martes, 30 de junio de 2020

De las Tres Mil Viviendas a la raya portuguesa



No cabe duda de que Felipe VI,  además de aburrirse,  es sabedor de que su reinado pasa por momentos muy difíciles. Canarias, Sevilla, Córdoba…, uf, que manera de marear la perdiz. Tanto es así que mañana, 1 de julio, está programado un encuentro de los jefes del Estado español y portugués, Felipe VI y Marcelo Rebelo de Sousa, para abrir formalmente las fronteras de ambos países tras su cierre por la pandemia de coronavirus. Lo de “abrir las fronteras” es un eufemismo, puesto que en circunstancias normales existe el Tratado de Schengen, que permite la libre circulación de ciudadanos entre países de la UE. Les acompañarán los respectivos  presidentes de Gobierno Pedro Sánchez y Antonio Costa. Como recoge hoy el diario ABC, el encuentro se producirá entre Elvas y Badajoz, junto al río Cayas, donde el 19 de enero de 1729 hubo un intercambio de princesas, Ana Victoria de Borbón (1718-1781) conocida como Mariannina, que sólo tenía  once años cuando decidieron casarla con el heredero José,  y a la que con cuatro años habían enviado sus padres, Felipe V e Isabel de Farnesio, a Versalles en un intento de poder casarla con Luis XV, biznieto del Rey Sol, al que sucedió en 1715. Pero aquella idea fracasó. El rey francés decidió casarse con la hija del rey polaco Estanislao, María Leszczynska, en 1725. Aquel mismo día cruzaba la frontera aunque en sentido inverso Bárbara de Braganza (1711-1758), que entonces tenía 17 años y estaba marcada por la viruela, para maridarla con Fernando VI. Y en aquel encuentro de Estado estuvieron presentes Felipe V, el heredero Fernando, la infanta Mariannina y los infantes Carlos y Felipe, por parte española; y el rey portugués Juan V, acompañado por su consorte María Ana de Austria, y sus tres hijos: José, príncipe de Brasil, Bárbara y Pedro, a los que acompañaban los hermanos del rey luso Francisco y Antonio. Tras el encuentro, y el intercambio de princesas como si se tratase de un intercambio de cromos, el rey español marchó a Badajoz y el rey luso a Yelves. Mariannina llegó a tener ocho hijos y fue regente de Portugal durante la enfermedad del rey. Por otro lado, Bárbara de Braganza se casó con el que más tarde sería Fernando VI. Ni ella ni su marido descansan sus cuerpos en El Escorial sino en la madrileña iglesia de Santa Bárbara. Al morir sin descendencia Fernando VI, ocupó el trono  de España su medio hermano (que lo fue también del breve Luis I) Carlos III, tercer hijo de Felipe V. Los restos del primer Borbón que ocupó el trono de España tampoco reposan en El Escorial sino en la Granja de San Ildefonso junto a los de su segunda consorte, Isabel de Farnesio. Me parece correcto como ciudadano que  ambos países peninsulares se entiendan y se unan en abrazos fraternales. Pero, como dijo Josep Pla cuando vio Nueva York de noche y a bordo de un helicóptero: “Todo ese gasto de luces, ¿quién lo paga?  En España no cabe duda de que priman los fastos sobre la eficacia. En consecuencia: ese dispendio protocolario de mañana, ¿quién lo paga? Así, mal vamos.

El código QR



Leyendo hoy a Antonio Burgos en ABC de Sevilla me entero de que en los restaurantes hispalenses ya no te entregan la carta cuando decides sentarte a la mesa, que sobre el mantel existe un código QR de pequeño tamaño para poder ser leído a través del teléfono móvil, en el supuesto, claro está, de que el comensal lleve móvil y esa aplicación de lectura instalada. Queda claro que la pandemia y el temor al contagio han conseguido que se evite que una carta pueda ir de mano en mano y de comensal en comensal como si fuese la falsa moneda, que, como cantaba Estrellita Castro,  de mano en mano va y ninguno se la queda. Eso también podría solucionarse de otra manera, es decir, con el uso de una impresora. Llegaría el camarero, te entregaría una holandesa de elegante papel Guarro, con perdón, con el detalle de platos impreso, y tras haber determinado qué deseas comer, el camarero tiraría esa hoja a una papelera, como sorprendentemente hacen los sevillanos con el usado papel de váter. Algo que no había visto en ninguna parte  hasta que llegué a Sevilla, hace ya muchos años. Y entonces (el día de san Pedro y san Pablo de 1971), quedé sorprendido de ello, como no podía ser de otra manera; y, también,  de que las consumiciones que pedías en la barra del bar, pongamos por caso en el Bar Arsenio de la calle san Eloy, te las apuntaran con tiza en el mostrador hasta su abono a tocateja. Siento ser un analfabeto en cuestiones informáticas y en otras muchas cosas. Comprendo que el saber no ocupa lugar pero los libros ocupan mucho sitio en mi casa. Y yo confieso tener muchos más libros que sabiduría.  Como escribe Burgos, “se han puesto las cosas de forma que no puedes ir por la vida sin tener en casa fibra óptica, ordenador, impresora, escáner y, ah, algo importantísimo: correo electrónico. Te preguntan ya por el correo electrónico en todas partes como si fuera tu DNI. Menos mal que en algunos restaurantes se apiadan de nosotros, los objetores de QR, y ponen con tiza el menú en la pizarra de toda la vida”. Es lo que hay.

lunes, 29 de junio de 2020

Ni contigo ni sin ti...



En 1922, hace ahora 98 años, Alfonso XIII, bisabuelo del actual jefe del Estado, efectuaba un viaje a Las Hurdes. Pepe Verdú comentaba en un magazine de La Vanguardia (23.06.19)  cómo vivían sus moradores.  Acompañaban al rey en aquel viaje el duque de Miranda, Vicente Piniés, entonces ministro de la Gobernación, los médicos Gregorio Marañon y Ricardo Varela, el periodista José García Mora, que hizo de cronista, el fotógrafo José Demaría Vázquez, conocido como Pepe Campúa  (por entonces fotógrafo de “Mundo Gráfico”) el ingeniero de Montes Santiago Pérez Argemí, gran conocedor del terreno, y el teniente coronel Obregón, ayuda de cámara del rey. Todo comenzó en 1904, cuando en Salamanca se creó la revista Las Hurdes. Ese mismo año visitó Salamanca el rey y la revista le dedicó un número extraordinario. El rey se comprometió a visitar esa deprimida comarca. Antes del viaje programado, entre el 20 y 24 de junio de 1922, hubo una expedición de varios médicos, entre ellos Marañon, para que más tarde pudiesen explicarle al monarca el “espanto” que habían visto. Cuenta Pepe Verdú: “La comitiva real llegó al pueblo a bordo de automóviles. Les esperaba el obispo de Coria con todo el boato. Aquella noche, Alfonso XIII se alojó en la casa de Acacio Terrón, un vecino de la localidad. Su familia ha conservado la estancia intacta, inalterada, salvo la púdica omisión del orinal y la incorporación de una fotografía del soberano con una cariñosa dedicatoria. La mañana siguiente, 21 de junio, la expedición real emprendió la marcha. Querían adentrarse en el corazón del territorio, allá donde no llegaban las carreteras: recorrerían 150 km, se desplazarían a pie o a caballo, y dormirían en tiendas de campaña. Poco antes de llegar a Pinofranqueado, Alfonso XIII se sintió molesto por el calor y se dio un chapuzón en el río Los Ángeles, completamente desnudo. Eufórico por la vivificante experiencia, el Rey pidió al fotógrafo Campúa que captase el momento. El artista entregó una copia de la imagen y el cliché original, pero eso no evitó que la fotografía se difundiese y popularizase años después, en tiempos de la República”. Marañón, como endocrinólogo, se dio pronto cuenta de que en aquellos parajes, además de una tremenda pobreza, existía una profunda endogamia entre los jurdanos, y muchos casos de tifus y paludismo por la mala calidad de sus aguas. Y hay una anécdota curiosa de aquel viaje: “Los expedicionarios cenaron dentro de las tiendas, atendidos por los lugareños. Cuando llegó el momento del café, el ministro Piniés comentó su preferencia por tomarlo con un chorrito de leche. No había vacas, ovejas ni cabras en el núcleo, pero ese hecho no arredró a un solícito vecino, quien regresó con una pequeña cantidad de líquido. Mientras el político saboreaba su cortadito, le informó de que podía tomarlo con total confianza, ya que la leche era de su propia mujer y, por cierto, muy buena”. Para mí que pagó el pato el bebé de aquel vecino, que aquella noche se quedó sin poder tomar la teta. Dejémoslo aquí. No pretendo contar todo aquel viaje a Las Hurdes, sino compararlo con lo que está haciendo 98 años más tarde su bisnieto, Felipe VI. Ha decidido recorrer España, se dice que por “animar al turismo”  en momentos de pandemia, fuente de riqueza nacional. Y hoy el jefe del Estado y su consorte estuvieron por la mañana en Sevilla y por la tarde, en Córdoba. A alguien de su equipo se le ocurrió que debía comenzar su periplo andaluz por la barriada de Las Tres Mil Viviendas, el barrio más deprimido de España, donde la droga, el paro y la delincuencia campan por sus respetos. Y allí fueron el rey y su consorte, acompañados del presidente de la Comunidad Autónoma y de un rabo de personajes y personajillos dispuestos todos ellos a enseñar in situ al monarca el estado del barrio. Ninguno de ellos se manchó los zapatos y las calles recorridas parecían un remanso de paz. No había ni perros callejeros buscando la sombra. El recorrido, digo, duró como quince minutos. ¿Para qué más? En seguida marchó la troupe al centro de Sevilla, donde los vítores estaban asegurados, que  era lo que se pretendía en las horas más bajas de un reinado triste y lleno de incógnitas, con un padre en entredicho por presunto cobro de abultadas comisiones de los árabes y un cuñado en la trena de Brieva por delitos probados. Como en la canción de Emilio José: “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio…”.

El jadeo del cisne herido



Rubén Arranz, en el diario digital Vozpópuli entrevista a  Alfonso Ussía, el nieto de Pedro Muñoz-Seca y sobrino del militar golpista Jaime Milans del Bosch, que no se llama Alfonso sino Ildefonso. Se le ve despechado y casi olvidado por sus “colegas” del columnismo en papel. Y señala que desde hace cinco meses no ingresa ni un duro, que el auténtico director de La Razón es Mauricio Casals, que  Francisco Marhuenda nunca ha dirigido un periódico y que no sabe escribir, y que no le llamó Creuheras (presidente de Planeta y de Atresmedia) después de su salida: “Nada, ni una palabra de despedida ni un deseo de suerte. Fulminado y no existo. Ellos saben que no existo porque tienen el poder para que yo no exista”. Bueno, las palabras de Ussía contenidas en esa entrevista se me antojan como el jadeo de cisne entre los estertores de su agonía. Lo he dicho en muchas ocasiones y no me canso de repetirlo: todo tiende a la estratificación. No cabe duda de que Alfonso Ussía tenía sus lectores, escasos, eso sí, y que esos seguidores leían su columna de La Razón a primera hora de la mañana mientras untaban un churro en el café, como acostumbran a hacer los seguidores de Antonio Burgos en ABC de Sevilla, los de Javier Marías en El País, o los de Raúl del Pozo en El Mundo, por  referirme a alguno de esos columnistas de prestigio. El pasado 26 de marzo, Antonio Miguel Carmona le “linchaba” en su web “Diario progresista”, donde le llamaba, entre otras lindezas, “sinvergüenza”, “gilipollas”, “desdentado”, “halitósico” y “peinaovejas”. Entre otras cosas, dice Carmona que “en la familia, me consta, le tienen como un peinaovejas, de esos a los que hay que dejar que desvaríe desde el primer Jack Daniels”. También Joaquín Sabina le hizo un soneto quevedesco y estremecedor con el título “Don Mendo no se hereda”. Dice: “¿Ramplón? ¿No es esa la autobiografía / de un comemierdas a un Borbón pegado?/ ¿Ordinaria? Su pluma de lenguado, /  y cursi… ¿No es sinónimo de Ussía?/ ¿Pelma oficial?, su napia de beata. / ¿Tópica?, su prosapia de la CEDA. / ¿Boba?, su sopa, ¿rancia? su corbata, /¿Buen gusto? ¿Usted?... don Mendo no se hereda. / ¿Esteti…cuálo? Qué malos modales, / antes de sus regüeldos semanales, / lústrese los colmillos con lejía. / Comprendo que se esconda tras su abuelo, / viéndome derrochar (sírvanse frías) / las gracias que no quiso darle el cielo".

domingo, 28 de junio de 2020

El clavillo del abanico




Hoy, leyendo a José Ángel Biel en un artículo que publica en El Periódico de Aragón, observo que da una gran importancia al centro político (en referencia al PAR como partido bisagra). Me quedo con la idea que él tiene sobre el clavillo del abanico, “cuya función más importante -sí lo señala- no es únicamente permitir su apertura, hacia la derecha o hacia la izquierda, léase gobierno, sino evitar que el utensilio aventador descomponga sus varillas y se convierta en un instrumento inútil”. Pues miren, no había caído yo en eso. Para los españoles, después del botijo y de las castañuelas, puede que el abanico sea el adminículo más utilizado en verano. Los tres: botijo, abanico y castañuelas requieren arte y oficio para saber manejarlos con una cierta disciplina. Con el botijo hay que tener puntería y saber acertar en el centro de la boca. Con las castañuelas (dos piezas de madera unidas por un cordón) se exige manejo de dedos y también giro de muñeca, ya que dispone de dos tonos: el más bajo se llama macho y el más alto, hembra. La castañuela aguda se coloca en la mano derecha y la grave en la mano izquierda. Sus dos sonidos se pueden distinguir poniendo un mínimo de atención. La castañuela derecha (que tiene una muesca en la parte superior de la oreja) se toca con los dedos meñique y anular, corazón e índice, y la castañuela de la mano izquierda debe de ser presionada con los dedos corazón y anular al mismo tiempo.  Con el abanico, en su variedad de plegable, también es necesario que tenga buen juego de muñeca además de un cierto ritmo. Consta de baraja (esqueleto plegable), país (tele adherida a la baraja); varillas (tiras de madera que contiene el clavillo), cabecera (primera y última varilla, más gruesas que el resto); y calado (agujeros que evitan la resistencia y los hace más aerodinámicos). El botijo es mucho más simple: boca, pitorro y asa. El abanico tiene todo un lenguaje. Durante el siglo XIX llegó a ser un arma de seducción del que no se separaban las mujeres. Julio Janin, (escritor y crítico teatral francés fallecido en París en 1874) dejó escrito que “las mujeres se sirven de él para todo; ocultan las manos o esconden los dientes tras su varillaje si los tienen feos; acarician su pecho para indicar al observador lo que atesoran; se valen también de él para acallar los sobresaltos del corazón, y son pieza imprescindible en el atavío de una dama. Con él se inicia o se corta una historia galante, o se transmiten los mensajes que no admiten alcahuete”.