domingo, 31 de julio de 2016

Cuanto más escribe, más la caga





Parece evidente que cuando alguien desea hacer un elogio funeral sobre un amigo o un personaje por el que se tenía gran estima, se ensalce su figura y los recuerdos que de éste se conservan de forma brillante. En el caso de Fermín Bohórquez Escribano, fallecido recientemente, parece elegante que se le recuerde con respeto e incluso cariño por aquellos que le trataron en vida, “una vida entre el caballo y el toro”, como escribe hoy en ABC de Sevilla Antonio Burgos. Pero, a veces, los elogios funerales practicados por determinadas personas que se tuvieron por amigos, como parece ser el caso de Burgos, resultan tener el efecto contrario del que se pretendía. Por ejemplo: “Un día de San Juan, cuando el Rey celebraba su santo con una recepción en el Campo del Moro, cruzóse [Bohórquez] al entrar en Palacio con Santiago Carrillo y su mujer. Y le soltó: -- Don Santiago, ¡que bien cuida usted a La Pasionaria, lo joven que me la tiene!—“.  En otro momento de ese artículo, Burgos se va por la vía de la anécdota estrafalaria: “Recién inaugurado el Circuito de Velocidad de Jerez le presenté al alcalde Pedro Pacheco, a quien no conocía. Cuando iba a presentarlos le soltó en la cara a Pacheco: -- Yo a ti no te quiero conocer, porque tú eres marxista--. Y el ceceante Pacheco, más listo que el hambre, le contestó al seseante Fermín, los dos Jereles frente a frente: -- Te han informado mal, Fermín, no soy marxista, yo soy como tú: ¡machista!--. Fermín le pegó un abrazo: -- ¡Óle, ven pacá, que tú eres de los míos! – “. Y para redondear ese luctuoso pastel de acelgas, Burgos pone la guinda con esa “gracia” revenida de los que no tienen gracia, sino ramalazos seniles: “Otra mañana, en aquellos albores de la democracia, se presentó en Fuente Rey la delegación del ayuntamiento de izquierdas de un pueblo que quería comprarle una novillada para las fiestas. Vieron los toros, le dijeron el dinero presupuestado y les contestó: -- Pues por ese dinero no puedo venderles la novillada. Pero si delante del Testamento de Franco que tengo enmarcado en mi despacho me cantan el ‘Cara al sol’ brazo en alto, yo les regalo a ustedes los toros --.  -- ¿Y lo cantaron, Fermín? --. -- ¿Cómo que si lo cantaron? Me costó los seis novillos, pero lo cantaron enterito ¡y brazo en alto! –“. A mi entender, Burgos hubiese quedado mejor no escribiendo tal elogio funeral. Cuanto más escribe elegiándole, más la caga.

La carta






Querida doña Adela:
           
Añoro las tardes pasadas en el cuarto de estar jugando al guiñote. Usted, doña Adela, tiene muy mal perder. Cuando le ganaba, se tomaba la revancha y sacaba mis trapos sucios a relucir.  Vamos, que me ponía de vuelta y media: que si perdía el tiempo en el bar, que si no me lavaba nunca los dientes, que si se me oía roncar… Pero ya he dado en el quid de la cuestión. El secreto está en ser siempre perdedor. Funciona. Echo en falta sus empanadillas de escabeche y  los canapés de salmón. Me entra la risa ahora, en Sigüenza, pensando que, cuando jugábamos a las cartas, atacábamos bien la plaza hasta henchir el baúl. Si había suerte, si estaba contenta, hasta me ofrecía la consabida copita de calisay y, aunque rara vez, también soletillas de Calatayud, de la Confitería Caro. ¿Recuerda?
            Reconozca usted, doña Adela, que no tengo mal aspecto y que poseo buenas composturas. La edad es lo de menos, aunque ya no sea un guayabo ni esté para muchos meneos.  Cinco años de diferencia no es nada. El amor no conoce edades. Seamos optimistas. Mañana  cantan los niños de san Ildefonso y,  si me bendice la fortuna, hasta podría tener una hora tonta y  arrancarme por bulerías, o  pedirle a usted en matrimonio por la Iglesia, como es natural. Es mejor  soñar  que sigo siendo aquel joven lleno de ilusiones, que ansiaba con ser arquitecto. Ya sé que no fue así y que al mirarme cada mañana al espejo para afeitarme, mi sueño se derrumba y choco de plano con la evidencia de mi aspecto, cansado y viejo de tanto apretar tornillos en la factoría de Cochecitos Jané.
             En fin, mi ama y señora, si mañana me tocase la lotería, ya tengo pensado depositar el dinero en un banco de confianza y  pedirle a usted en matrimonio. Subiría rumboso las escaleras del metro en la estación de Glorias, que está en un descampado insufrible, entraría en su casa silbando “Nunca llueve al sur de California”, le daría un beso en la frente a traición y le recitaría una dolora de carrerilla.  En el supuesto de que me aceptase, estoy seguro de que seríamos felices a tutiplén y  de que podríamos ir unos días de luna de miel a  Palencia, donde reside mi  hermana Lupita, viuda de un capitán de Regulares muerto en Belchite por heridas de metralla, que regenta una tienda de postín donde se expenden cajetillas y timbrados, o sea, un estanco.
            Suyo en cuerpo y alma,            

            Rosendo Vinalopó.

Rechazo tóxico




La columna de Manuel Vicent aparecida hoy en El País, “Cenizas”, debería hacernos reflexionar y entender lo que realmente acontece en este corral de comedias en el que los actores no se saben el papel ni se entienden, se larga el apuntador de su concha y el público asistente observa turulato desde su butaca de patio un enredo a todas luces incomprensible. Si se tratase de una película, el espectador podría entender, si acaso, que se pudiesen haber trastocado las bobinas a la hora de proyectar. Pero en el proscenio y en directo la trama es turbadora e induce a la vergüenza ajena por lo que tiene de disparatada. Vicent, en referencia a “la grave crisis por la que atraviesa el país”, da por hecho que debería ser “normal” que el partido del Gobierno, en funciones desde el pasado mes de diciembre, y el primer partido de la Oposición se entendiesen de alguna manera. Pero sostiene Vicent: “No es la economía, ni la reforma laboral, ni la ley mordaza, ni la educación, ni la sanidad, sino la toxicidad política que emite esta derecha lo que hace que el trato sea prácticamente imposible. Es muy difícil pactar con un partido que permite que el dictador permanezca en su panteón faraónico del Valle de los Caídos, un escarnio a la memoria colectiva, mientras pone todas las trabas posibles a desenterrar de las cunetas a los fusilados republicanos hasta hacer sentir a sus familiares que fueron los culpables de aquella tragedia. Para evitar el rechazo tóxico que provoca, esta derecha debería sacudirse de encima el franquismo larvado que aún la atenaza y cumplir dos requisitos básicos: entregar los huesos de Franco a su familia y condenar oficialmente el golpe de Estado del 18 de julio, algo que no ha sucedido todavía. El Partido Popular se comporta como el dueño del cortijo y siempre tiene a mano algún capataz dispuesto al insulto con la boca torcida al estilo tabernario”. Cierto. Los nietos de aquellos insensatos, tanto civiles como militares, que montaron con la aquiescencia de la Iglesia Católica el cisco padre hace ahora ochenta años, continúan ganando las elecciones, pese a la corrupción existente en el seno de sus filas, aprovechando el temor generalizado de gran parte de los ocho millones y medio de jubilados que temen perder una miserable pensión que ayuda, sin embargo, a mantener a hijos y nueras en paro y a nietos sin horizontes. En España no habrá reconciliación posible mientras, como escribió Concha Alós, (recuerden que la jet set literaria ni se inmutó cuando después de estar enferma desde hacía años de alzhéimer fue enterrada en el cementerio de Montjuich) los gigantes se escondan de nosotros para reírse.

sábado, 30 de julio de 2016

Willy




Pío Lancáster, alias Willy, era diferente al resto de los vecinos de aquel pueblo. Willy era un romántico empedernido con aire de seminarista rebotado que musicaba con una vieja vihuela estrofas de historias inverosímiles, deshojaba margaritas, conocía mundo y fumaba chesterfield. Su profesión de camionero, comiendo pan de muchas tahonas, le había dado un cierto aire de galán de películas que acentuaba la admiración  de las muchachas y  la envidia de los gañanes a la hora de bailar en el  Salón  Doré cada sábado por la noche. A Pío Lancáster Macipe, alias Willy, le gustaba la cerveza de barril, las botas afiladas,  las uvas de Vinalopó y los talismanes con colmillos de animales. Willy llevaba siempre al cuello una gruesa cadena plateada con un colmillo de cochino jabalí, que decía darle suerte. Cuando Willy aparecía por el pueblo cada viernes en la atardecida, aparcaba cuidadosamente un trailer con cisterna de acero inoxidable donde ponía  con letras grandes y amarillas Matheu & Taylor en una amplia explanada, le daba unas suaves pataditas a las ruedas motrices con las botas de chúpame la punta y los tacones cubanos, volvía la vista hacia  un balcón, siempre hacia el mismo balcón, tomaba  el hatillo y  la chamarra de piel de vacuno, y se encaminaba parsimoniosamente hacia su  casa con aspecto cansado.
            El balcón  de su alcoba daba frente por frente al taller de confección de  Mónica Durán, patrones de París, donde colaboraban cinco hermosas muchachas. Cuando aparecía el camión de Willy, todas ellas, incluida Mónica Durán, la maestra de corte, dejaban el trabajo a un lado y observaban alborotadas,  siempre  a través de las cortinas, cómo Pío Lancáster, alias Willy, se atusaba el pelo, encendía un chéster, daba  las  acostumbradas y cariñosas pataditas a las ruedas  delanteras de la tractora de su  Scania, el Salón Doré, caballeros doscientas pesetas, señoritas gratis, sacaba tomaba su cazadora y su hatillo y enfilaba calle arriba por el recorrido habitual. Y, así, semana tras semana.
            Pío Lancáster, alias Willy, se duchaba con jabón  flores de Guris”, Ariza, España, se afeitaba con navaja de Albacete, se mudaba de ropa, se limpiaba los botines con sebo de caballo, para hacerlos casi eternos, se cepillaba los dientes con “denticlor” y se aplicaba unas gotas de agua de colonia concentrada “Álvarez Gómez”, Sevilla, 2, Madrid, sobre el torso; y, luego, atenazado por la duda, deshojaba la margarita que había arrancado horas antes de un sembrado de la provincia de Toledo, entre Juncos y  Numancia de la Sagra, que antes de la guerra se llamaba Azaña, en un ritual ceremonioso que siempre le daba el “sí me quiere”.
“¡Ah la margarita, -pensaba horas antes, sentado al volante del camión- ese sublime nombre de mujer!”. Y no se equivocaba, que para eso había leído a Goethe, y conocía “Fausto”, donde asoma el personaje de Margarita, la joven sencilla e inocente, que, por una horrible fatalidad, se ve profanada y arrastrada al crimen, aunque su corazón rebosa de amor a la virtud, y que muere loca en el cadalso.
Y de esa guisa, con el ánimo templado y más galán que Mingo, se acercaba hasta una entrada con derecho a consumición, cruzaba en diagonal una casi vacía pista de baile donde a esas horas siempre interpretaban los músicos un fox-trot para ir calentando, y en el selecto servicio de ambigú tomaba lentamente un “caruso” servido por Paquito Marimón, que había aprendido el arte del cóctel siendo empleado de Wagon-lit en el expreso “Costa Brava”. Y Paquito Marimón, en una coctelera con hielo picado, vertía un tercio de ginebra, un tercio de vermouth seco y otro tercio de pepermint,  adornado con unas hojas de menta fresca.
            --Eres un artista, Paquito.
            --Gracias, Willy.
            Y  Paquito Marimón, que era hombre bien nacido y que sabía agradecer los elogios que Willy hacía sobre sus cócteles, le añadía por cuenta de la casa un platillo con un  carpaccio de hongos en láminas casi translúcidas, en un lecho de vinagre y zumo de limón, sal, pimienta y cebollino picado.
            --A los de aquí no se les puede dar  cosa distinta a pan con salchichón. No agradecen la nueva cocina. ¡Como no han salido del pueblo...! ¿Me comprendes Willy?
            --Sí, Paquito, es una pena.
            El salón se iba animando. Ahora la Orquestina Laurel, que contaba con cantante imitador,  interpretaba “Latino” en la voz de Narciso Carotone, que era de  Jaraba y que había educado sus cuerdas en  una academia  de Barcelona. Narciso Carotone tenía tupé y una camisa llena de volantes que había copiado de una fotografía de El Titi  en el taller de confección de Mónica Durán, patrones de París. Luego vino un descanso, que aprovecharon los músicos para tomar cerveza de barril  y Narciso Carotone para escuchar las alabanzas que le brindaba doña  Amelia, la esposa del sargento-comandante de puesto, que era de Calmarza y  muy forofa de Raphael y de José Luis y su guitarra. Pero mientras hablaba doña Amelia con Narciso Carotone, hubo un cruce de miradas entre ella y Willy, que ahora se aplicaba con devoción de novicia a  un platillo de anchoas en salazón acompañado de un “between the sheets”,  la bebida que el detective belga Hércules Poirot rechazó en  la película “Muerte bajo el sol”,  en beneficio de un batido de plátano.
             Pero Willy, que era un gran catador de cócteles, no dejó pasar la ocasión de libar algo insuperable hecho basándose en ron blanco, coñac y cointreau, regado por un buen chorro de zumo de limón. Ni tampoco dejó  pasar la ocasión de hablarle a doña Amelia con el silencio mudo de la mirada encendida.  Willy le guiñó un ojo y ella, en reciprocidad, que había entendido el mensaje de aquellas pupilas como cráteres en erupción, miró para  otro lado ruborizada aunque herida de deseo insatisfecho en magnética noche morada. Willy  presuponía de antemano que doña Amelia sería suya aquella  velada en el centro del escenario surrealista que siempre brota como ramillete de flores silvestres de cuneta de lo más hondo de sus sueños. Tomó el último sorbo de aquel cóctel en su día rechazado por Hércules Poirot, se despidió de Paquito Marimón y se retiró a descansar no sin antes dar unas suaves pataditas a las ruedas delanteras del camión. Del Salón Doré salían los dulces sones de “La comparsita”, y un gañán, sin quitarse la boina por respeto al lugar, se la meneaba sin la ayuda de nadie en las rijosas escalinatas de la cruz de los caídos.

viernes, 29 de julio de 2016

Al final del camino







Durante mis cortas vacaciones acostumbro a dar largos paseos por las afueras del pueblo a la caída de la tarde. Uno de esos sosegados recorridos, tal vez mi preferido, es el que me acerca hasta la inservible azucarera, en otro tiempo generadora de riqueza y ya sólo tristeza y desolación. Los jardines circundantes se han trocado en eriales donde, pese a todo, intentan sobrevivir entre la cizaña los tulipanes esquivos, las ardeviejas, los ababoles y los malcorajes.
            Pasé mi infancia en aquel barrio fabril y cada rincón se me antojó de niño cuartel general para el enredo de mil travesuras. Hoy, pasados los años, de la mayoría de ellas siento un  leve mea culpa. De otras, de la minoría, un nostálgico y alegre recuerdo.
            Esta mañana me he acercado hasta la iglesia parroquial, donde me bautizaron. Tiene una torre mudéjar hasta su mitad. El resto es vulgar y sólo sirve como soporte de una caja de resonancia para pobres campanas; y, lo peor de todo, para aumentar su grado de inclinación, que ya es preocupante.
            Otras veces salgo sin rumbo por algún polvoriento camino. Me gusta el campo a la atardecida con el sol a la espalda. Y marcho ligero, como si me esperasen en algún sitio, en compañía del silencio mudo y del polvo en los zapatos. Pero nunca llego hasta lo que queda en pie de la antigua azucarera. Me entra una congoja inenarrable. Pasadas las últimas corralizas me topo con la vega amiga. La estrecha carretera empedrada e irregular conduce al puente de un río casi seco. El viejo y romántico puente de tablas me lleva hasta la otra orilla. Me cruzo con un chucho podenco y me esquiva. Un ciclista, al que constantemente le suena el timbre por los baches, me saluda con la cabeza. Enciendo un cigarrillo y aflojo el ritmo de mi marcha. Sobre las piedras rodadas del cauce seco un verderol saltarín picotea en la arena, observado desde una rama de ciruelo por un intrépido chirlomirlo de agudo silbido. En un altillo queda como santo sobre peana la estación de ferrocarril ahora convertida en apeadero. Ya en la curva me aplasta un enorme sol caído y viajero. Una distraída alondra vuela rasante hacia una rama de abedul.  Se acentúa el lamentable estado del empedrado. A dos pasos, la vieja casa-cuartel de la Guardia Civil por donde pasea impertérrito y a sus anchas un gato de algalia. En su fachada desconchada y con tres acacias por testigos puede leerse: Todo por la Patria. Y a la intemperie, bajo la sublime leyenda, unos vagabundos calientan la cena. Me observan. Les saludo con respeto.
            --Buenas tardes, amigos.
            Me contestan sonrientes y me invitan a cenar. Me da la sensación de que uno de ellos no tiene muchas luces. Corta leña y ríe con la risa de los incautos. El otro compañero es de buenas composturas.
            --¿Hace un pitillo?
            Me lo aceptan. El que parece tener más luces me señala la tartera.
            --Son migas. Algo hay que echar al coleto.
            --Ya lo creo.  Me encantan.
            Hacemos un mutis mientras contemplo un humo azul. El otro hombre sigue haciendo leña.
            --Buscamos caracoles, los vendemos y vamos tirando como podemos. Es importante tener un techo donde cobijarse. El relente no va bien para mi artrosis. Yo le tengo dicho a éste: si un día vemos malas caras de los vecinos, carretera. La vida hay que tomarla como viene.
            A las acacias acuden las cardelinas y alborotan hasta encontrar acomodo. El compañero que hace leña se acerca y me muestra sus manos encallecidas,. Me intenta decir algo que no entiendo. Afirmo con la cabeza, sonríe y se marcha. Toma un cubo y se acerca por agua hasta un brazal.
            --¿Qué, mucho tiempo juntos?
            --Sólo desde hace unos meses. Ambos dormíamos en los mismos pajares y salas de espera. Me hace mucha compañía. Su nombre es Francisco. Yo me llamo Vicente, para servirle.
            --Gracias.
            Ya no hay quien le detenga.  Escucho complacido.
            --Vicente Calahorra Andújar. En otro tiempo comandante en la XI División, a las órdenes de Líster. En Monrepós me dejé la piel a tiras haciendo túneles. Había más de trescientas curvas en aquella maldita carretera...Trescientas tres, para ser exacto. Por las noches no podía conciliar el sueño. Tenía las detonaciones de los barrenos en el fondo de los oídos. Otros corrieron peor suerte.
            --Lo siento.
            --No se preocupe. Ya pasó. Hace poco, unas monjas de Santa María de Huerta me ofrecieron un trabajo de hortelano. No acepté. Prefiero ir a mi aire, sin paternalismos ni adoctrinamientos. Francisco y yo somos demócratas. Entre nosotros hay consenso para todo. Nuestra bandera es el cielo azul y nuestro escudo, las estrellas. Francisco es toda mi familia.  No tengo otra, aunque sí la tuve.
            Al llegar a este punto, Vicente se ha puesto muy serio. No me atrevo a preguntar.
Un rebaño camina para recogerse. El pastor, de mediana edad, se adivina entre la polvareda. Al fin me decido y le pregunto a Vicente:
 --¿Dice que no le queda nadie?
            --Que yo sepa, no. Me casé en el 35 con una moza de Segovia. Fuimos felices hasta el verano siguiente, que marché al frente de Aragón. Aquel año nació mi hija Raquel. Era la muchacha más linda del mundo. Cuando me concedieron la libertad, en el año 1947, me enteré por un conocido que madre e hija vivían en Zaragoza. Fui allí para encontrarme con ellas. Raquel ya era una mocita. Busqué trabajo como guarda nocturno en una factoría de Valdefierro. Fueron los años más felices de mi vida. Raquel enfermó de tuberculosis y murió en el Cascajo. Su madre se volvió del revés y un día, por noviembre, me dijo que iba a llevar flores al cementerio de Torrero. Allí, junto a la tumba de Raquel, puso fin a su vida bebiéndose una botella de lejía.
            Francisco, sentado junto a Vicente, sonríe al tiempo que aspa con los brazos para espantar a una avispa.
            Casi se ha hecho de noche. Me despido de ellos y me marcho de regreso al pueblo. Pasado el puente de tablas, las campanas de la iglesia anuncian a los cuatro vientos la hora del rosario. Sobre mi cabeza, la luna me mira fijamente como si no me conociera. Me cruzo con varios zagales. Uno de ellos le comenta a sus pícaros amigos que en el cuartel hay unos locos muy peligrosos, que por las noches se visten de fantasmas con unas sábanas muy blancas y que asustan a las chicas.
            Sigo caminando. Tengo ganas de llegar a casa, quitarme los polvorientos zapatos y abrir una botella de cerveza. Le contaré a mi familia que la amistad se encuentra al final del camino. Seguro que no entenderán nada.  Bueno…, ¡y qué!

¡Hay que ser mezquinos!




Me parece interesante que Tordellillas haya sustituido el Toro de la Vega por el Toro de la Peña. Es necesario tener respeto a los animales y así lo entendió la Junta de Castilla y León presionada por una parte de la ciudadanía harta de sangre inútil. El Toro de la Peña debe ese nuevo nombre al coincidir la suelta del astado con las fiestas de la Virgen de la Peña, patrona de esa ciudad. Agosto es en este país el mes de las vírgenes, de las fiestas populares, de los pitos, de las flautas, de los fuegos de artificio, del bullicio charanguero, del desmadre popular y del incremento de los accidentes por culpa del alcohol en carreteras secundarias. Este es un país raro, donde se da más importancia a que Pablo Echenique haya contado con un asistente sin contrato de trabajo por espacio de un año que a las presuntas y tremendas corrupciones sistémicas existentes tanto en el partido que sustenta al Gobierno como en el seno del primer partido de la Oposición. Con Rodríguez Zapatero en el Gobierno se aprobó la Ley 39/2006 de 14 de diciembre, conocida popularmente como “Ley de Dependencia”, con una escasa dotación presupuestaria. Por si ello fuera poco, con Mariano Rajoy al frente del Ejecutivo, se produjeron cambios en la normativa y recortes por un montante de 2.865 millones de euros. En España existen reconocidos 1’2 millones de dependientes, de los que sólo uno de cada tres recibe ayudas. Según datos del Observatorio de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, de las 384.326 personas en lista de espera, el 27%, son grandes dependientes. Muchos de ellos han muerto (125.000 en los últimos cuatro años) sin llegar a poder recibir las ayudas a las que tenían derecho. Por todos es conocido que Pablo Echenique necesita asistencia por su casi total discapacidad física. Es posible que Echenique no hiciera las cosas de forma correcta, pero tampoco hace falta que toda la derechona le apunte con el dedo como si fuese el culpable de todos los males patrios y hasta de la muerte de Manolete. Se entiende, a mi entender, esa inquina hacia su persona aflorada por Heraldo de Aragón, periódico de derechas, en tiempos políticos convulsos. Al secretario de Organización de Podemos hay que “darle caña” a beneficio de inventario. ¿Permitiría Miguel Iturbe Mach, actual director de ese medio, aflorar  “trapos sucios” de Ibercaja, en el supuesto de que los hubiera, sabedor de que forma parte del accionariado del periódico de los Yarza? ¿Permitiría Miguel Iturbe sacar a la luz irregularidades, en el supuesto de que las hubiera, de El Corte Inglés, uno de sus principales anunciantes? Un periódico  independiente, como presume su cabecera, hubiese explicado en su día, por ejemplo en 2011, de forma más entendible para todos los lectores, los 1,5 millones de euros (en billetes de 500 y escondidos en bolsas de plástico en un armario) sustraídos por no sabemos quién o quiénes a unas monjas en 2011 en el convento de santa Lucía, en el barrio de Casablanca. Curiosamente, en aquel convento tenía su residencia habitual la “monja pintora” Isabel Guerra, cuyos cuadros pueden sobrepasar en el mercado de Arte los 50.000 euros. Sí, en efecto, se publicó la noticia el martes, 8 de marzo de 2011, bajo las firmas de E. Bayona y  J.G. Garza. Y ahí quedó la cosa. Nunca se aclaró de dónde procedía aquel dinero escondido. Tierra sobre el feo asunto, que con la Iglesia habían topado. Y con la Iglesia toparon también en el extraño cese inmediato del arzobispo Manuel Ureña y el trasfondo de un “sospechoso” pago de más de 100.000 euros a un joven diácono de Épila. Sí, Heraldo de Aragón escribió sobre el caso, pero en seguida se difuminó la noticia y no se volvió a hablar sobre ello jamás. Pero con Pablo Echenique es distinto. Hay que darle leña hasta en el cielo del paladar, que para eso presuntamente “ha defraudado” mil euros a la Seguridad Social. ¡Hay que ser mezquinos!

miércoles, 27 de julio de 2016

Todo se va muriendo





Carmen Rigalt cuenta que la corbata ha muerto. Hombre, eso ya lo sabíamos. Pasó como con el sombrero. Recuerden aquel eslogan de un comerciante de la madrileña Sombrerería Brave, en la madrileña calle de la Montera, que decía “Los rojos no usaban sombrero”, lo que equivalía a decir  en aquellos grises tiempos del franquismo que el sombrero era cosa de gente decente, de hombres de bien, de personas de derechas. Supongo que serían esos “hombres de bien” los que colocaban a la puerta de sus casas un Corazón de Jesús en hojalata y en el balcón de la sala ataban la palma del último Domingo de Ramos. Si camina uno por la calle, también puede observar que muy pocos ciudadanos usan americana y casi nadie lleva raya en el pantalón de pinzas ni zapatos con suela de cuero. Por otro lado, casi nadie te trata de usted, aunque no te conozca. Una cosa, a mi entender, son las modas; y otra, muy distinta, las malas composturas. Se ha impuesto beber cervezas a morro, gritar en los bares como si estuviésemos sordos, ordenar al camarero de terraza que nos sirva un gin-tonic con un montón de tonterías añadidas, y ya podemos observar estupefactos cómo en algunos lugares, por ejemplo en Sitges, acaban de retirar los honores a Felipe VI y a toda la Casa Real española. Ahora recuerdo que existe una novela de de Luis Gadea López, “Algunos rojos llevaban sombrero”, que trata sobre la odisea de un perito mecánico montador de cazas rusos Polikarpov  en varios aeródromos republicanos durante la Guerra Civil. En fin, hoy es miércoles, los calendarios católicos celebran la festividad de san Desiderato de Besançon, que no hay que confundir con san Desiderato de Bouges, y san Cucufato (san Cugat, para los catalanes), al que se encomendaba Javier Krahe y le ataba no sé qué en no sé dónde, que ha sido purgado del Martirologio y ya no figura en la nueva edición porque su culto se reduce a Barcelona y sus alrededores, especialmente la localidad de Sant Cugat del Vallès, donde dice la leyenda que fue decapitado por el cónsul Galerio durante el mandato del emperador Diocleciano. También se ha muerto Francisco Cano Lorenza, alias Canito, a los 103 años, decano de los fotógrafos taurinos. Había debutado con picadores en la Plaza de Toros de Puertollano en 1941 y recogió con su cámara Leica la cogida de Manolete en Linares por el toro Islero en 1947. Todo tiende a la estratificación.

martes, 26 de julio de 2016

Vodevil





Como bien señala un editorial de El País, “como en otras monarquías parlamentarias, el papel del Rey consiste en refrendar los actos políticos de las instituciones y personas que constitucionalmente tienen el poder de tomar decisiones, no en suplir la inoperancia de una clase política falta de miras, una clase política a la que no parece importarle el daño que haría condenando a la Corona a reconocer el fracaso de su ronda de consultas”. (…) “Rajoy, que —al representar a la fuerza con más escaños— concentra la mayor responsabilidad sobre este vodevil indigno de una democracia avanzada en el que se está convirtiendo la investidura, no puede perder más tiempo. Tiene que despejar la incógnita de si él representa la solución o el problema de la gobernabilidad, y hacerlo cuanto antes”. Anson, en El Mundo, es más lacerante, recomendando cuidado: “La crítica a los partidos políticos en el primer tercio del siglo XX, como he recordado en alguna ocasión, se tradujo en el nazismo en Alemania, el fascismo en Italia, el estalinismo en Rusia, el franquismo en España, el salazarismo en Portugal... Cualquier forma de dictadura o totalitarismo es mucho peor que lo que tenemos. No se trata de suprimir los partidos políticos o los sindicatos. Se trata de regenerarlos, de democratizarlos, de exigir que se pongan al servicio del interés general en lugar de dedicarse a satisfacer ambiciones de clase o de casta con escandalosa atención a parientes, amiguetes y paniaguados. Los dirigentes políticos han obligado a apretarse el cinturón a empresas, instituciones y particulares, a todos menos a los partidos que siguen entregados al cínico despilfarro”. La obligación del presidente del Gobierno en funciones,  Mariano Rajoy es presentarse a la investidura y buscar los apoyos necesarios, en vez de aprovechar el puente del Apóstol para sentarse en la terraza del bar Comercio, en Sanjenjo, a fin de poder disfrutar de unos días de “desconexión”, como si fuese Miss Galicia 2016, esperando que a su regreso a Madrid algunos partidos le den su voto gratis “porque yo lo valgo”. Pasado mañana debe entrevistarse con el Jefe del Estado y sabe que sólo cuenta con 137 diputados, la abstención de Ciudadanos en la segunda votación y un procesamiento judicial en marcha contra el PP por haber destruido unos discos duros de su tesorería. Y con ese ridículo ajuar, no creo que haya boda.

lunes, 25 de julio de 2016

Mediocridad instalada





Yo no acabo de entender la razón por la que en Zaragoza se produzcan tantos tropiezos entre el tranvía, (a pesar de que sólo contamos con la línea que nos dejó el alcalde Juan Alberto Belloch antes de que éste volviese a usar la toga), y ciertos conductores de turismos despistados que siguen haciendo bueno aquello del baturro a lomos de la borrica sobre la caja de la vía férrea: “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…, yo tampoco”. Entiendo que existan accidentes entre turismos y autobuses urbanos, cuando uno de ellos se salta un semáforo, no cede el paso, se despista, etcétera; pero el culpable siempre será, a mi entender, el conductor del turismo. El tranvía circula por su carril y ni siquiera se le sale el pantógrafo, como sucedía con los mástiles de aquellos trolebuses que iban al Gállego y que siempre se salían de madre en la curva de la gasolinera de Dalmau con la avenida de Cataluña. Menos mal que por aquel entonces iban a bordo dos empleados de gris y con visera, que siempre dieron mucho respeto, es decir, el conductor y el cobrador. Bastante tenían ambos con atinar a tensar unas cuerdas y poder colocar el trole de dos pértigas en la catenaria. Era un trabajo añadido al de expender billetes y conducir que entraba dentro del sueldo. Ahora dice el nuevo alcalde, Pedro Santisteve, que el Ayuntamiento no tiene dinero para hacer una segunda línea de tranvía y que, además, será necesario hacer un debate con “rigor técnico”. Los ediles del PP, que son lo más parecido al tío Calambres, que salió del pueblo por ver la fiesta, la Lola Flores y El Cordobés, prefieren optar por el “trambús”, o sea, por el autobús eléctrico. Aseguran que no da calambre, que dio su sangre en la transfusión, porque no pue, pue, pue, pue… no pueden ni dormir. La cuestión es tratar de volver al pasado que tanto añoran,  a aquellos trolebuses de la línea 10, “Coso-Gállego”,  que se inauguraron por los mandamases de entonces el 8 de mayo de 1951, pero ahora sin troles ni aquellos empleados de gris y con gorra de plato que daban tanto yuyu. Sólo les faltaba el barbuquejo, la porra y poder dar palizas en las mazmorras de Orden Público. Pero se daban un ligero aire a aquellos energúmenos de triste recuerdo. Hombre, antes de nada, lo deseable sería que se pagara la primera y única línea, que costó un Congo con el nefasto rey belga Leopoldo I  incluido en el lote, o sea, la friolera de 200 millones de euros. Belloch nos dejó, además de esa línea de tranvía, un catamarán que navegaba por el Ebro, de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente, con rumbo a ninguna parte. Santisteve también decidió suprimirlo. Zaragoza es una ciudad con turismo de una sola jornada y no parece elegante que los visitantes por un día se ahoguen, o que se los coma un hambriento siluro. Aquí queda claro que no hay parné para trazar una segunda línea de tranvía.  Lo chocante es que con el consistorio que preside Santisteve se prioriza la reforma del estadio de La Romareda, de propiedad municipal, en beneficio de un equipo de fútbol de segunda división. ¿Alguien lo entiende?

domingo, 24 de julio de 2016

Paisaje desde Starbucks




Cada vez que me acerco a Madrid  tengo por costumbre tomar café en una especie de glorieta de la calle Fuencarral. Se está divinamente después de comer, cuando el sopor presenta factura. Es el trozo peatonal de esa calle que más me gusta. Pues bien, enfrente, justo enfrente del Starbucks, donde dan un café excelente, está la calle Augusto Figueroa. Fue al principio de esa calle, donde todavía hoy se encuentra la ermita del Humilladero revestida de ladrillos rojos, cuando el 12 de julio de 1936 cuatro pistoleros de extrema derecha (carlistas pertenecientes al Tercio de requetés de Madrid, según el historiador o falangistas según otros autores como Paul Preston) dispararon contra el teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo Sáenz de Tejada sin darle tiempo a sacar su arma reglamentaria. Auxiliado por el periodista Juan de Dios Fernández Cruz, que casualmente pasaba por el lugar, fue trasladado a una casa de socorro cercana donde ingresó cadáver. Curiosamente, era pariente de los Primo de Rivera. A Castillo se la tenían jurada desde los sucesos del 14 de abril, durante los actos conmemorativos de advenimiento de la II República, donde resultó muerto el alférez de la Guardia Civil, De los Reyes. Hubo manifestaciones y en la represión ante los sucesos de orden público subsiguientes murió Andrés Sáenz de Heredia por disparos de un agente de la Guardia de Asalto. Éste era primo de José Antonio. Y resultó herido de gravedad, por supuestos disparos del propio teniente, un joven militante carlista, el estudiante José Llaguno Acha. Castillo estuvo a punto de ser linchado por los manifestantes. Ahí comenzaron las amenazas de muerte contra su persona, que se materializan aquel 12 de julio. Al día siguiente, de madrugada, era asesinado José Calvo Sotelo, cuyo cadáver apareció tirado a las puertas del Cementerio del Este. Fue la segunda opción. Antes habían ido en busca de José María Gil-Robles, que no se encontraba en su domicilio por haberse trasladado para pasar unos días de descanso a Biarritz. Cuatro días más tarde se sublevaban las fuerzas en Melilla y comenzaba la Guerra Civil.


sábado, 23 de julio de 2016

Si es que es así





Escribe Juan Carlos Monedero en Público: “Somos, como dice Pérez Royo, el único país que restaura monarquías. El Rey Juan Carlos I tuvo que abdicar, pero ni el PSOE ni el PP quisieron que la Jefatura del Estado pasara por un referéndum.  Felipe VI sigue esperando entrar en escena con algo que le permita justificar en el siglo XXI ser rey sólo porque pertenece a la familia de los Borbones. Si su padre lo obtuvo con la farsa del 23-F, el hijo lo va a intentar haciendo un tinglado de la nueva farsa en Cataluña”. (…) “Al final, lo que tenemos es una nueva restauración borbónica, después de la de 1876 y la de 1978 (posibilitada por Franco al nombrar en 1969 a Juan Carlos de Borbón su sucesor a título de Rey siguiendo las leyes franquistas), que acalla el movimiento popular que nace del 15-M y que sigue exigiendo una España que deje de ser posfranquista. Una España más joven, urbana, formada, feminista, que se mueve con soltura en internet, que no ve lo de fuera ni con miedo ni con devoción, y que ve a la España de Rajoy, Rita Barberá, Granados y los reyes de refilón en el salón comedor a través de un televisor en blanco y negro con el sonido distorsionado”. Juan Carlos Monedero escribe lo que siente, y yo lo respeto. Las opiniones no delinquen. A fin de cuentas, lo que debería entender el ciudadano es algo muy sencillo, que no lo digo yo sino Fernando Savater: “Tener un gobierno no es un fin, sino una herramienta”. Algo parecido sucede en el Congreso de los Diputados y en el Senado: lo de menos es quiénes lo componen, sino qué leyes son capaces de sacar adelante. Hoy, a propósito de la pasada entrevista en Madrid entre Oriol Junqueras y Soraya Sáenz de Santamaría, señala Bieito Rubido en las páginas de ABC: “Ya sabemos que las opiniones no delinquen, pero también que la libertad de opinión no valida lo expresado. Pretender que el punto de vista de uno tenga que ser aceptado por el conjunto de la sociedad demuestra no haber entendido nada acerca de la libertad de pensamiento ni de la responsabilidad de actuación en una democracia”. A mi entender, la libertad de opinión valida lo expresado para aquel que la ejerce, que no es poco. La responsabilidad de actuación en una democracia incluye que los políticos (y aquí incluyo a ministros y  al presidente del Gobierno) deberían saber dimitir de sus cargos cuando se equivocan; cuando (si es que es así) sabiendo que se equivocan no rectifican; cuando no cumplen sus promesas con los ciudadanos que les votaron; cuando (si es que es así) meten mano en ese dinero público que, como dijo una ministra  “no es de nadie”;  cuando (si es que es así) reciben “guindaleras” que nunca declaran; cuando (si es que es así) utilizan el BOE en su propio beneficio; o, lo que es peor, cuando (si es que es así) entienden como cosa “normal” arruinar a toda la ciudadanía a costa del Estado.

viernes, 22 de julio de 2016

¡Oído, cocina!





Creo que fue Sabino Alonso Fueyo, director del diario Arriba, el que se quejó a Franco de las presiones que recibía de los distintos sectores del Movimiento. Y Franco, en un momento dado, le respondió cínicamente: “Usted haga como yo, no se meta en política”. Alonso desempeñó su cargo en Arriba, de la Prensa del Movimiento, a partir de 1962, cuando sustituyó a Rodrigo Royo,  hasta 1966, año en el que tomó posesión del cargo de consejero de Información y Turismo en la Embajada de España en Lisboa. Murió en 1979. Rodrigo Royo había cambiado el estilo gráfico de ese periódico y ello no gustó a las altas esferas. Jaime Campmany, por aquellos años periodista de ese medio,  dejó escrito en su libro Doy mi palabra que “el horno no estaba para esos bollos ni para prensa americana”. Y señala que recibió un consejo de Alonso inolvidable: “Elogia que algo queda, y que llevó el periódico cuidando mucho de no meterse ni meterlo en berenjenales”. Pero, ¿a qué viene lo que cuento? Pues sencillamente a unas palabras de Albert Rivera, líder de Ciudadanos, que se presentará ante Felipe VI el próximo jueves en ronda de consultas, de cara a la posible formación de Gobierno en la XII Legislatura. Y el señor Rivera pretenderá “desde la humildad” que el rey ayude a desbloquear la actual situación política, “sugiriendo” el rey a  Pedro Sánchez que el PSOE se abstenga en la segunda  votación de investidura, tal y como Ciudadanos pretende hacer. De paso, le dirá al rey que “Rajoy no es la persona adecuada para iniciar una etapa de reformas y contra la corrupción”. Albert Rivera, nuevo en esta plaza, no parece ser consciente de que el rey sólo puede escuchar a las distintas formaciones parlamentarias y en ningún caso ayudar al desbloqueo aportando sugerencias. Felipe VI no puede llevar a cabo aquello que no está contemplado en la Constitución ni caer en la trampa del borboneo, que tan malos resultados dieron a su bisabuelo Alfonso XIII y a su abuelo Juan de Borbón. Ambos llevaban el borboneo en sus genes, como en la fábula de la rana y el escorpión. Manipular las voluntades desde la Corona suele terminar mal. Como señalaba Jorge Martínez Reverte en su artículo “Borbonear” (18.02.2013):  “el fracasado rey Juan III, y el rey Juan Carlos I, se vieron en numerosas ocasiones acusados de llevarlo en sus genes, junto con la muy concreta lacra hemofílica y el inidentificable rasgo que les definía como portadores de legitimidades dinásticas”. (…) “Borboneó Alfonso XIII, y eso ayudó a que se produjeran la matanza de Annual y la guerra civil. Borboneó don Juan de Borbón, y eso ayudó muy probablemente a que la dictadura franquista se perpetuara. Y borboneó, o estuvo al borde de hacerlo, que eso ya lo veremos, Juan Carlos I, y eso llevó a España a colocarse (si es que fue así) cerca del abismo en un par de ocasiones”. ¡Oído, cocina!

jueves, 21 de julio de 2016

Picaresca




Me entero de que el Tribunal de Cuentas ha detectado que casi 30.000 fallecidos cobraron pensión en 2014, equivalentes a 25’3 millones de euros. El Tribunal de Cuentas ha detectado esos errores al cruzar los datos de beneficiarios de las prestaciones y decesos registrados en el INE. Ya sabemos que la picaresca española es de libro, pero en buena lógica aquellos que hayan cometido ese abuso deberán devolver las cantidades recibidas más los intereses devengados, sin tener en cuenta las responsabilidades penales a que hubiesen lugar. Lo peor, si cabe, es que esos errores negligentes de la Administración han determinado que durante el periodo 2012-2014 haya prescrito el derecho a reclamar las deudas por un importe de, al menos, 10,28 millones de euros. A mi entender, tales fallos serían corregibles si cada año los beneficiarios de pensiones, contributivas y no contributivas, tuvieran que presentar en la Tesorería de la Seguridad Social un certificado de fe de vida o viudedad, o que hubiese obligación por parte de los Registros Civiles de entregar una copia literal del Certificado de Defunción de cada pensionista fallecido a ese organismo. Porque, siendo mal pensados, y yo lo soy, cualquier anciano puede ir a votar en los comicios con el DNI de otro amigo fallecido meses antes y que perteneciera a distinto colegio electoral. Los ancianos se parecen mucho entre ellos por los ajes en el rostro y los vocales de las mesas no se suelen fijar en las fotografías que aportan los documentos de identidad que se presentan para ejercer el derecho a voto. Este país es lo más parecido a la casa de Tócame Roque y así nos va.  Don José María Iribarren decía que la casa de Tócame Roque estaba situada en el número 50 de la calle madrileña del Barquillo y que fue demolida en 1850 por orden del jefe político José Zaragoza. Era una casa de vecindad fea e insalubre, famosa por haberla inmortalizado por don Ramón de la Cruz en su sainete La Petra y la Juana o el buen casero y por los líos que en elle tuvieron lugar. Algo parecido dejó escrito don Natalio Rivas Santiago en la séptima parte de su Anecdotario Histórico Contemporáneo (Editora Nacional, Madrid, 1953 pp. 29 a 31), libro agotado, muy difícil de encontrar en las librerías y que conservo como oro en paño. Tiene añadida una cariñosa dedicatoria de puño y letra de su autor a mi abuelo materno.