortal a Zaragoza. Cuenta ahora que ha hecho los deberes. Ja. La cinta negra, muy gastada plasmaba una letra mezquina, como de comisaría de barrio. Miré el periódico por encima. Abrí una cerveza. Ya me empezaba a incomodar la tira de fotos que hiciese meses antes en un fotomatón callejero de la Plaza de Sas. Con una tijera le hice cuatro cortes y me quedaron cuatro fotos horribles tamaño carné. En una de ellas tenía un ojo mirando a las nubes que pasan. Sin pensarlo dos veces, con un rotulador le pinté un sombrero y le puse entre los labios un cigarrillo superlargo, como los que usaba Carrillo. Creí parecerme a Bogart. Después la guardé entre las páginas de un libro de Allan Poe. Se convertiría en algo parecido a las horas muertas de los noviazgos eternos, donde la pareja envejecía junta. Las hojas del libro y mi foto amarillearían unidas como las cuartillas olvidadas, que siempre terminan enfermando de ictericia. El anglosajón era enorme, como al Estatua de la Libertad, como los santos de la Plaza de San Pedro, no sé. Fuimos de copas por el casco viejo. Uno de aquellos ínfimos garitos me recordaba la casa de la Trini, en la calle Feria de Sevilla. Por un instante me pareció notar su presencia, vestida con infinidad de colores como una zíngara fetén. Era la zorra de las zorras, la cariñosa, la religiosa… Hacía ya años que no frecuentaba su domicilio para recibir sabios consejos a cambio de unas monedas. Aquella habitación de pitonisa, con poca luz, cálida, y con bola de cristal, era difícil de borrar en mi imaginación siempre propensa al agradecimiento. Para la Trini, la política era una merienda de negros, una ponzoña. Decía que desde el nacimiento hasta la muerte nos movemos en una espiral que no conduce a ninguna parte. En una ocasión me dijo: “Tú no eres soldado mercenario ni pastor de cabras ni buscador de tesoros ni oráculo ni pescador de esponjas”. Sólo cuando me ofreció una copita de ojén me sentí mejor. Más tarde, cuando salía de sus aposentos y me encontraba con amigos de bar, les explicaba las teorías de la Trini, que ahora eran las mías. Ellos estaban convencidos de que todo lo que les contaba lo había aprendido en los libros. Al anglosajón no podía explicarle ciertas cosas por su cabeza cuadrada y la propensión a la dipsomanía. No hubiese entendido nada.

Mejor argumentos que insultos





Hay tipos que confunden el arroz con leche con el ancho de vías. Tal es el caso de Antonio Burgos, como ha quedado demostrado en su “Recuadro” de Abc de anteayer, jueves. Resulta que, según escribe: “Un señor que por lo visto no tiene nada más importante que hacer, en vez de irse por las tardes a jugar al dominó a la Peña Trianera, que sería lo suyo, se ha dedicado a denunciar a treinta y ocho alcaldes españoles, porque dice que mantienen en sus ciudades símbolos del franquismo”. A mi entender, de ser así, está en su derecho de hacerlo. Por mucho que el Gobierno que preside Rajoy intente echar tierra encima sobre la Ley de Memoria Histórica, ésta sigue en vigor y es necesario acatarla. “Dedicarse al rebusco de yugos y flechas - señala Burgos- todavía es tarea fácil en este país”. Sin duda, son más fáciles de encontrar tales símbolos fascistas en nuestras ciudades y pueblos que trufas por los montes de Teruel. Burgos, en su artículo, comenta casos de injusticia histórica, quitando nombres de calles en Sevilla a varios personajes, como el  general Merry,  Fal Conde y  Domingo Tejera. Vamos a ver: la placa de la avenida del general Merry (Francisco Merry Ponce de León), conde de Benomar, fue cambiada por la de Pilar Bardem. Merry Ponce de León fue, en efecto, ayudante de campo del general Valeriano Weyler en la guerra de Cuba. En este caso, entiendo que hubo un error. No cabe duda de que el rótulo “Avenida del general Merry” indujo a confusión a los ediles del Ayuntamiento de Sevilla. Escrito así, no se sabe si la placa hace referencia al luchador en Cuba, merecedor de todos los honores, o a su hijo, Francisco Merry Gordon, también teniente general, que se encargó de la Capitanía VII Región Militar, con sede en Valladolid, y más tarde de la Capitanía de la II Región Militar, con sede en Sevilla. Y en ese último destino tuvieron lugar los sucesos del 23-F. Sabido es que hizo dejación absoluta de sus funciones por el efecto que el alcohol, hasta el extremo de que la Capitanía estuvo en manos del jefe de Estado Mayor, Gustavo Urrutia,  sin encontrar resistencia alguna por parte de su jefe inmediato, Merry, que deambulaba borracho por Capitanía vistiendo uniforme legionario y calado con gorra “tanquista”. El caso de Fal Conde es distinto. Aquí no hubo confusión. Participó en la sublevación de Sanjurjo, en agosto de 1932, en 1934 organizó el Acto del Quintillo contra la República, y participó en los preparativos de la sublevación militar de julio de 1936, comprometiendo la participación del carlismo, junto a Mola. En el caso de Domingo Tejera de Quesada entiendo que en él hubo luces y sombras, pero también falta de información por parte del Ayuntamiento con el retiro de su placa. Tejera, a mi entender, cometió el error de jalear desde su diario “La Unión” el pronunciamiento de Sanjurjo, en 1932. Aquello le costó la suspensión del diario. Sufrió 69 procesos judiciales, atentados y la destrucción de su domicilio. Fue encarcelado por el régimen franquista en 1941.Murió tres años más tarde. Burgos, casi al final de su artículo, se permite llamar “so pedazo de mamón” al aludido señor que “ha cometido el pecado” de denunciar símbolos franquistas. Personalmente hubiese preferido argumentos que insultos. Qué le vamos a hacer…

viernes, 13 de febrero de 2015

Lapsos y colapsos




Este es un país de lapsos inexplicables y preñados de paradojas absurdas. Ejemplos: el BOE, que durante más de trescientos años fue el catón de los edictos, leyes y derogaciones, se olvidó el jueves 20 de noviembre de 1975, pese a ir orlado de luto, de hacer un comunicado especial de la muerte de Franco. Lo mismo puede decirse con el Consejo de Regencia (asunción por entonces prevista por la Ley Orgánica del Estado y por la Ley de Sucesión, pese al automatismo de su ejecución). Y por si todo ello fuese poco, en su número 282, la Gaceta de Madrid correspondiente al día 24 de noviembre de ese año, primero publicado desde la coronación de Juan Carlos I, aparecen como disposiciones más destacadas una “orden por la que se determina la normativa y trámites que han de cumplirse en las operaciones efectuadas al amparo del Régimen de Tráfico de Perfeccionamiento Activo”. No existe en tal orden la menor mención al nuevo rey, cuya jura había tenido lugar treinta y seis horas antes. Pero el lapso de mayor duración histórica, a mi entender, tuvo lugar al término de la Guerra Civil, cuando los fascistas victoriosos no se molestaron en derogar la Constitución de la Segunda República Española. Lo dijo José Bergamín: “las revoluciones son breves; las contrarrevoluciones, largas, tanto más largas cuanto más intensas y rápidas hayan sido las revoluciones provocadoras”. La síntesis cronológica de España, desde las Cortes de Cádiz a nuestros días, es un cúmulo de desaciertos continuados (salvo alguna honrosa excepción) que sólo han conseguido frenar en seco el curso normal de la Historia. Cuatro abdicaciones y renuncias al trono (Fernando VII, Amadeo I, Alfonso XIII y Juan Carlos I); tres destronamientos y expulsión de regentes ( María Cristina, Espartero e Isabel II); diez constituciones (Cádiz, 1812; Estatuto Real,1834; Liberal,1837; Moderada, 1845; Nonata, 1856, que se quedó en proyecto; Democrática, 1869; Federal,  1873, que quedó en proyecto; Restauración, en 1876; Republicana, en 1931, Leyes Fundamentales, entre 1942 y 1966); diez revoluciones y golpes de Estado ( Riego, 1820, Narváez,1844, O’Donnell, 1855 (Vicalvarada), O’Donnell, 1856 con restablecimiento de la Constitución de 1845, Septiembre de 1868, Pavía y Martínez Campos, en 1874, Huelga General Revolucionaria, 1917, dictadura de Primo de Rivera,  1923-1930, proclamación de la II República, 1931, alzamiento militar, 1936) son la prueba evidente de ese sindiós, donde siempre pagó las consecuencias el pueblo llano. Y sobre el predominio de unas clases sobre otras: en el periodo 1814-1833 (aristocracia terrateniente, clero y primeros atisbos de la burguesía capitalista); entre 1833 y 1873, burguesía reformista; entre 1875 y 1923, burguesía conservadora; entre 1923 y 1931, burguesía prefascista; entre 1931 y 1939, burguesía transformadora y enfrentamientos entre parafascistas autoritarios y demócratas y revolucionarios; entre 1939 y 1974, burguesía autoritaria (nacional-catolicismo). Desde entonces hasta la fecha, triunfo de la oligarquía parlamentaria.

Sin remedio





Posiblemente Eros conduce a la menopausia y Baco a la resaca. La mañana sabe a noche usada y ahora espera el trabajo agobiante, el ruido infernal de esas prótesis humanas llamadas automóviles, la vergüenza ajena, los espantos cotidianos, el jefe borde, los pedigüeños de voto para un mandato y los solicitantes de comida para llenar la andorga. Sobre la mesa de la cocina queda un trozo de pan correoso por la amanecida, la herida sin cerrar, las cuartillas volanderas sin parto de letras, la foto sepia de unos parientes a los que casi no recordamos, la lámpara sin apagar, el dislocado camino de andenes de estación en los que se agarran todas las pulmonías, y la lasitud casi total en las pupilas. No sé, mi niña, si es mejor quedarse con el correquetecagas o con la levita. No queda tiempo para pensar en las musarañas ni en el delantal de los hotentotes ni en Dora La Cordobesita, modelo de Romero de Torres y amante de Chicuelo, ni en el Libro de los Siete Sabios, vertido al castellano por orden del infante don Fadrique, ni en El Chiripa, muerto a tiros por la Guardia Civil entre Tierga y Trasobares, ni en Pigmalión, que se enamoró de una estatua salida de sus manos. Lamemos las heridas a medio curar y escuchamos a Glenn Miller en la radio repleta de válvulas empolvadas, acostumbradas a soltarnos aquello de toda la vida: “Yo soy aquel negrito del África tropical…”. Las ambulancias mueven las tabas camino del hospital y en la calle se monta un jabardillo por un perro atropellado. Nadie inmortaliza a Maristany, director que fuese de los Ferrocarriles de Madrid, Zaragoza y Alicante. Ninguno de los agonizantes llenos de tubos recuerda ya a la parentela más próxima de La Bella Monterde, cupletista del género ínfimo, ni a Paul Ehrlich, inventor del “salvarsán”, ni el tubernáculum de Hunter, inserto en el extremo inferior del epidídimo. Media febrerillo el loco, pasó jueves lardero y la próxima estación será la de los carnavales, que nos harán olvidar durante tres jornadas la que se nos viene encima. Felipe VI y su consorte estuvieron ayer en Cataluña por una cuestión de Estado: la visita a las cavas de Freixenet. Definitivamente, creo que nos ha mirado el tuerto.

jueves, 12 de febrero de 2015

La nube




La niña de azul y blanco vestida de novicia cabalga sobre una nube de algodón. Debajo queda la estampa quieta de niños desnudos pintados por Sorolla. A lo lejos, un tren muy oscuro silba  aires de cansancio. Es inútil, mi niña, que el tiovivo siga dando vueltas sobre su eje. Los caballitos parecen de fotógrafo de glorieta abandonada. La infancia quedó registrada en una estúpida libreta escolar y en un ramillete amargo de estampas amarillas. Adoro los pleonasmos por su carga furtiva de innecesaria redundancia. Sí, la nieve siempre es blanca y las penas son espesas. De nada sirve beber un trago de infame licor para tratar de olvidar algo que siempre se reaviva cuando olemos un perfume, o descubrimos una flor liofilizada entre las páginas de un libro desencuadernado por la desidia de los traslados. Yo sé adónde van las nubes, mi niña, Es fácil de entenderlo. Verás, escucha, las nubes se alejan todas las noches para regresar a la mañana siguiente con otros matices. Hace ya casi una vida de todo y nos hemos convertido en  oradores de cafetín-concierto. Conocemos los dos primeros capítulos de la historia interminable y, cada vez que nos encontramos con alguien que sabe escuchar, le soltamos el rollo patatero hasta aturdirle. Entre canción y canción de la vocalista que enseña lo que puede, somos capaces de explicar la sexualidad del avestruz, el ensamblaje de una librería de Ikea, la etiología del catarro común, o la reconversión agrícola de Guatemala. Pero a la niña de azul y blanco esas cosas le traen al pairo. Ella cabalga sobre una nube, lejos de las catacumbas del antro hospitalario.
--Oiga, amigo, ¿le importa que moje el churro en su café?
--Hombre, si ese es su deseo…
Don Gumersindo Pitarque Trujillo ignora que Navaggiero fuese quién convenciese a Boscán de que incorporara el endecasílabo a la métrica española. Yo sólo me limitaba a explicarle cuando Sarajov, disfrazado de lanzadora de peso olímpico, huyó de Rusia aprovechando que el Papa era secuestrado por un comando de narcotraficantes de Zaragoza y la flota japonesa, disfrazada de pescadores atuneros, ponía cerco a Canarias, según había  escuchado decir a Vázquez-Montalbán. Pero a don Gumersindo tal asunto le importaba una mierda. No le interesaban, tampoco, adónde iban las nubes, si los caballitos eran de cartón-piedra, o si el licor infame era auténtico. Siempre creemos hambrientos a quiénes no comprendemos. No, don Gumersindo no era un hambriento ni un sansirolé. Simplemente era el eco de mis quejas.

Fetiches y relicarios





Hace ya un rabo de años estuve en el Museo de Bebidas de Perico Chicote, en Madrid. Y allí pude ver una botella de “Grand Marnier”, lazo amarillo, que Alfonso de Borbón había dejado olvidada y descorchada antes de tomar las de Villadiego. En este país todo el mundo se deja cosas olvidadas en cada precipitada partida. Alguien dijo que tres traslados de domicilio equivalen a un incendio. No sé. También parece, según noveló Carlos Rojas, que García Lorca olvidó el tazón del desayuno en el balcón del séptimo piso de su casa, en el número 96 de la calle de Alcalá, con vistas a la calle de Narváez. Hay reliquias que merecen ser conservadas siempre, para posibles amantes de los fetiches. Tal es el caso de una vecina mía, viuda de militar, que guardó el braguero de la hernia de su difunto esposo hasta el día en el que determino, no sin gran acierto, que aquella prótesis no le era de utilidad perentoria. Lo anunció en el ABC y no tardó en adquirirlo un viajante de retales al por mayor y al detall que vivía en Orense. Aquel nuevo comprador lo llevaría puesto como sostén de su hernia hasta el día que se tumbó en la mesa de operaciones. Era un braguero original con un bordado en hilo de oro con el emblema de La Coral Bilbilitana y las iniciales de su primer dueño, Ricardo Iriarte Pérez sobre campo se gules y la compañía de un león rampante. Aquellas iniciales, R.I.P, le sonaban a esquela mortuoria y decidió cambiar la letra R por la letra V, en evitación de que pudiera hundirse en una seria depresión. Las iniciales VIP, de Very Important Person, equivalían en su fuero interno a una inyección de confianza en vena. Una vez que salió vivo de la operación quirúrgica y le dieron el alta hospitalaria decidió ir a dar gracias a la Catedral de Santiago. Ya, de paso, se acercó hasta la estatua del maestro Mateo para golpearse y aumentar su inteligencia natural, según piadosa costumbre, con tal mala fortuna que se hizo más daño de la cuenta con aquel tipo de magia por contagio. Quedó medio abobado y, desde entonces, cobra un subsidio y se limita a dar largos paseos por el parque, al tiempo que se inspira en la confección de sonetos con estrambote para poder participar con el necesario aseo de métrica en los juegos florales de su barrio.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Esplín




El zaragozano Tubo ya no es lo que era. Desapareció el olor a fritanga de calamares, Serafina y su cajón de cigarrillos americanos, el olor a catedral cuando se pasaba cerca de un patio de vecindad desvencijado y aquellas tiendas que decían en un letrero a pie de calle: “Más barato que en Andorra”. Dentro de un bar, en un espejo vertical, un hombre grueso con aspecto descuidado me recuerda por un instante la figura decrépita de un José Oto hecho papilla, en sus peores momentos. Sobre el televisor de casa, donde veo las noticias, los desfalcos y los jamacucos, tengo enmarcado un trabajo a lápiz que me regaló Ignacio Fortún el mismo día de 1986 en el que un periódico local me cesaba en mi función de escribir artículos por el hecho de colaborar, también, en otro diario local. Antonio Bruned era muy picajoso. De entonces a ahora no he hecho otra cosa de fuste que observar a los personajes salidos del grafito del artista. Una familia toma el vermú de pie, en la barra del bar, que bien pudiera ser “Casa Pascualillo” o “La Viña P”. El hombre está apoyado con el codo en el mostrador; la mujer se lleva a la boca una sardina en salmuera y con la otra mano sujeta un largo báculo lleno de caramelos; y la hija, sentada en un taburete con las piernas a las tres menos cuarto, come un algodón de azúcar, sujeta una caja de pastas y lleva puestas unas gafas de ver bajo el agua. Enfrente de ellos, el magro camarero permanece impasible, con una frialdad sólo comparable a la que tenía Magritas en el bar La Unión, de Calatayud. Todo se hunde: nuestro deseo de comer calamares de plástico con gabardina amarilla y el recuerdo de la librería de lance de Inocencio Ruiz, que nos aguardaba sentado tras una mesa como un confesor en los tiempos del piojo verde. Eugenio d’Ors decía que la Venus de Milo tenía cara de haber poseído unas bellas manos. Pero a nosotros, los que ya frisamos una edad de respeto, se nos ha quedado cara de poseer la Legión de Honor sin merecerla. Hemos dejado la melena para los peones de albañil; el pantalón vaquero para las “cincomarzadas” en el Parque del Tío Jorge; la chaqueta de pana para los mítines para las cenas de contubernio en “Casa Emilio”, etcétera. Se nos ha quedado cara de tocar botones de ascensor. Acariciamos pocos pechos de mujer,  pocos cogotes de niño y chocamos pocas manos. Sólo falta, mi niña, que volvamos al parque a jugar a pitos. En mi infancia, recuerdo, había cuatro clases de pitos: de barro, de piedra, de cristal y de culebrica. Ir en bicicleta se ha vuelto peligroso y se ha quedado camp, por mucho que ahora esté de moda circular por las aceras atropellando abuelas indefensas. Se han vuelto camp, digo, como el fox-trot, los topolinos, la gaseosa de sobre y aquellos barquilleros que portando un farol gritaban “¡rico parisién!”  a los bañistas de "meyba" y a las bañistas con faldilla, aconsejada por la Sección Femenina del Movimiento y por el nacional-catolicismo (¿cosas de Eguino Trecu?) en la santanderina playa de la Magdalena de mi infancia perdida. ¿Qué habrá sido de ellos?