martes, 31 de mayo de 2016

La España indolente





Aurore Dupin, mas conocida como George Sand, en su libro Un invierno en Mallorca, (publicado en 1855) hace un perfecto retrato de cómo era la España mediterránea en 1838, aprovechando su estancia, primero en Son Vent y mas tarde en la Cartuja de Valldemosa, junto a sus hijos, Maurice y Solange, y el músico polaco Frèdéric Chopin, al que había conocido en París en 1831. Curiosamente, en su trabajo literario, hace referencia al Gran Hotel  de las Cuatro Naciones, situado en el número35 de la Rambla del Centro. En ese lugar de hospedaje estuvieron dos veces: la primera ocasión fue del 2 al 7 de noviembre de 1838, donde habían llegado en el barco Le Phénicien desde Port Vendres. De Barcelona a Mallorca lo harían en la embarcación El Mallorquín. La segunda, en el viaje de regreso, entre el 14 y el 22 de febrero de 1839. Ya en Mallorca consiguieron alquilar un piano de pésima calidad. A pesar de la dificultad que entrañaba para su trabajo, Chapín pudo componer a duras penas la mazurca Op. 41 nº 2. El nuevo piano que habían adquirido en Francia tardó en llegar. Se trataba de un Pleyel, con el que Chopin pudo completar 24 preludios, 2 polonesas, una balada y un scherzo. Para que podamos comprobar cómo funcionaban entonces los asuntos burocráticos en España, nada mejor que leer a Sand:

“Por un piano que hicimos traer de Francia, se nos exigía setecientos francos e derecho de entrada. Era casi el valor del instrumento. Quisimos devolverlo y no estaba permitido. Dejarlo en el puerto hasta nueva orden, estaba prohibido. Hacerlo entrar por otro lugar de la ciudad (nosotros vivíamos en el campo) para evitar el portazgo que es distinto que el derecho de aduanas, es contrario a las leyes. Dejarlo en la ciudad a fin de evitar los derechos de salida, que son distintos de los de entrada, no podía hacerse. Arrojarlo al mar era cuanto podíamos hacer, si es que teníamos derecho a ello. Después de quince días de negociaciones, conseguimos que en vez de salir de la ciudad por una puerta, saliera por otra, y liquidamos el asunto en unos cuatrocientos francos”.

Sand se sorprendía de que “la hospitalidad no pase de buenas palabras”. Señala:

“Hay una frase usual en Mallorca, como en toda España, que evita tener que prestar alguna cosa; consiste en ofrecerlo todo: ‘la casa y todo lo que hay en ella está a su disposición’. No se puede mirar un cuadro, tocar una tela, levantar una silla sin que se diga con perfecta amabilidad: ‘Es a la disposición de usted’, pero guárdese bien de aceptar siquiera un alfiler, pues se cometería una grosera indiscreción”. (…) “Un piso en Palma se compone de cuatro paredes absolutamente desnudas, sin puertas ni ventanas.  En la mayor parte de las casas burguesas no tienen cristaleras y cuando quieren procurarse esta comodidad, muy necesaria en invierno, hay que empezar por encargar los marcos. Cada inquilino al irse (y la gente apenas se traslada) se lleva consigo las hojas de las ventanas, las cerraduras y hasta los goznes de las puertas…”.

Del viaje de regreso a Barcelona entre una piara de cerdos mejor no hablar. En fin, el libro es fiel espejo descriptivo de la España de la indolencia en un siglo, el XIX,  donde hubo guerras civiles, regencias, magnicidios, destronamientos, abandonos del Trono y restauraciones que no sirvieron para cambiar o modernizar nada, si exceptuamos la puesta en marcha de los primeros ferrocarriles. Sirva como ejemplo de incoherencia nacional el caso de Isabel II, a la que en septiembre de 1868 se la “facturó” a Francia sin billete de vuelta. Juan Prim dijo entonces la famosa frase de “los Borbones nunca más”. Pero Prim sería asesinado en diciembre de 1870 y siete años más tarde del destronamiento, en enero de 1875, llegaba la restauración borbónica en la persona de Alfonso, hijo de la reina destronada y del coronel Federico Puig Romero, asesinado en el cuartel de San Gil en 1866, según consta en el libro de María Nieves Michavila titulado Voces desde el más allá de la historia.

lunes, 30 de mayo de 2016

San Íñigo, bilbilitano de nación





“Sábete, gran Belcebú, — que este Santo venerado — que en Oña está sepultado — era de Calatayú" (sic), sugería un demonio al príncipe en una representación escénica del siglo XVI. El jesuita Valeriano Ordóñez relata en un elogio del santo que “en una arqueta de plata y piedras preciosas se conservan en la iglesia de Oña las reliquias de  San Iñigo, el Patrono medieval de los cautivos, que enrejaron de exvotos su altar; el Patrono de Calatayud y de Oña. Su popularidad taumatúrgica le siguió durante los siglos de la Reconquista y del esplendor de España, cuando todas las familias nobles imponían a alguno de sus hijos el nombre del abad de Oña. Iñigo de Loyola se llamaba el fundador de la Compañía de Jesús y un autor de fines del siglo XVI llama al abad de Oña San Ignacio de Calatayud”. Parece ser que el 1 de junio coincide con la muerte de ese santo benedictino en 1058 y tradicionalmente Calatayud reparte entre los bilbilitanos tras la asistencia de fieles a una ofrenda religiosa por el rito mozárabe los “panes benditos”, que es costumbre secular. El 30 de mayo de 2014 se abrió el sarcófago de San Iñigo por última vez para extraer una reliquia y poder ser enviada al navarro monasterio de Leyre, al disponerse de una autorización del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, fechada en 2008. La razón de aquel envío estuvo relacionado con un documento que acredita que, cuando San Iñigo viajaba desde el monasterio de San Juan de la Peña a Oña, se detuvo en el monasterio de Leyre (Navarra) donde firmó un documento por primera vez como “Eneko, abad de Oña”. No había extracciones de reliquias del santo desde 1597, cuando algunos huesos fueron trasladados a Calatayud.  Hubo otra apertura de su sarcófago en 1865, para tener la certeza de que la invasión francesa no había destruido los restos conservados en su interior. En aquella ocasión los restos del santo fueron recogidos en un saco blanco y depositado en una arqueta de madera dentro del relicario de plata. Iñigo fue canonizado en 1163 en el sínodo de Tours, por deseo del papa Alejandro III. Todo apunta (si hacemos caso a “Vidas de los santos”, de Alban Butler) a que “alrededor del año 1010, Sancho, conde de Castilla, fundó una casa de religiosas en Oña (Burgos) y la dejó al cuidado de su hija Tigrida. Se trataba de un monasterio mixto. Poco tiempo después de su fundación, la observancia de las reglas se relajaron. El rey Sancho III el Mayor, muy preocupado por aquel lamentable estado de cosas decidió poner fin a las desviaciones en la reformada Orden de Cluny. En San Juan de la Peña,  primer monasterio que adoptó la regla reformada, hizo aquel rey un reclutamiento de monjes para reemplazar a todas las religiosas de Oña, alrededor del año 1029. Para dirigirlos, nombró a un discípulo de San Odilio, de nombre García, que murió sin haber comenzado a realizar la difícil tarea encomendada. Entonces se recurrió a Iñigo, que demostró tener capacidad para llevar a cabo la disciplina necesaria”. San Iñigo llegó a ser confesor de Sancho III. Los restos del santo, salvo las reliquias dispersas, se conservan en un camarín de finales del siglo XVI, donde en su retablo barroco existen frescos de Francisco Bayeu, cuñado de Goya.

Elogio del vino de transustanciar





Por José Luis Solanilla me entero de algo que no sabía: qué vino se utiliza en los cultos de La Seo y del Pilar y se suministra cada año al Cabildo desde hace más de treinta años. Se trata, según afirma Solanilla, de Almonac, “un vino de garnachas viejas, al que se añade un pequeño porcentaje de moscatel dulce para acentuar la sensación licorosa que ya de por sí ofrece el tinto de garnacha, con un grado alcohólico que seguramente debe superar el 15% que figura en la etiqueta”. (Heraldo de Aragón, 20/04/14). Se trata de un vino que suministra Bodegas Manuel Moneva, de Almonacid de la Sierra, incluido en la D. O. Cariñena. “Al Cabildo se le vende a granel”. (…) “En las primeras semanas de la primavera se rellenan las cubas ubicadas en las bodegas de la sacristía del Pilar. Un camión cuba aparca junto a la basílica y a través de una manguera el vino se trasiega a las barricas del templo, donde descansa por lo menos un año antes de ser subido a la sacristía, donde se rellenan las vinajeras utilizadas en las celebraciones litúrgicas. En la bodega del Pilar hay una veintena de barricas, de unos 100 litros cada una,  que guardan una consistente ‘madre’ que da más cuerpo y sabor al vino con el que se rellenan. No obstante, cada diez o doce años, las cubas se limpian de manera rotatoria”. Solanilla añade a su trabajo un certificado, que copio literal:

D. Luis Antonio Gracia Lagarda, DNI 17797588G, Canónigo, Secretario del Excmo. Cabildo Metropolitano de Zaragoza, Certifica: que, según consta en la Documentación Capitular, D. Manuel Moneva Muela, de Almonacid de la Sierra (sic) suministra, desde hace más de tres décadas, el vino de celebrar la Santa Misa a (sic) la Catedral-Basílica de Nuestra Señora del Pilar y al Santo Templo Metropolitano del (sic) Salvador (La Seo) a plena satisfacción de los celebrantes por su calidad y elaboración. Para que conste, a los efectos oportunos, expido el presente Certificado, que firmo, hago acompañar con el Vº Bº del Ilmo. Sr. Deán, y sello con el del Excmo. Cabildo Metropolitano en Zaragoza a 10 de junio de 2013. El  Secretario Capitular: ilegible. Hay en su orilla inferior izquierda un sello ovalado de color violeta que dice Cabildo Metropolitano de Zaragoza, con un escudo en su interior. En la parte superior izquierda hay un membrete que dice Cabildo Metropolitano de Zaragoza. A su izquierda, un  anagrama donde se representa un cordero coronado y lo que parecen unas banderolas. Más abajo, en la parte izquierda: Rº 452 Fº 154, con los numerales hechos a mano.

Doy por hecho de que cada archidiócesis y cada diócesis tendrán sus proveedores habituales. Hace poco, un pariente me regaló una botella de Cermeño, D.O. Toro, producido en Bodegas Covitoro, y me aseguró que era el vino con el que consagraban en la Catedral y en las iglesias de Zamora. Pero entiendo que fue una manera de enfatizar.Lo cierto es que en la diócesis de Zamora (304 parroquias) se utiliza un vino, de entre 11 y 15 grados, que se encarga a la casa De Muller, fundada en 1851 y asentada en Reus, que fue la proveedora oficial del Vaticano hasta hace pocos años. Se trata de un vino muy dulce procedente de uva garnacha que mantiene relaciones comerciales entre bodega y altar. La picaresca, sin embargo, ha jugado malas pasadas a los obispados de Castilla y León. Luis González, en El Correo de Zamora, recordaba un hecho que confirma esas pillerías: “De Muller suministraba el vino a través de Renfe. Lo embarcaban en un tren, que se detenía en distintas estaciones. Llegaba a Valladolid, y desde allí se dirigía a Zamora. Todo eso obligaba a efectuar varios transbordos. Un sacerdote, David de las Heras, comentó que e vino venía muy raro. Tenía otro sabor. Le contestamos que formulase las denuncias que considerara oportunas. Y, así, se descubrió que, en varias paradas del tren, algunas gentes rompían el lacre de las garrafas, sacaban cierta cantidad de vino, rellenaban con agua lo hurtado y volvían a cerrar y lacrar. La denuncia resultó efectiva”.

domingo, 29 de mayo de 2016

Wilgefortis no es lo que parece





Me entero de que el escultor Ricardo Flecha está esculpiendo a santa Wilgefortis yaciente, joven que según algunas tradiciones fue crucificada. En la revisión de febrero de 1969 del Libro de los Santos,  Pablo VI suprimió bastantes falsos ejemplos de virtud, hasta entonces considerados dignos de veneración en los altares. Entre ellos se encontraban santa Bárbara, san Cristóbal, san Jorge de Capadocia y santa Wilgefortis, en otros lugares llamada santa Librada. La tradición cuenta que Wilgefortis representa a una mujer barbuda crucificada. Sobre esa falsa santa existen varias leyendas. La más extendida hace referencia a que fue una de las nonellizas nacidas de un solo parto, que vivió en el siglo VIII, que era hija del rey de Portugal, prometida por su padre al rey moro de Sicilia. Pero Wilgefortis tomó el voto de castidad para evitar esa boda indeseada y pidió a Dios que la convirtiese en un ser sin atractivo sexual. Con el tiempo, a Wilgefortis le creció pelo por todo su cuerpo y el moro la rechazó. Por ese motivo, su padre la mandó crucificar. Ahora se sabe que Wilgefortis fue un caso de anorexia nerviosa avanzada, donde pueden producirse claros desequilibrios hormonales. Se la representa como una niña en el inicio de la pubertad con túnica,  barba, un pie descalzo y clavada al madero. Hay que entender que en la Edad Media era común representar a Cristo en la cruz con túnica larga, barba frondosa y corona real; práctica que desapareció a partir del siglo XI. El clásico ejemplo es una imagen del Mesías del periodo bizantino conocida como Volto Santo, de Lucca, o en una tabla policromada de 1678 existente en el Museo Municipal de Schwäbische Gmünd (Alemania). Cuando los peregrinos empezaron a difundir copias del Volto Santo en distintos puntos de Europa, la imagen ya no se reconocía como representación de Jesucristo crucificado, sino como una mujer martirizada, o sea, como Wilgefortis. De ahí la probable confusión.

sábado, 28 de mayo de 2016

Andarines para el recuerdo





Celedonio García Rodríguez es el hombre que más sabe sobre la figura de Mariano Bielsa, Chistavín, sobre las corridas de pollos por el Jiloca y sobre el pedestrismo en el Altoaragón, como quedó demostrado en sus amenos trabajos literarios. Como bien señala en un ensayo hecho al alimón con José Antonio Adell Castán, “en las provincias de Zaragoza y Teruel, igual que en el Altoaragón, las corridas de pollos eran las pruebas pedestres más conocidas que se programaban entre los festejos profanos de las fiestas patronales y de las cofradías de cada lugar”. Pero, además, existían otras variedades, como la carrera de la joya, que se disputaba en la ribera navarro-aragonesa; corridas de corderos, por el Bajo Aragón zaragozano; corridas de tortas de pan bendito, por el altiplano de Teruel, etcétera. De modo parecido, en la provincia de Guadalajara se corría la espaldilla, coincidiendo con eventos familiares; y en Cuenca, la joya (que no hay que confundir con la carrera de la joya), que se celebraba en la ribera navarro-aragonesa). Sobre andarines, se cuentan maravillas de Lorenzo Mairal Santolaria, que iba desde Santa Eulalia la Mayor hasta Zaragoza de sol a sol; de Marcelino Zamora, andarín de Casbas, que mató a un jabalí sin portar armas; y de Mariano Bielsa Latre, que venció a Achiles Bargossi, hasta entonces considerado como el mejor andarín del mundo, en la plaza de toros de La Misericordia. Hubo otros: Mariano Alcolea, del Somontano; José Jiménez, el Sevillano, de Alcalá de Gurrea, que llegó a vencer a Chistavín; Valero Nogueras, de Castejón de Monegros; Francisco Pablo, alias Nomón, de Eyerbe; Ramón Magallón, de Sasa del Abadiano; el tío Lacruz y  Domingo Gurría, ambos de Ansó; Mariano, de Bentué, de Rasal; el Zurdo, de Siétamo; etcétera. Pero nadie, que yo sepa, recuerda al alcañizano Antonio Molías Romero, alias Cabañas, salvo Armando Galán Royo, que le hizo un elogio funeral a su fallecimiento, el 20 de octubre de 1994, desde las páginas de Diario de Teruel. Antonio Molías, pastor de profesión, sabía, además, donde había restos de poblados ibéricos, romanos o árabes: la cueva Infernalera, en Valdevallerías; la balsa Caraicierzo; el Chiriguarach, poblado cercano a Alcañiz; el cabezo del Cuervo; las Torrazas; las Saladas; la cueva del Charco Amargo, en Valdejerique; el corral del Mal Carau; y la masada del Alemán. “Su fama entre cazadores resultaba más bien preocupante”, según Galán. En cierta ocasión, antes del 36, fue con unos forasteros a cazar liebres al Saso. Estando en el campo con los galgos, apareció en el tren una pareja de la Guardia Civil. Era época de media veda y estaba prohibida la caza salvo de tórtola, codorniz y torcaz. Al ver a los guardias, Molías comenzó a correr a tal velocidad que los galgos no pudieron alcanzarle. En 1966 contaba cincuenta y un años. Trabajando de obrero en Foz de Benasa se comprometió con los controles que la empresa estableciese a trasladarse hasta Zaragoza desde Alcañiz andando. Lo hizo en 17 horas. Cuentan que se alimentó durante el trayecto de frutas, café, limón y brandy peleón.

Un brillante que no brilla




El pasado miércoles, víspera del Corpus, se me ocurrió acercarme hasta Toledo, engalanado lujosamente para una de las celebraciones más importantes del año. En la Estación de Atocha saqué un billete de tren. Y como mi avant no salía hasta pasadas las doce del mediodía, todavía tuve tiempo para acercarme hasta el conocido bar El Brillante, en la glorieta de Carlos V (hay otro establecimiento del mismo dueño en la calle Doctor Drumen, 7) para comprobar, como me habían contado, que disponía de los mejores bocadillos de calamares de España. Para empezar, el pan no era crujiente, sino una masa incomibles pasada por un horno dos minutos antes de ser servido. Los calamares ni fu ni fa. Pero el precio si me pareció desproporcionado. Lo mío era un “bocatín” de medio palmo y su precio 3’50 euros. La caña, muy corta, 1’50 euros. Total, dos cañas y dos “bocatines” me costaron 10 euros. Pero lo más curioso era que añadirle un poco de mayonesa tenía un incremento de 0’30 céntimos. Y tuve suerte de no pedir otras cosas como, por ejemplo una torrija, cuyo precio era de 2’80 euros. No digo nada si me llego a sentar en mesa de velador. Hubiese tenido que tirar de tarjeta de plástico. Los camareros van de graciosos y chillan para pedir las comandas como si se hubiese producido en su interior el incendio de Santander. En suma, un desastre. Por asociación de ideas, cuando leí el suplemento por la mayonesa, recordé cuando a finales de abril compré una cafetera en Media Markt, que valía casi 200 euros, y al pasar por caja me cobraron 0’10 euros por una bolsa de plástico que, para más inri, no aseguraba su fortaleza con el peso del contenido. ¡Luego dicen que los negocios se van a pique! Menos mal que el viaje a Toledo sirvió para que subiese en las escaleras mecánicas que inauguró De Cospedal; para que comiese en Dragos (calle Sillería, 11, junto a la Plaza de Zocodover) como cuenta Cela que comió Treintarrobas en Barco de Ávila, “cuando el vagabundo se metió en una taberna a refrescar el gañote y en una mesa con hule a cuadros y sentado en una banqueta sobre la que ni cabe, un tío de muchas arrobas y dentadura de oro, blusa negra de trujamán del toma y daca, ademanes de zarracatín de todo lo que salga y fauces grasosas de epulón repleto, se está zampando un cabrito asado del tamaño de un niño de primera comunión”;  también para ver las innumerables colgaduras; y para no poder contemplar la Catedral por dentro, como hubiese sido mi deseo. Un gachupín con aspecto de sarasa pedía a la entrada del templo 8 euros, que de ninguna de las maneras estuve dispuesto a entregarle. Estos funcionarios del Cielo son peores que los camareros de El Brillante madrileño. Al menos, en El Brillante de Atocha echas algo a la andorga mientras esperas al tren.

sábado, 14 de mayo de 2016

Ni plumas ni fajines




Nicolás Salas, en El Correo de Andalucía,  recuerda hoy que el próximo 16 de mayo se cumplen 96 años de la muerte de José Gómez Ortega en Talavera de la Reina. “La llegada de los restos a Sevilla –escribe Salas- fue rodeada del fervor popular, que le acompañó hasta el cementerio de San Fernando, viviéndose momentos de intensa emoción al paso por la Alameda de Hércules y cruzar por delante de su hogar”. (…) “El Cabildo Catedral accedió a celebrar los funerales en el templo metropolitano, en la mañana del día 22 de mayo. El hecho produjo malestar en sectores de la alta burguesía y aristocracia sevillanas, que no aceptaron que un torero y de raza gitana tuviera sus funerales en la Catedral, como más adelante conoceremos por la pluma del canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón. Pero lo cierto es con motivo de su funeral en la Catedral, una parte de la burguesía y aristocracia sevillanas expresó públicamente su incultura, su fanatismo religioso, su racismo e insolidaridad social”. (…) “Y el pueblo de Sevilla, por suscripción popular a través de El Correo de Andalucía, regaló al canónigo una pluma de oro. Es la que todas las Semanas Santas, desde 1921, lleva la  Esperanza Macarena prendida en sus sayas”. Después de buscar mucho la pluma en una foto, al fin la he encontrado bajo la lazada roja que luce la Virgen cuando la procesionan por las calles de Sevilla. Más tarde he reparado que tal lazada roja forma parte del fajín de general de Gonzalo Queipo de Llano, enterrado en La Macarena tras su muerte, acaecida el 9 de marzo de 1951. Según Paul Preston, en “La forja de un asesino: el general Queipo de Llano” (incluido en su volumen “Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la Guerra Civil y el franquismo”)  “el hombre que había presidido el asesinato de decenas de miles de andaluces fue enterrado como un penitente de la Cofradía de la Virgen de la Macarena”, y que “lo que le faltaba de intelecto, parecía compensarlo en energía y agresividad”. Fue un tipo asqueroso, que “al mismo tiempo que estaba jurando lealtad a Martínez Barrio, estaba también en contacto por correspondencia con el general Mola sobre su posible incorporación a la conspiración militar”. Por si ello fuera poco, para dirigir la represión ese general “escogió a un sádico brutal, el capitán de infantería Manuel Díaz Criado”, al que Preston define como “un gángster degenerado que usó su cargo para saciar su sed de sangre, enriquecerse y lograr placer sexual”. Si los sevillanos tuviesen dignidad, ya hace tiempo que habrían presionado para que los restos de ese tipejo, también los de Genoveva, su mujer,  fuesen desenterrados de la basílica menor de la Esperanza Macarena, construida en 1949, donde no merecen permanecer.  Estarían mejor, a mi entender, en la fosa común del Cementerio de San Fernando. Si los sevillanos tuviesen decoro, digo, no consentirían que se procesionase a la Virgen con ese fajín. Curiosamente, en el momento en que es proclamada la Segunda República, algunos individuos incontrolados saquearon diversos templos sevillanos, y ante el peligro el sacristán de San Gil, donde se encontraba la talla, trasladó la imagen a su casa y la metió en su cama simulando una persona. Llegada la noche, la trasladó al cementerio de San Fernando y argumentando ser un marmolista, la depositó en la sepultura de Joselito, donde permaneció oculta durante dos meses sin que nadie, a excepción del torero Ignacio Sánchez Mejías (cuñado del torero muerto) conociera su paradero. En la actualidad, la Macarena lleva peluca natural, cedida a su muerte por los herederos de Juanita Reina. Por cierto, Carlos Herrera escribió un trabajo en XL Semanal el 10 de abril de 2006 (“El fajín de la Macarena”) absolutamente bochornoso. Pero no seré yo el que dé publicidad a ese osado.

viernes, 13 de mayo de 2016

Mejor no salir de casa





Hay días en los que uno sale a dar una vuelta al caer la tarde y regresa a casa como si le hubiese pasado por encima un camión de sifones y oranges. Meterse por el casco viejo de Zaragoza tiene esas cosas. En una placilla, muy cerca de El Tubo observé que había libros en la puerta. Se me hizo raro, porque aquella librería de viejo siempre trabajaba a puerta cerrada. Pues bien, un cartelillo decía que el precio de los libros estaban abriendo las tapas. En efecto, el importe aparecía escrito a lapicero en el ángulo superior derecho. Y allí estuve mirando con la espalda rendida como si buscase caracoles. No encontré nada que mereciera mi atención y decidí pasar al interior. Allí sí había en las diversas estanterías libros más interesantes. En un momento determinado, en una balda a la altura del ombligo, del salon en el ángulo oscuro, había dos tomos con lomo de piel y bastante bien conservados que me llamaron la atención sobremanera. Se trataba de dos ejemplares (tomo I y tomo II) de la primera edición de las Obras de G. A. Bécquer (Madrid. Imprenta de T. Fortanet, 1871) con prólogo de Ramón Rodríguez Correa, su gran amigo, el mismo que en 1858 hizo publicar en La Crónica de Madrid su primera leyenda: El caudillo de las manos rojas; el mismo que dos años antes, en 1856, le había conseguido un puesto de trabajo en la Dirección de Bienes Nacionales con un sueldo de 3.000 reales; el mismo que cuando José Luis Albareda fundó El Contemporáneo logró que Bécquer entrase a formar parte de la redacción; el mismo que recibió una carta desde Soria de su amigo Gustavo en 1861; el mismo, en fin, que se hizo con todos los manuscritos del poeta al día siguiente de su muerte con intención de publicarlos… Pero mi gozo cayó en un pozo cuando pregunté por el precio de esos dos tomos. ¡Nada menos que 1.500 euros! Los devolví a su estantería y regresé hacia casa con una cierta melancolía. Es evidente que no podría pagar ese dineral ni aunque me ofreciesen El libro de los gorriones de puño y letra de su autor. Hay caprichos que no me puedo permitir. Como cantaba Machín, no se pueden tener dos amores a la vez sin estar loco.

jueves, 12 de mayo de 2016

Bajemos el telón a este sainete




Es posible que los políticos utilicen en sus mítines, de aquí al 26 de junio, el hipérbaton, esa licencia literaria que consiste en cambiar el orden de las palabras en una frase, sin que pierda sentido: verbigracia, “Blancanitos y los siete enanieves”; “jano serramón”; “salpisco de maricón”, etc. El recordado José Antonio Garmendia sabía mucho de eso y de otras cosas que ahora no vienen a cuento. Ese idioma macarrónico, que no dice nada y que entiende todo el mundo, Garmendia lo conocía como “entrudia”. Pero no pasa nada. Hay veces que aún hablando el castellano de forma correcta, el camarero no te entiende. Eso me ocurrió a mí en un pueblón de Badajoz, grande y destartalado. Estaba cansado de callejear de un lado a otro y me senté junto a  otras dos personas que me acompañaban en un velador poco concurrido. Enseguida apareció un camarero de esos de chaquetilla blanca, como Lucio en la Cava Baja. Le noté cara de panoli, pero no le di mucha importancia. Era flaco y moreno, al menos así lo recuerdo, y con aspecto de no ser hábil en su oficio. La petición nuestra fue sencilla: una infusión de manzanilla, un café cortado y agua tónica. El camarero se marchó y quince o veinte pasos más adelante se paró en seco, se sujetó la mandíbula con la mano, apoyó un a pierna sobre una silla y así permaneció un rato, como catatónico. Me recordó a El Pensador de Rodín, o de Dante a Las Puertas del Infierno, o a ese hombre de El Juicio Final, de Miguel Ángel. Pasaban los minutos y el camarero continuaba en la misma posición. Bastante tiempo después se acercó hasta la puerta del bar, donde había una mujer de mediana edad mirando hacia las mesas. El camarero le dijo algo en voz baja y aquella empleada se acercó hasta nosotros y nos preguntó qué deseábamos tomar. Le repetimos lo mismo que le habíamos dicho al camarero, volvió al bar y al momento nos sirvió. El camarero se quedó en la puerta, en el lugar que ocupaba ella minutos antes, pensativo, como reflexionando sobre no sabemos qué. Nunca supimos qué le había sucedido. Era como si le hubiese caído encima el telón al final de un sainete. No quiero ni pensar si llego a utilizar el hipérbaton y le pido, además de la bebida, una “ensaladisa rulla” o un “salpisco de maricón”. Nunca se sabe. Tal vez me hubiese entendido. Me quedé con esa duda en la trocha hacia Lisboa. Ahora los políticos utilizan los hipérbatos de forma solapada, por marear la perdiz. Pero los políticos no usan la tesis ni el paréntesis ni la anástrofe, sino la histerología, para alterar el orden de las palabras y decir primero lo que debería ir después; o decir lo que se debe hacer ahora cuando, pudiendo, no lo hicieron ellos cuando gobernaban. Ya lo dijo Iriarte: “Si el sabio no aprueba, malo/ si el necio aplaude, peor”. En política, como en el teatro, una cosa es hacer el papel de otro, sustituirle en algún cargo o empleo, y otra sostener el carácter del personaje. Pronto sonará el clarín y se abrirán los colegios electorales. A Sánchez le están moviendo el asiento y el dios Genio permanece impasible en La Moncloa sin salirse de sus quicios, mientras los patricios y la gente acomodada y corrupta ya le ven ganador, y ridiculizan los vicios y afean las malas costumbres, como en las comedias de Esquilo, viéndose ya seguros del perdón.

Por evitar confusiones





A veces es conveniente poner la venda antes de la herida. Por todos es sabido que como consecuencia de la aplicación de la Ley 52/2007 de 26 de diciembre, más conocida como Ley de la Memoria Histórica, se han hecho verdaderos desatinos a la hora de interpretar placas del callejero de ciudades y pueblos quitando, en muchas ocasiones, la nomenclatura por error o desconocimiento histórico. Por ejemplo, confundir en Madrid el nombre de Juan Pujol Martínez, propagandista de Franco, con el de Juan Pujol García, conocido como Garbo, el espía que engañó a Hitler sobre el lugar de desembarco de las tropas aliadas y que finalmente se produjo en Normandía. El error se produjo porque en el rótulo de la calle madrileña sólo ponía Juan Pujol, y ello dio lugar a diversas interpretaciones. Pues bien, por dejar las cosas claras y evitar yerros, Balbino Lozano, en su columna de opinión, “La calle del Riego y el general Del Riego”, en  El Correo de Zamora, aclara que “la céntrica y comercial calle del Riego, muy conocida por todos los zamoranos, va desde la calle san Torcuato hasta la calle de la Feria”, y recuerda a los lectores que durante el franquismo la calle del Riego se llamó calle de José Calvo Sotelo.  “Los orígenes del nombre de la calle del Riego –sigue contando Balbino Lozano- se remontan a un acuerdo del Ayuntamiento de 15 de julio de 1841, por el que se aprobó un proyecto de construcción de una cañería para conducir un manantial de agua que había en una casa denominada de Fernando Piorno, a la que se incorporaban otros manantiales que había en la calle del Riego hasta llevar dichas aguas por medio de cañería a la primera fuente del paseo viejo de Valorio, con lo que esperaban mejorar notablemente este servicio público y el conveniente regado de los árboles de dicho paseo con el menor coste. Tal vez aquella disponibilidad de agua con la que regar los paseos y arbolados, gracias a los manantiales que había en la calle del Riego, fuera la razón para tomar el nombre. En Zamora todavía no se había instalado el servicio de distribución de agua potable y tardaría veintiocho años en subir el agua del Duero para consumo de boca”. Aclarado queda. 

Cuestión de mercadotecnia





El Mundo hace referencia al menú de 11 euros que Felipe VI, acompañado del ministro de Cultura, Iñigo Méndez de Vigo, tomaron en un restaurante de carretera, Restaurante Puerta de Extremadura (kilómetro 161 de la N-5) cuando regresaban a Madrid en coche desde el Monasterio de Yuste. El Rey pudo regresar a Madrid por otros medios. Él sabrá mejor que nadie la razón por la que prefirió hacer el viaje en coche. Yo intuyo que fue por una cuestión de imagen. El actual Rey necesita  ser conocido por la ciudadanía y mostrar un aspecto campechano y nada distante. Prueba de ello es que ha aparecido la noticia en este medio, haciéndose fotos con los dueños de la casa de comidas y con todos los clientes que lo desearon. Es necesario lavar la imagen de los últimos años del poco afortunado reinado de Juan Carlos I y por algo había que empezar: por la mercadotecnia. Se cuenta que el Rey comió patatas con conejo, ensalada, carne y de postre bizcocho y un plátano. Y el ministro, sopa castellana, lengua de vaca y ternera. Supongo que ese sería el menú del día, el que tomarían viajantes en comercio, camioneros y viajeros en general. Una anécdota que, sin duda, se contará en futuras biografías. Personalmente hubiese preferido que la prensa se hubiese centrado más en la entrega del Premio Carlos V (no sé por qué no se llama Carlos I) a la profesora italiana Sofía Corradi, más conocida como Mamma Erasmus. Pero en este país sólo nos quedamos con lo intrascendente, con lo que sólo interesa a las porteras.

martes, 10 de mayo de 2016

Castrapuercas, siringas y caramillos





Mañana es 11 de mayo de 2016 y debería escribir sobre Camilo José Cela, al cumplirse el primer centenario de su nacimiento. Pero no lo voy a hacer. Ya lo hacen otros con mayor aseo. Fernando Aramburu dijo en cierta ocasión: “Entiendo que Cela fue un prosista apañando, pero poco sutil a la hora de armar novelas”. Personalmente valoro el cómo se cuenta algo por encima del qué se cuenta, a la hora de escribir. Y ese cómo se cuenta es lo más atractivo en la obra de Cela. Le he leído casi todo, algunos libros más de una vez. Y hasta conservo Toreo de salón, dedicado.  Personalmente me quedo con los libros de viajes, donde el vagabundo (así lo denomina Cela) transita con morral al hombro, se acerca hasta los pueblos, conversa con los vecinos, recorre sus calles, visita aquello que merece la pena visitar, come donde puede o silba para espantar el hambre, enseña sus papeles a la pareja de la Guardia Civil si es menester, hace amigos en sus rutas, se fuma dos cigarros en un ribazo, y cuenta cosas sencillas como, por ejemplo, que “a los afiladores de Orense no les gusta que nadie hable el barallete, su jerga gremial”. Tampoco aquel afilador de Nogueira de Ramuín, con el que el vagabundo se topó cerca de Turégano y que soplaba una siringa de caña, o un caramillo de hueso, se movía con desahogo por el paisaje de Castilla la Vieja. El afilador, también paragüero, contó al vagabundo muchas cosas en uno de sus viajes. Pero no me consta que le dijera, o se le olvidó explicarle a su compañero de camino de sólo unas leguas, que la siringa, o el caramillo, que ahora los hacen de plástico, los empezaron a utilizar como reclamo los capadores de cerdos, que utilizaban el castrapuercas, distinto que la siringa o el caramillo, para llamar la atención en las aldeas, castrar cochinos (como a Cela le castró la censura Mrs. Caldwell habla con su hijo, La colmena y el Pascual Duarte) y poder ganarse la vida. Aquella censura no usaba castrapuercas, ni siringa ni caramillo. Sólo las tijeras y el lapicero bicolor, falangista y requeté.

lunes, 9 de mayo de 2016

Elogio de los bizcochos de soletilla





Por todos es sabido que el cáñamo que se cultivaba en Calatayud servía  para hacer amarras de barcos. Y por aquello del toma y daca, se enviaban amarras de cáñamo a Galicia y se volvía de allí con cargamentos de congrio. Pero el cáñamo algo tuvo que ver, también, con los bizcochos de soletilla. Las soletillas eran las plantillas de cáñamo que se colocaban dentro de las alpargatas. Según leí en Descubre Calatayud.es, “la forma de este dulce se puede apreciar en el interior de la Colegiata de Santa María la Mayor, en un retablo realizado por el escultor  Félix Maló, donde se aprecia como un ángel conforta a San José con una taza de chocolate y un bizcocho bilbilitano”. El cacao, por otro lado, fue un pago que Hernán Cortés hizo a un moje del Císter (fray Jerónimo de Aguilar) que le acompañó en su viaje a Méjico y que tenía su lugar de arraigo en Nuévalos, en el Monasterio de Piedra. Fray Jerónimo envió un saco de cacao a España, al entonces abad del monasterio, Antonio de Álvaro. Y en ese monasterio fue donde se fabricó el primer chocolate que se tomó en Europa. Aquellos frailes aprovecharon el poder calórico del “amargo brebaje” para soportar los ayunos y el trabajo agrícola en sus tierras. El nombre azteca de esta bebida era “xocolatl” y los aztecas elaboraban este líquido a partir del haba del cacao, lo mezclaban y aromatizaban con hierbas, vainilla, pimienta y otras especias como la guindilla y hasta lo condimentaban con chile, con el fin de obtener un líquido espeso, oscuro y espumoso que bebían frío o caliente. Los monjes españoles le quitaron amargor y el picor de la guindilla y añadieron vainilla, azúcar y canela. Entre los siglos XVI y XIX se popularizó como digestivo y estimulante. El Monasterio de Piedra, que había sido fundado en 1194 por trece monjes cistercienses llegados desde el Monasterio de Poblet, fue donado por Alfonso II de Aragón y su esposa, Sancha de Castilla, a los monjes de Poblet ocho años antes, en 1186. El monasterio desapareció para uso de los monjes en 1835 con la Desamortización. En 1843 salió a subasta tanto monasterio como terrenos y adquirido todo ello por Pablo Muntadas Campeny por 1.250.000 reales de vellón. Muchos retablos de capillas del monasterio fueron trasladados a diversas parroquias de pueblos cercanos. Por cierto, si hacemos caso a Vicente de la Fuente y su “Historia de Calatayud”,  al escultor Félix Maló se le deben también, entre otros trabajos de interés, parte del altar mayor de la iglesia de San Juan el Real y el baldaquino de la iglesia del Sepulcro. Muchos altares laterales quedaron sin dorar ni colorear por la precipitada expulsión de los jesuitas en 1767 (por la Pragmática Sanción de Carlos III) de todos los dominios de la Corona.

domingo, 8 de mayo de 2016

A vueltas con La Alcarria





El topless lo inventaron las Tetas de Viana, esos oteros que se yerguen en todo su esplendor entre Añazón y Viana de Mondéjar. Para subir el último tramo de uno de los dos conos truncados se habilitó una escalera de hierro. Eso ayuda mucho. Yo las contemplé de lejos desde Solanillos del Extremo, donde paré a comer de alforja en la tapia del cementerio hace ya más de cuarenta años. Hasta  allí se cuenta que corrieron muchos italianos huyendo del infierno de Brihuega. Otros tiraron hacia Cifuentes por el puerto del Membrillo. Muy cerca queda Trillo, cuyo escudo heráldico representa una puente de un solo ojo. Los de la Real Academia de la Historia le añadieron al blasón dos ojos más a la puente sobre el Tajo, pero el escudo oficialmente aprobado nada tiene que ver con la realidad de la puente, que es de un solo arco de luz, se mire por donde se mire. (Ver foto). Trillo es pueblo con central nuclear, balneario, lazareto y miel de mucha calidad de espliego, romero y tomillo. A los miembros de la Real Academia de la Historia, sobre quiénes doy por supuesto que sabrán contar hasta tres, incluso hasta doce, les invitaría a acercarse por esa ciudad alcarreña para que contemplasen in situ el pasadero medieval superviviente a la Guerra de Sucesión, a la Guerra de la Independencia y a la Guerra Civil Española. En todas esas situaciones bélicas se intentó su voladura sin éxito. Solo quedan pequeñas cicatrices en la piedra, o sea, las huellas de unos huecos en los sillares.

sábado, 7 de mayo de 2016

Una importante iniciativa





Leo en Calatayud.org que “la Diputación de Soria insta al Gobierno a habilitar una línea de autobús con Calatayud”. En esa información, recogida de Heraldo de Soria (a su vez tomada de La Vanguardia, 5.5.16) se recuerda que “Soria es, junto a Ávila, la única capital de Castilla y León que no está conectada al AVE”. Aquí desearía precisar que no es lo mismo Alta Velocidad que Velocidad Alta. En muchos de esos tramos europeos (1.435 mm) circulan los trenes Alvia y Altaria pero sin locomotoras de la serie 12 de Renfe, fabricadas por Talgo y Bombardier. Por otro lado, tal y como contaba Juan Olaizola Elordi, historiador del ferrocarril, “por todos es sabido que el gran negocio del ‘Santander-Mediterráneo’ no era acabarlo, sino construirlo a costa del erario público. Esa obra estaba abocada al fracaso ya que se emprendió sin definir cómo llegar desde Ontaneda a Santander. En una entrevista que le hizo Teresa Cobo (10.12. 2012), Olaizola manifestaba que “se pretendía construir un ferrocarril de vía ancha desde Calatayud a Soria, Burgos y Ontaneda, donde debía empalmar con un tren de vía estrecha. Otros hechos clave en el fracaso del SM son, por una parte, la toma del control de la Compañía del Norte sobre el ferrocarril Central de Aragón, con lo que bloqueó el acceso del SM al Mediterráneo, y la creación de Renfe en 1941, lo que supuso la pérdida de interés de un ferrocarril alternativo al de Norte para comunicar Santander con el interior peninsular. Las obras del SM se iniciaron en 1924 sin haber resuelto sobre el papel el itinerario del último tramo desde Cidad-Dosante hasta Santander, que al final, descartado el transbordo en Ontaneda, se ejecutó a medias y por La Engaña. El Gobierno subvencionaba cada kilómetro de línea con 654.000 pesetas indistintamente fueran en una llanura o en la cordillera. Esta cifra era realmente elevada para la época, donde el coste medio de kilómetro ferroviario era de medio millón de pesetas en los mejores trazados. Con esta subvención, era un magnífico negocio construir los tramos más sencillos, sobre todo en las llanuras sorianas y burgalesas donde el coste real por kilómetro era muy inferior al que abonaba el Estado. Por el contrario, el coste por kilómetro del paso de la cordillera era previsible que fuera notablemente superior. Por tanto, la Anglo Spanish y el SM hicieron todo lo posible para eludir la construcción de un tramo en el que no veían ningún negocio y les benefició el intenso debate sobre los diversos trazados alternativos propuestos para, mientras tanto, no hacer nada e intentar negociar una mayor subvención por kilómetro con el Gobierno. En todo caso, todos los ferrocarriles impulsados durante la Dictadura de Primo de Rivera adolecieron de la misma falta de previsión y, así, la mayor parte no llegaron a concluirse, y los que lo hicieron fueron posteriormente clausurados por falta de tráfico. Construir una línea como la de Santander a Burgos, Soria y Calatayud, por zonas despobladas, carentes de industria y sin grandes riquezas minerales que pudieran aportar tráfico a un ferrocarril de esta envergadura, era económicamente inviable. En el túnel de La Engaña, a principios de los años cuarenta, trabajaron 560 presos republicanos de dos destacamentos penitenciarios cedidos por el régimen franquista a la primera empresa adjudicataria, Ferrocarriles y Construcciones ABC. En resumidas cuentas: el largo trazado entre Cidad y Calatayud, que entró en funcionamiento en 1930 y se clausuró en 1984 por falta de tráfico, fue desmantelado por Renfe a partir de 2003”. Y bueno sería para Calatayud habilitar líneas de autobuses que conectasen  con los habitantes de los pueblos existentes a lo largo de la N-234. Calatayud ha vivido tradicionalmente del comercio y la iniciativa de la Diputación Provincial de Soria, en moción presentada el pasado día 5 por el PP y apoyada por el PSOE y los dos diputados independientes, no debe ser desaprovechada. Desde aquí animo al Ministerio de Fomento a unirse a tal iniciativa.

Castillo de naipes





Cuando todavía no sabía leer, abría un libro y miraba los “santos”. Y viendo los “santos”, de enciclopedias, revistas o tebeos, me hacía mi composición ideal sobre cómo eran las cosas o cómo pudieron serlo de haber existido. Recuerdo que de niño miraba los “santos” de “El tesoro de la juventud”, de los libros encuadernados de Celia, las viñetas de Tampolín, aquella publicación que editaban los de Acción Católica,  los suplementos “Chispa” que aparecía todos los domingos con el diario Alerta, o los dibujos de personajes que aparecían en la Enciclopedia de Dalmau Carles. La historia de España que se contaba en aquella enciclopedia terminaba  en la Revolución del 68, cuando Isabel II tuvo que salir de España por la Estación de Atocha camino del exilio. Y en aquella enciclopedia aparecían dibujos de personajes: Espartero, Serrano, Narváez…, que llegaron a hacerse familiares. Eran los “santos” que yo miraba una y otra vez siempre con la misma sorpresa. Algo parecido me sucedía con el mago don Pirulo, Roenueces, Cuchifritín y Celia, o con las viñetas de Serapión, hombretón de cabeza triangular, o Ciriaco Majareto, o los grandes inventos del doctor Fran de Copenhague, que aparecían en aquellas viñetas del nacional-catolicismo y del TBO. El Tesoro de la Juventud era otra cosa. A lo largo de sus doce tomos con tapas de cartoné azul podía contemplar cómo se ponía la escafandra un buzo antes de adentrarse en los fondos submarinos, qué vapores de tres chimeneas cruzaban nuestros océanos transportando indianos, o cómo salía el sol siempre por el mismo sitio, como sigue sucediendo ahora. De mayor, descubro que, al carecer de programas, a los políticos les voto por  los “santos”, es decir, por cómo se peinan o sonríen quiénes ofrecen el oro y el moro para un periodo de cuatro años. Los “santos” de mi infancia se han quedado obsoletos y vacíos como una cáscara de nuez. Y observo boquiabierto que los políticos aspirantes al Congreso jamás cumplen las expectativas. Y así nos va a los españoles. Se nos ha caído el castillo de naipes. Ese libro de las 40 hojas de don Heraclio Fournier donde sotas, caballos y reyes eran del mismo corte que los plasmados en los libros de Calleja.