domingo, 31 de diciembre de 2017

El entierro de Líster





A Belloch le conocí la tarde de un jueves, 23 de mayo, en el zaragozano Fnac de la calle del Coso. Presentaban “El entierro de Líster”. Todavía quedaban butacas vacías. En primera fila, Jesús María Alemany junto a José Carlos Mainer. Un poco más atrás, José Luis Batalla. Aquello prometía. Tomé asiento y esperé a que los coautores (Mariano Gistaín y Roberto Miranda) de un relato donde todos los personales del libro resultaban ser ficticios, excepto Dios, explicasen “la traza de melonar” de una extraña parodia que había sido ilustrada por el genial José Luis Cano. Se hicieron las presentaciones: “Aquí el responsable de Xondica, a continuación un señor no sé si de Barcelona o de dónde, a su derecha Mariano Gistaín, etcétera”. Entonces, como en un alunizaje, aparecieron Belloch y Labordeta. Eran como una pareja de la Guardia Civil de correría a la antigua usanza, sin tricornios con cogotera, sin barbuquejos, sin zurrones y sin naranjeros. A Labordeta ya le conocía desde que dejase a don Lorenzo en Huesca. De Belloch, en cambio, tenía parecidas referencias de las que disponía  cualquier lector de periódicos; quiero decir, de su paso por la Audiencia de Bilbao, de haber sido ministro de Justicia e Interior con Felipe González, de reformar un Código Penal, que se entendía obsoleto por el Gobierno, y de haber participado en un posterior rally a calzón quitado contra su rival Garzón, para que el Congreso de los Diputados aprobase dicha reforma antes de que el despechado jurista, al que un González en pronunciado declive político había llevado de número dos en la lista por Madrid, al que había prometido la cartera de Interior, destapase la caja de los truenos contra unos inexplicables dislates políticos concatenados que amenazaban seriamente los cimientos democráticos. Pero el Belloch de carne y hueso que yo conocí ganaba en la distancia corta. Era un hombre simpático, afable, condescendiente e implicado con la cultura zaragozana. Ignoro si más tarde, en su soledad elegida de las Lomas del Gállego, leería o no “El entierro de Líster”. Eso sería lo de menos. Su aspecto no era ni de juez ni de ministro ni de hidra de dos cabezas. Tenía aire de protagonista de novela de Marcial Lafuente Estefanía, no sé, tal vez  como de gobernador de Cheyenne. Y aquí termina mi cuento de Navidad, que no tiene nada que ver con la Navidad ni pretendía que lo tuviese. Esta noche es Nochevieja y confío en que nadie termine estropeando el cuento.

sábado, 30 de diciembre de 2017

Hace ahora un siglo





El próximo lunes comenzamos un nuevo año, 2018, y hará justo un siglo de unas elecciones generales con sufragio masculino que dieron el triunfo al Partido Liberal Conservador dirigido por Eduardo Dato, pero la coalición de las dos facciones del Partido Liberal, la de Manuel García Prieto y la de Romanones sumaron más votos. Finalmente sería elegido presidente del Congreso Miguel Villanueva, y del Senado, Alejandro Groizard. Y presidente del Consejo de Ministros García Prieto. En marzo fue sustituido por  Antonio Maura. Y en noviembre, por García Prieto. Pero dimitió a los 26 días. El 5 de diciembre entró Romanones, que al mes siguiente suspendió las garantías constitucionales. Finalmente, el 15 de abril de 1919 fue cesado y se convocaron nuevas elecciones generales.  Fue un año convulso donde hubo una pandemia de gripe (“gripe española”) que diezmó a la población europea con el resultado de casi 40 millones de muertos. Aquel año, también, se cumplió el VII centenario de la Universidad de Salamanca y  el centenario del Teatro Real de Madrid, cuya primera piedra tuvo lugar el 23 de abril de 1818. Y en noviembre del año que ahora empieza se cumplirá el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial. En Junio de 1919 los países en guerra firmaron el Tratado de Varsalles, que entró en vigor el 10 de enero de 1920. Lo que había comenzado el 28 de junio de 1914 con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austro-húngara, y de su esposa, la archiduquesa Sofía, en Sarajevo, terminó 52 meses después con un balance de casi 10 millones de soldados muertos y 21 millones de heridos. Los muertos civiles fueron difíciles de cuantificar, entre ellos hubo más de un millón de armenios masacrados en el Imperio Otomano, más de 6 millones de prisioneros, 3 millones de viudas, 6 millones de huérfanos y alrededor de 10 millones de refugiados en toda Europa. El coste total de la guerra supuso unos 180.000 millones de dólares,  equivalentes a 4 veces el PIB de los países europeos. Alemania y sus aliados, por el Tratado de Varsalles, se vieron obligados a pagar una factura desorbitada que se liquidó en 1983, aunque quedaron pendientes de abono los intereses generados (unos  125 millones de euros al cambio de 2010). Dichos intereses no podían ser abonados hasta que Alemania no estuviese reunificada, dándosele para ello 20 años a partir de ese momento. La deuda final fue satisfecha el 3 de octubre de 2010. “Como medida precautoria (Lettieri, Alberto (2008). Cap. 13. La civilización en debate. Prometeo Editorial. pp. 186 – 187) a Alemania se le expropiaron todas sus posesiones territoriales en el exterior, los territorios de Alsacia y Lorena, se le prohibió tener aviación y se limitó el número de hombres de sus fuerzas armadas a 100 000 y además se planteó una suma indeterminada en concepto de resarcimiento por daños de guerra, que podría ser pagada no sólo en metálico, sino también en producción industrial”.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Espinas lacerantes





Hoy, día de los Santos Inocentes, me entero por la prensa de que Mariano Rajoy se ha reunido por la mañana con Albert Rivera para analizar la situación catalana. Pensaba que de ahí iba a salir algo útil para España, pero no. Ambos líderes de la derecha han llegado a la conclusión de que es necesario que el próximo Govern, surgido de las urnas del pasado día 21, deba respetar la Constitución.  Parece el milagro de san Ponciano, que con agua y tierra hizo barro. Esa reunión en Moncloa entre Rajoy el jefe de su marca naranja,  para llegar a la conclusión de que el Govern debe respetar la Constitución Española, se me antoja mera tautología. Repetir un pensamiento machaconamente y enfatizar las ideas no significa avanzar en el diálogo. Pues miren, la cosa es sencilla. Si el Govern se saliese de madre, se podría volver a aplicar el artículo 155, todavía en vigor, y santas pascuas. Lo que no se puede ni se debe es repetir las elecciones catalanas hasta que salgan los resultados que Rajoy desea, menos aún cuando en Cataluña todos los parlamentarios del PP surgidos del frío (primero fueron 3, ahora resulta que son 4) caben en un taxi, o en un turismo de UBER, sin apretujones. Es muy fácil: que Arrimadas, alzada con el santo y con la peana por mor de la afición en los últimos comicios catalanes, intente formar gobierno; y si lo consiguiese, adelante con los faroles. Lo que sucede es que las coaliciones de partidos, ay, todo lo desbaratan, que el asunto se resuelve haciendo unas simples sumas, y que los faroles me traen el recuerdo del rosario de la aurora. Lo que no recomiendo en ningún caso es el regreso por segunda vez del Séptimo de Caballería, del general Custer (ahora desdoblado en Sebastián Trapote y en Ángel Gozalo), ni el amarre de barcos-dormitorio en el puerto de Barcelona, de los que se quejaron por su comida y la estrechez de sus camarotes todos sus inquilinos: desde el cabo Rusty y el sargento Biff O'Hara hasta el perro Rin Tin Tín.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Zozobra





Hoy tenía pensado escribir un cuento de Navidad y me ha salido un pan como unas hostias. He decidido no publicarlo en mi hueco donde cada día pongo unos granitos de literatura, en evitación de que alguien pudiese sentirse triste por carencia de afecto. Llega la borrasca “Bruno” y  en Zaragoza hace un cierzo desagradable. Si a esa anómala circunstancia meteorológica se añade la proliferación de terrazas vacías pero que ocupan espacio, las motos en las aceras y los peatones vocingleros que no saben caminar por su derecha, entiendo que ya va siendo menester alzar la cruz y los ciriales. Decía Ramón Gómez de la Serna que “anda de otra manera aquel al que le faltan botones en el calzoncillo”. No resulta raro entender que, entre tanta trampa ratonera, debamos circular lentos sorteando obstáculos y con la cola de pegar en el bolsillo por si nos vemos en la obligación de tener que remendar las hechuras de tanto paticojo suelto apoyado en cachava, muleta o bastón de estoque. Se me antoja que algún despistado peatón hasta podría perder una gamba saltando excavaciones, ahoyaduras y fosos, porque Zaragoza está llena de baldosas levantadas, agujeros y alcorques sin árboles. Aquel que lo ponga en duda, puede acercarse por la avenida de San Juan de la Peña. Y, claro, lo peor podría venir luego, cuando el harto y sufriente ciudadano que desollase por el sangrante muñón necesitara tener que apoyarse en dos sillas a fin de poder recetarle al sansirolé responsable de este zurriburi, que ciertos políticos municipales de nuevo cuño denominan “impecable gestión en la función pública”, una merecida patada en el bullarenque como un anticipo a cuenta de lo que más adelante pueden recibir en las urnas. En Zaragoza hemos saltado desde la orilla triste  de la etapa de los adefesios en tiempos de Antonio González Triviño hasta la orilla de las salidas de pie de banco de Pedro Santisteve. En medio de ellos quedan Rudi y Atarés, que no hicieron nada de provecho. Y también  Belloch, que nos endeudó por los siglos de los siglos con la Expo y el tranvía. En cierta ocasión, recuerdo, José María Mur, cofundador del PAR, dijo en unas declaraciones a un periódico local que “los aragoneses necesitamos más autoestima”. Y estaba en lo cierto. Pero quizás, tal afirmación sea multa paucis si nos paramos a observar cómo anda el aceite del candil de aquellos que manejan los dineros públicos. Sin embargo, por estos barbechos, el contoneo de la andadura del zaragozano de a pie al mover las tabas nada tiene que ver con los botones de los zahones, sino con el agujero en el bolsillo causado por el afán recaudatorio sin contrapartidas razonables de aquellos que hoy sueñan con poder cortar una cinta diaria a lo largo de todo el próximo año.

martes, 26 de diciembre de 2017

Revilla merece respeto





Las señales del agente de la autoridad prevalecen por encima de las señales de tráfico. A mi entender, Miguel Ángel Revilla no ha cometido ninguna infracción de tráfico el pasado 24 de diciembre, al obedecer las indicaciones de un agente. En consecuencia, los insultos recibidos por un  grupo de ciudadanos que se encontraban en una zona de bares de Puerto Chico, en Santander, están fuera de lugar. Izquierda Unida de Cantabria señaló al respecto que “vivimos el bochorno de ver cómo tienen que ser los propios ciudadanos que estaban en ese momento en Peña Herbosa los que informen al presidente de Cantabria de cuáles son las normas de circulación”. De cualquier manera, Revilla, al que tengo por hombre inteligente e íntegro, debería entender que esos gritos intempestivos por parte de determinados energúmenos que se estaban bebiendo hasta el agua de las macetas, entra dentro del sueldo. Quizás aquellos tipos que le gritaban “¡que sople!, “¡que sople!” y “¡payaso!” preferirían el regreso de Juan Hormaechea,  el hombre que tiene el dudoso honor de haber sido el presidente de una Comunidad Autónoma condenado por delitos cometidos en el ejercicio de su cargo. Si la memoria no me falla, en 1994 el Tribunal Superior de Justicia le impuso una pena de seis años y un día de prisión y siete de inhabilitación por un delito de malversación de caudales públicos y a otros siete años de inhabilitación por un delito de prevaricación. Pero tuvo la suerte de que el Gobierno presidido por Felipe González le concediese el indulto en 1995 aunque Hormaechea mantuviese su inhabilitación durante 14 años. Que yo sepa, Miguel Ángel Revilla, secretario general de Partido Regionalista de Cantabria, es actualmente el más alto representante del Estado en esa región española y merece respeto y consideración. Es el político que más está haciendo en beneficio de su Comunidad, como lo demuestra la difusión del Año Jubilar Lebaniego, donde invita a los turistas de todo el mundo a participar en un montón de actividades en el Valle de Liébana, un paraje rodeado de montañas donde se ofrecen al visitante platos como el contundente  cocido lebaniego y productos como los embutidos de jabalí y venado, la miel, el licor de orujo y el queso azul Picón Bejes-Tresviso con Denominación de Origen.

Quejarse por chorradas





Aquí ya va siendo hora de poner cada cosa en su sitio. Sabido es que todavía quedan grupos de Policía Nacional y de la Guardia Civil desplazados en Barcelona y alojados en el barco Rhapsody y en el ferry GNV Azurra. Son unas fuerzas de retén que permanecen alertas “por si acaso”. Por si acaso, qué. Y buena parte de ese contingente de funcionarios se indignó, según cuenta El Español, de la cena de catering servida en la Nochebuena: croquetas, espaguetis con mejillones, pescado rebozado, tres panecillos y una botella de agua mineral. ¿Qué esperaban? “A muchos de esos funcionarios públicos –sigue comentando ese periódico digital—les pareció una falta de respeto por parte de las autoridades y renunciaron a la cena, buscando otro lugar donde celebrar esa fecha y pagándolo de su bolsillo”. Esa cena ofrecida, que a mí me conste, la pagábamos todos los españoles con nuestros impuestos. El menú, por otro lado, se me antoja mucho más digno que el que el que pudieron tomar esa noche, pagándoselo de su bolsillo, muchos españoles que siguen siendo pobres a pesar de tener trabajo. ¿Acaso las croquetas, los espaguetis con mejillones, el pescado rebozado y el correspondiente postre constituye en su conjunto un menú indigno para unos servidores públicos destacados en lo que entienden como “tierra hostil”? El Español sigue contando que “el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, ha ordenado este martes a primera hora que se abra una información reservada para determinar las posibles responsabilidades tras las quejas recibidas”. En esta vida todo tiene remedio menos la muerte. Si a los guardias desplazados en Barcelona para mantener el orden público no les gusta dormir en camarotes ni la comida que reciben a bordo de esos barcos, se les puede alojar en Hotel Majestic, en pleno Paseo de Gracia, que cuenta con dos restaurantes elegantes, bar con música en directo, terraza con piscina y vistas privilegiadas. Todo ello se puede pagar sin ningún tipo de problema con dinero público; ya que, como dijo la ministra de Cultura, Carmen Calvo Poyato, “el dinero público no es de nadie”. Habría que recordarle a esos servidores públicos, que se quejan por chorradas como si fuesen escolares, que peor comieron los presos del barco “Alfonso Pérez”, atracado en la bahía de Santander, donde fueron a parar mi abuelo y mi tío abuelo por el “delito” de mantener sus ideas. Si no les gusta su trabajo, que se dediquen a escardar cebollinos. Conque tonterías, las justas.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Elogio de la palometa





Aquí parece que nos hubiésemos vuelto todos gilís. El cuidadano compra marisco o sucedáneos de angulas aunque sean más insípidos que un caramelo de tiza. En una mesa familiar, pongamos por caso en la cena de Nochebuena, en casa de mis padres siempre había coliflor y besugo al horno. De postre, manzanas asadas. Consistía en un recetario muy propio de la tierra de  mi madre, Bilbao. Eran los productos que daban la huerta y el mar. Con el tiempo descubrí que me parecía más sabroso el chicharro, pese a ser un pescado mucho más barato. Ayer hacía referencia a los caracoles, costumbre típica de Cantabria en fecha navideñas. Personalmente siempre he sido partidario de poner en el plato productos asequibles (reconozco que el besugo es a día de hoy un lujo que no me puedo permitir) y fáciles de cocinar. Hoy haré referencia a la palometa negra, de forma oval, aleta en forma de media luna y color gris acerado (nada que ver con la palometa blanca y roja, mal llamada besugo americano) que se pesca entre los meses de noviembre y abril. Se trata de un pescado azul y rico en grasas, lo que la convierte en un producto recomendable a la hora de controlar el colesterol, los triglicéridos y demás zarandajas de la oficina del cuerpo. Hoy propongo una receta sencilla para seis personas: palometa con tomate. Serán necesarias dos palometas. Se les quita la cabeza, las espinas y la piel. Se cortan los lomos por la mitad para obtener ocho filetes limpios. Se salan y se dejan escurrir. Mientras, se pica cebolla, ajo y pimiento en juliana. Se pone todo ello en una cazuela a fuego lento con el añadido de tres cucharadas de aceite puro de oliva. Se toman unos tomates, se parten en dos mitades y se rallan. Cuando el conjunto de la cazuela esté pochado se le añadirá el tomate y se dejará todo ello cocer lentamente unos cinco minutos. A continuación, se añaden los filetes de palometa y se echa un vasito de un buen vino blanco. El conjunto se deja cocer entre ocho y diez minutos. Deberá servirse de inmediato. La carne de la palometa es muy agradecida. Si se adoba la noche anterior en un marinado, basta con empanar y freir. El resultado es espectacular.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Caracoles




Bajo el epígrafe “Caracoles a la montañesa, el plato de las Nochebuenas cántabras”, el diario digital El Español presenta hoy al lector lo que a mi entender es la mejor manera conocida de guisar esos  gasterópodos. Pero como suele suceder con otros muchos productos culinarios, lo cierto es que “la salsa suele valer más que los caracoles”, cuando a la cazuela se les añade jamón, chorizo, panceta adobada, cebolla, ajo, pimiento choricero, tomate triturado, nueces, cayena, comino, laurel,  pimentón, cebolla, puerro, zanahoria, sal vinagre y aceite puro de oliva. Personalmente detesto cuando los cocineros hacen hincapié en el uso del “aceite de oliva virgen extra”. Parece que se estuviesen refiriendo a algo relacionado con en el catecismo de Ripalda y con la bula Ineffabilis Deus de Pío IX.  Todavía recuerdo cuando en las latas  de Albo, que para mí siguen siendo las mejores conservas españolas, ponía entre los ingredientes “aceite puro de oliva”. Con eso estaba dicho todo. Lo cierto es que el plato de caracoles está lleno de controversias: a unos comensales les satisface, a otros les repugna. Pasa algo parecido con las ancas de rana, con los fardeles, con las morcillas, o con los callos y demás casquería. Por otro lado, el caracol terrestre es un bioindicador del suelo, tiene la particularidad de acumular en su organismo aquellos metales pesados (plomo y mercurio) que están en el terreno. Pero, como dice el viejo refrán: “una vez al año no hace daño”, salvo que se trate de recibir un sopapo, o de que la Declaración de Renta nos salga positiva. Bueno, eso último más que un dolor es una tragedia.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Matar al mensajero





Pues nada, amigo lector, ya he terminado con mi quehacer; es decir, ya he escrito 365 trabajos durante 2017, que es una buena forma de hacer los deberes que me había impuesto para este año que termina. Ahora, como acontece en los conciertos, podrían llegar los “bises” pero ningún lector me los ha solicitado, cosa que agradezco. En consecuencia, los días que quedan de diciembre los pienso dedicar a escuchar música, a hacer crucigramas, a leer y a mirar por la ventana entre visillos. Algunos pasan por la acera de enfrente con cajas de aguinaldo. Noto que cada vez son menos los trabajadores que lo reciben. Mejor, menos que agradecer. Leo que Aznar, a través de un comunicado de FAES le “exige” a Rajoy que le explique qué ha pasado en Cataluña con el PP. Pero Rajoy hace mutis por el foro y achaca esa debacle al subidón de Arrimadas, es decir, de Ciudadanos. El partido que sustenta al Gobierno central no tendrá ni grupo propio en el Parlament y deberá sentarse junto a los diputados de la CUP. Tiene gracia la cosa. Ambos partidos han recibido el carbón por anticipado de los Reyes Magos. Hoy cuenta Gonzalo Adán en El Español que “los pronósticos de participación en las elecciones autonómicas siempre parecían apuntar a que habría un vuelco electoral si más catalanes acudían a votar. Se repetía que un aumento de participación perjudicaría al independentismo y podría incluso dar la victoria a la suma de Ciudadanos, PP y PSC”. ¡Ja, ja, qué risa! Ha quedado claro que el exalcalde de Badalona, Xavier García Albiol, no era el candidato ideal. Y ahora, el PP manifiesta su monumental  cabreo dando patadas en el trasero de Bieito Rubido, director de ABC, al presentar una denuncia ante la Junta Electoral considerando que la entrevista a  Inés Arrimadas, que se publicó en ese medio el día de la jornada de reflexión, vulneró la prohibición de hacer propaganda electoral el día antes de las elecciones. Pues nada, hay que matar al mensajero.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Mañana se sortea



   

Mañana puede ser mi día. Cosas más difíciles se ven, ya lo creo. Alguien dijo que bastaba con que una idea pasase por la imaginación para que pudiera hacerse factible. ¡Ochenta millones! Al fin podría dejar mi actual vida de perro.  Sólo al diablo se le hubiese ocurrido venir a parar a esta fonducha. Al principio todo iba muy bien: eran profusas las sonrisas y amabilidades por parte de doña Andrea. El primer día me puso tal cantidad de comida que pensé que me encontraba en Jauja. Sí, sí..., aquello debió de ser para impresionarme. Lo peor de todo es que le debo un mes de estancia. Quizá por esa razón la encuentro seria. Pero, ¿y los favores que le hice? De eso ya no se acuerda la muy tacaña. A doña Andrea le gusta que la adulen y que le digan cosas bonitas para recreo de sus oídos. Lo cierto es que está de muy buen ver pese a que brinca de los sesenta. Está convencida de que la adoro, platónicamente, claro, pero yo me mantengo firme en mis principios. Soy un caballero español y a mucha honra. Lo que sí he observado es que a veces me provoca con su mirada. Posiblemente lo hace para que sufra. Es triste cuando alguien conoce los puntos flacos del otro y doña Andrea conoce los míos a las mil maravillas. Muchas tardes las pasamos en el cuarto de estar jugando a las cartas. A doña Andrea le encandila el guiñote. Tiene muy mal perder. Cuando le gano la partida, se toma la revancha y me saca trapos sucios a relucir. Me pone de vuelta y media: que si voy mucho al bar, que si no me lavo los dientes, que si se me oye roncar... Pero ya he dado en el quid. El secreto está en dejarme ganar. Funciona.
 --Las cuarenta, don Pelayo.
 --Muy bien, doña Andrea.
 --Sepa que en esta partida está usted más perdido que Carracuca. Le faltan horas de vuelo en el manejo del naipe.
 --Puede....
Doña Andrea Puigfarré de la Riva, además de manejar con aseo el juego del guiñote, hace unas empanadillas de rechupete y unos canapés gloriosos. Verán, los días que tenemos previsto jugar por la tarde al guiñote, confecciona una generosa fuente con canapés de foie, queso manchego y pastitas de té suculentos. La verdad es que entonces atacamos bien la plaza hasta henchir el baúl. Si hay suerte, doña Andrea me sirve una copita de Grand Marnier. Ella prefiere un licor de rosas casero de menor grado alcohólico. Estoy convencido de que merced a esas partidas de guiñote he logrado sobrevivir de una muerte segura.
 --¿Echamos otro cotito, don Pelayo?
 --A mandar, doña Andrea.
A lo hecho, pecho. Es viuda de guerra. No sé por qué no soy más vivo y voy derecho al cajón del pan, como dicen que hacen los maridos de las maestras. No estoy mal de aspecto y poseo buenos modales. Por otro lado, ella se conserva de muy buen ver. La diferencia de edad es lo de menos. Yo tampoco soy ya un guayabo ni estoy para muchos meneos. Seis años de diferencia apenas se nota. De aspecto parezco más cascado que ella y el amor no conoce edades. Si ella es viuda de militar, yo fui educando de banda en el Regimiento de Garellano. Tocaba el tambor. ¡Qué tiempos aquellos! Siendo soldado conocí a  Flora Mairena y el poco dinero que tenía tuve que gastarlo en blenocol por culpa de unas purgaciones de garabatillo bastante rebeldes. Menos mal que aquel practicante me curó. Pontide, creo que le llamaban Pontide. Tenía la cara afilada, como de cuchillo. Llegué a tener miedo al otro sexo, de la misma manera que el novillero que se sale del cuadro termina en la enfermería descompuesto y sin ganas de volver a intentar quedar bonito. También noto que me estoy volviendo más tacaño. Las guerras no pasan en balde. Doña Andrea tuvo más suerte, dentro de su desgracia. Le concedieron el derecho vitalicio a un estanco en la calle del Barquillo. Mañana se sortea y, si toca, hasta puedo tener mi hora tonta y le pido en matrimonio por la Iglesia, como es natural. Ella, tan materialista, hasta es posible que me acepte, convencida de que, si hinco el pico, pronto podrá disponer de dos pensiones y la de huéspedes.
--Qué, don Pelayo, ¿no le hacen unos bisaltos?
--Si le digo la verdad...
--Viéndole a usted comer, cualquiera que no me conozca pensaría que guiso mal.
--Tienen muchos hilos, como una marioneta.
--¡Uff…! Habla usted de hilos como si fuese técnico en televisores. Y pensar que cuando marcha de bares todo le viene bien. Están carísimos. Acabe el plato que luego tiene un filete con patatas.
--¿Ha dicho filete?
--Bueno, he querido decir hamburguesa de carne picada con algo de perejil. Supongo que no le sentará mal.
--El perejil, señora mía, le sienta mal a los loros, mejorando lo presente.
Doña Andrea me mira y sonríe. Cualquier día me envenenará con sidol y me dejará con media lengua fuera y el rostro amoratado. Y sonreirá como si no pasase nada, con cara de Gioconda, o con el gesto serio de una mantis religiosa, que no sé cómo será, si es que pone alguno. Ya me empiezo a cansar de escuchar siempre las mismas tonterías: “Gómez, archive esta documentación”, “Gómez, escriba la respuesta al pedido del representante de Calamocha”, “Gómez, procure venir antes por las mañanas”.  Desde pasado mañana seré don Pelayo Gómez Montesinos, de profesión rentista y, cuando vaya a despedirme de la odiosa oficina  les diré que se queden con mi última nómina para comprarle al jefe una sordina, un correquecagas y una levita. Ser millonario es una cosa importante cuando se vive dentro de una sociedad envidiosa y malvada. Los pobres nunca pueden permitirse el lujo de ser orgullosos. Es el destino trágico de los piojos resucitados. Pero sepan los necios que en ocasiones es más basura la escoba que aquello que barre. Si me pongo a analizar y tengo en cuenta la teoría combinatoria es fácil que, encima de que existe la casi total posibilidad de que “el gordo” de mañana no me va a tocar, tenga una cirrosis de caballo de tanto darle al prive. Será mejor no seguir soñando. Existen dos tipos de sueños: los que acontecen cuando se duerme, y los que nosotros queremos soñar cuando estamos despiertos. Los primeros se trocan en inmateriales; los segundos, maravillosos. Una vez, siendo adolescente, me enamoré perdidamente de una vecina de casa. Se llamaba Paquita y tenía el pelo largo y muy rubio. Pasaba las horas ensimismado. Perdí el apetito. Las consecuencias vinieron cuando pillé anemia y me tuvieron que poner unas inyecciones muy dolorosas. Pasado el tiempo, Paquita, que meaba más alto, se puso de novia con un alférez de navío. Seguro que hoy, si la viese por la calle, no me reconocería y que si alguien me dijera “ahí está Paquita”, mi desilusión sería perfecta. Ya será abuela y es fácil que tenga nietos del tiempo de Pedrito, el botones de la oficina. Prefiero soñar que la veo como cuando éramos adolescentes. Seguir pensando que para Paquita no ha pasado el tiempo y que seguirá siendo tan linda como cuando la llegué a adorar. Respecto a mi persona, es mejor creer que sigo siendo aquel joven lleno de ilusiones, que pensaba en ser de mayor delineante proyectista. Ahora, al mirarme cada mañana al espejo para afeitarme, mi sueño se derrumba y choco de plano con la evidencia de mi aspecto, cansado y viejo de tanto bregar. Dentro de pocos años formaré parte del batallón de las clases pasivas. Entonces, si es que vivo todavía, apuraré el vaso de vida hasta atragantarme con el último sorbo. Aún conservo el reloj que fuese de mi  padre, de marca desconocida. Está parado pero enseña con precisión dos veces al día la misma hora. Si mañana me toca la lotería pondré el dinero en un banco de confianza. Por si las moscas, hoy, la víspera, he de ensayar ante el espejo mi declaración a doña Andrea. “Verá, doña Andrea,--le diré circunspecto-- hace tiempo que deseaba decirle lo que siento por usted. Estoy convencido de que podré hacerla tan feliz como se merece y realizarnos de una manera total, sin complejos. Nuestras vidas serán una, y cuando hayamos celebrado nuestra unión por todo lo alto, por la Iglesia, por supuesto, podremos ir unos días de luna de miel por la orilla del Mediterráneo y subir a Andorra. Luego, de bajada, podríamos acercarnos hasta Barcelona y ver El Molino y El Paralelo...”. Mañana escucharé a los niños de San Ildefonso y...

Cocina criolla



Hoy comienza el solsticio de invierno, buena ocasión para dedicarlo a la lectura, a los fogones y a acariciar al gato, apoltronado en el sillón de orejas mientras suenan en el microsurco valses criollos del argentino Ariel Ramírez.  En el año 1851 el cocinero catalán Juan Cabrisas trabajaba en la Fonda de los Tres Reyes, en Barcelona. Siete años más tarde y ya retirado, publicaría uno de los libros de cocina más completos de la época: el Nuevo manual de la cocinera catalana y cubana. Sólo se conserva un ejemplar en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Juan Cabrisas, como señala José María Perceval en su prólogo a la edición facsímil que obra en mi poder, “habla en su libro de sopas hechas a la bayamesa, de carne frita a lo montero-vinero, de yucas salcochadas, de fufús de malangas y plátanos, de sopas de jarabe, de boniatos y quimbombos. Todo ello mezclado con ollas podridas a la castellana, potajes de lentejas o sopas de cuaresma”.Y entre esas sorprendentes “fórmulas” culinarias que aparecen en ese libro sale varias veces a relucir el congrio y su modo de cocinarlo. En seguida me he acordado de los bilbilitanos, tan aficionados a ese delicioso manjar desde los tiempos en los que intercambiaban sogas de esparto, que transportaban hasta Muxía (La Coruña), por ese pez anguiliforme con el que regresaban a tierras aragonesas una vez desecado para su conservación. Las primeras referencias datan de 1446. Pues bien, Cabrisas hace referencia al congrio con arroz. Señala.”Se pondrán a freír ajos con aceite, perejil picado y luego el arroz. Cuando empieza a tostarse se añade agua caliente con sal y pimienta y a los dos o tres hervores se aparta del fuego. Al mismo tiempo se hace cocer el congrio con poca agua, aceite y sal. Una vez cocido, se pondrá en el arroz y se vuelve a hacer hervir hasta que esté cocido. Para hacer más fácil la labor, se hará freír con aceite, ajos, perejil y tomate. Más tarde se añade el congrio a tajadas y se le deja freír,  se le añade agua bien caliente procurando que hierva lo más pronto posible. Cuando esté medio cocido, se añade el arroz y se le deja cocer entre quince y veinte minutos”. Una receta parecida se utiliza en Andalucía, donde se le añaden al congrio y al arroz  unas gambas, mejillones,  briznas de azafrán, dos tomates, una cebolla, dos dientes a de ajo, pimentón dulce, nuez moscada, pimienta, sal y aceite de oliva. Cada maestrillo tiene su librillo.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Elogio del guirlache




Según un sondeo para Securitas Direct, el 20’42 % de los españoles manifiesta que no comprará productos catalanes estas fechas navideñas. Desconozco el rigor de esa encuesta y desconozco, también, si los españoles dicen la verdad. Supongo que murcianos, aragoneses, riojanos, castellano-leoneses y montañeses (perdón, ahora se hacen llamar cántabros), que dicen ser los más reacios a la compra de esos productos, se referirán al cava. Pues nada, allá cada uno con sus preferencias. Es como si yo afirmo que este año no voy aprobar los polvorones de Estepa por el farragoso y corrupto asunto de los ERE’s en Andalucía, ni los amarguillos que con tanto amor producen las monjitas del Monasterio de Sancti Spiritus el Real, en Toro, provincia de Zamora, por considerarme agnóstico y dogmatófago. Tampoco pasa nada si este fin de año cambiamos el cava por la sidra El Gaitero, famosa en el mundo entero, o el turrón de Alicante por las barritas de guirlache de Zaragoza, de origen árabe aunque su nombre proceda del francés “grillage”. Teodoro Bardají escribió una de sus fórmulas: “Para hacer el caramelo se vierte el azúcar en una sartén con un chorro de agua. Hay que ir moviendo de vez en cuando la sartén o removiendo la masa para que se cocine de forma uniforme. No es fácil hacer un buen caramelo. Hay que controlar con mimo la temperatura y sacar la sartén del fuego en el momento adecuado, es decir, cuando llega a unos 180º.  Si nos equivocamos podemos terminar con el caramelo quemado o lleno de grumos. A la sartén se añade el zumo resultante de exprimir medio limón. El objetivo es evitar que el azúcar se pegue al recipiente. Después se remueve hasta que el caramelo alcance el tono marrón que le caracteriza y se añaden las almendras, tostadas previamente. La masa se ha de remover con cuidado, evitando que cristalice antes de tiempo. Al final se echan por encima de esa mezcla compacta unos anises de confitería”. El guirlache se suele comercializar en forma de barritas. Los fabrican de forma insuperable Alejandro Molina en la antigua Pastelería Fantoba, en Zaragoza, y la Confitería Micheto, en Calatayud.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Afán recaudatorio




El afán recaudatorio del Gobierno puede llegar a límites insospechados. También a mover a risa. Ahora resulta que aquel que recibe un lote de aguinaldo navideño está en la obligación declarar el importe del mismo por ser considerada tal donación empresarial como ingresos en especie. Lo que ya no sé es cómo debe calcular su importe el receptor si ese dato no se lo proporciona la empresa en la que presta sus servicios. Día llegará, a este paso, en el que al dar una limosna a un pobre, nos veamos en la obligación de que el inope receptor de unas monedillas nos firme un recibo de entrega. Productos en especie es el uso, consumo u obtención de bienes, derechos o servicios de forma gratuita o a precio inferior de mercado para fines particulares, aunque no supongan un gasto real para quien los conceda, siempre que no supere el 30% de las percepciones del trabajador. Dicho al estilo de Montoro: sobre el valor de la retribución en especie debe practicarse un ingreso a cuenta, que funciona del mismo modo que las retenciones. Ese ingreso se imputa al trabajador. Corresponde a la empresa calcularlo e ingresarlo en la Agencia Tributaria en el modelo 111, junto con el resto de retenciones e incluirlo también en el modelo 190, de manera que el trabajador puede ver las cuantías reflejadas en sus datos fiscales para hacer la Declaración de la Renta. Algo parecido sucedía (lo digo en pasado porque a día de hoy las entidades bancarias no dan ni un celemín) cuando los bancos hacían “regalos” por domiciliar una nómina, abrir un depósito, etcétera. Tributaban en la Renta como rendimientos del capital mobiliario. Y si toca la lotería está uno copado. Al ir a cobrarla, le practicarán una retención del 20 % de todo aquello que exceda de 2.500 euros. De ese modo, el perceptor agraciado sólo tendrá que anotar el premio en su declaración de Renta. Se dijo en 2013 que sería una medida temporal para conseguir ingresos adicionales en momentos de crisis económica. Pero esa “medida temporal” continúa en vigor desde entonces. Vamos, que el gordo ya no es tan gordo, cuando los 400.000 euros del décimo se quedan en 320.500. Es, como en las latas de atún, el peso escurrido excluidos los vinagres.

martes, 12 de diciembre de 2017

Sabor a sueño mutilado





Lo sucedido en Zaragoza el pasado día 8 de diciembre, cuando unos tipos atacaron a un hombre, Víctor Láinez, con un objeto contundente por llevar tirantes con la bandera española, da idea de cómo las gastan aquellos que todavía ven como un símbolo “facha” lucir los colores de la bandera española, instaurada oficialmente en 1843 y cuyos colores han permanecido desde entonces salvo en el periodo de la Segunda República. Como no puede ser de otra manera, rechazo ese comportamiento salvaje. La prensa  señala que el herido está en muerte cerebral. Horas más tarde me entero de que ha fallecido. En un Estado de Derecho los símbolos son importantes. Pero no cabe duda de que, durante la Transición, los redactores de la Constitución del 78 tuvieron una ocasión de oro para modificar los colores de una bandera oficializada durante el reinado de Isabel II; que, por un lado representaba a la Casa de Borbón y, por el otro, había sido utilizada por los causantes del golpe de Estado de 1936 contra la Segunda República,  legalmente constituida en 1931, y declarada como oficial durante toda la dictadura franquista. Quizás, las Cortes Constituyentes en la redacción del artículo 4.1 de la Constitución del 78 tuvieron una ocasión de oro para haber cambiado los colores de la bandera, del mismo modo que eliminaron del escudo el águila de san Juan. No se hizo así por razones que desconozco, aunque lo que entonces se llamó “consenso” no fue, a mi entender, otra cosa que el gran miedo instalado entonces en todas las instituciones del Estado. Lo que ocurrió tres años después, en febrero de 1981, da idea de cómo andaba el aceite del candil. Es triste comprobar que ahora, 39 años después del nacimiento de la Constitución de 1978, el Gobierno que preside Mariano Rajoy apoyado por el Partido Popular (partido  creado por siete exministros franquistas), manifieste todo tipo de reticencias para modernizar esa Constitución de arriba abajo y no esté interesado en poner un solo céntimo de euro de los Presupuestos a la Ley de Memoria Histórica escudándose en la crisis económica. ¿Pero no dicen que ya nos hemos recuperado? Nos sigue quedando a muchos un regusto a sueño mutilado. Menos mal que existen las hemerotecas. Y en ellas consta que Rafael Hernando declaró en una tertulia televisiva que “los familiares de las víctimas del franquismo se acuerdan de desenterrar a su padre solo cuando hay subvenciones”. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica le denunció por lo que entendían como un delito de injurias graves. Pero la Fiscalía archivó la querella, al no encontrar “elementos suficientes para ejercer acciones penales o civiles”. Creo que fue en marzo de este año cuando Hernando volvió a la carga, asegurando que “esto de estar todo los días con los muertos para arriba y para abajo supongo que será el entretenimiento de algunos”. Y otra vez la ARMH se dirigió a la fiscalía, al considerar que estas palabras podrían incumplir el artículo 510 del Código Penal, que contempla penas de hasta 4 años de prisión para quienes públicamente “fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada”. ¿Y en qué quedó? En nada. Sólo Camboya supera a España en número de fosas comunes. Ese hecho produce escalofríos. Ya dijo Charles de Gaulle que las guerras civiles no se acaban nunca. Estaba en lo cierto.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Algo empieza a ir mal





Yo ya sospechaba algo que me acaba de corroborar Emérito Quintana: La hucha de las pensiones sólo es un artificio contable puesto que nunca ha existido. Es, supongo, un arma que siempre esgrime el Gobierno de turno para asustar a ocho millones u medio de pensionistas cuando se acercan las elecciones generales. Según Emérito Quintana, “los gobiernos siempre tuvieron la astucia de crear un presupuesto separado para el sistema de Seguridad Social, con sus respectivos impuestos, creando la ilusión de que la Seguridad Social no forma parte del Estado. En los sistemas de reparto no hay ningún ahorro, pues las contribuciones de los trabajadores de hoy sirven para pagar a los jubilados de hoy, pero en sus inicios este modelo generaba un gran superávit, ya que había millones de personas contribuyendo y sólo decenas de miles cobrando. Ese dinero extra la Seguridad Social lo invierte en deuda pública, compra bonos que emite el Estado, y el Estado recibe el dinero y se lo gasta ese mismo año. Al final, el dinero vuelve a las mismas manos y el Estado se debe ese dinero a sí mismo”. En suma, es como en el juego del trileo, la más cruel de las pantomimas. Los tres cubiletes y la bolita. Claro, hace falta la colaboración de unos compinches que actúen de ganchos. Una de las formas de convencer a las víctimas es apostando a la elección ganadora, y el estafador paga al apostador ganador que es obviamente su palero. El truco del estafador consiste en esconder la bolita entre las uñas para evitar que la víctima la localice. En algunos casos el estafador permite que una víctima que no es cómplice del fraude, acierte; esto lo hace generalmente cuando la apuesta de dinero es baja y tiene como objetivo atraer más incautos a la trampa. No cabe duda de que el actual sistema de reparto de las pensiones en España tiene un esquema de pirámide, siendo necesario que existan más trabajadores cotizantes en activo para poder pagar a los actuales pensionistas. Aquí, los “beneficiarios” (pensionistas) cobran del dinero de los nuevos “inversores” (trabajadores en activo). Lo que no está escrito en ningún sitio es que el Estado acostumbra a cambiar las reglas de juego en mitad de la partida. Inicialmente el sistema funcionaba porque los jubilados se morían pronto. Pero a medida que fue creciendo el sistema (o sea, cuando la esperanza de vida fue mayor) llegó un momento en el que a esos trileros les resultó más difícil engañar a gente nueva y eso hizo que los nuevos no fuesen “muchos” sino “pocos” en comparación con la gente que tenía que empezar a cobrar en el futuro cercano. Llegado ese momento crítico, el de ahora (con trabajos de baja calidad, alto paro, y mejores expectativas de vida), aquellos que montaron el sistema,  amenazan con subir los años de cotización para cobrar menor pensión y recomiendan hacer fondos de pensiones, en claro beneficio de la banca. Jo, ¡qué tropa! Aquí, como en todos los sistemas piramidales, algo empieza a ir mal, muy mal. Pero lo más triste, si cabe, es que a los trabajadores todavía en activo, casi sexagenarios y con un rabo de años cotizados a sus espaldas, se les engaña miserablemente cuando ya carecen de  capacidad de maniobra. A estos sacrificados ciudadanos, que por causa de la crisis económica se ven hoy obligados a ayudar a hijos y nietos, les ocurre como al perro herido, que jamás logra entender por qué le apalea su amo. Pese a todo, le lame. Pese a todo, les vota. ¡Que les compre quien lo entienda!

domingo, 10 de diciembre de 2017

Puentes





En la noche de ayer, sábado, pude ver en la primera cadena de TVE la película “Los puentes de Madison”, filmada en 1995 en uno de los 99 condados que tiene el Estado de Iowa. En concreto, el puente que se ve en la película es el de Roseman, en los alrededores de Winterset, pueblo natal de John Wayne. Aquellos puentes se construyeron con maderas nobles y se les incorporaron techos, que solían estar pintados del color de los establos, normalmente de rojo, para que los caballos no tuvieran miedo al cruzarlos. Son como viejos vagones de mercancías sin ruedas y varados en pleno campo. En la película se utiliza por el protagonista una cámara Nikon F, con lente de una sola distancia focal. La novela comienza: “There are songs that come free from the blue-eyed grass, from the dust of a thousand country roads. This is one of them...”.  En la actualidad sólo quedan 6 de aquellos 19 puentes originales del siglo XIX: los puentes Cedar, Cutler-Donahoe, Hogback, Holliwell,  Imes y el citado Roseman, construido éste en 1883 por  Benton Jones. Tiene 32 metros y medio de longitud y fue restaurado en parte para el rodaje de la película, basada en la novela “The Bridges of  Madison County” de Robert James Waller. El coste de aquella restauración fue de 152.515 dólares. En realidad sólo se utilizaron dos puentes para el rodaje: Roseman y Holliwell. El Roseman  es también conocido como el "puente embrujado". Cuanta una leyenda que dos policías se apostaron en él durante su construcción, en 1882, para atrapar a un fugitivo de la cárcel del condado, y que cuando éste llegó allí, exhaló un escalofriante alarido al tiempo que pegó un salto sobrehumano al techo del puente y desapareció para siempre. Según esa leyenda, ese hecho probó la inocencia del perseguido. Los puentes eran bautizados por el apellido de la familia más cercana a cada uno de ellos. Aquella película,  interpretada y dirigida por Clint Eastwood nos retrotrae a 1965, año en el que durante cuatro días se vive un intenso romance entre un fotógrafo que trabaja para la revista National GeographicMagazine y una mujer casada de origen italiano. Una historia que reflejará Francesca (la protagonista) en un diario dividido en cuatro partes que sus hijos descubrirán después de su muerte. Nunca he entendido la razón por la que siempre se pasan películas de aceptable calidad a altas horas de la noche. Y una de dos, o te mueres de sueño, o te marchas a dormir con gran fastidio. Normalmente optas por lo segundo. Por cierto, en la película descubro que el río (¿Middle?) que discurre bajo el puente Roseman se encuentra en pleno estiaje, con poquísima agua en su cauce, como sucede en España con el Ebro y el resto de los ríos de la vertiente mediterránea. 

sábado, 9 de diciembre de 2017

Pinceladas de acuarela





Estos días de frío ayudan a la lectura. Acabo de releer una obra de Alonso Zamora Vicente, “Primeras hojas”, (Espasa-Calpe, selecciones Austral. Madrid, 1985) donde el protagonista es él. Lleva prólogo de José Manuel Caballero Bonald y unas delicadas ilustraciones a plumilla de Julián Grau Santos. Me choca que Caballero, en su sesudo prólogo, siempre nombra a Zamora como “Zamora Vicente”, como si se tratase de un árbitro de fútbol. Pues bien, el libro parte de que “el manojo de recuerdos familiares, amontonado, se ordena en el álbum de fotografías”. Está escrito en primera persona, del singular o del plural. Para Caballero, Zamora es un nieto del 98 y un hijo o hermano menor del 27. Consta de 22 relatos y muchos de ellos, creo que once, terminan con una oración formada por un gerundio. Según Caballero, “puesto que, en términos gramaticales, esa forma verbal cumple también un papel modificador parecido al del adverbio, el hecho de que el escritor lo use tan reiteradamente a modo de colofón del relato, le otorga a éste un matiz de acción ininterrumpida, como de inciertas lontananzas temporales, donde el sujeto de la oración parece ser ya la propia materia narrativa generándose a sí misma”. Zamora no escribe. Zamora pinta acuarelas costumbristas de una infancia, la suya, con una madre recién muerta, unos paseos por el Madrid de principios de los años 20, ora en el paseo de Rosales o la Casa de Campo en tardes invernizas, ora en el cine, ora contando una fugaz escapada, ora de visita en casa de tía Plácida, que una tarde le regaló un “napoleón” de oro. En uno de sus primeros relatos cuenta: “Mi madre murió pronto. No murió en casa sino en un hospital de Carabanchel. Fuimos todos los hermanos a verla el día que la había operado, sin saber todavía que había muerto. Me pusieron los zapatos nuevos, que me apretaban mucho”. Zamora me recuerda en ese libro, marcando las distancias, claro, a la manera de escribir de Elena Fortún. En fin, todo el libro no es otra cosa que el monólogo dramático de un muchacho que nada en la zozobra, que se asoma al mundo de los mayores, o que permanece silente rodeado de crisantemos o cerca de un jazmín blanco, “que nos trajeron –dice- desde Extremadura”. Como sucedía con Celia.