jueves, 16 de mayo de 2024

Una pancarta disuasoria

 


Recuerdo que hubo un tiempo en el que la peseta, la “rubia”, tenía más valor como pieza de metal que como moneda de curso. Pues bien, ahora resulta que sale más barato no pasar la revisión de ITV que hacerlo. Las estadísticas de la D.G.T señalan que cuatro de cada diez coches no la pasan por el envejecimiento del vehículo y las pegas que ponen en las revisiones para poder circular con la nueva pegatina en el parabrisas que demuestra haber cumplido con ese requisito obligatorio. El trámite cuesta al dueño del vehículo sobre 50 euros y tener que pasar por un taller para las llevar a cabo reparaciones necesarias, tener que cambiar neumáticos, etcétera, supone un gasto que muchos ciudadanos no pueden permitirse. En consecuencia, deciden no pasar la revisión y exponerse a la multa que conlleva de ser parados por la Guardia Civil en carretera. Entienden los conductores que ello constituye “un mal menor”, ya que tener la inspección técnica caducada supone una multa de 200 euros.  Hagan como yo, no tengan coche. Se ahorrarán muchos disgustos.  Solo me desplazo a grandes ciudades; y cuando necesito hacerlo, hago  uso del tren o del autobús. Por las aldeas nunca asomo desde que leí un cartelón en un páramo manchego que decía: “Vaya a Rosillo del Abrojo, visite su muralla medieval y suba al minarete. Saldrá vivo”. Su alcalde, Honorato Pedrerol, invitaba de buena fe a los turistas que circulaban por una infame carretera comarcal y les animaba a que hicieran un alto en el camino, se fotografiaran en los restos de una muralla medieval (que no era una muralla medieval sino los restos que quedaban en pie de una vieja paridera), algún molino de viento y, de paso, pudiesen llenar la andorga en la vieja posada (donde algunos daban por hecho que pernoctó una noche don Quijote), a base de morteruelo o de callos con garbanzos y recio vinazo de Valdepeñas. Pero la pancarta que mandó colocar Honorato en aquel secarral solo sirvió para que sobre ella se posaran los grajos. No estuvo muy acertada.

 

martes, 14 de mayo de 2024

"Judiadas"


 

La tradición de guisar y comer judías un día al año es un acto cultural que se ofrece en varios pueblos de Aragón. Yo conozco dos: Terrer, en la provincia de Zaragoza y Alcorisa, en la provincia de Teruel. La “judiada” de Terrer constituye un acto más de las fiestas patronales en honor de san Pascual Bailón. La de Alcorisa, por las Fiestas de Primavera, más profanas pero igual de importantes. En principio se cocinaban en Terrer (pequeño pueblo siguiente a Calatayud en dirección a Madrid) dos o tres calderas por cofrades de ese santo para satisfacer la hambruna, aunque solo fuese por un día, de personas de pocos recursos, como antes se hacía con la sopa de conventos. Las obras de caridad siempre son agradecidas por los menesterosos, al margen de las algarabías festivaleras. Las "judiadas", cuando se convierten en un acto más de los programas de fiestas, pierden brillo al dejar de tener un carácter misericordioso. No cabe duda. Pero dado el auge que fue tomando el evento, a día de hoy se colocan al fuego en el centro de la plaza de ese pueblo más de una docena de calderas que más tarde se sirven a los lugareños y a los gorrones llegados de otros lugares de la comarca, que se acercan con un gran puchero en mano para compartir ese excelente manjar de las judías blancas con oreja de cerdo, pimentón y ajos, con tantas proteínas como la carne, sin colesterol,  ricas en fibra y con un bajo índice glucémico. A la gente lo que le encandila es poder llenar la andorga, más todavía cuando es de "marrón". Como decía, junto a la patata, el maíz, los pimientos y los tomates, esa legumbre, la judía, traída de América tras el Descubrimiento, quitó el hambre de muchas generaciones de europeos, algo que también sucedió con los garbanzos, llegados de Turquía por los cartagineses. Otra leguminosa llena de beneficios para la salud. Gregorio Marañón llegó a señalar que “el cocido madrileño salvó más vidas en la posguerra que la penicilina”. Estaba en lo ciento. Y de España, los garbanzos fueron llevados Méjico por los conquistadores. Hoy ese país es uno de los primeros productores de garbanzos de color beige, ya que en la India y en Turquía los hay de otros colores: rojo, negro y café. Y no olvidemos las lentejas, traídas a la Península Ibérica por los fenicios y que soportan bien las sequías. Pero los agricultores españoles se quejan (siempre se quejan de algo) de que la mitad de las cosechas de lentejas españolas, cuya recolección comienza en junio, se quedan sin vender porque se ha apostado por las importaciones de lentejas canadienses. Solo dicen la mitad del cuento. Lo cierto es que ellos mataron a la gallina de los huevos de oro en 2018, cuando por las circunstancias del mercado no parecían suficientes para atender la demanda. En evitación de un nuevo encarecimiento, las comercializadoras adquirieron más lentejas de importación. Pasó algo parecido con los pimientos de piquillo y con los espárragos, que enseñaron a cultivar los navarros a peruanos y a asiáticos y ahora son ellos los que copan el mercado enlatado. No aprendemos. Aquellos pimientos el piquillo de Lodosa que alabó en “El Practicón” (1894) Ángel Muro  ya resultan caros y difíciles de encontrar. Se buscó un clima más favorable en la década de los 40 y las semillas de pimiento, espárrago, alcachofa y otros productos de la huerta cruzaron el Atlántico y arraigaron en Perú. Pero cuando los trabajadores peruanos comenzaron a pedir mejoras laborales, la producción se desplazó a China y al Cuerno de África, donde la mano de obra era más barata. Miguel Ángel Alcalde, que lleva muchos años cultivando pimientos del piquillo para “Conservas Rosara” señalaba en “El Comidista” (El País, 12/05/2019) lo siguiente: “El pimiento del piquillo es de crecimiento delicado. No se puede plantar 4 años seguidos, ya que necesita tierra nueva, y tampoco puede fertilizarse mucho, ya que eso daría más frondosidad y saldría un piquillo demasiado pequeño. Y si se regara mucho, el piquillo sería mucho más grande pero con menos sabor”. Pero no hace falta ser un experto para saberlos diferenciar. El piquillo navarro es pequeño, de carne fina, color rojo y algo almibarado. El piquillo peruano es más ácido, con un gusto a quemado intenso  que llega a amargar. Carece de ese punto picante que tiene el piquillo español. Eso sí, su precio es más asequible. En resumidas cuentas, hoy pensaba hacer referencia a la “judiada” de Alcorisa y elogiar a su cocinero, David Palomar, al que en Diario de Teruel le hace una entrevista Cruz Aguilar. Me quedo con la respuesta a la entrevistadora de la pregunta: “¿Esto lo hace de forma voluntaria o cobra algo por ello?”. Aguilar es tajante: “No, lo hago porque quiero, y si me pagaran no lo haría”. ¡Chapeau!

 

lunes, 13 de mayo de 2024

Tarde de romería

 

 


Cierto es que por aquellas tortuosas callejuelas de Raspín,  pueblo perdido en la Sierra de Gramón, junto al cerro de Aguarris, los pavos, los patos, las gallinas, los pollos y los gallos de corral campaban a sus anchas. Era normal cruzarse entre gallináceas y ánsares sin tener que saludarles como era habitual hacerlo entre los escasos vecinos, casi todos ancianos, que iban quedando. Aquella tarde de romería, a Sole, la hija del hojalatero, le picó un gallo en la pierna y comenzó a dar gritos de dolor. Le había hecho sangre. Se paró la romería y los cofrades miraban hacia el lugar donde sonaban los lamentos por conocer qué había ocurrido y cuál era el motivo de aquella algarabía. A Sole la trasladaron como pudieron hasta la casa de Amelia Colindrón, curandera y algebrista, para que le lavase la pierna con agua oxigenada y le pusiese una gasa y un esparadrapo. El santo quedó en medio de la calle con su peana torcida por el suelo desigual y posada sobre unos palitroques, custodiada por un meapilas de Acción Católica, maestro de profesión y de nombre don Timoteo, que era el sabihondo de aquella aldea casi vaciada, o sea, el tuerto en un pueblo de cegatos.

--Ustedes marchen, marchen, que yo me quedo cuidando  la pena con san Betario.

Aquel santo, san Betario de Canuto, era la viva imagen de Ricardo, apodado El Bombero, que se pasaba la vida ora de cacería furtiva, ora lanzando cohetería a las nubes por disipar posibles granizadas.

--¡Pero hombre, Ricardo, que de llover no está! Deja ya de producir bullas.

--Bueno, por si las moscas...

Tras practicar la cura Amelia Colindrón a Sole, los vecinos se reintegraron a la romería, que prosiguió su senda empinada en dirección a la ermita entre jaculatorias con muchos años de indulgencia coreadas por mujeres, entre  cirios amarillentos y olor a incienso. Los frutales florecían, los lagartos se escondían en los matorrales al paso de la comitiva, los alacranes se ocultaban bajo las piedras de basalto y un chirlo-mirlo posado en una rama de chopo gorjeaba como un barítono uniéndose al festejo. Tras aquel ramillete de ancianos y de algún adolescente que apuntaba maneras de gañán iba Adela Alentisque acarreando con lentitud un carrito de mano con pirulís, caramelos, cromos de “El Coyote”, pipas de girasol, mixtos “Garibaldi”, cohetes voladores, pitos y flautas. En un momento dado, el cortejo paró. Se hizo un receso para reponer fuerzas con bocadillos, echar un trago de los botijos y poder descargar la vejiga de la orina si era menester, que siempre era menester dada la edad de aquellos octogenarios y su incontinencia  por problemas prostáticos. Las mujeres, que eran de mejor aguantar, charlaban y daban risotadas en corrillos. Adela Alentisque, cuando consiguió alcanzarlos, aparcó su carricoche en un sombrajo junto al santico y se sentó derrengada para descansar. Ya se veía la ermita encalada, pero quedaba todavía a bastante distancia de donde ellos se encontraban. Una de aquellas mujerucas, vestida de hábito morado de carmelita con cordón amarillo, propuso cantar eso de vamos a contar mentiras: “Por el mar corre la liebre, por el monte las sardinas, tralará”, etcétera. Mientras, uno de los pocos niños presentes no tuvo mejor idea que trepar a un ciruelo. Al bajar del árbol se hincó una afilada astilla de madera muy cerca del escroto. Amelia Colindrón, la curandera, tras hacerle un somero reconocimiento in situ, le llevó hasta un arroyo cercano para limpiarle la herida y poder sacarle la esquirla. El niño lloraba sin consuelo por el dolor. Los cofrades levantaron la peana y todos los presentes, también el cura revestido con roquete y estola, y dos o tres monaguillos de rojo y blanco que portaban el agua bendita, el hisopo y el incensario, continuaron camino de la ermita a mejor gloria de san Betario de Canuto (hoy Chartres), de biografía dudosa.

 

domingo, 12 de mayo de 2024

Eurorrisión

 


Ayer por la noche estuve viendo el Festival de Eurovisión. A mi entender, ninguna de las canciones presentadas mereció un accésit. España hizo bueno a Chikilicuatre y su “Baila el Chiki-Chikii” y alcanzó la mitad de votos de los que éste obtuvo en 2008. La canción “Zorra” con Nebulossa (vencedora en Benidorm Fest) solo alcanzó 30 puntos y el puesto 22 de 25. Vamos, como Cagancho en Almagro. Suiza arrasó con su canción “The Code” interpretada por Nemo Mettler, el artista no binario que dice no ser hombre ni mujer, y que terminó rompiendo el micrófono de cristal que le habían entregado como trofeo. Quedó claro que Nemo es, además de cantante, un estólido personaje a mitad de camino entre la chicha y la limoná. O sea, algo descatalogado. También hubo protestas durante la actuación de Israel, que fueron acalladas por los medios retransmisores. Inexplicablemente, España concedió los doce votos a Israel pese a que dentro de pocos días reconocerá a Palestina como Estado soberano. Por haber, hubo hasta un aparente desnudo en la participación de Finlandia. No fue así. La realidad es que iba con una apretada prenda de color carne que daba el pego. Lo único que se salvó en esa noche morada de Malmoe (los cursis dicen Malmö) fueron los decorados y la danza de focos del escenario. El próximo año espero no ver ese guisote musical de Eurorrisión. Antes prefiero hacerme socio con turno de velas de la Adoración Nocturna hasta la llegada del alba. Lejos queda ya  Massiel con su “La,la,la”, que hizo que a España se la reconociese en Europa más con aquella canción que con los viajes de Ullastres y de Castiella juntos en busca de migajas.

 

sábado, 11 de mayo de 2024

El lenguaje de las campanas

 


Todavía recuerdo la agonía de Luis Bonilla Carramiñana. Fue larga,  dolorosa y con ronquidos acusados. Por aquellos días estaban trazando el oleoducto Rota-Zaragoza por tierras del Jalón.  En el pueblo había costumbre de que, cuando alguien fallecía, unos hombres de aspecto fornido tomaran el cadáver de pies y manos para que el cuerpo inerte tocase tierra. Nunca supe el motivo de por qué se llevaba a cabo tal acto ceremonioso. El caso es que Luis Bonilla  Carramiñana tocó tierra y en ese momento su cuerpo desprendió un latigazo de corriente estática que acalambró a los que le cogían con mucho respeto de decúbito supino. A los cadáveres se les tenía mucho rendibú. Las mujeres, que suspiraban y rezaban jaculatorias sentadas en sillas de anea, al escuchar el chasquido de la chispa dieron un respingo y se quedaron silentes y confusas. Todos estaban de acuerdo en que ello significaba que había salido su alma camino del viaje eterno. Juanita, sobrina del difunto, apareció en aquella lúgubre alcoba con una bandeja que contenía soletillas y unos vasitos para tomar el anis. En la calle un anciano tuerto soplaba en un pífano unos compases de la marcha “La Retreta”, un toque de queda de los tiempos en que Vitoria fue ciudad amurallada y que se tocaba para llamar a la gente. Las campanas de la parroquia comenzaron a doblar los toques de difunto con un  timbre lento, con trece campanadas sueltas y tres clamores, por tratarse de un hombre; si era mujer se tocaban once campanadas sueltas y dos clamores; y si se trataba de un niño,  repique general. Del mismo modo, según la categoría del funeral, o sea, si era de primera o de segunda se tocaban tres campanas. Si era de tercera el tin-tan era más lento; en el de cuarta el tin-tan era más lánguido; y si el entierro era de quinta se tocaba un tin-tan deprisa para terminar pronto. Luis Bonilla era terrateniente y el cura le dedicó un toque de primera, o sea, con tres clamores y otro de propina. Al día siguiente, tras el entierro, el cura recibió en su casa parroquial en agradecimiento por el aseado tañido del día anterior dos pollos de corral y una banasta con manzanas Fuji muy dulces. Era lo menos que se podía conferir al clérigo que había  logrado que el largo viaje a la Eternidad de Luis Bonilla Carramiñana, terrateniente, asentador de frutas, exalférez provisional  y cursillista de Cristiandad, navegase en cohete interestelar de propulsión a chorro y en butaca de primera clase junto a la ventanilla.

 

De paseo por la esquina atlántica

 


Encuentro correcto que los actos poco cívicos de las ciudades sean sancionados por la Policía Municipal. Por ejemplo, orinar en las esquinas de las plazoletas, cometer infracciones de tráfico, colocar en las terrazas más veladores de los permitidos, hacer obras caseras sin el debido permiso, o dejar fuera de los contenedores habilitados la basura doméstica. Nada que objetar a esas medidas disuasorias que son parecidas al resto de España. Pero afirmar, como afirma El Progreso de Lugo que “las multas por conductas incívicas y de riesgo alivian la frágil economía del Concello de Lugo” está fuera de lugar. Ya se sabe que ese dinero recaudado va directo a las arcas municipales. Pero afirmar lo evidente da motivos para pensar mal. Cualquier lucense suspicaz está en su derecho de entender que ello contribuye de forma directa a que aumente la presión recaudatoria  para salvar en parte los “momentos delicados” por el que pasa el municipio. De ser así, parecería normal el aumento de las tasas municipales para paliar el problema. Lo que sucede es que tal medida resultaría negativa, políticamente hablando, para la alcaldesa Paula Alvarellos, del PSOE, tras la renuncia de Lara Méndez para poder concurrir a las elecciones autonómicas. Lara Méndez perdió la Alcaldía pero ganó el área de Vías y Obras de la Diputación de Lugo que preside José Tomé. A los lucenses lo que realmente les molesta es el poco estilo que tienen algunos agentes municipales para poner multas. Registran fotográficamente la infracción sin bajarse del vehículo policial, sin notificarla al conductor y sin comprobar las circunstancias, como puede ser parar un instante a dejar o recoger a un anciano con reducida movilidad. Se dice que el gallego no protesta, que el gallego emigra. Les delata su socarronería y su retranca. Se cuenta que, a la pregunta de uno periodista a Pío Cabanillas Gallas sobre quién creía que ganaría las elecciones, éste le respondió: “Pues no sé quiénes las ganaremos”. Los gallegos en una escalera nunca se sabe si suben o bajan. En esa esquina atlántica llena de misterio y de ‘meigas’ siempre responden con una pregunta o un ‘depende’. En fin, aquí lo dejo. Que tengan un buen fin de semana.