Hace tiempo que supe que la política da más dinero que la literatura. Al político le alimenta las masas votantes, mientras que al literato le hunde en la miseria la soledad de permanecer entre cuatro paredes y la pereza de tener que contar cosas. Como decía Julio Camba, "indudablemente la pereza es un vicio mucho más caro que el de los langostinos, sin contar que es también bastante más suntuoso, y hay hombres que, de no estar dominados por la pereza, serían varias veces millonarios". Sin embargo, las cosas han cambiado con los tiempos.
Aquí de lo que se trata es de que el literato conozca lo suficiente al alcalde de alguna ciudad de medio pelo. El procedimiento para salir del atasco financiero tiene su intríngulis, aunque suele dar resultado. Verán, uno se hace el encontradizo con el alcalde, si es con la alcaldesa mucho mejor, cuando él o ella salen de su despacho para tomar un café. Se le acompaña, se le invita a café, también a unos churros, que en esas cosas no se puede ir de tacaño, se charla someramente sobre lo divino y sobre lo humano mientras se le da vueltas al azúcar dentro de la taza. El político en cuestión comenta con un poso de angustia que dentro de pocos días tendrá una solemne presentación sobre la campaña promocional de su municipio en la planta noble de la Diputación Provincial, que para esos menesteres es el ayuntamiento de los ayuntamientos. Una campaña promocional, digo, que puede versar, verbigracia, sobre los encajes de bolillos que hacen las mujeres mayores a la sombra de un níspero, o sobre las propiedades organolépticas del melocotón de la zona y de cómo se envasa para su transporte hasta el puerto fluvial de Düsseldorf. La cuestión es poder quedar bien y conseguir las ayudas económicas necesarias. A veces, hasta se consigue. El primer edil, entonces, toma un sorbo con riesgo a quemarse la lengua y le pide al literato que le haga el discurso necesario. Y decide pagarlo bien, con fondos del municipio. Acuerdan una cifra, digamos mil euros por cuatro cuartillas. Puestos de acuerdo, ambos se despiden y quedan para tomar café otro día.
Basta con que una idea pueda pasar por la imaginación, para que pueda ser factible. Algo parecido sucedió en Tarazona. Era necesario presentar dos discursos: uno por la alcaldesa Ana Cristina Vera, otro por el primer teniente de alcalde, Luis Miguel Calavia. El motivo era la presentación en la DPZ de una campaña promocional de ese municipio zaragozano. De hecho, existe un documento fechado el 27 de febrero por la empresa ACYS por un importe de 980´31 euros referente a un acto celebrado el dos de marzo en el Palacio de Sástago. Se presentaba la campaña "Tarazona, una ciudad con imagen propia".
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