Hoy por la mañana, buscando algo de lectura saco de
su estante un libro sobre Ramón de
Mesonero Romanos escrito por Mariano
Sánchez de Palacios (Compañía
Bibliográfica Española. Madrid. 1963) donde aparece en la cubierta un
grabado de la Puerta del Sol, de Madrid, en el siglo XVIII, con la fuente de
Mariblanca. Y dentro de sus páginas, ¡oh, sorpresa!, un artículo de Julián Marías (“La España sosegada de Mesonero Romanos”) publicado en la Tercera del diario ABC el 12 de agosto de 1993. La manía que tengo de meter cosas
entre las páginas (sueltos de prensa, pequeñas hojas de árboles, hojas de tacos
de calendario…) se convierten en sorpresas cuando pretendo hacer la relectura
de un libro que dormía en su balda con algo de polvo y sus páginas amarilleando
lentamente. Julián Marías, tan exquisito como siempre, presentaba a Mesonero
como “uno de esos autores que son de vez en cuando estudiados, pero no son
leídos”. Y recuerda Marías al lector que Mesoneros fue un escritor que no tuvo problemas de
dinero y que llegó a ayudar económicamente a colegas necesitados, que eran la
mayoría de ellos. Mantiene Marías que Mesonero “tenía admiración por Larra, más joven que él, y por Galdós, a quien llevaba nada menos que
cuarenta años. Lo ayudó mucho, le dio completa información para escribir los Episodios Nacionales, para los cuatro
decenios que Mesonero había vivido pero no Galdós”. Lo que muchos aragoneses no
saben, o no recuerdan, es que la madre de Mesonero, Teresa
Romanos, era natural del pueblo zaragozano de Moros, diócesis de Tarazona,
así como sus abuelos maternos, Antonio y
Bárbara Elipe, según datos que
constan en las parroquias madrileñas de San Martín y San Pedro El Real, donde
también constan los nombres de sus abuelos paternos, José y Antonia Herrero,
naturales de Machacón, (Salamanca) y de los hermanos de Ramón, todos ellos
nacidos en la calle del Olivo, 10: Luisa,
nacida el 11 de enero de 1806; Juan,
nacido el 15 de febrero de 1808; José,
26 de noviembre de 1810; y María del
Carmen, casada con Casimiro León
Pérez de Rico, natural de Ventosa de Arriba, diócesis de Calahorra, hijo de
Esteban y Manuela Rico, naturales de Viniegra y de Nalda. Tuvieron una hija
llamada Corolina, que nació el 30 de
noviembre de 1821, en la calle del Olivo, 10 y fue padrino Ramón de Mesonero. (Matías Fernández García, pbro. “Parroquias madrileñas de San Martín y San
Pedro el Real. Algunos personajes de su archivo”. Caparrós Editores.
Madrid, 2004).
jueves, 30 de enero de 2020
miércoles, 29 de enero de 2020
Poder cortar el bacalao
Ahora lo que mola es
ser académico de algo, de lo que sea menester. Pero para ello es necesario que exista una academia. Si
no existe, se inventa. En Aragón tenemos dos academias recientes, la Academia de Gastronomía Aragonesa y la Academia de Artes del Folclore y la Jota
Aragonesa. ¿Y para qué sirven esas academias? Para recabar subvenciones de
los municipios, es decir, dinero que pagamos todos con nuestros impuestos. ¿Y
para qué más? Para poder nombrar académicos a dedo, como se ha hecho siempre desde los Reyes Católicos. Tanto es así que ayer, martes, se
entregaron 50 títulos de académicos de honor a medio centenar de músicos,
cantadores y bailadores. Lo de académico de honor significa que aquel que
recibe el diploma “no tiene mando sobre tropa”, como sucede con los generales
honorarios en las Fuerzas Armadas, o con los galenos jubilados, que son
nombrados por el Colegio de Médicos colegiados a título honorífico una vez que
se jubilan. Ello significa que ya no tiene que pagar las tasas obligatorias. Porque
digámoslo claro: un médico seguirá siendo médico una vez jubilado; un cantante
de jotas podrá continuar cantando “Por qué vienen tan contentos los labradores”
en bodas, bautizos y comuniones; y un gastrónomo seguirá comiendo todos los
días de su vida para que no le suceda como al pollino de aquel baturro que se
le olvidó comer y se murió. Yo espero que algún día me nombren académico de lo
que sea, para poder ponerlo en las tarjetas de visita, que siempre queda
elegante, en la futura esquela del ABC (si no tienes esquela del número 4 en ABC no eres nadie) y, cómo no, para poder cortar el bacalao y firmar los correspondientes diplomas con tinta indeleble. Si no eres académico de algo estás
perdido. Yo había pensado crear la Academia
de Catadores de Gaseosas de Sobre. Eso sí, siempre que me nombren presidente y que los Organismos Oficiales
me suelten algo de guita. De no es así, no trae cuenta.
Tonto del haba
Estoy convencido
de que el roscón de san Valero lo
inventaron los boticarios para despachar más Almax. No conozco un producto culinario que dé más ardor de
estómago, si exceptuamos los roscones que venden en Los Mayorquines en alguna de sus tres tiendas zaragozanas (Santo
Dominguito de Val, 1; Francisco de Goya, 12; o Monasterio de Veruela, 5) que
utiliza en la confección de roscones la misma masa que en las ensaimadas. Yo no
soy partidario de comer roscón y odio las santas tradiciones. Piense el lector
que, de no existir el roscón, tampoco existiría el tonto del haba. En el roscón actual suele aparece una pequeña
figurita propia para ser colocada en el Museo del Mal Gusto. Tiempo atrás, no
se colocaba dentro del roscón esa fea figurita sino una haba. Y a la hora de
trocearlo al final de la comida su coste corría a cargo de aquel al que le
había salido la sorpresa, es decir, el fruto de esa legumbre sobre la que hay
que tener mucho cuidado en su consumo. Era, por decirlo de alguna manera, una
ruleta rusa culinaria de efectos letales para el bolsillo. El poseedor de
semejante regalito se convertía en el “tonto
del haba” (pronúnciese tontolaba), cuyo
“título oficial” estaba en vigor hasta el año siguiente. Por cierto, hay que
tener cuidado, como decía, con ciertas variedades de habas, ya que su consumo
continuado provoca una afección llamada fabismo,
parecida al latirismo que produce el
consumo de almorta, aquellas gachas manchegas que en forma de harina se
consumían en la posguerra (entre 1941 y 1943) para matar la hambruna y que produjeron
muchas parálisis espásticas cerebrales. En consecuencia, si en casa o en el
restaurante ofrecen roscón de postre, bueno será mirar detenidamente su
perímetro por si apareciese un pequeño desnivel sospechoso en su masa. En el
caso de descubrirlo, mejor será pedir una naranja.
martes, 28 de enero de 2020
En busca de lo obsoleto
Aquí todo vale. Ahora resulta que se va a subastar
la última pajita de plástico de la empresa McDonald’s
metida dentro de un cuadro. Las pajitas de plástico dejarán de usarse en
esos establecimientos de comida rápida el próximo 24 de febrero. De ahí su valor
simbólico. Será cuestión de rebuscar en cajones de cocina y desvanes por ver si
aparecen esos adminículos culinarios que ya son historia. Por ejemplo, aquellas
llaves con ranura incorporada para abrir latas de conserva; los viejos sifones
de cristal tan peligrosos si no llevaban forro; las arcaicas botellas de coca-cola con el nombre estampado en el
vidrio; las ruedecillas con borde zigzagueante y mango para sellar empanadillas; las viejas
máquinas caseras de capolar provistas de manubrio; las cajas de cerillas; los
coladores de café de puchero en forma de capirote; las tarteras de barro; el
almirez de cobre; el molinillo de café con manivela; la marmita de hierro
estañado; o el peso heredado de la madre de la bisabuela, que no tenía como
unidad el gramo, donde resulta que al pesar kilo y medio de harina nos vemos
obligados a tener que consultar la “Aritmética
razonada”, de José Dalmau Carles
(de texto en las escuelas Normales y de Comercio por R.O. de 11 de febrero de
1897), etcétera, donde compruebo que en Zaragoza, que es donde resido, el
quintal equivalía a 4 arrobas; la arroba, 36 libras; la libra, 12 onzas; la
onza, 4 cuartos; y el cuarto, 4 adarmes. En el resto de España, los pesos y
medidas cambiaban según la provincia. Vamos, un lío. Menos mal que yo sigo
conservando un ejemplar de aquella “Aritmética
razonada” que adquirí en una librería de Bilbao en 1966, por recomendación
de mi abuelo materno, que sabía mucho de cuentas.
El baúl de los recuerdos
El 4 de
noviembre de 1944 llegaba a Terrer un nuevo médico licenciado en Valladolid dispuesto
a prestar sus servicios en La Compañía de
Alcoholes, S.A. Tenía entonces 28 años y era soltero. Estoy refiriéndome a
mi padre. El trabajo se lo había ofrecido don
Benito Lewin Auser, amigo de mi abuelo materno y por aquellos días jefe del
servicio de Caja del Banco de España en la sucursal de Santander. Ahora,
leyendo viejas crónicas de El Regional,
periódico bilbilitano, descubro que justo 28 años antes, el 4 de noviembre de
1916, se inauguraba una alcoholera en Terrer de esa sociedad bilbaína
inicialmente establecida en Lamiaco y que dos años más tarde se convertiría en
Azucarera hasta su cierre a comienzos de los años 70. La Compañía de Alcoholes había sido absorbida en 1928 por la Azucarera del Ebro y un año más tarde,
en 1929, se constituyó la firma Ebro,
compañía de Azúcares y Alcoholes, S.A., con domicilio social en Madrid.
Veamos ahora lo que señalaba aquella crónica el 4 de noviembre de 1916:
Inauguración
de la Alcoholera de Terrer
Invitados
por el señor Gerente de la Compañía
de Alcoholes, S. A, Bilbao, don Benito
Lewin y Auser, a la bendición
de la fábrica que dicha Sociedad ha
construido, en Terrer, a la hora
señalada partimos en tres coches, los
señores alcalde ejerciente
don
Francisco Lafuente, concejales don José Domínguez, don Constantino Fuentes don
Santos Gómez y Secretario señor Ibáñez; señor
Teniente Coronel, Comandantes señores
Moliner y Meléndez; señores
Blas (don Andrés, don Pascual y don
Juan); señores Urzáiz, Zaro,
Ramírez, Ostáriz (don Manuel, Antonio y
Augusto) Cobos, Cherráil,
López Landa, Vidal, Clemente, Rancaño,
Malo y otros, siendo recibidos
a la entrada del pueblo por el señor
Director de la fábrica
al volteo de las campanas y acordes de
la música, encontrando al
pueblo de Terrer como en los días de
mayor fiesta y a las nubes
descargando
un aguacero bastante para refrescar un poco a los expedicionarios. Trasladados
desde la plaza del pueblo a la fábrica, a la cabeza la banda de música y
seguidos las autoridades del pueblo, el vecindario en masa y los invitados al
acto, a la entrada de la fábrica se había levantado un bonito arco y
muchos gallardetes, y adosado a uno de los departamentos, un altar
realzado por un hermoso
cuadro de la Virgen del Pilar, cuya
advocación y patrocinio acoge la
nueva
fábrica. Después de visitar todos los departamentos de la nueva alcoholera, movida por tres hermosos
generadores que ponen en acción
a la complicada y bien combinada
maquinaria, en amplios departamentos
y montada con todos los adelantos de la
moderna y progreso
industrial, efectuó la bendición,
oficiando el acto el M. I. señor Vicario
General, don Valentín Mateo, ayudado por
el párroco don Lino Matute
y el coadjuntor don Juan Tomás. Dichas
las preces de ritual ante el
improvisado altar, fueron recorriendo
todos los departamentos para
llevar la santa bendición, acompañados
los sacerdotes por el señor
Director, Alcalde del pueblo y Juez
municipal (...).
En la actualidad, parte de
aquella factoría se destina a la destilación de bebidas alcohólicas bajo la
firma Bodegas Valdepablo. Quizás el
vinatero Ángel Luis Pablo Uriol no
sepa que junto a la base de la chimenea
se puso la primera piedra. Me lo contó hace
muchos años un trabajador de la desparecida azucarera que asistió con curiosidad de niño a aquellos actos inaugurales de 1916.
Aquí dejo constancia de ello.
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