jueves, 31 de octubre de 2019

Truco o trato



Me encontraba medio adormilado cuando sonó el timbre. Al abrir la puerta de la calle me encontré a tres niños disfrazados que me dijeron “truco o trato”. Como no tenía caramelos en casa les largué  unas monedas de poco valor. Se marcharon tan contentos a hacer sonar otro timbre del mismo rellano. Se acaba octubre y por la calle veo gente con ramos de flores. Supongo que al llegar a sus casas las pondrán en un jarrón con agua para que se conserven frescas hasta mañana, cuando serán depositadas en las tumbas de sus difuntos. Y allí, descansando sobre lo inerte, se marchitarán en dos o tres días. Mañana, además de Todos los Santos, el taco de calendario me recuerda que será primer viernes de mes. Mi abuela creía a pies juntillas la promesa del Corazón de Jesús a  Margarita María de Alacoque, canonizada el 13 de mayo de 1920 por Benedicto XV, cuyo cuerpo permanece incorrupto desde su fallecimiento cuando contaba 43 años, el 17 de octubre de 1690. No sabría decir cuándo en España se hizo especial hincapié en la costumbre de relacionar la comunión con los Primeros Viernes, aunque presumo que el mayor pico fervoroso se produjo al término de la Guerra Civil, cuando Franco se convirtió en “caudillo de España por la gracia de Dios”, como quedó troquelado en las pesetas rubias, cuando los seminarios estaba a reventar de bocas hambrientas, cuando ciertos purpurados enfermos de soberbia sentaban sus posaderas en los escaños de las Cortes Españolas y en el Consejo de Reino, y cuando los tonsurados de misa y olla, muchos de ellos incultos y desertores del arado, se convirtieron en el medio rural en los nuevos “comisarios políticos” de un régimen mantenedor de la moral y las buenas costumbres. Eran los tiempos en los que se aireaba por las aldeas una imagen de la Virgen de Fátima; que se animaba desde los púlpitos a rezar el rosario en familia y ganar los frutos de las indulgencias prometidas por el padre Peyton; y que se puso boca de los vencedores el apelativo “hombres de bien”, que nunca supe muy bien en qué consistía, a tipejos desalmados que pocos años antes habían dado gusto al gatillo del nueve largo en la retaguardia y confeccionaban en los pueblos listas de “rojos” a los que había que dar “el paseo” en barrancos y tapias de parideras.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Tanto peca el que mata...


Hoy  Antonio Burgos, en ABC de Sevilla, sostiene que “sin necesidad de pacto, Sánchez le está haciendo gratis la campaña a Vox, cegado por su ego”. Independientemente de que el cálculo proporcional de la Ley D'Hont es de difícil entendimiento para algunos, Pedro Sánchez es conocedor de que “hacerle gratis” (como dice Burgos) la campaña electoral al partido de ultraderecha le conviene al Partido Socialista, sabedor éste de que los votos que “se trasvasen” del Partido Popular  Hacia Vox llegarán de ciudadanos desencantados (por la exhumación de Franco, o por las sentencias del Tribunal Supremo contra un ramillete de catalanes, por ejemplo) y que votaban a un partido político que hasta hace poco integraba a casi toda la derecha. Sostiene Burgos que “Vox sube porque no es normal la rara unanimidad del Tribunal Supremo al hacerle caso a la Abogacía del Estado y no a la Fiscalía en su sentencia contra los responsables del intento de independencia catalana por sedición y no por rebeldía”. ¡Chupa del frasco! Sostiene Burgos que “Vox sube porque no es normal la que han organizado demagógicamente con la exhumación de Franco, que prometieron hacer en la intimidad y no en un circo mediático”. Y Burgos sostiene que “no acaban de exhumar a Franco cuando ya quieren sacar de su tumba y mover de sitio a José Antonio Primo de Rivera, fusilado por sus correligionarios en Alicante, y sacar a Queipo de Llano de la basílica de una Esperanza Macarena que no la quemaron en su iglesia en san Gil en 1936 porque la escondieron en un cajón”. Que yo sepa, el Ejecutivo no se ha manifestado sobre el lugar preferente que en una iglesia sevillana se encuentran los esqueletos de un militar golpista que tiene en su haber muchos asesinatos y los de su esposa. Es la jerarquía de la Iglesia Católica la que, en todo caso, debe decidir en ese sentido, en el supuesto caso de que la Macarena haya sido inmatriculada como de  propiedad de la Iglesia, como ya ha hecho vergonzosamente con miles de inmuebles en el Registro de la Propiedad al amparo de una ley de 1998 que debería ser revisada. Nada tiene que ver, por tanto, con los restos de Franco, hasta ahora depositados en un suelo propiedad de Patrimonio Nacional, como es el Valle de los Caídos.  Por otro lado, mover de sitio preferente dentro de la cripta los restos del fundador de Falange Española parece necesario. Primo de Rivera fue fusilado en 1936 en Alicante acusado de rebelión militar contra la Segunda República tras ser juzgado y condenado. Es decir, que su ejecución fue legal de conformidad con las leyes entonces en vigor. Norberto Pico, jefe nacional de Falange Española de las JONS, fue más lejos todavía en unas recientes declaraciones, donde  rizando el rizo de los despropósitos, abrió la posibilidad de exhumar al expresidente del Gobierno Adolfo Suárez, enterrado en el claustro de la catedral de Ávila, por haber sido ministro secretario general del Movimiento durante las postrimerías del franquismo. Uno puede escribir lo que le venga en gana y nadie prohíbe a Antonio Burgos que dé rienda suelta a su pluma. Pero decir una sarta de insensateces, como es el caso en su artículo de hoy, (“¿Por qué sube Vox?”), degrada tanto al articulista que lo redacta y lo envía a la redacción del medio informativo como a la empresa que lo publica, en este caso Vocento. Se acerca san Martín. Por asociación de ideas, recuerdo lo que decía un fraile agustino, en referencia a la muerte de cerdos al modo en cómo se hacía en los pueblos y aldeas,  (sujetos por ganchos y por varios hombres hasta desangrarlo sobre un banco de madera), que “tanto peca el que mata como el que tira de la pata”.

martes, 29 de octubre de 2019

Obdulio de la Rocha, alias Carajo de la Vela



En el relato “El coleccionista de apodos”, cuenta Camilo José Cela que a los de Navas del Rey vio que los llamaban talegueros, y a los San Martín de Valdeiglesias, pinches, porque, “según le aseguraron en Cadalso de los Vidrios, el pueblo de los soplones, son muy estirados y presumidos y se creen de Madrid”. No sé la razón pero hace años, cuando llegabas a un pueblo de lo que hoy llaman la España vaciada, lo primero que hacían los lugareños era colocarte un mote, como si te impusieran la medalla de Sufrimientos por la Patria, sin venir a cuento. Comprendo que la gente se aburría de ver siempre las mismas caras y el forastero, rara avis, se convertía en el pim pam pum inevitable, supongo que inevitable, para salir de su insoportable marasmo. Y había apodos para todos los gustos. Recuerdo cuando Obdulio de la Rocha pasaba unos días en casa de unos parientes en un pueblo de La Alcarria, en Brihuega. Los del municipio le motejaron como Carajo de la Vela. La Puerta de la Cadena fue testigo mudo de lo que aconteció aquella calurosa tarde. Era el 14 de agosto y se celebraba la procesión de la Recogida de la Cera, de vieja tradición entre los briocenses y que se remonta a los tiempos en los que el rey Al-Ma’mun de la taifa de Toledo  alojó en 1072 en su palacete de Brihuega a su amigo Alfonso VI,  tras ser derrotado en la batalla de Golpejera (otros dicen Volpejera o Vúlpejar) por su hermano Sancho II de Castilla y de haberse fugado de la prisión de Burgos. Más tarde, Sancho II corrió peor suerte en el sitio de Zamora, feudo de su hermana Urraca. Mientras exoneraba el vientre, Wellido Dolfos, amante de Urraca, lo asesinó de una puñalada certera. Pero esas cosas pueden leerse con más detalle y profusión de datos en el “Cantar de Mío Cid”, conque no seré yo quien eche más leña al fuego de la Historia. A Obdulio de la Rocha le cayó sobre su cabeza la cera de la vela que un monaguillo portaba sobre un cirial cuando el acólito tropezó con un adoquín levantado. Obdulio, en medio de un silencio que podía cortarse con un bisturí, se limitó a gritar: ¡“Carajo, qué dolor”!  Desde entonces, la procesión de la Recogida de la Cera recorre las calles de Brihuega con los cirios apagados y un manojo de espliego en la mano, acompañada por la banda de música y los gigantes y cabezudos, que con sus varas de mimbre hacen correr a la chiquillería.

lunes, 28 de octubre de 2019

Ferrucio Alentisque Moranchón



A mi amigo Ferrucio Alentisque Moranchón le encandilaba acercarse hasta Sixto, café-bar para tomarse un porrón de vino de garnacha y un platillo con un taco de bonito frito en escabeche de La Marquinesa (formato hostelería y restauración,  preferido de los más reputados paladares)  acompañado de aceitunas, guindillas y cebolletas en vinagre. Ferrucio Alentisque Moranchón,  cabo primero de la Guardia Civil, vivía en el pabellón de solteros de la casa-cuartel y los días que le tocaba ir de correría siempre prefería el naranjero al mosquetón y tener de compañero a alguien que tuviese conversación, buena vista y excelente olfato. Nunca se sabe, al menos eso decía, dónde puede saltar la liebre.  En su morral de cuero negro nunca faltaban media hogaza de pan, varias latas de chicharrillos en conserva, un palmo de chorizo de León, un pedazo de queso manchego y una cantimplora de aluminio con agua. En ocasiones, el postre (sólo una pieza, dos como mucho) lo tomaba directamente de un manzano del polvoriento camino, de una higuera, de un peral, o de un níspero japonés. Cuando se echaba nísperos al morral siempre eran tres o cuatro unidades,  por aquello de “el que nísperos come…”, etcétera. Siempre dormía con la luz encendida, tenía miedo a la oscuridad, y en su mesilla de noche jamás faltó un frasco de agua con tapa de baquelita marrón que le había regalado Sixto de Quirós Fagó, el dueño del bar, un día que le libró de una multa por tener expuesta en la barra una bandeja con pajarillos fritos. Los pajarillos, como los chirlo-mirlos, las alondras ricotí, las palomas zurita, o los sisones eran entonces, no sé ahora, una riqueza nacional que no podía ser diezmada por mor de la afición, que eso de “ave que vuela, a la cazuela” se le antojaba refrán desafortunado aunque tuviese utilidad práctica y no estaba permitido por ley su caza ni para hacer un buen caldo. Ferrucio Alentisque Moranchón leía poesías  “Castellanas”, “Nuevas Castellanas”, “Extremeñas”, “Religiosas” y “Campesinas” ("Obras completas". Compañía Iberoamericana de Publicaciones. Madrid, decimocuarta edición, 1924, tomos I y II) de José María Gabriel y Galán, inspiradas por el poeta en interminables despoblados y  que había ganado muchos Juegos Florales en Salamanca, Zaragoza, Béjar, Murcia y Lugo. Gabriel y Galán dominaba tanto el castellano como el dialecto extremeño. Ferrucio Alentisque Moranchón leía noche tras noche la poesía “Lo inagotable”: ”De rodillas delante de la fosa/ donde se pudre el mocetón garrido, / la pobre vieja sin moverse pasa/ la tarde del domingo”. Más tarde y con la luz encendida, tenía miedo a la oscuridad, se quedaba dormido como un bendito.  Ferrucio Alentisque Moranchón, aunque no era consciente de ello, poseía vena de bardo elegíaco. Cada uno tiene sus manías, todas muy respetables, y Ferrucio Alentisque  Moranchón  le daba a sus manías el calor necesario para que no se le muriesen.

domingo, 27 de octubre de 2019

En la plaza de san Bruno



Esta mañana, aprovechando que tenía que hacer un mandado, me he acercado a la plaza de san Bruno, donde los domingos hay instalados tenderetes con libros viejos, arte africano hecho para los turistas y antigüedades diversas,  más basura de trastero que otra cosa. Se me ha ocurrido hojear un libro enorme, ideal para ser soportado sobre un facistol de casa de nuevo rico, que me había llamado la atención. Sin darme cuenta, se me ha acercado un tipo de etnia romaní para animarme a adquirirlo a lo que él consideraba como un precio módico.
--¿Le gusta? Se lo puedo dejar a buen precio. Es una obra auténtica. Fíjese si será auténtica que ahí debajo pone “edición facsímil”. ¿Lo ve usted?
--Ya, ya…
Camino de casa me he topado con una columna de motoristas ruidosos intentando meterse por la calle de Jaime I, vulgo san Gil. Y en el Ebro, unos bomberos hacían prácticas para afianzarse en el arte de rescatar sujetos de la barca de Caronte. Se acaba octubre y las tiendas de los chinos se llenan hasta la puerta de flores artificiales de dudoso gusto para que los clientes puedan depositarlas sobre las tumbas de los muertos;  de banderas rojigualdas para que pueda colocar en los balcones de sus casas  la gente de orden; y máscaras de calabaza y disfraces de Halloween, esa moda pagana importada de los Estados Unidos para la Noche de Brujas, esa oscuridad del Samhain en la que los espíritus vuelven a caminar por la tierra, buscando poseer a los vivos. En fin, que cada uno haga lo que le venga en gana, pero que no moleste. Los españoles, muy dados al dramatismo, como si fuésemos huérfanos de un difunto acribillado en la Batalla de Lepanto, seguimos con el luto encima como si llevamos un obituario en las entrañas. Por eso, tal vez por eso, sentimos una rara contrición cada mañana, antes de salir tarifando hacia un tajo infame.
--¿Y usted cómo lo sabe?
--Eso a usted no le importa.