jueves, 30 de enero de 2020

Mesonero



Hoy por la mañana, buscando algo de lectura saco de su estante un libro sobre Ramón de Mesonero Romanos escrito por Mariano Sánchez de Palacios (Compañía Bibliográfica Española. Madrid. 1963) donde aparece en la cubierta un grabado de la Puerta del Sol, de Madrid, en el siglo XVIII, con la fuente de Mariblanca. Y dentro de sus páginas, ¡oh, sorpresa!, un artículo de Julián Marías (“La España sosegada de Mesonero Romanos”) publicado en la Tercera del diario ABC el 12 de agosto de 1993. La manía que tengo de meter cosas entre las páginas (sueltos de prensa, pequeñas hojas de árboles, hojas de tacos de calendario…) se convierten en sorpresas cuando pretendo hacer la relectura de un libro que dormía en su balda con algo de polvo y sus páginas amarilleando lentamente. Julián Marías, tan exquisito como siempre, presentaba a Mesonero como “uno de esos autores que son de vez en cuando estudiados, pero no son leídos”. Y recuerda Marías al lector que Mesoneros fue un escritor que no tuvo problemas de dinero y que llegó a ayudar económicamente a colegas necesitados, que eran la mayoría de ellos. Mantiene Marías que Mesonero “tenía admiración por Larra, más joven que él, y por Galdós, a quien llevaba nada menos que cuarenta años. Lo ayudó mucho, le dio completa información para escribir los Episodios Nacionales, para los cuatro decenios que Mesonero había vivido pero no Galdós”. Lo que muchos aragoneses no saben, o no recuerdan, es que la madre de Mesonero, Teresa Romanos, era natural del pueblo zaragozano de Moros, diócesis de Tarazona, así como sus abuelos maternos, Antonio y Bárbara Elipe, según datos que constan en las parroquias madrileñas de San Martín y San Pedro El Real, donde también constan los nombres de sus abuelos paternos, José y Antonia Herrero, naturales de Machacón, (Salamanca) y de los hermanos de Ramón, todos ellos nacidos en la calle del Olivo, 10: Luisa, nacida el 11 de enero de 1806; Juan, nacido el 15 de febrero de 1808; José, 26 de noviembre de 1810; y María del Carmen, casada con Casimiro León Pérez de Rico, natural de Ventosa de Arriba, diócesis de Calahorra, hijo de Esteban y Manuela Rico, naturales de Viniegra y de Nalda. Tuvieron una hija llamada Corolina, que nació el 30 de noviembre de 1821, en la calle del Olivo, 10 y fue padrino Ramón de Mesonero. (Matías Fernández García, pbro. “Parroquias madrileñas de San Martín y San Pedro el Real. Algunos personajes de su archivo”. Caparrós Editores. Madrid, 2004).

miércoles, 29 de enero de 2020

Poder cortar el bacalao



 Ahora lo que mola es ser académico de algo, de lo que sea menester. Pero para ello es necesario que exista una academia. Si no existe, se inventa. En Aragón tenemos dos academias recientes, la Academia de Gastronomía Aragonesa y la Academia de Artes del Folclore y la Jota Aragonesa. ¿Y para qué sirven esas academias? Para recabar subvenciones de los municipios, es decir, dinero que pagamos todos con nuestros impuestos. ¿Y para qué más? Para poder nombrar académicos a dedo, como se ha hecho siempre desde los Reyes Católicos. Tanto es así que ayer, martes, se entregaron 50 títulos de académicos de honor a medio centenar de músicos, cantadores y bailadores. Lo de académico de honor significa que aquel que recibe el diploma “no tiene mando sobre tropa”, como sucede con los generales honorarios en las Fuerzas Armadas, o con los galenos jubilados, que son nombrados por el Colegio de Médicos colegiados a título honorífico una vez que se jubilan. Ello significa que ya no tiene que pagar las tasas obligatorias. Porque digámoslo claro: un médico seguirá siendo médico una vez jubilado; un cantante de jotas podrá continuar cantando “Por qué vienen tan contentos los labradores” en bodas, bautizos y comuniones; y un gastrónomo seguirá comiendo todos los días de su vida para que no le suceda como al pollino de aquel baturro que se le olvidó comer y se murió. Yo espero que algún día me nombren académico de lo que sea, para poder ponerlo en las tarjetas de visita, que siempre queda elegante, en la futura esquela del ABC (si no tienes esquela del número 4 en ABC no eres nadie) y, cómo no, para poder cortar el bacalao y firmar los correspondientes diplomas con tinta indeleble. Si no eres académico de algo estás perdido. Yo había pensado crear la Academia de Catadores de Gaseosas de Sobre. Eso sí, siempre que me nombren presidente y que los Organismos Oficiales me suelten algo de guita. De no es así, no trae cuenta.

Tonto del haba



Estoy convencido de que el roscón de san Valero lo inventaron los boticarios para despachar más Almax. No conozco un producto culinario que dé más ardor de estómago, si exceptuamos los roscones que venden en Los Mayorquines en alguna de sus tres tiendas zaragozanas (Santo Dominguito de Val, 1; Francisco de Goya, 12; o Monasterio de Veruela, 5) que utiliza en la confección de roscones la misma masa que en las ensaimadas. Yo no soy partidario de comer roscón y odio las santas tradiciones. Piense el lector que, de no existir el roscón, tampoco existiría el tonto del haba. En  el roscón actual suele aparece una pequeña figurita propia para ser colocada en el Museo del Mal Gusto. Tiempo atrás, no se colocaba dentro del roscón esa fea figurita sino una haba. Y a la hora de trocearlo al final de la comida su coste corría a cargo de aquel al que le había salido la sorpresa, es decir, el fruto de esa legumbre sobre la que hay que tener mucho cuidado en su consumo. Era, por decirlo de alguna manera, una ruleta rusa culinaria de efectos letales para el bolsillo. El poseedor de semejante regalito se convertía en el “tonto del haba” (pronúnciese tontolaba), cuyo “título oficial” estaba en vigor hasta el año siguiente. Por cierto, hay que tener cuidado, como decía, con ciertas variedades de habas, ya que su consumo continuado provoca una afección llamada fabismo, parecida al latirismo que produce el consumo de almorta, aquellas gachas manchegas que en forma de harina se consumían en la posguerra (entre 1941 y 1943) para matar la hambruna y que produjeron muchas parálisis espásticas cerebrales. En consecuencia, si en casa o en el restaurante ofrecen roscón de postre, bueno será mirar detenidamente su perímetro por si apareciese un pequeño desnivel sospechoso en su masa. En el caso de descubrirlo, mejor será pedir una naranja.

martes, 28 de enero de 2020

En busca de lo obsoleto



Aquí todo vale. Ahora resulta que se va a subastar la última pajita de plástico de la empresa McDonald’s metida dentro de un cuadro. Las pajitas de plástico dejarán de usarse en esos establecimientos de comida rápida el próximo 24 de febrero. De ahí su valor simbólico. Será cuestión de rebuscar en cajones de cocina y desvanes por ver si aparecen esos adminículos culinarios que ya son historia. Por ejemplo, aquellas llaves con ranura incorporada para abrir latas de conserva; los viejos sifones de cristal tan peligrosos si no llevaban forro; las arcaicas botellas de coca-cola con el nombre estampado en el vidrio; las ruedecillas con borde zigzagueante  y mango para sellar empanadillas; las viejas máquinas caseras de capolar provistas de manubrio; las cajas de cerillas; los coladores de café de puchero en forma de capirote; las tarteras de barro; el almirez de cobre; el molinillo de café con manivela; la marmita de hierro estañado; o el peso heredado de la madre de la bisabuela, que no tenía como unidad el gramo, donde resulta que al pesar kilo y medio de harina nos vemos obligados a tener que consultar la “Aritmética razonada”, de José Dalmau Carles (de texto en las escuelas Normales y de Comercio por R.O. de 11 de febrero de 1897), etcétera, donde compruebo que en Zaragoza, que es donde resido, el quintal equivalía a 4 arrobas; la arroba, 36 libras; la libra, 12 onzas; la onza, 4 cuartos; y el cuarto, 4 adarmes. En el resto de España, los pesos y medidas cambiaban según la provincia. Vamos, un lío. Menos mal que yo sigo conservando un ejemplar de aquella “Aritmética razonada” que adquirí en una librería de Bilbao en 1966, por recomendación de mi abuelo materno, que sabía mucho de cuentas.

El baúl de los recuerdos



 El 4 de noviembre de 1944 llegaba a Terrer un nuevo médico licenciado en Valladolid dispuesto a prestar sus servicios en La Compañía de Alcoholes, S.A. Tenía entonces 28 años y era soltero. Estoy refiriéndome a mi padre. El trabajo se lo había ofrecido don Benito Lewin Auser, amigo de mi abuelo materno y por aquellos días jefe del servicio de Caja del Banco de España en la sucursal de Santander. Ahora, leyendo viejas crónicas de El Regional, periódico bilbilitano, descubro que justo 28 años antes, el 4 de noviembre de 1916, se inauguraba una alcoholera en Terrer de esa sociedad bilbaína inicialmente establecida en Lamiaco y que dos años más tarde se convertiría en Azucarera hasta su cierre a comienzos de los años 70. La Compañía de Alcoholes había sido absorbida en 1928 por la Azucarera del Ebro y un año más tarde, en 1929, se constituyó la firma Ebro, compañía de Azúcares y Alcoholes, S.A., con domicilio social en Madrid. Veamos ahora lo que señalaba aquella crónica el 4 de noviembre de 1916:
Inauguración de la Alcoholera de Terrer
 Invitados por el señor Gerente de la Compañía
de Alcoholes, S. A, Bilbao, don Benito Lewin y Auser, a la bendición
de la fábrica que dicha Sociedad ha construido, en Terrer, a la hora
señalada partimos en tres coches, los señores alcalde ejerciente
don Francisco Lafuente, concejales don José Domínguez, don Constantino Fuentes don Santos Gómez y Secretario señor Ibáñez; señor
Teniente Coronel, Comandantes señores Moliner y Meléndez; señores
Blas (don Andrés, don Pascual y don Juan); señores Urzáiz, Zaro,
Ramírez, Ostáriz (don Manuel, Antonio y Augusto) Cobos, Cherráil,
López Landa, Vidal, Clemente, Rancaño, Malo y otros, siendo recibidos
a la entrada del pueblo por el señor Director de la fábrica
al volteo de las campanas y acordes de la música, encontrando al
pueblo de Terrer como en los días de mayor fiesta y a las nubes
descargando un aguacero bastante para refrescar un poco a los expedicionarios. Trasladados desde la plaza del pueblo a la fábrica, a la cabeza la banda de música y seguidos las autoridades del pueblo, el vecindario en masa y los invitados al acto, a la entrada de la fábrica se había levantado un bonito arco y muchos gallardetes, y adosado a uno de los departamentos, un altar realzado por un hermoso
cuadro de la Virgen del Pilar, cuya advocación y patrocinio acoge la
nueva fábrica. Después de visitar todos los departamentos de la nueva  alcoholera, movida por tres hermosos generadores que ponen en acción
a la complicada y bien combinada maquinaria, en amplios departamentos
y montada con todos los adelantos de la moderna y progreso
industrial, efectuó la bendición, oficiando el acto el M. I. señor Vicario
General, don Valentín Mateo, ayudado por el párroco don Lino Matute
y el coadjuntor don Juan Tomás. Dichas las preces de ritual ante el
improvisado altar, fueron recorriendo todos los departamentos para
llevar la santa bendición, acompañados los sacerdotes por el señor
Director, Alcalde del pueblo y Juez municipal (...).

En la actualidad, parte de aquella factoría se destina a la destilación de bebidas alcohólicas bajo la firma  Bodegas Valdepablo. Quizás el vinatero Ángel Luis Pablo Uriol no sepa  que junto a la base de la chimenea se puso la primera piedra. Me lo contó  hace muchos años un trabajador de la desparecida azucarera que asistió con curiosidad  de niño a aquellos actos inaugurales de 1916. Aquí dejo constancia de ello.