lunes, 31 de julio de 2023

Feijóo asó la manteca

 

Ramón Reig está sembrado hoy en El Correo de Andalucía. Señala, en referencia a los últimos comicios: “La gente no tiene ganas de salir de Guatemala para meterse en Guatepeor, ahora ya está bien de esa calificación de gobierno Frankenstein, el que quiere gobernar echa mano de Maquiavelo, no de los principios fundamentales del Movimiento ni de la Constitución que se elaboró en 1978 bajo la estructura de poder franquista, ya sin Franco”. Entiendo que la Constitución del 78 no es el Pentateuco. La tradición judía sostiene que esos cinco libros fueron escritos por Moisés. Y la Constitución fue refrendada por los españoles de entonces (muchos ya han muerto y otros no habían nacido) con la Monarquía caprichosa incrustada dentro del texto y con el miedo en el cuerpo de tratar de evitar otra involución, que estaba latente. Franco estaba muerto pero el franquismo seguía vivo. A día de hoy nadie se atreve a desclasificar lo que ocurrió la tarde del 23 de febrero de 1981 ni el embrión militar y civil de aquella confabulación involucionista. Los “papiros de Elefantina” de aquel complot engendrado por descerebrados serán “secreto de Estado” los próximos 75 años, cuando  ya formen parte de la Arqueología Histórica. Feijóo no pensó que hasta el rabo todo es toro. Se creía tan seguro de sí mismo que no creyó necesario ir al debate a cuatro televisivo que propuso RTVE, y que el “efecto Moreno Bonilla” le ayudaría a alzarse con el santo y con la peana. Sigue afirmando Reig: “Si echamos un vistazo al censo y a las estadísticas, ambos colectivos [mujeres progresistas y LGTBIQ+] son muchos votos. Más toda la movilización de votantes de izquierda, más todos los que más vale paga en mano que Feijóo volando, se acabó, ahí murió la mayoría absoluta del PP y los votos patriotas de Vox. Todo por la Patria pero sin la Patria”. (…) “¿A quién se le ocurre, a la vista del frente popular que se estaba montando y mostrándote claramente sus cartas, liarte a porrazos con el que ibas a necesitar y ser moderado con el que tenía mejor potencial de votantes?”. Parece claro: al que asó la manteca.

 

domingo, 30 de julio de 2023

Sobre la educación

 

Hoy domingo, a mejor cosa que hacer, he vuelto a leer un artículo que apareció en El País el 30 de marzo de 2010, que recorté y guardé. Bajo el título de “El arte de no molestar”, J. Ernesto Ayala-Dip comenzaba haciendo referencia a otro trabajo anterior, de Soledad Puértolas, donde ésta hacía referencia a la artista vanguardista suiza Sophie Taeuber-Arp a la consideraba como “persona silenciosa y discreta”, y que a J. Ernesto Ayala-Dip le recordaba al doctor Chillip en “David Copperfield”, que atravesaba las puertas de costado para ocupar menos espacio y evitar poder chocar con alguien. El autor del artículo pone ejemplos de falta de respeto: “El vecino que pone la radio a todo volumen. El individuo que intenta colarse en la fila del supermercado. El compañero de asiento del AVE que no para de desgranarnos su vida privada y profesional por su teléfono móvil. El lenguaje soez de algunos famosillos en las tertulias televisivas. El alumno que no atina a valorar las enseñanzas de sus profesores. Los improperios chulescos de algunos comunicadores de radio. Las preguntas inoportunas. La información que no nos sirve para nada. El que come palomitas en el cine. El que se ríe durante una película cuando no corresponde hacerlo. (También está el que no se ríe cuando toca, pero eso ya depende de cómo gestiona cada uno su sentido del humor, aunque, de todos modos, también molesta). La gente que no atiende cuando se le habla…”. La lista de maleducados sería interminable. Hay que huir de ellos por higiene mental, Pero de todo ello, lo peor es cuando alguien se encuentra a unos conocidos en lo alto de una escalera mecánica de un gran almacén, se para y se pone a hablar con ellos, sin considerar que la cinta sigue moviendo y trasladando de una planta a otra a los clientes. Al llegar arriba, al cliente no le queda otra que empujar al corrillo taponador para poder salir. Eso no suele ocurrir en las escaleras mecánicas del metro madrileño. El que sube, intenta ponerse pegado al lado derecho por si alguien con más prisa desea adelantarle por su izquierda, o el que no espera a penetrar en el interior de un vagón y lo hace cuando todos viajeros se apean. Son normas básicas de sentido común que no todo el mundo respeta. La educación sirve para no molestar, o sea.

 

sábado, 29 de julio de 2023

Total, ya qué más da

 

Leo con atención un artículo de Fermín Cabanillas, aparecido en El Correo de Andalucía, donde se nota su indignación porque unos cables tapan de forma indecente la placa donde estuvo la casa  en la que nació Gustavo Adolfo Bécquer el miércoles 17 de febrero de 1836 en el número 8 de la calle Ancha de san Lorenzo (hoy número 28 de la calle Conde de Barajas). Y el autor del artículo teme que un día esa placa desaparezca como ocurrió con otra placa recordatoria que hubo en la Venta de los Gatos. Aquella casa ya no existe desde principios del siglo XX, cuando fue adquirida y derribada por el torero Antonio Fuentes (Sevilla, 1869-1938) para construir otra, la actual, que sufrió un incendio en 1975. Desde entonces quedó abandonada a su suerte y por desgracia solo queda el lienzo de fachada.  Cuando terminó la temporada taurina de 1899 se retiró de los ruedos el cordobés Rafael Guerra Bejarano, en los ruedos Guerrita aunque cuando se presentó en Madrid pero vez primera, en 1879, se hizo llamar Llavérito), harto de luchar contra un público hostil. Sobre él se cuenta que cuando Alfonso XIII le dijo que parecía un obispo, éste le contestó: “Yo en lo mío he sido Papa”. Pero al retirarse de los toros, como digo, dijo Guerrita aquello de “después de mí, ‘naide’, y después de ‘naide’, Fuentes”. Pero a lo que iba. Cabanillas cuenta que, según Santiago Montoto, tras la muerte del padre en 1841 la familia se traslada a una modestísima casa en el número 27 de la calle del Potro, como consta en el padrón municipal de San Lorenzo. Hoy esa calle se llama Ana Orantes. Otro biógrafo, Martín Alonso, sostiene que la familia se fue a vivir a casa de una tía materna, María Bastida, casada con Juan Vargas, al número 37 de la Alameda de Hércules.  Lo que parece cierto es que al morir su madre, en 1847, Gustavo es acogido en la calle del Potro por la hija de Carlos Monnehay, Manuela, tía y madrina de Gustavo, cuando éste dejó el internado de la Escuela de Nautas y Mareantes de San Telmo por cierre definitivo. Manuela era una viuda de 25 años poseedora de un establecimiento de quincallería y perfumería en la plaza del Duque. También disponía de una excelente biblioteca que Gustavo aprovechó en lo que pudo. Lo malo para el poeta llegó cuando Manuela contrajo nuevo matrimonio en 1845 con Carlos Henrriche. En 1854, su tío Joaquín Domínguez  le entregó a Gustavo 30 duros (Henrriche se había negado a ayudarle y su madrina tuvo que acatar la decisión de aquel hombre falto de empatía) para que se pudiese ir a Madrid a cumplir sus sueños. Al llegar, el 1 de noviembre, se hospedó en una inmunda casa de huéspedes de la calle Hortaleza a razón de 6 reales diarios, tras haber sufrido 37 paradas de diligencia  y 70 horas de viaje para un trayecto de 93 leguas.

 

viernes, 28 de julio de 2023

Para beber, mejor agua

 

A mí últimamente me gusta comer con agua. El vino llevo tiempo sin probarlo. Hay muchos donde elegir en el mercado, la mayoría de ellos infames aunque se camuflen con rimbombantes etiquetas que señalen a qué temperatura hay que tomarlos, si es aterciopelado en boca y si tiene un retrogusto a no se sabe qué. Pamplinas. Cada pueblo dispone de una cooperativa que se incluye dentro de una determinada D.O. Tampoco hago ascos a una buena sidra, que se me antoja digestiva y de fáciles tragaderas. Pero beber agua resulta más barato, que es de lo que se trata. Lo importante de una comida es que sea agradable y esté hecha con esmero y dedicación. La bebida, como digo, si se trata de vino,  éste se ha convertido en un daño colateral para mis papilas gustativas que no soporto, salvo que sea de una calidad aceptable y un precio asequible, binomio que casi nunca suele ir junto. La sidra ya es otra cosa. Pero, aún así, sigo prefiriendo beber agua fresca. Da igual que en la mesa haya un chuletón ‘Villagodio’, un arroz en paella, un pollo a la Marengo o un besugo de Guetaria a la parrilla. Sobre el chuletón ‘Villagodio’ ya escribí en cierta ocasión. Fue una expresión salida de la boca del pintor Iturrino en 1909 en un restaurante,  tras haber asistido a una corrida de toros de José Echevaría  Bengoa, VI marqués de Villagodio, en la plaza de toros su propiedad situada en Bilbao en terrenos del barrio de Indauchu. Ante la extrañeza del camarero al pedir un ‘Villagodio’, el pintor le aclaró: “Sí, en efecto, he pedido un ‘Villagodio’, una chuleta de toro perteneciente a esa ganadería que solo sirve para carne”. Iturrino le tenía encono al marqués desde que le pidiese dejarle entrar en su finca para pintar unos cuadros y recibió la callada por respuesta. Nunca se lo perdonó. Aquella tarde, domingo 15 de agosto, toreaban Ostioncito, Recajo y Reverte II en una corrida a beneficio de la Asociación Vizcaína de Caridad y del Colegio de Sordomudos y Ciegos de Vizcaya. Durante el brindis del cuarto toro de la ganadería de Clairac que le había caído en suerte a Reverte II se produjo una gran tormenta con aparato eléctrico seguida de la desbandada de público asistente. Echevarría intentó con el tiempo mejorar su casta de Coreses (Zamora) sin conseguirlo. Para Iturrino seguían siendo animales “a la labor nacidos”,  en expresión del antitaurino Francisco de Quevedo, para quien las corridas de toros solo eran un motivo para acabar, como él decía, en “baba, beba, viva, boba y buba”. La divisa verde, blanca y amarilla de Villagodio terminó para ser puesta durante las fiestas a vaquillas de poco trapío hasta el posterior derribo de la plaza, que no tardó en llegar. Desaparecida, quedo en la memoria de los hosteleros norteños el “Villagodio”, referido a una chuleta de novillo de dos o tres años hecha a la parrilla, sabrosa, consistente y de carne roja, a la que le va muy bien el acompañamiento de agua de boca, como la que acompañó a la res de Clairac aquella aciaga tarde en un coso bilbaíno que ya es historia. La ganadería de Clairac la fundó en 1885 Eloy Lamamíé de Clairac en Ledesma (Salamanca). En 1916, al fallecimiento de Eloy, pasó la ganadería a  Rafael Lamamié de Clairac, quien en 1.921 la aumentó con vacas de  Antonio Fuentes procedentes de Fernando Parladé, y al año siguiente con otras de Tertuliano Fernández, de procedencia Ibarra. En 1925 compró la quinta parte y el hierro en que se dividió la ganadería de Gamero Cívico, que había adquirido en 1914 una gran parte de la de Parladé. El nuevo lote pasó a propiedad de su hijo Leopoldo, fallecido en 1941. La vacada se repartió entre sus tres hijos en 1950 y siguió con su hierro. Solo una de sus hijas, Aurora, se hizo cargo del resto con el hierro de “Valdelama”. Con el tiempo, en 1987, ambos hierros pasaron a nombre de su sobrino Antonio Peláez, que murió en 2007. El año 2015 se hizo cargo de la ganadería su hermano Rafael, que continúa con la vacada.

 

Emilio Lacambra

 


Recuerdo cuando hace ya casi veinte años me animaron a pertenecer a una peña zaragocista formada solo por hombres que se reunía una o dos veces al mes a comer un cocido en “Savoy”, un restaurante céntrico de Zaragoza. Pero al poco tiempo de mi unión a ese grupo el restaurante cerró sus puertas y fue necesario buscar otra ubicación donde comer. Y la peña encontró un nuevo ámbito: “La Posada de las Almas”, en la calle de san Pablo. A alguno de los comensales no le terminó de agradar ese añoso lugar de encuentro, citado ya en los "Episodios Nacionales" por Galdós, por razones que desconozco. Nunca estaban satisfechos. Buscaban lo imposible: merluza gorda que pesara poco. Y así, dando tumbos, terminamos reuniéndonos en “Casa Emilio”, en El Portillo. El cocido que allí se ofrecía era excelente y el jefe de los fogones era su propietario, Emilio Lacambra. Pero continuó el descontento entre un grupúsculo de comensales a los que nos les agradaba reunirse en un local por el que había pasado toda la izquierda zaragozana y donde la cultura y la política habían tenido un gran protagonismo durante el franquismo y la Transición. Y los miembros de aquella peña futbolística decidieron cambiar de sitio. Se marcharon, lo sé de oídas, a un restaurante de la calle Madre Sacramento en la que yo ya no estuve presente. En esa zona de un tono más azul presumo que se encontrarían más a su gusto.  Poco antes me había dado de baja en esa peña de carcamales misóginos por una serie de razones que no hacen al caso, de lo que no me arrepiento. Lo que aquí señalo viene a cuento con la noticia leída ayer día 27 de julio en la prensa aragonesa, donde se cuenta que Emilio Lacambra murió el día anterior en Zaragoza a los 68 años. Lo he sentido mucho. Recuerdo que en cierta ocasión le llamé por teléfono para invitarle a dar una charla-conferencia en Estadilla (Huesca) sobre un tema libre, el que él quisiera. Lo aceptó, llegó con puntualidad a ese pueblo de Huesca  y leyó lo que llevaba preparado, recuerdo que relacionado con el café. En 1989 se editó un libro por parte del Grupo Zeta conmemorando el quincuagésimo aniversario de su casa de comidas fundada al terminar la guerra civil, el mismo año que abrió sus puertas “Casa Pascualillo”, otro referente gastronómico  con solera manejado por el timón de Guillermo Vela (y nunca mejor dicho, ya que con anterioridad había sido marino mercante) que cerró sus puertas durante la pandemia de coronavirus. Y gustó tanto aquel libro que se agotó y se hizo una segunda edición en 2019. Lamento no disponer de ninguno de esos ejemplares. ¡Qué le vamos a hacer! Emilio Lacambra seguirá vivo en mi recuerdo. Fue un gran hostelero y mejor persona.                                                                                                                                               

        

 

jueves, 27 de julio de 2023

Celestino Fernández de la Vega

 

Pronto hará un año desde que la familia de Celestino Fernández de la Vega reclamaba que se le dedicase un Día das Letras Galegas. Entendían que se lo merecía después de 36 años de su muerte, como se ha hecho con Fole, Pimentel o Manuel María. Fue escritor, periodista (El Progreso, El Faro de Vigo, La voz de Galicia, La Noche…) y tertuliano en Lugo en el  bar del Hotel “Méndez Núñez” de la calle de la Reina y en el Café Madrid, abierto al público en 1900 aunque con otro nombre diferente, y desde 2021 convertido en despacho de pan y pastelería. Para saber quien fue realmente Celestino Fernández de la Vega lo mejor es consultar el libro de Ricardo Carballo Calero “Historia da Literatura Galega Contemporánea 1808-1036”. (Galaxia, 898 páginas). El libro fue impulsado en la década de los años 50 del siglo pasado por el editor orensano Ramón Otero Pedrayo, además de ser los mejores escritores que ha dado Galicia. El caso es que hoy fui al estanco a poner franqueo a una carta y me encontré con la sorpresa de que ese sello estaba dedicado a Celestino Fernández de la Vega. Me alegré de que ese hombre cabal que tanto hizo por la literatura gallega saliese del pudridero del olvido. Me he enterado que Correos ha hecho una tirada de 5 millones de sellos con el retrato de ese autor; entre otros libros, “Los enigmas de Santa Eulalia de Bóveda”  (un lugar inquietante a pocos kilómetros de Lugo) y “O segredo de humor”.

 

miércoles, 26 de julio de 2023

La paradoja

 

Cuentan que hubo un partido de futbol, cuando el Alcoyano militaba en Tercera División, creo que fue en 1948, donde ese equipo perdía el partido por 13-0, y que a solo un minuto de terminar el encuentro todavía creían que la victoria era posible. Su enfado llegó cuando el árbitro lo finalizó en el minuto ochenta y nueve, no dándoles opción a poder remontar. Pues bien, lo sucedido en los comicios del pasado día 23 de julio me recuerdan aquella efeméride. Ganó el Partido Popular con una victoria pírrica, pero ganó y sus militantes se creyeron con derecho  de que Núñez Feijóo formase gobierno. Había que echar números.  Lo malo llegó cuando descubrieron que con sus 136 diputado electos, más los 33 de VOX, más 1 de CCA y 1 de UPN no le salían los 176 diputados necesarios para lograr mayoría absoluta.  Pero aún así, Núñez Feijóo, con más valor que el alcoyano,  salió al balcón de la calle Génova para contar el “cuento de la lechera” a una militancia decepcionada pero que, a pesar de ello, permanecía fiel a su partido aireando banderolas y gritando “¡Ayuso! ¡Ayuso!”. Núñez Feijóo hacía oídos sordos y  seguía con su perorata infumable junto a un corifeo de camisas blancas que desde el mismo balcón le enaltecían con la boca pequeña. En la calle Ferraz había más euforia pese a que el  PSOE había ganado en el camino solo dos escaños y tampoco tenía opción a gobernar salvo que consiguiera llevarse a Junts per Catalunya a su terreno. La clave la tenía Carles Puigdemont, el hombre sobre el que la Fiscalía instaba al juez Llarena que cursase una nueva orden de detención Internacional y euroórdenes en su contra y pudiese ser detenido por sus procesos en rebeldía y la presunta malversación de fondos. La orden de arresto en España nunca dejó de estar en vigor. Solo le podría salvar un indulto. Resulta ahora paradójico que los Tribunales de Justicia pretendan detenerle y meterle en la cárcel y el Gobierno en funciones le necesite como agua de mayo para que Junts per Catalunya apoye la investidura de Sánchez en primera votación, o se abstenga en la segunda, para que pueda seguir gobernando. De enrocarse ese partido catalán separatista y mantener su negativa, no quedaría otra opción que convocar nuevos comicios. En nuestro sistema parlamentario no llega al poder el partido que gana las elecciones generales solo por el hecho de haberlas ganado, sino aquel que tiene capacidad de aunar fuerzas con otros para conseguir la mayoría parlamentaria. Las peculiaridades de nuestro sistema parlamentario explican esa paradoja. No cabe duda de que el Rey, tras escuchar a los representantes de todos los partidos, pedirá formar gobierno al candidato que tenga más posibilidades de alzarse con el triunfo.