viernes, 31 de mayo de 2013

Mudos, sordos y ciegos




Ya se conoce que el juez Ruz ha recibido de Hacienda un informe en el que se le comunica que la ministra  Ana Mato y su entonces marido Jesús Sepúlveda, exalcalde de Pozuelo de Alarcón, recibieron “parte del viaje de a Disneyland París en 1998, asumido por Gürtel. “Ese ‘regalo’, como lo denomina la Agencia Tributaria, tuvo un valor de, ‘al menos’, 3.635 francos franceses de la época”, para hacer un viaje a Disneyland París y que pagó Correa, siendo ella  diputada nacional por el PP, y que “también viajó gratis total gracias a las dádivas de Correa a Dublín en 1999”. Pero Ana Mato ha señalado a los medios que ella no estaba enterada de nada. Este es un país de sordos, ciegos y mudos. Me viene a la cabeza cuál es el colmo de los colmos, o sea, que un mudo le diga a un sordo que un ciego le está espiando. Aquí, según parece, el sordo es Rajoy, que no quiere enterarse de lo que sucede a su alrededor; la muda es Mato, que no tiene el arranque necesario como para pedir su dimisión irrevocable en el Ministerio de Sanidad una vez conocido el informe de Hacienda; y el ciego, en este caso la ciega, es De Cospedal, que se ha puesto de perfil. Todos se miran de reojo, se espían entre bambalinas y “nadie sabe nada”. Por si ello fuera poco, unos y otros se han puesto celosillos: Rubalcaba de Felipe González, ya que  el mismo día que Felipe era recibido por Rajoy en la Moncloa, Aznar aparecía en la cadena de Lara hisopo en mano, como el padre Pilón. Salarios a la baja, paro en alza e impuestos por las nubes. Es lo que hay. Y, para más inri, Felipe y Rajoy se encontraban en París el pasado martes y asistían al mismo foro sobre el empleo juvenil. Rubalcaba se sentía “puenteado”. Y Rajoy, por otro lado, se ha hecho el mudo al no saber asimilar el “efecto Aznar” y sus críticas por la manera de manejar el actual presidente del Gobierno el tema de los impuestos. Ahora Rubalcaba asegura, en un intento de aproximación al PP,  que todo está a punto para que se cree un gran pacto. Tenemos que tocar madera. El bipartidismo se está hundiendo, de acuerdo con los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas, y Rubalcaba no desea en lo que queda de legislatura tener que hacer de figurante de opereta, para terminar asumiendo el papel de músico en la cubierta del Titánic.

jueves, 30 de mayo de 2013

Un traje a medida para Adelson




Las leyes están hechas para ser respetadas y todo ciudadano que no las respeta queda automáticamente fuera de la ley. Entendido eso, recuerdo que en España existe la Ley  42/ 2010 de 30 de diciembre, que entró en vigor el 2 de enero de 2011. También recuerdo que esa ley modificaba otra de 2006. En esa nueva ley se extendía la prohibición de fumar en cualquier espacio colectivo abierto al público e incluso en algunos lugares abiertos, como hospitales, proximidad de colegios, parques infantiles, etcétera. Se exceptúa en salas habilitadas en establecimientos psiquiátricos de larga duración y en las cárceles. Pues bien, sorprende ahora que el ministro Soria sea favorable a relajar la “ley antitabaco” en los futuros casinos de Eurovegas, en Alcorcón, por el hecho de que así lo demande Sheldon Adelson. Ese sería, de producirse, el tercer cambio normativo por complacer los deseos de ese rico judío  americano al que le gustan los trajes a medida. Las dos modificaciones de leyes anteriores exigidas por ese americano estaban relacionadas con las alturas de los edificios de los casinos y con determinadas bonificaciones por creación y mantenimiento de empleo, con la exención de la cantidad que resulte de aplicar a la base imponible de la tasa un tipo del 0’1 % por cada 100 trabajadores que integren la plantilla media en cada periodo. El ministro Soria, que lo es de Industria, Energía y Turismo, respondiendo a la pregunta de un periodista dijo hay que tener “siempre muy en consideración” que se trata de una “inversión muy cuantiosa”.  Pues por esa extraña “consideración”, que a los turistas se les permita hacer en nuestro país lo que les venga en gana, “considerando” que el turismo es nuestra principal fuente de ingresos; verbigracia: orinar en las esquinas; organizar orgías hasta altas horas de la madrugada en el apartamento alquilado aunque no pueda dormir el resto de los vecinos del inmueble; fumar en los bares y restaurantes; utilizar con preferencia sobre los españoles los servicios médicos; conducir ebrios; romper botellas en medio de la calle, etcétera. Hay que pensar que “se trata de una inversión muy cuantiosa” para el Tesoro Público, ya que los datos de 2011 señalan que los turistas internacionales dejaron en nuestro país alrededor de 49.000 millones. A mi entender es lícito que un extranjero pueda montar negocios en España, siempre que éstos se adapten a la legislación vigente. Pero modificar las leyes en vigor por favorecer tales iniciativas es, además de un dislate, una falta de responsabilidad de los parlamentarios y una falta de respeto a los ciudadanos españoles que luchan cada día por intentar salir adelante. En consecuencia, si Adelson quiere poner casinos en España, nada que objetar, pero respetando las leyes vigentes en un Estado de Derecho y que deben ser iguales para todos.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Banderas evocadoras




Casi todas las semanas, alguna falla, alguien se empeña en distribuir el boletín parroquial en determinados buzones y resulta que yo soy uno de esos “agraciados” en recibirlo. Es como la propaganda habitual del súper donde se anuncian interesantes ofertas en la pescadilla y en las pastillas del lavavajillas, o del fontanero que ofrece la máxima seriedad en trabajos con o sin factura,  sólo que el boletín parroquial al que hago referencia es más selectivo en su buzoneo. Y yo hasta lo leo por enterarme en su apartado de  “movimiento parroquial” quiénes fallecen sobre los que se tiene noticia, cuándo se les hace el funeral, los bautismos, las bodas, etcétera. Lo cierto es que no conozco a ninguno de los nombrados, pero me entretiene su lectura. Pues bien, resulta que bajo el título “Aquellas viejas banderas”, un coadjutor que firma con las iniciales J.A.G.G., expone en la primera página que “nuestro querido párroco ha tenido la feliz idea de rescatar las viejas banderas de los jóvenes y adultos que integraban en otro tiempo las filas de la Acción Católica. El pasado Miércoles Santo pude verlas, limpias, hermosas y evocadoras, colocadas en la nave derecha de la iglesia”. Y tras una catarata de elogios, termina dando las gracias al actual párroco “por devolvernos los estandartes que guiaron y alimentaron nuestros ideales y sueños en aquellos benditos años”, haciendo referencia al periodo comprendido entre 1949 y 1955, que fue la etapa en la que ese coadjutor sirvió en esa parroquia. Queda claro que el coadjutor J.A.G.G. siente nostalgia de un tiempo pasado, que para él fue mejor. Bueno, vale. El caso es que hoy al leer “El País”, que no es un boletín parroquial sino un periódico serio, solvente y responsable pese a lo que diga Aznar,  me he topado de frente, como cuando un mercancías se empotra contra el expreso de Badajoz, con un artículo firmado por José María Izquierdo (“Abajo no está arriba, ni arriba está abajo”) donde su autor comenta, entre otras cosas de indudable interés, “cómo explicar con detalle el impúdico apoyo de la jerarquía católica a la mugrienta cruzada de Francisco Franco, aquel glorioso general que tras fusilar a miles de españoles entraba en las catedrales bajo palio y al que los cardenales rendían pleitesía medieval. ¡Claro que es conveniente que nuestros infantes estudien tan piadosas gestas!”, refiriéndose a la asignatura de Religión que Wert se ha empeñado en hacerla evaluable en los exámenes. Y me he acordado de las viejas banderas de Acción Católica que el ecónomo de mi parroquia ha rescatado del olvido y las ha dejado “limpias, hermosas y evocadoras” en la nave derecha de la iglesia. Pues nada, que Wert tome buena nota y disponga colocar en la fachada de los institutos de Enseñanza Secundaria esa bandera, la de Acción Católica, para que ondee al viento junto a la de España, la de Europa y la de la Comunidad Autónoma correspondiente, ahora que se intentan recristianar las costumbres de los laicos, como en el sexenio revolucionario, e instaurar el reino de Cristo una vez comprobado que el reinado de Juan Carlos no pasa por sus mejores momentos.

martes, 28 de mayo de 2013

Sobre el destino del "Fortuna"




Los  25 empresarios mallorquines pretenden, a través de una carta de Carmen Matutes, presidenta de la Fundación Turística y Cultural de Mallorca dirigida a Patrimonio, que el  yate “Fortuna” les sea devuelto y así poder revenderlo al mejor postor, alegando que se lo regalaron al Rey y no a Patrimonio. Pero de los 21 millones que costó, el Gobierno balear aportó 2’7 millones y ese dinero, que yo sepa, era de todos los ciudadanos, incluidos los mallorquines. Tal osada pretensión se me antoja fuera de lugar. Es el Consejo de Ministros el encargado ahora de tomar la decisión que considere oportuna respecto a un yate concebido para uso y disfrute de la Familia Real y a los ciudadanos nos ha costado muchísimo dinero su mantenimiento. En ese sentido, comentaba ayer Arcadi Espada lo siguiente: “El Rey es jefe del Estado y eso es lo mismo que decir que el Estado es su jefe. De ahí que la reclamación de los empresarios sea tan imprudente y peligrosa como la de cualquiera que pretenda desnudar a nuestro Rey”. José García Abad señala al respecto que tal petición de devolución “además de ser una grosería no tiene razón de ser pues como saben hasta los niños Santa Rita Rita, lo que se da no se quita”. Por cierto, en la “colecta” para el excesivo regalo, además de ciertos empresarios baleares, que no pudieron cubrir el precio total de la embarcación; y además de que la Fundación se pudiese aplicar las desgravaciones legales de hasta el 30 por ciento de la base imponible del impuesto de sociedades o de hasta el 3 por ciento del volumen de ventas, por la peregrina idea de que el regalo era una “obra cultural” ideada para promocionar el turismo hacia Mallorca, los promotores de esa “mala idea” tuvieron que recibir ayudas foráneas de determinados bancos y de diversas empresas hasta poder cubrir el monto total. El yate “Fortuna”, puesto que no cabe otra solución, debería ser vendido al mejor postor e ingresar el dinero resultante de esa venta en el Tesoro Público. De no ser así, se correría el riesgo de que pudiese ser utilizado por Rajoy por las rías gallegas, como hizo Felipe González en julio de 1985, cuando usó del “Azor” entre Lisboa y Ayamonte para pescar y hacer un crucero con su familia. El país no está para tonterías. Recuerden lo sucedido con el “Vita”, que terminó transportando en su bodega el tesoro expoliado de todos los españoles con rumbo a Veracruz por orden de Juan Negrín. Por cierto, el “Vita” nunca fue el barco de recreo de Alfonso XIII, como se ha escrito en numerosas ocasiones. Lo era el “Giralda”, que dejó de ser yate en 1918,  pasó a ser buque hidrográfico hasta 1934 y se desguazó en Sevilla en 1940.

lunes, 27 de mayo de 2013

"El Comercial"





No sé por qué, pero el “Café Comercial” de la Glorieta de Bilbao, en Madrid, me produce una cierta sensación de libertad cuando lo visito. Es uno de los pocos cafés que ya van quedando en España y, a mi entender, le gana por goleada al Café Gijón, que perdió su esplín el día que murió Alfonso, el cerillero. Pues bien, “El Comercial” ha sido el primer café que admitió que el cliente tomara una taza de café y permitiera que se pagasen dos, una por la que había consumido; y otra, como provisión de fondos para aquel que no pudiera abonarla. Y ese dinero entregado en “El Comercial” se apunta en una pizarrilla para que el recién llegado sepa de qué va la cosa. Así, si el que traspasa la puerta giratoria carece de posibles, podrá conocer de antemano si se dispone de “crédito”. En este sentido, comenta hoy el diario ABC “que un día en sus 125 años de historia también fue testigo de cómo los escritores de la Generación del 27 fiaban cafés hasta que podían pagarlos con la venta de sus artículos y novelas”. Los viejos cafés, como las viejas fondas de las estaciones de ferrocarril, eran lugares donde el cliente, en el primero de los casos, y el viajero, en el segundo, entraban y salían, se sentaban, se miraban unos a otros y  se amodorraban por el calorcillo que desprendían unas rendijas del techo y la modorra de un olor casi indescriptible. En los viejos cafés, por el soplido de la “Faema”, parecido al  de aquellas viejas locomotoras del “Shangay Express” (que tardaba casi dos días en hacer el recorrido entre Barcelona y La Coruña), las tazas, las cucharillas y el vaivén de las camareras (“El Comercial” fue el primer café madrileño que contó con camareras de mesas)  bandeja en mano y con deseos de agradar. En las salas de espera de estación, por aquel tufillo mezcla de silbidos, barnices y lampistería. Los viejos cafés eran carruseles de feria en los que la puerta giratoria cumplía un papel fundamental. Se entraba y se salía sin permitir hacer paradas intermedias. Fuera, la calle con toda su vorágine. Dentro, el descanso del traqueteo, como cuando aquel Shangay Espress de nuestra infancia paraba en Venta de Baños más tiempo del necesario.

domingo, 26 de mayo de 2013

La mangarriega




Estos días, el Cuerpo de Bomberos de Zaragoza celebra el sexquicentenario de su fundación. Con tal motivo, hoy domingo, 26 de mayo, se celebra una jornada de puertas abiertas a todos los ciudadanos en el Parque de Bomberos número 1, de la calle Valle de Broto. Sirva este modesto relato como homenaje a un grupo de hombres sacrificados que en demasiadas ocasiones arriesgaron sus propias vidas por salvar la vida de los demás.


     Baldomero Pitarque era un modesto funcionario municipal que vivía en el sexto piso del populoso barrio de Las Delicias, entre el “bar Pepín” y una tienda de electrodomésticos. Baldomero se sentía a plena satisfacción en aquel entorno urbano donde había más tiendas por metro cuadrado, y más bares, y más personas de parecido poder adquisitivo al suyo. Noviembre se le antojaba como un mes desesperante, con nieblas que no levantaban, con un cierzo capaz de hacer doblar los cadáveres y con más noche que día. A Baldomero le gustaba fumar en cachimba, leer novelas de Maigret, avivar el brasero de la mesa camilla y acostarse temprano. Odiaba la televisión desde que desaparecieron sus dos programas favoritos: “La clave” y “La mansión de los Plaf”.
             Aquella mañana entonó con fluidez “E lucevan le stelle”, al tiempo que unas lágrimas espesas le caían por las mejillas de la misma manera que nacen las libélulas,  con sufrimiento deseado.  Por la tarde, tras dar un paseo Baldomero regresó a casa, no sin antes haber tomado unos chatos de vino en La Champiñonera, servidos por Larry, amigo además de camarero. Después llamó a la puerta y salió a abrirle su mujer, Margarita, pícnica, pazguata y cariñosa. Cenaron lo de costumbre, sopa Juliana y tortilla de espárragos trigueros. En la calle se desplomaba la oscuridad y la niebla se densaba como el yeso.
            Margarita había colocado sobre el mármol de la mesa de cocina varias lamparillas, una por cada pariente fallecido y otra por algo que ella entendía que había sido un hijo malogrado, pero que, según versión de los galenos, no pasó de ser un coletazo menopáusico en forma de cuajarón sanguinolento.  Como cada noche, se acostaron temprano. Margarita inició unas interminables, lúdicas, surrealistas y estremecedoras oraciones, a partes iguales entre jaculatorias, rezos y suspiros.  Baldomero, mucho más pragmático, se dispuso a leer a Maigret. Ya estaba casi al final de “Maigret a pensión”, donde el inspector Lucas toma nota de la señorita Clément. Pero la tranquilidad quedó rota por algo que parecía insólito.
            Todo comenzó cuando unos raros ruidos llamaron la atención de Baldomero. Cesaron pronto. Éste se levantó y dio una vuelta por toda la casa. El  orden era perfecto. Volvió a acostarse. Al poco, cuando se enfrascaba en la lectura, notó como si alguien diese unos toques en el cristal de la ventana. Siguió leyendo sin inmutarse. Pero aquellos golpecitos continuaban y Baldomero comenzó a inquietarse. Mientras, Margarita, con tapones de silicona en sus oídos, permanecía ajena a lo que pudiera suceder. Movía los labios en sus rezos y producía unos leves silbidos lindantes en lo patológico. Baldomero se levantó y abrió la ventana.  Delante de su vista se presentaba una especie de aparición fatal.  Contuvo la respiración y se puso muy pálido sin poder contener una risita histérica. Allí estaba inmóvil un bombero sentado en un travesaño de su escalera y sujetando la mangarriega con expresión sosegada y los ojos como chiribitas. Baldomero, de un respingo, cerró la ventana y volvió a la cama. Se quedó pensativo. Dio un codazo a Margarita, que ahora miraba al techo como en trance mientras decía a grito pelado “Señor, ten piedad de mí”.
            --¡Ay, Baldo, ¿puede saberse qué te pasa?
            -- No lo sé. Oye, Marga, dímelo en serio, ¿tú crees en la resurrección de la carne?
            --¡Claro que sí! ¿Acaso lo pones en duda?
            A Baldomero le pareció que aquel hombre que acababa de ver en la ventana lucía uniforme militar y casco prusiano.  Pensó que   podría tratarse de la reencarnación de Francisco José. Echó a correr hasta el salón sin ponerse las zapatillas, buscó un microsurco, subió el tono y pinchó el “Vals del Emperador”, luego se sentó en la cama e imaginó un paisaje tirolés donde un coro de individuos sonrosados y gordos lanzaba gorgoritos. Brincó. Se armó de valor y volvió a abrir la ventana. Aquel hombre seguía sentado en un peldaño de la escalera. Baldomero aspaba los brazos como dirigiendo una imaginaria orquesta. Miraba al exterior y  sonreía, consciente de que en un instante de evaporaría tan rara aparición fantasmal. Margarita, que había vuelto la cabeza hacia el lado de la ventana, lanzó un espantoso alarido que dejó a Baldomero patidifuso. Ésta metió la cabeza bajo las sábanas y comenzó a rezar la “Recomendación del alma” con voz entrecortada y presa de un severo ataque de nervios.
            Baldomero volvió al salón, se sirvió medio vaso de “Ballantines”, regresó a la ventana y se lo tomó de un trago delante del aparecido, como inyectándose coraje en vena. La abrió de par en par, estrechó la mano al advenedizo y le invitó a entrar en su casa.
           --Majestad, aquí tenéis vos vuestra humilde mansión. Es para mi mujer y para mí un honor que su majestad serenísima transmigre su alma hasta Zaragoza y que encuentre la paz definitiva junto a Sissi. ¿Prefiere escuchar “Danubio Azul”?  También lo tengo. Espere...
           --Bueno, aunque me gusta más escuchar a Tonino Carotone. No hay nada mejor que lo italiano, su música, los coches, las pizzas, las mujeres… Sí, las mujeres también. ¿Ha visto “El gatopardo”? Yo cinco veces, y no me canso. ¡Qué valses, qué trajes, qué maravilla!     
Baldomero corrió hacia el salón, cambió la música, se sirvió otro güisqui y en el pasillo se dio cuenta de que el fantasma del Emperador había hablado. Camino de la cama se frenó en seco. Volvió a asomarse por la ventana. Aquel hombre seguía inmóvil.  Su mujer cantaba el “Pange lingua” con la cabeza bajo la sábana. Sacaba de vez en cuando una mano y hacía la señal de la cruz. Luego volvía a esconderla bajo las sábanas.
           Para entonces Baldomero se había calmado. Abrió las dos hojas de la ventana y descubrió que se trataba de un bombero. Le saludó y le invitó a entrar.
            --Vengo por lo del incendio.
            --No le comprendo… ¡Explíquese!
            Baldomero pensó en las lamparillas de la cocina, pero observó que no salía humo. Estaba hecho un lío.
            --Mejor será que miremos por toda la casa. ¡Qué raro!
            --Y que lo diga. Ya sabe que el mundo anda muy devorado.
            A Baldomero le temblaba ligeramente la voz. Desde la ventana podía contemplarse una larga escala móvil que llegaba justo hasta su piso. Se le ocurrió que sería una pesadilla de mal fario,  como cuando soñó que se le venía encima el alicatado  del baño y se pasó toda la noche sujetando la pared. El bombero permanecía en la ventana con las piernas hacia el abismo y liando un cigarro de “ideales” mientras sus ojos se habían clavado en una litografía de Botticelli. Encendió el canuto, guardó el “zippo” y penetró en la alcoba con cara de suela de zapato.
            --Con el permiso de la señora.
            --Pase y verifique--, le espetó Baldomero.
            Margarita, que ya había sacado la cabeza de debajo de las sábanas, miró al bombero y se volvió a tapar entre gritos angustiosos y con la sangre cuajada.
            --No haga caso, amigo. Son histerismos. El climaterio, ya sabe…
            Baldomero se puso el batín y las babuchas de piel de cabra e invitó al bombero a pasar a la sala. Se relajaron frente a un espejo colonial que les hacía más rechonchos, tomaron asiento en el tresillo y se dispusieron a darle al güisqui.
            --Nada, ha sido una falsa alarma.--, aseveró el bombero a Baldomero mientras encendía un cigarro “La flor de Cano” de mucha vitola.
         --Sí, eso parece. Pero será mejor que apaguemos las lamparillas de la cocina--, dijo Baldomero mientras se atusaba el pelo y soltaba maroma a una pícara sonrisa de ratón.
            --¿Hace otro güisquito?
            --Sí, hace.
            --También lo tengo americano. Allí le dicen wiskey. Como son tan mal hablados… Pero a mí me encanta el “Ballantines”, tiene como más brío en el paladar. ¿Y a usted?
            --Hombre, según se mire.
            --¡Según se mire, qué!
            --Pues no sabría decirle...
            --¡Ah!
            De la alcoba salían unos gemidos ininteligibles. Margarita soltaba al aire todo el amplio espectro del santoral, haciendo hincapié en san Judas Tadeo y san Francisco de Asís, por coincidir con la fecha en la que el padre de Margarita, bombero honorario, murió aplastado por un camión de sifones en Tocina, cerca de Sevilla, cuando se disponía a asistir a una convención de jugadores de tute habanero en San Juan de Aznalfarache. Todo Munébrega asistió a su entierro, donde ella conoció a Baldomero y con el que se carteó mientras él estuvo ausente, ayudándose del adminículo “Consultor de los amantes”, donde en un extenso sumario se enumeraban el amor, la hermosura, la higiene del tocador, el beso, el matrimonio, las probabilidades de casamiento para la joven, el lenguaje del abanico, el lenguaje del pañuelo y el lenguaje de las flores, además de un amplio rol de modelos de cartas amorosas.
            --Me llamo Cirilo Poblador, para servirle.
            --Yo, Baldomero Pitarque. Mucho gusto en conocerle.
            Después de un fuerte apretón de manos, Baldomero invitó a Cirilo a una copita de ratafía, fabricada con esmero en Casa Esteve, en Calatayud.
            --También fabrican licor “Monasterio de Piedra” y anís “La Dolores”.  El anís es un poco dulzón y el licor lo encuentro como áspero. ¿Conoce usted Calatayud?
--Puede... Tampoco sabría decirle.
Cirilo sentía grandes deseos de ponerse el batín y las babuchas de Baldomero. En un arrebato le propuso intercambiar la ropa. A Baldomero no le importó, sino todo lo contrario. Le encandilaban los uniformes de lo que fuere después de haber visto cinco veces “El gatopardo”. De hecho, tenía una gorra de factor de circulación, un tricornio de correría con cogotera y barbuquejo, una teja de cura y una montera que presumía haber pertenecido a Gitanillo de Ricla, es decir, a Braulio Lausín. Ahora estaba en el buen camino para tratar de conseguir una visera de ciclista de Ventura Díaz. Ya le había escrito a Camargo.
            --¿Y Camargo? ¿Conoce usted Camargo?
            --Pchsss... No sé, no le diría que no.
        Con la mayor naturalidad del mundo se intercambiaron la vestimenta frente al espejo con orla de palosanto, brindaron con alegría y chocaron las copas, que ahora eran de “Peñascaró”. A Margarita no había forma de hacerle callar.
            --Yo le daría a su mujer un “Valium 5”. Funciona.
            --Espere... No tengo. ¿Si le pudiese servir un supositorio de “pulmonilo C”?
            --No, eso no, que luego se va de vareta y pone las sábanas perdidas.
           Finalmente optaron por cerrar la puerta del salón y por poner en el plato del giradiscos el Preludio de “El Tambor de granaderos”, de Ruperto Chapí.
            --¿Y si la ahogásemos?
--No sea animal, Cirilo.
        Sonó con insistencia el timbre de la puerta, coincidiendo con el momento en el que Baldomero saludaba con marcialidad a su doble reflejado en el rechoncho espejo. Y también en el instante en el que Cirilo, repantingado en un sillón de orejas hojeaba la novelita “El círculo vicioso”, de José Francés. Proseguían los timbrazos con insistencia, Margarita se encomendaba al beato Valentín de Berrio-Ochoa y Baldomero había marchado a toda máquina al cuarto de baño por un apretón, para exonerar el vientre.
            --¡Ya va, ya va, un poco de paciencia!-- gritó Baldomero desde el otro lado de la puerta del aseo con la voz sensiblemente forzada.
            Abrió Cirilo.  Al otro lado, había un hombrecillo de ojos saltones y barba de dos días, en zapatillas morunas repujadas y pijama color lila estampado con ramas de cucurbitáceas. Daba pequeños brincos. Pedía socorro con voz aflautada, agarrándose con fuerza el batín de Baldomero, que ahora portaba con elegancia Cirilo. Pretendía sacar a éste hasta el rellano de la escalera.
            --¡Baldomero, que se me lleva!
       Apareció Baldomero sujetándose los pantalones en un intento desesperado por atajar semejante rifirrafe.
            --¡Esto es un atropello! ¡Déjelo, o llamo a la policía!
   Pero aquel sietemesino, muy asustado y quebradizo, se echó en brazos de Baldomero y le conminó con voz dulce y una lógica aplastante a que fuese a su casa, en el piso de superior.
            --Yo... ¿a su casa?...  ¡Ah, no, no!  El que debe subir es el señor del batín, que para eso le pagan.
            --¡Pero el bombero es usted!
            --No, yo soy su vecino. ¿Acaso no me reconoce?
            --No sé quién es usted ni me importa. ¡Que le pego, leche!
      Baldomero se refugió detrás de un biombo chino ante los ataques a base de collejas que le proporcionaba el vecino en el colodrillo.
            --¡Ay... ay, que me mata! ¡Ya voy, ya voy... pero es que yo...!
            --¡Usted, qué!
            -- Yo..., nada, nada.
            --¿Entonces, a qué espera? ¡Proceda!
          Amanecía y los primeros coches rodaban por el asfalto. Un tímido rayo de luz penetró por una rendija de la ventana. Sonó el despertador. Margarita dio un codazo a Baldomero para que dejara de roncar y se levantase de la cama. Todo había sido una pesadilla y era necesario marchar al tajo sin más contemplaciones.                                                          







sábado, 25 de mayo de 2013

Gallardón se equivoca




Martín Prieto, en “La Razón”, refiriéndose al “nasciturus” que el Gobierno Rajoy lleva dentro de la tripa en lo que respecta a la  futura “ley Gallardón” sobre el aborto, hace referencia a Elena Valenciano con su acostumbrada mala baba: “La prócer Valenciano ha dicho en Cortes -se refiere al Congreso de los Diputados, no a Cortes de Navarra- que ni una mayoría total impediría a las mujeres su derecho a decidir”. Pues bien, lo que parece algo aceptado en Europa, donde España pertenece por derecho, a Martín Prieto se le antoja  surrealista, al comentar a renglón seguido que “la Valenciano ha pitado por sobrecarga de cociente intelectual”. Martín Prieto, a mi entender, puede pensar y escribir lo que le venga en gana, ¡faltaría más!, pero también debería ser sensible con el sentir de la mayoría de mujeres, dueñas de su cuerpo, de su libertad y de su destino. Ya sabemos que para la Iglesia Católica  “quien procura un aborto, si éste se produce, incurre en excomunión “latae sententiae” (canon 1398), tal y como sucede por ejemplo con la apostasía, la herejía o el cisma (canon 1364),  la violación directa del sacramento de la confesión por un sacerdote (canon 1388), etcétera. Pero si consideramos que España es un Estado aconfesional, como consta  en la Constitución en su artículo 16.3, el Gobierno debería dejar el tema del aborto como ya está establecido y aceptado por la mayoría de los ciudadanos. Intentar hacer modificaciones mediante un nuevo proyecto de ley como pretende el ministro de Justicia, aprovechando la mayoría absoluta  del Partido Popular en la Cámara Baja y sólo por contentar a la Conferencia Episcopal, como ya ha hecho Wert en Educación,  ha generado críticas dentro y fuera de su partido. Unas críticas que ya han obligado a Gallardón a replantearse esa reforma. De momento ya ha explicado que se podrá abortar si hay riesgo psicológico para la mujer, asunto que ni se lo planteaba. También, que no habrá reproches legales por abortar. Como digo, ya empieza a recular como un boxeador “grogui”, por decirlo en la jerga criolla. Con la que está cayendo en este país, que es tremenda tanto para las instituciones del Estado como para los sufrientes ciudadanos, no termino de comprender cómo Gallardón se dedica, sin que los ciudadanos lo demanden, a echar gasolina al incendio social. Eso sólo se le ocurre a un “iluminado”. Su absurdo proceder nos recuerda a los que peinamos canas una época felizmente superada, la del nacional-catolicismo, a la que algunos intentan retrotraernos de forma vergonzosa. Aquí, que yo sepa, no hay sobrecargas de cociente intelectual de la señora Valenciano, sino una rancia derechona que nos conduce cuesta abajo y sin frenos por unos vericuetos llenos de acantilados.

viernes, 24 de mayo de 2013

Exorcismos para todos




Curioso. La petición de exorcistas en la Villa y Corte se dispara y Rouco Varela se ha visto obligado a nombrar ocho representantes de la Iglesia con poderes bastantes como para sacar al demonio de los cuerpos. Las posesiones demoníacas, las influencias maléficas, la magia negra, el influjo nefasto de las echadoras de cartas, el presunto mal de ojo que le ha puesto en la pantalla de plasma Aznar a Rajoy y ese tipo de zarandajas mefistofélicas está más vivo que nunca en la capital de España. Yo no sé si los íncubos o los súcubos mantienen relaciones con las víctimas mientas éstas duermen. Ahora voy comprendiendo el porqué de que, por ejemplo, el presidente de las Cortes Valencianas, Juan Cotino, lo primero que hizo al ser nombrado para el cargo fuese ordenar colocar en la mesa de la Cámara regional un crucifijo que hasta entonces se guardaba en el despacho del anterior presidente. Le faltó colocar a su lado un trocito de madera de roble. Los Arios mazdeístas tocaban madera para ponerse bajo la protección de Atar, genio del fuego. Los indios norteamericanos, y también los griegos, sabían que el roble era atacado con frecuencia por el rayo durante las tormentas y ambas culturas entendieron que esa era la casa de Dios. Juan Cotino, como digo, prefirió colocar el crucifijo al trozo de madera de roble, que es más pagano, por tratar de disipar los espectros de Nóos, de Terra Mítica y toda la metástasis valenciana de la trama Gürtel, así como las malas sombras que persiguen con su negro capuz a Zaplana, Camps, Fabra y Barberá. También, para intentar aplacar en la medida de lo posible a la mosca cojonera, o sea, al  portavoz socialista Joan Calabuig, que ya se está convirtiendo en tábano. Cotino, miembro del Opus Dei, posiblemente sepa mucho sobre la vida de los santos y que san Trifón tuvo poderes para amansar basiliscos con la mirada. Pero ahora lo que se impone, al menos en Madrid, es la creación del Cuerpo de Exorcistas, que es como el Cuerpo de Bomberos pero con la manguera de agua bendita dirigida hacia las llamas infernales. Rouco Varela, que ya ha conseguido que la asignatura de Religión puntúe en los exámenes tras la  séptima reforma, el Séptimo de Caballería de Wert, pretende ahora que el obispo auxiliar de Madrid, César Franco, sea el coordinador de un cursillo acelerado para sacerdotes sobre el exorcismo, auxiliados por un equipo de psiquiatras todavía sin cuantificar. Es una pena que se muriese el padre Pilón, el jesuita que más sabía sobre fenómenos paranormales, como lo demostró en el palacio de Linares o con el estudio de las caras de Bélmez de la Moraleda,  y hasta colaboró con las Fuerzas de Seguridad para buscar secuestrados o desaparecidos.

jueves, 23 de mayo de 2013

Lo que sobra y lo que falta




La Agencia Tributaria exonera a la infanta de fraude fiscal. Comenta el diario ABC que “a diferencia de su esposo, Cristina de Borbón tributó religiosamente (¿) todos sus ingresos, tanto los de su trabajo en la Fundación de La Caixa como el dinero que hasta hace meses recibía de Zarzuela como asignación por participar en actos en representación de la familia real”. Sigue diciendo que “la tesis que comparten Hacienda y Fiscalía es que sí que hubo un fraude y que éste se cometió a través de Aizoon en los ejercicios 2007 y 2008. Pero ese delito (el de rebajar el tipo impositivo por declarar como impuesto de sociedades y no por IRFP los trabajos de Urdangarin para Motorpress Iberica, Aceros Bergara, Mixta África, Pernod Ricard, Havas Sports France y Seeliger y Conde) lo cometió exclusivamente el duque”. Vale, me lo creo. Pero si ambos, Urdangarín y Borbón estaban en régimen de gananciales, ambos se beneficiaron del fraude de uno de ellos. Señores: tengo anginas y no trago. ¿Quién nombra a la Fiscalía? ¿Qué hubiese sucedido en una familia corriente? ¿Qué hubiera dicho la Agencia Tributaria en el caso de los señores de Pérez, o de Gómez? ¿Adoptarían el mismo criterio que con los duques de Palma? Seguro que no. Yo hasta pongo en duda, visto lo visto y lo que queda por ver, que España sea un Estado de Derecho. Aquí  sobran mangantes y  falta valentía.

¡QUE VIENE EL TREN!


           
Dedicado a la Asociación Bilbilitana Amigos del Ferrocarril, que estos días celebra el 150 aniversario de la inauguración de la Estación “Calatayud-Jalón”, con la colaboración del área de Cultura del Ayuntamiento. Con ese motivo ha organizado un programa de actos que se desarrollará a lo largo de todo el año y que comienza mañana viernes, 24 de mayo, con una conferencia y una exposición.


     Conservo un cuaderno de anillas donde un hermano de mi bisabuelo, con ojos de adolescente, escribió una crónica de cómo se inauguró el 12 de abril de 1863 la primera línea férrea entre Zaragoza y Madrid. Mi tío bisabuelo Jaime pasó algunos veranos de su niñez en Ricla, en casa  de unos parientes que regentaban una abacería. Le conocí muy achacoso, pero conservó una gran lucidez mental hasta casi los últimos instantes de su vida, acaecida en la tarde-noche del Viernes Santo 4 de abril de 1947,  sólo unos meses antes de que el toro “Islero” ganase un pulso a Manolete en la Plaza de Linares. En casa todos le conocíamos como tío Gile y hasta los 70 años ejerció de médico titular en Trespaderne. Siendo yo un mocoso de pantalón corto,  en un viaje que hicimos con mi madre por carretera desde esa localidad burgalesa hasta Santander en un destartalado “Ford”, tío Gile nos relató sin escatimar detalles lo que aconteciera en Ricla el día en que rodó la primera locomotora de vapor arrastrando coches de viajeros.  Nos contó que aquella mañana del 12 de abril Ricla amaneció con tiempo desapacible. Desde la madrugada anterior se habían congregado alrededor de la recién construida Estación de la “Compañía de los Caminos de Hierro de Madrid, Zaragoza y Alicante” los vecinos de todos los pueblos de la vega del Jalón, dispuestos a no perderse detalle alguno y a ser testigos directos de algo importante que iba a hacer cambiar el rumbo de la historia: la llegada del primer convoy con dirección a Madrid. La banda de música, llegada expresamente desde Aniñón, interpretaba pasacalles y fragmentos de zarzuelas. En los limpios andenes, la chiquillería foránea correteaba portando banderitas españolas y las comadres intentaban en vano que sus hijos dejasen de brincar sobre la caja de la vía.
            --¡Tío Gile, mira, una golondrina!
            --No interrumpas, o no te lo cuento.
        Un pelotón, al mando del sargento Mistral, al que todos conocían en el pueblo como Pachurrín, añadía colorido y un toque de seriedad a semejante desmadre. No sucedía lo mismo con los escolares. Don Cirilo, el pobre y achacoso maestro, que había recibido del Alcalde el encargo de dar la bienvenida a las autoridades, tomó la precaución de atar a los niños de su escuela por la cintura con una larga soga. Éstos, los escolares, iban provistos de un cuadernillo y dispuestos a entonar a coro los gongorinos versos “La más bella niña”, a los que había puesto música doña Adela, su mujer, tras cargantes ensayos en insufribles horas de recreo. Doña Adela, que era la encargada de modelar la voz a las niñas que formaban el coro parroquial, había ganado un reciente concurso de blonda de bolillos y las malas lenguas pregonaban que se las entendía con Gallofa, un galopín de diligencias de Calatayud.
          --Gile, ¡por Dios, que lo oye el niño!--interrumpió mi madre. Tío Gile miró por el retrovisor, se disculpó y comprendió que era necesario meter tijera en la crónica.
           --Bueno, ¿sigo?
           --Sí, tío.
        Y tío Gile nos aclaró que don Cirilo repasaba en el andén un largo discurso en el que había rumbosos elogios hacia las figuras del marqués de Salamanca, de Espartero y de la reina Isabel. Pero no corrían buenos tiempos en la política española. La Reina se había puesto fondona tras el parto de la infanta Pilar; Espartero estaba viejo y retirado en Logroño; O’Donnell trataba de sobrevivir en un nuevo Gobierno junto a un soberbio Serrano, que dejaba la Capitanía General de Cuba para hacerse cargo del Ministerio de Estado; Juan Prim abrigaba la esperanza de alzarse con el poder desde que la Reina se lo prometiera si lograba hacerse con la jefatura del progresismo tras desbancar a Olózaga; y el marqués de Salamanca se arruinaba hoy con la misma habilidad que se enriquecería mañana. En los círculos literarios se comentaba por aquellos días el último éxito de Víctor Hugo, “Los miserables”, y la última novela de Julio Verne, “Cinco semanas en globo”. Mesonero Romanos concluía su serie “Tipos y caracteres” y Rosalía Castro publicaba sus “Cartas gallegas”.
          --Tío Gile, mira, una iglesia con nido de cigüeñas.
          --Sí, hay muchos por aquí. Ya no sé por dónde iba... Ah, sí. Como en un alunizaje, bajaron del convoy unos extraños personajes de brillantes chisteras, damas con miriñaque, hombres con monos, gafas de motorista y acharoladas gorras viseras. Se trataba de ministros, ingenieros, maquinistas y directores generales del “MZA”. Tras los saludos de rigor esperaron a que don Cirilo hiciera su alocución y los niños cantaran lo ensayado. Don Cirilo rogó a la banda de música que cesase en la interpretación de la “jota mandilona”, se hizo un silencio sólo roto por los suspiros de doña Adela y éste soltó una prédica a brazo partido. Pero lo que parecía una pausada alocución preñada de puntillosas precisiones pedagógicas, se iría trocando paulatinamente en algo que más bien podría ser calificado como de panegírico político de la más baja estofa. Los ojos se le salían de sus órbitas, enrojecía, sudaba tinta, accionaba con las manos pequeñas de tahúr de cuchitril, se levantaba de puntillas, daba pequeños saltitos y babeaba espumajoso al referirse al marqués de Salamanca. Y así, en pleno histerismo locuaz y como se diera cuenta de que uno de sus alumnos, Luisillo, trataba de imitarle como un mono en todas sus amaneradas gesticulaciones ante las carcajadas del respetable público, don Cirilo se vio en la ineludible obligación de soltarle un soplamocos sin perder comba, es decir, haciendo hilo con el discurso y sin menoscabo de las buenas composturas. Lauro Chopé, más conocido como Golondrina, se había apostado la víspera nada menos que ciento veintiún reales de vellón, que era el importe exacto del billete entre Ricla y la madrileña Estación de Atocha, a que podría correr más que la locomotora durante los primeros quinientos metros. Don Rodolfo, el boticario, constituido en su rival, mantenía la tesis de que aquello era a todas luces imposible. Sentaron la apuesta en presencia de un nutrido grupo de parroquianos y también del brigada Mistral, que ofrecía las máximas garantías como depositario del envite y que ya se había hecho cargo de tan importante guita. Golondrina aparecía en zaragüelles y camisa con guirindola en el andén, delante de la banda de música que dirigía el maestro Compostela. Cerca de él estaban alineados y tiesos como ajos un rabo de autoridades, o sea, el Alcalde, Saturnino Calamadre, empuñando el bastón de mando; la Corporación en pleno; sus respectivas esposas, aliñadas con mantilla española y peineta; Luciano Baringo, juez de paz, con chistera y vara de junco de Indias; y el alguacil, Ricardo Batacán, que estrenaba uniforme de panilla verde botella y una teresiana oscura que hacía tope en sus orejas de soplillo. Detrás del numeroso grupo, don Rodolfo; mosen Narciso, que se había alindongado con roquete, estola y bonete de cuatro picos; un monaguillo que sostenía el hisopo; el terrateniente Rosario Tofé, que financiaba y lanzaba la pirotecnia en las fiestas importantes; don Paco, el médico; don Elías Tabernero, secretario de Administración Local; y Lino Cordón, barbero, sacamuelas y algebrista.
            --No corras tanto, Gile, por Dios…
            --Sí.
Rosario Tofé, a quien todos conocían como Rosarito, había aprendido el oficio de un compadre suyo que vivía en Torrente, cerca de Valencia, y que se dedicaba al comercio de la naranja zajarí, de la tangerina, del albérchigo moniquí y de la bergamota al por mayor y al detall. Rosarito, tres años antes y con su verdadero nombre, Manuel Torío Milanés, alias Gorrindongo, había matado moros en el río Martín, entonces llamado Guad-el-Jelú, durante un ataque enemigo ordenado por Muley Abbas cuando éste servía a las órdenes del general Zavala. Guardaba con orgullo y bajo siete llaves un suelto de “La Correspondencia de España”, que entonces se editaba en el Pasaje de Matheu, junto a la Puerta del Sol, donde el soldado-periodista Pedro Antonio de Alarcón, en su “Diario de un testigo”, había hecho una breve entrevista al cabo Torío, alias Gorrindongo, en lo hondo de la trinchera. Por aquellos días de enero de 1860 la Reina había parido una infanta, María de la Concepción Francisca de Asís Luisa Antonia de Padua María Olvido Filomena Francisca de Paula y cincuenta y un nombres más, que sólo viviría un año y medio y a la que bautizó Claret y apadrinaron los duques de Montpensier. Pero al cabo Torío, alias Guarrindongo, no le gustó que la deprimida Reina, ante la amenaza de los Estados Pontificios, escribiera a Pío Nono para ofrecerle las tropas españolas cuando terminase la guerra de África. Y desertó. Con nombre falso marchó a Torrente y allí permaneció escondido en casa de su compadre. De camino hacia Zaragoza, y cuando entendió que ya se habrían olvidado de él para los restos, se cambió el nombre y se quedó a vivir en Ricla tras maridar con una lugareña, Pascuala Uriarte y Santángel, propietaria de muchas tierras de regadío y experta en la cría de la gallina de Guinea y del canario flauta. Enviudó cinco meses después por una epidemia de cólera morbo y, desde entonces, Rosarito vivía de las rentas, que no era poco. Siempre que podía evitaba entablar conversación con el brigada Mistral por temor a poder ser reconocido por éste, capturado y conducido al castillo militar de Mahón. Rosarito, a quien la línea férrea le había expropiado doce hanegadas de la mejor tierra de labor, cuando no tiraba cohetería durante las fiestas patronales de julio en honor de Santa María Magdalena, se entretenía en sus campos dedicado a matar el tiempo cazando pájaros al espartillo y criando aves de corral.
            Don Rodolfo había estado desde el punto de la mañana achuchando a Golondrina. Le gritaba que iba a pillar un pasmo, o unas tercianas, y que, en el caso de que ganase la apuesta, habría luego que gastarse los ciento veintiún reales en fórmulas magistrales, con lo que el dinero volvería a sus manos por activa o por pasiva. Y se lo repetía también a mosen Narciso, que había apostado por el boticario, que era más letrado, al tiempo que el monaguillo, hisopo en mano, se salía de la formación y rompía el protocolo para poder cumplir su sueño de subirse a la locomotora “Fives-Lille 030”, aprovechando que don Cirilo se despepitaba en su perorata interminable, y que el Alcalde estrechaba las manos de los ingenieros franceses Lemasón y Difevre y del maquinista, señor Español. La banda de música de Aniñón interpretaba un pasodoble, la chiquillería se mezclaba con los viajeros y el gentío animaba a Golondrina a vestirse, considerando que el convoy estaría parado varias horas en la Estación. La apuesta quedaría postergada hasta que el tren arrancase de nuevo camino de Madrid. Las autoridades municipales, el brigada Mistral, alias Pachurrín, los ingenieros, el maquinista de la locomotora, mosen Narciso, don Cirilo, que ya había desatado y dado rienda suelta a la chiquillería, don Paco, don Rodolfo y el secretario del Ayuntamiento, pasaron al despacho del Jefe de la Estación, don Fausto Cañete Moscardó. La banda de música continuaba en el andén, Rosarito había marchado a la plaza para proseguir detonando bombas reales de reclamo, Ricardo Batacán, el alguacil, descansaba sentado bajo la campanilla, doña Adela, que había ayudado en la fabricación de la repostería, se disponía a servir el vino de honor a las fuerzas vivas junto con doña María, la esposa del Jefe, y el pelotón de guardias civiles topaba a duras penas a un contingente de ciudadanos que intentaba colarse en las dependencias de la Estación por ver qué sucedía en el despacho de billetes.
            Y en el despacho de billetes sucedía que ambas señoras, con cierto aire misterioso, habían cerrado las contraventanas para no dejar pasar los rayos de sol y poder prender, ante la sorpresa general, las velitas hincadas en una preciosa locomotora de chocolate. El ex ministro Luján pronunció un discurso recordando a la Reina, deslucido por la brusca interrupción de don Paco, que señaló a Espartero como artífice de lo que se estaba allí celebrando. Se armó la gresca y faltó poco para que tuviera que intervenir y poner orden el brigada Pachurrín, que se aplicaba con devoción a pincharle el diente de plata meneses a unos volovanes de ensaladilla entre copa y copa de dorada mistela. Pachurrín siempre escurría el bulto mirando por la ventana y haciéndose el teniente. Varias horas más tarde el convoy silbaba y arrancaba con parsimonia camino de Calatayud.
           --Tío Gile, ¿ya llegamos?
           --Sí, en diez minutos. 
          La verdad es que tío Gile fue mucho más extenso en su narración, pero mi memoria está seriamente minada por la edad y no recuerdo todo.  Tampoco consigo acordarme en qué quedó la apuesta entre el boticario y Golondrina, aunque puede que en las hemerotecas quede algo escrito.


           


miércoles, 22 de mayo de 2013

El regreso de Aznar




Fernando Vizcaíno Casas escribió un libro que tituló “…Y al tercer año resucitó”. Pero Franco no era el ave fénix y el franquismo murió el día que los últimos procuradores en Cortes, aunque no todos, se hicieron el haraquiri en el Hemiciclo. Pero aquí y ahora el que resucita es José María Aznar y su entrevista ante las cámaras de “Antena 3” diciendo que hay que bajar los impuestos y que “nunca he rehuido mi responsabilidad ante mi conciencia, mi partido y mi país”, ha levantado ampollas en el Ejecutivo. Rajoy en la inopia, perdón, en Bruselas, no ha querido hacer comentarios. Él, erre que erre, como Paco Martínez Soria  en aquella película dirigida por José Luis Sáenz de Heredia, por cierto, primo carnal de José Antonio, donde don Rodrigo de Quesada se acerca a las oficinas del Banco Universal, pero se produce un atraco y las 257 pesetas que estaba retirando le son robadas. Aquí hace tiempo que nos han robado la cartera a todos los españoles, se han incumplido todas las promesas electorales y Rajoy, don Erre que erre, no quiere apearse del burro ni rebajar el gasto público de ninguna de las maneras. Aznar, a pesar de estar en la creencia de que el Grupo Prisa “le odia” y de “mentir denigrándole”, entiende que Rajoy “no ha utilizado la mayoría absoluta para dar respuesta a los problemas de España”.  Personalmente estoy convencido de que, si volviera a presentarse, volvería a ganar. Aznar liberalizó el suelo y se creó trabajo con el ladrillo, sí, pero ese fue el principio de aquella burbuja inmobiliaria que ahora se nos come por los pies. Y el que quiera entender, que entienda.