domingo, 27 de diciembre de 2009

ALIMENTAR EL MISTERIO

Señala Manuel Vicent hoy en El País que “si en lugar de agonizar en la cruz, el Nazareno hubiera sido condenado a doce años y un día, no habría existido la Iglesia”. Los dioses y los ídolos, también los de barro, se alimentan con el misterio, el sufrimiento, o su muerte en plena juventud. James Dean, de vivir hoy, sería posiblemente un señor grueso, casi calvo y de escaso atractivo. Tampoco podremos nunca saber, por su temprana muerte, cuál hubiese sido el destino último de Gustavo Adolfo Bécquer, de Carlos Gardel, o de Federico García Lorca, cuyo mito se acrecienta ahora, al no aparecer trazas de esqueleto en el supuesto lugar de su enterramiento. Todo un misterio. Y el misterio abriga la superstición. Y hay superstición porque existen los supersticiosos. Y los supersticiosos alimentan las leyendas urbanas, la astrología, la aversión al número 13, la seudo ciencia, etcétera. Existe un tipo de personas que son felices con la Navidad, cuando nace el Mesías y las calles se llenan de luces, villancicos y folclore. Otras, prefieren la Semana Santa, con saetas desde los balcones, peinetas, tambores, incienso, cera de velas, y pasos churriguerescos que apenas pasan por las angostas calles con escenas de pasión y muerte. A buen Cristo, mucha luz; a mal Cristo, mucha sangre. Recuerdo cuando José Antonio Garmendia, refiriéndose a los actos procesionales sevillanos, decía aquello de “que bien de mal lo estoy pasando”. En fin, por amar, amamos hasta los brotes de canibalismo sacramental. De eso sabía mucho Caro Baroja.

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