jueves, 28 de junio de 2018

Sobre el escudo de Lérida



Tengo en mis manos un trabajo de 24 páginas  de mi amigo muerto Inocencio Ruiz Lasala. Se trata de “Mis recuerdos de librero” (Imp. San Francisco, Zaragoza, 1968), del que se imprimieron 500 ejemplares numerados a mano y firmados por su autor. Conservo el ejemplar número 130 casi como un tesoro. No está dedicado a mi persona sino al entonces coronel de Artillería don Enrique Suárez de Deza y Aguilar, tío de mi mujer. El trabajo es, en realidad, el texto íntegro de una conferencia  que debería haber pronunciado Inocencio Ruiz en Lérida con ocasión de la Feria del Libro de ese año y por invitación de José Tarragó  Pleyán (1916-1983) por entonces delegado provincial de Información y Turismo de Lérida. Como cuenta Inocencio Ruiz en una nota previa: “…la cual [la conferencia] fue suspendida dos veces por causas ajenas a la voluntad de los organizadores, y posteriormente por no ser posible desplazarme a dicha ciudad”. En la página 10 de ese texto, tras hacer referencia a su campiña, sus flora, etcétera, hace hincapié a una tradición recogida en el libro “Apuntes de Historia de Lérida”, escrito por José Pleyán de Porta e impreso en Lérida en 1873.  Al hacer referencia al escudo de la ciudad,  señala Inocencio Ruiz: “Se cuenta que careciendo Lérida de blasón o escudo se pidió a un rey que le concediera uno, y que éste, deseando encontrar lema con que adornarle, miró a su alrededor buscando un motivo, y como el emplazamiento donde se encontraba estaba totalmente cubierto de lirios le concedió el que colocaran en su escudo cuatro de ellos…”. En efecto, José Peyán de Porta hace referencia a cuatro flores de lirios cuando en realidad el escudo dispone de tres. Quiero pensar que al viejo escudo, que databa del siglo XIII, le amputaron una de esas flores a la llegada a España de Felipe V, primer rey de la Casa de Borbón, si bien la primera descripción heráldica que yo conozco señala: “Escudo rombal de oro con cuatro palos de gules y sobre el todo una rama de lirio de tres tallos de sinope con flores de plata. El timbre, corona real, abierta y sin diademas…”. Hubo otra versión moderna aprobada por la Diputación Provincial de Lérida (10 de octubre 2002) que consiste en “un escudo en losange con ángulos rectos o embaldosado de oro con cuatro palos de gules, sobre el todo en un escusón en losange de ángulos rectos o embaldosado de sinople, con un ramo de lis de sable moviente de la punta y con tres flores de lis nutridas, de plata, a cada extremo; bordura de oro cargada de cuatro roeles de gules. Al timbre, una corona mural de provincia”; o sea, una corona republicana. Quédese el lector con la que más simpatice.

martes, 26 de junio de 2018

Hoy, san Pelayo



Durante mi juventud acudía a Zarauz, no por ser exquisito a la hora de buscar un buen lugar para veranear, que lo era, sino por la profesión de mi padre. Y recuerdo aquellos días coincidentes con la fiesta más grande: san Pelayo. La víspera solía haber una tamborrada infantil por la tarde y otra de adultos por la noche. Salían los gigantones y las tabernas se llenaban de zarauztarras que bebían chacolí al son de música de acordeón. Al día siguiente, día del patrón, seguía la fiesta en la pradera de Iñurritza, cerca de la calle de Zumalacárregui, donde tenían la residencia mis padres. El 27 era costumbre que los mozos recorrieran los caseríos acompañados de chistularis, tamborileros y acordeonistas a fin de recaudar dinero para el día siguiente. Una tradición secular conocida como Oilasko Bilketa (recogida del pollo). Tampoco solían faltar los concursos de traineras donde casi siempre ganaban las afamadas trainas de Orio. Cuenta la tradición que los orígenes de esas fiestas se remontan siglos atrás, cuando una fuerte tormenta sorprendió a unos marineros  zarauztarras faenando lejos de la costa. Comenzaron a rezar a san Pelayo y, portentosamente, la imagen de aquel santo martirizado en Córdoba siendo casi un niño apareció sobre el barco y les señaló el rumbo de regreso. Recuerdo que por aquella época escribí un relato, “El Monte Ratón”, relacionado con la angustia de unos marineros que faenaban en alta mar cuando tuvieron que soportar una galerna, el rescate hasta cubierta de un crucifijo de madera existente en una bodega que había sido roído por unos ratones y una tremenda explosión posterior que dio lugar a que emergiera del fondo del mar el “Ratón” de Guetaria, con el morro batiente al oleaje del Cantábrico y el rabo (que sirve de istmo) hacia la parroquia de san Antón, y cuya silueta es perfectamente visible desde cualquier punto de la larga  playa de un Zarauz que hoy se me antoja devaluado en beldad por culpa de la piqueta.

lunes, 25 de junio de 2018

Degradación de una talla


Cuenta  el diario ABC que “los restauradores creen que la degradación de la talla de san Jorge de Estella merece consecuencias penales”. Hombre, no sé. En rigor, nadie sabe que rostro tenía san Jorge en el supuesto de que hubiese existido, de la misma manera que pueda resultar más simple conocer el posible aspecto terrible del dragón. Todos suelen tener el mismo aspecto por más fuego que lancen por las fauces. Lo que ha sucedido en Estella ya tiene antecedentes en el Ecce homo de Borja,  al que le dejaron cara de Paquirrín.  Al san Jorge de Estella, a mi entender, le han dejado cara de sarasa, o de astronauta, o de motorista, o de Pedrín,  aquel compañero inseparable de Roberto Alcázar en las viñetas dibujadas por Eduardo Vañó. Era, recuerdo, un muchacho rubio y de pantalón corto que siempre llevaba encima una corta porra con la que atizaba al malo en la cabeza al grito de “¡Arrea, constipao!” y que unas veces se trataba de Svimtus, el hombre diabólico, otras el príncipe oriental Sher-Sing  o el científico Graham. Pero no hay mal que por bien no venga. Borja se llenó de turistas dispuestos a ver el adefesio y hasta se etiquetó un vino con la nueva imagen de aquel Ecce homo que se vendió como churros. Nos hemos vuelto locos. En Estella no sé qué pasará. Todo será cuestión de promocionar la nueva imagen de san Jorge y llenar el entorno de paradores y tiendas de recuerdos, como se hace en Fátima, en Lourdes y hasta en Garabandal ¿Qué hubiese sido de El Greco en Toledo sin el fanatismo incondicional de Gregorio Marañón y sin la monografía de Manuel Bartolomé Cossío que había publicado Victoriano Suárez en 1908? Nadie lo sabe. Imaginen, por ejemplo, que “El entierro del conde de Orgaz” hubiese sido retocado por manazas lugareño. De cualquier manera es recomendable que los párrocos no pongan en manos de supuestas profesoras de manualidades las tallas (como esa del siglo XVI en Estella), existentes en el interior de las iglesias. Cecilia Giménez, en Borja, es un ejemplo de lo que no se debe hacer.  Los resultados pueden ser catastróficos.

Confundir las circunstancias



Hay noticias en la prensa que dejan un amargo sabor de boca. Hoy leo en Heraldo de Aragón que “la Fiscalía acusa a un muchacho epiléptico de atentado por golpear a los policías que lo sujetaban cuando convulsionaba”. Me produce consternación que un fiscal pueda acusar a un epiléptico de atentado contra la autoridad, sin haberse informado antes en qué consiste la epilepsia. SI no lo sabía, podía haber solicitado información de un médico forense. Y también, que haya propuesto al Tribunal que le imponga la obligación de de seguir tratamiento médico siquiátrico. Eso sólo se le ocurre, con perdón, al que confunde el culo con las cuatro témporas. El fiscal, a mi entender, no ha estado a la altura de los hechos,  al desconocer que un ciudadano epiléptico de ninguna de las maneras es un chiflado. Me produce espanto, por otro lado, que unos agentes de la Policía Nacional reclamen judicialmente cerca de mil euros de indemnización a alguien que estaba inconsciente de forma completa en el momento de los hechos. Esos agentes, por lo que se desprende, demuestran a las claras que cuentan con una muy escasa sensibilidad hacia ese ciudadano además de una vergonzosa ignorancia. Y no les estoy insultando. No sería justo. La ignorancia (del latín ignorare) significa “no saber”. Es decir, que esos policías nacionales no parecen preparados ante determinadas contingencias para poder pertenecer a un Cuerpo que goza, al menos a mi criterio, de gran respeto y consideración. Soy consciente de que los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado siempre están dispuestos a acudir en ayuda de todo ciudadano que reclama su presencia. Los agentes que atendieron al muchacho epiléptico (que había sufrido tres crisis en el mismo día) aquel 7 de diciembre de 2017 tenían que haber entendido que su “agresividad aparente” era debida a causas patológicas de las que no era consciente. Sin embargo fue esposado y atado por los tobillos para ser reducido. Como bien señala el abogado de la defensa, Enrique Esteban Pendas, “dadas las especiales circunstancias del caso, este tendría que haber sido archivado en la vía penal. Si los policías querían reclamar un dinero por ello, podrían haberlo hecho por la vía civil". En fin, hay cosas que parecen de libro y que no se comprenden en este país, pero siempre me reconforta saber que la Inquisición hubiese quemado a ese respetable muchacho sin mayores recatos. Confundir las circunstancias suele ser propio de memos.

domingo, 24 de junio de 2018

Un libro de Manuel Ciges



No tenía ni idea de cómo se produjo la muerte del general extremeño de Montánchez Juan García-Margallo y García, bisabuelo del exministro de Asuntos Exteriores y aspirante a presidir el Partido Popular, José Manuel García-Margallo, el 28 de octubre de 1893. Pero me entero de ese suceso por el periodista José García Domínguez, que lo describe en Libertad digital. A su vez, Domínguez se enteró de ello, según cuenta, por un libro de Joaquím Torra: “Els ultims 100 metres”. Pues bien, según describe Domínguez y que resumo. “El general Margallo, gobernador militar de Melilla, moriría de modo súbito tras recibir un disparo de pistola en el cráneo. “Había tenido dos malas ideas unos meses antes de su triste último destino. La primera fue la de ordenar construir una muralla en torno a  Melilla cuyo trazado profanaba la tumba de cierto imán local muy preciado por los devotos del Profeta. El segundo,  la mala fortuna de ir a destruir casualmente una mezquita con los proyectiles de la artillería española en una reyerta con la morisma levantada en armas, asunto que enervó sobremanera a los rebeldes. Así las cosas, Margallo aún tuvo tiempo de incurrir en un tercer error fatal. Confundió  lo que en realidad era una maniobra militar envolvente por parte de la insurgencia bereber con una huida a campo través. El precio en vidas de su equivocación resultó en extremo elevado: la mayor parte de sus soldados morirían en el combate posterior, el 28 de octubre”. Según el informe oficial, Margallo murió como consecuencia de una bala perdida. Pero Manuel Ciges Aparicio, el que fuera gobernador civil de Ávila durante la República y luego fusilado sumariamente por los rebeldes en 1936, tuvo otra versión, y así lo contaba en su libro ‘España bajo la monarquía de los Borbones’ (Editorial Aguilar. Madrid, 1932.- 482 p.): “A Margallo se le dio por muerto en acción de guerra. En realidad fue abatido por un joven teniente, Miguel Primo de Rivera, el mismo que más tarde sería dictador, indignado por el hecho de que los fusiles con que los moros estaban matando españoles hubiesen sido vendidos ocultamente por el general". Aquella versión, la de Ciges, fue corroborada por Gerald Brenan, “quien sostuvo siempre que el fusilamiento del gobernador republicano de Ávila por los franquistas tuvo como verdadera causa el que hubiese aireado aquella sórdida historia africana, un episodio de corrupción en el que habrían estado implicados algunos otros altos mandos de la guarnición”. Hay que recordar que dos años antes, en julio de 1921 había tenido lugar el desastre de Annual donde hubo casi 11.000 soldados españoles muertos, entre ellos un tío abuelo del exministro, entre otras cosas por la incompetencia del alto mando, la corrupción de su intendencia, la improvisación y los ánimos de un descerebrado Alfonso XIII al incompetente general Silvestre. Se me ocurre que esa historia, que daría origen al posterior Expediente Picasso, hubiese quedado de maravilla de haber sido descrita en su “Anecdotario” por  Natalio Rivas, amigo de mi abuelo materno.